Las colinas de Komor XXI

—Bueno, ¿A qué te dedicabas antes de convertirte en un...? —empezó sin atreverse a terminar la pregunta. —... Esclavo. —la terminó él— Soldado, pirata, amante, esclavo huido... Elige la ocupación que prefieras.

XXI

En quince minutos estuvieron de vuelta. La cola no se había deshecho aunque los más jóvenes y los ancianos había optado por sentarse directamente en el suelo. Dejó la furgoneta aparcada al lado del dispensario y bajando la ventanilla abrió la puerta lo suficiente para poder apoyar los pies sobre el marco de la ventanilla y leer así más cómodamente.

Monique, entretanto, ya había entrado en el dispensario y estaba atendiendo al primer paciente de la cola cuando él se sumergió de nuevo en la lectura.

Capítulo 25. Despertando de una pesadilla

Albert

Aquellos meses en las minas de sal habían sido un infierno, pero nunca se rindió. Al principio intentó escapar solo por sentido del honor. Aun creía que su deber era volver a Juntz, pero luego a medida que empezaba a ser conocido entre sus compañeros de infortunio lo convirtió en una especie de deporte. El intentaba escaparse y los capataces de la mina salían tras él y lo devolvían a las minas tras darle una soberana paliza, pero no sin sufrir pérdidas. Pronto se dio cuenta que el comprador le había prometido a Antaris que pasara lo que pasase lo único que no podían hacer con él era matarle y eso le dio una pizca de poder sobre sus captores que aprovechó al máximo.

Nada de lo que intentaron con él funcionó, las palizas, el aislamiento, carga de trabajo inhumana, el hambre. Nada logró doblegarle y eso los demás esclavos los veían.

Al final el dueño de la mina vio tan amenazado su negocio que, probablemente desafiando el acuerdo al que había llegado con Antaris, lo vendió a la primera caravana que pasó por allí. Seguramente hubiese deseado matarle. Lo vio en sus ojos cuando le entregó al dueño de la caravana. Pero ambos sabían que su muerte hubiese podido producir una revuelta en la explotación minera y lo primero era el negocio.

De todas maneras el jefe de la caravana fue advertido e hizo todo el viaje a Puerto Brock cargado de cadenas que ni siquiera aflojaron para que pudiese aliviarse. Lo primero que hicieron sus dueños al llegar a Puerto Brock fue tirarlo al río para quitarle la inmundicia que le cubría y de ahí llevarlo directamente a la plaza de subastas de la ciudad.

Esta vez se comportó mejor. Sin el paraguas de la promesa de Antaris para protegerle se limitó a esperar una oportunidad. Encerrado en una cabaña de madera, bajo la mirada atenta de media docena de guardias, esperó pacientemente su turno para ser subastado.

Cuando llegó su turno le subieron a empujones a una plataforma de madera y lo exhibieron como a una res. Le obligaron a abrir la boca, hurgaron en ella para mostrar que conservaba todos los dientes y procuraron disimular sin demasiado éxito por los comentarios de los postores las cicatrices de los castigos que tenía en su espalda.

Desde allí observó al grupo de tratantes y enseguida una figura menuda llamó su atención. A pesar de intentar pasar desapercibida una mujer y además tan hermosa destacaba como un diamante entre el estiércol. Mirándola fijamente a los ojos se preguntó qué demonios la habría traído hasta allí.

A pesar del ardor que sentía cada vez que tenía que fijar la mirada en algo, no pudo evitar escrutarla de arriba abajo. No debía de pasar mucho del uno sesenta, pero su cuerpo estaba exquisitamente proporcionado, su capa no podía disimular las curvas de sus caderas y la generosidad de sus pechos, pero lo que más le llamó la atención fue su cabello castaño claro, casi rubio que inevitablemente le recordó al de Nissa. Aunque su cara no se parecía a la de la princesa, era más alargada y sus ojos eran verdosos, los movimientos de su cuerpo y su melena larga y lisa tenían la misma majestuosidad.

Tras recordar que aquella mujer estaba para traficar con él como si fuese ganado se tocó el anillo de acero que rodeaba su cuello y apartó la mirada con la intención de no volver a fijarla en ella. Entre tanto la subasta había empezado.

A pesar de la atenta mirada que le había echado, la mujer parecía no estar demasiado interesada. De hecho, parecía que las marcas de su espalda habían surtido efecto en los postores y nadie parecía demasiado interesado. Tenso, observó como tres cabrones se quedaban solos peleándose desganadamente.

Solo cuando la subasta parecía decidida intervino la mujer. No sabía muy bien, pero aquello le emocionó y le llenó de esperanza. En realidad el que cayese en unas manos o en otras no tenía por qué cambiar su destino, pero una testaruda esperanza empezó a anidar en él, incluso por encima de la tozuda realidad.

Con el corazón en un puño fue testigo de la dura pelea mientras veía como el subastador se frotaba las manos.

Finalmente, cuando todo parecía perdido, la mujer hizo la puja definitiva, muy por encima de su valor, incluso si hubiese resultado ser un esclavo dócil y trabajador.

El último hombre en oponerse a la mujer finalmente se retiró con una reverencia y una sonrisa irónica y dos hombres lo cogieron por los brazos hasta la entrada del recinto para entregárselo a la mujer  una vez hubo pagado.

No sabía que esperar de aquella desconocida, pero su primer gesto le descolocó e hizo que su esperanza renaciese, quizás aquella estúpida corazonada fuese cierta.

Tras cortar las cuerdas de sus muñecas les soltó un corto discurso en el que le pedía su ayuda y se quedó parada frente a él, esperando una respuesta.

La verdad era que con aquel gesto honesto y valiente lo había convencido. En realidad no tenía un destino mejor. La huida de vuelta a Juntz siempre había sido un cúmulo de quizás; quizás pudiese llegar al Brock, quizás pudiese llegar a la Ciudad Flotante, quizás consiguiese un barco hasta las Islas de los Volcanes... quizás, quizás, quizás...

Ahora tenía un objetivo tangible y si esa mujer había sido sincera de verdad podría encontrar un lugar en el que olvidarse de la miseria y la violencia.

Aun no del todo convencido, intentando no hacerse ilusiones, asintió tímidamente.

—Está bien, lo primero es ver que podemos hacer con esos ojos. —dijo ella dándose por satisfecha con aquel ligero gesto.

Sin darse la vuelta para ver si le seguía se adentró en una de las calles principales hasta llegar a la plaza del mercado. A aquellas horas la gente estaba empezando a abandonar los puestos cargadas de mercancías, dispuestos a disfrutar de una sabrosa comida. Albert siguió a la joven sin dificultad hasta un puesto relativamente pequeño en una esquina de la plaza. El hombre de mediana edad que la regentaba, tenía un cierto aire élfico que le hizo pensar que podía tener algo de sangre de aquella antigua raza.

Neelam depositó un par de coronas y le señaló. El hombre no hizo ninguna pregunta. Su problema saltaba a la vista. Le separó los parpados, vertió un líquido de color anaranjado por toda la superficie de sus ojos y los observó atentamente ayudado por unos gruesos lentes. Tras unos segundos, sin hacer una sola pregunta volvió al puesto y empezó a escoger una serie de productos entre los que tenía sobre la mesa.

—Las minas de sal hacen estragos en los ojos de los esclavos. Este ha tenido suerte, no ha pasado allí el tiempo suficiente para que los daños sean permanentes, pero esos ojos necesitan atenciones. —dijo al fin el curandero.

—Primero debes lavarle los ojos con agua tibia de lavanda para eliminar los minúsculos cristales que tiene clavados en la cornea,  —continuó— luego le harás un emplasto a base de esta miel de rag y aloe. Ese emplasto deberá tenerlo puesto sobre los ojos constantemente durante dos días y se lo cambiarás tres veces al día. Pasados esos dos días. Seguirá el tratamiento con la infusión de lavanda un mes más  y no creo que tenga problema.

La mujer pareció un poco contrariada al escuchar que tendría que quedarse al menos dos días en la ciudad, pero aceptó las medicinas que le dio el curandero dándole las gracias.

A continuación fue a un puesto donde vendía ropa de segunda mano y compró una túnica decente por unos pocos Karts y un sombrero que lo protegiese del sol del camino.

La joven recogió los paquetes que le tendieron y guio a Albert hasta una posada que bullía en ese momento de humanidad hambrienta.

Neelam

La posada estaba a reventar de gente, hombres en su mayoría, hambrientos y sudorosos. Neelam se acercó a uno de aquellos bancos corridos y encontró dos huecos justo en el extremo, uno frente al otro.

Una camarera pelirroja de aire agobiado le puso un par de cuencos unas cucharas de madera y un vaso mientras echaba una mirada desconfiada al anillo de acero de Albert.

A los pocos minutos apareció un hombre y dejó una enorme cazuela de barro con un guiso que olía exquisitamente. Hizo el amago de hacerse con el cazo para servirse cuando el hombre enorme  que estaba sentado al lado de él se adelantó asiendo el cazo con una mano gruesa y peluda como la de un mono.

La respuesta de Albert fue instantánea agarrando la muñeca  y sin aparentar ningún esfuerzo empezó a apretar hasta que el hombre se vio obligado a soltarlo con un gemido. Sin decir una sola palabra le sirvió una generosa ración a su ama y a continuación le llenó el cuenco al hombretón que le miraba entre ofendido y sorprendido  mientras se frotaba la muñeca.

Sin alterar para nada su rostro se sirvió él y pasó la cazuela para que el resto de los comensales se pudiesen llenar sus cuencos.

Albert comió sin dejar de mirar alrededor como si no se quisiese perder nada de lo que allí ocurría, ni los canticos de los borrachos, ni las palmadas que se llevaba la camarera en el culo, ni los insultos que esta devolvía al recibirlos.

Neelam

El guiso no era gran cosa, carne de caballo con nabos y alguna verdura, pero el hombre se lo tomó con calma y lo paladeó con placer, disfrutando de cada cucharada. Era evidente que no hacía una comida decente desde hacía bastante tiempo.

Ella terminó rápidamente y bebió el vaso de espesa cerveza negra que le habían ofrecido sin dejar de observar a aquel hombre atractivo a pesar de la nariz rota, el tatuaje y aquella envergadura intimidante. Sus ojos claros y azules como el agua de los charcos de un glaciar, pero a la vez cálidos incluso en aquel estado de irritación llamaron especialmente su atención.

A medida que la gente iba terminando fueron abandonando la posada y al fin se sintió un poco más cómoda. Albert terminó por fin la comida y sorbiendo la salsa que quedaba en el cuenco eructó satisfecho.

Con una señal llamó a la camarera y le pidió otro par de cervezas. Ahora que estaban a solas en la mesa y Albert tenía la tripa llena, creyó que era el momento adecuado para conocer a aquel hombre.

—Bueno, ¿A qué te dedicabas antes de convertirte en un...? —empezó sin atreverse a terminar la pregunta.

—... Esclavo. —la terminó él— Soldado, pirata, amante, esclavo huido... Elige la ocupación que prefieras.

—Espero que no te ofenda, pero lo que quiero de ti es que te hagas campesino. ¿Has trabajado alguna vez la tierra?

—Hasta que me reclutaron los Guardias Alpinos de Juntz, era el hijo de un granjero. No recuerdo mucho de aquello, pero sé que me gustaba y es mejor ver crecer el producto de tu esfuerzo que regar el campo con la sangre de tus enemigos.

—Creí que los soldados buscaban realizar hazañas heroicas que cantasen los juglares y una muerte gloriosa en el campo de batalla.

—Créeme si te digo que he derramado sangre suficiente para ahogar tres vidas. Estoy harto de violencia. Nada me gustaría más que no tener que volver a empuñar una espada.

—Estupendo, porque es lo que quiero que hagas.

—Una cosa son nuestros deseos y otra cosa es la dura realidad. —respondió el hombre apesadumbrado— Espero que tengas razón.

Neelam le sonrió y él la miró con ojos soñadores. Armándose de valor, le contó su situación y le dijo que lamentaba depositar sobre él aquella pesada carga

—Una cosa más. —añadió— Estoy completamente en contra de la esclavitud. Mientras permanezcamos en Puerto Brock seguiremos guardando las apariencias, pero cuando lleguemos a Komor me encargare de esa mierda de anilla y te pagaré un jornal justo. Una vez que consiga mantener todas las tierras en mi poder y Orkast y su hijo se den por vencidos, daré tu deuda por saldada y podrás irte si  así lo  deseas.

Albert asintió y sonrió por primera vez, relajando por fin su gesto duro y concentrado.

Charlaron un rato más. Fue ella la que llevó la conversación y no insistió en saber nada de su vida, consciente de que él aun no estaba preparado para abrirse.

El tiempo pasó tan fugaz que apenas se dieron cuenta de la caída de la tarde hasta que les sirvieron la cena. Esta vez Albert no se tomó tanto tiempo para cenar y en cuanto terminaron se retiraron a su habitación. Le lavó los ojos, le aplicó el emplasto y se echaron a dormir. Ella en  la cama y el sobre varias mantas apiladas sobre el suelo.

Cerró el libro y miró a su alrededor. Siempre que leía aquella parte de la historia recordaba la vez en que participó en una subasta benéfica, cuando estaba haciendo un curso de reciclaje en Maryland. Tara Lynn, era una belleza sureña que estaba acostumbrada a salirse con la suya. Formaba parte de la organización y había dejado caer que si se presentaba, pujaría por él. Una sonrisa y un guiño de aquellas pestañas kilométricas bastó para convencerle.

Evidentemente la mujer no tenía ninguna intención de cumplir su promesa y cuando subió al escenario con unos vaqueros y una camiseta ajustada se sintió bastante cohibido. Fue entonces cuando Tara le tiró un beso y dejó que un motón de cincuentonas con unas cuantas copas de más ofrecieran sus pujas mientras lanzaban a la competencia miradas asesinas.

Recordaba perfectamente como Betty, la viuda de un almirante ganó finalmente la puja y lo celebró lanzando cortes de manga a su alrededor. La señora, una mujer de color enorme que debía pesar algo así como cien kilos, se pasó el resto de la fiesta bailando con él. Bueno si a frotar su monumental trasero contra su bragueta podía llamarse bailar. Al final afortunadamente la mujerona se emborrachó hasta el punto de casi no era capaz ni de andar. Conteniendo las ganas de salir corriendo, se comportó como un caballero y la acompañó hasta su casa.

En cuanto atravesaron el umbral de la puerta de su casa la acompañó a la habitación. La mujer intentó seducirle y se quitó el vestido rebelando un corsé de color púrpura que apenas contenía unos pechos aun más grandes que su culo con un minúsculo tanga a juego y unas medias de rejilla.

La mujer se dio la vuelta pidiéndole que le ayudase a quitarse el corsé y de pasó mostrándole aquel culo grande y macizo como el acorazado que había comandado su marido. Ray obedeció consciente de que ella sería incapaz de hacerlo sola.

Betty se dio inmediatamente la vuelta y mostrándole su enormes y bamboleantes pechos se acarició los pezones y dio dos pasos hacia atrás. La mujer chocó contra la cama y perdiendo el equilibrio cayó como un saco sobre la cama que temblando amenazó con desintegrarse.

En ese momento la mujer suspiró, dijo algo inteligible y se quedo dormida. En ese momento sintió una oleada de compasión y se imaginó una vida triste  y solitaria en aquella gigantesca mansión. Con cuidado la descalzó y empleando todas sus fuerzas la colocó en la cama y la arropó antes de salir procurando hacer el menor ruido posible.

Una semana después se encontró con ella en el parking del economato de la base. Betty al principio se quedó helada con la bolsa de papel de la compra pegada al cuerpo sin saber muy bien qué hacer y bajando los ojos avergonzada.

Ray consciente del malestar de la mujer y de que si no hacía nada probablemente experimentaría la misma sensación cada vez que se vieran, le saludó normalmente y con una sonrisa le dijo que había sido un placer, que la noche había sido divertida y lo ocurrido luego en su casa ya estaba olvidado.

La mujer sonrió no del todo convencida de sus palabras así que llevado por impulso se acercó y la besó en la mejilla y a la vez que lo hacía le susurró al oído que en otra vida  hubiesen reducido aquella cama astillas.

La mujer pegó un gritito, sonrió y tras despedirse se alejó pisando con fuerza y bamboleando aquella enormes caderas como si fuese la reina de Saba...

—Hola, ¿Qué haces? —preguntó la doctora que se acercó a la camioneta tras despedir a su último paciente.

—Nada, solo estaba pensando. —respondió Ray.

—Pues parecías estar en otro planeta.

—A veces me lo parece. —aquellas palabras le hacían pensar de nuevo en lo diferentes que eran aquellos paisajes— De todas maneras ya estoy de vuelta en la tierra.

—Me preguntaba si podrías traer otro pack de cervezas esta noche a mi tienda. —dijo ella con una sonrisa seductora que hizo que todo su cuerpo hormiguease— Esta vez prometo hacerte una buena cena a cambio.

Ray asintió y sonrió a su vez mientras arrancaba la camioneta.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_ss_i_1_8?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=alex+blame&sprefix=alex+bla%2Caps%2C202&crid=2G7ZAI2MZVXN7

https://www.amazon.com/Las-Coli nas-Komor-Cr%C3%B3nicas-Spanish-ebook/dp /B07C67187S/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=15292 77182&sr=8-1&keywords=alex+blame&dpID=41 Tn6B7HlML&preST=_SY445_QL70_&dpSrc=srch

Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar