Las colinas de Komor XVIII
Vamos, hija. No llores más. Este debería ser el día más feliz de tu vida. Neelam suspiró y trató de controlarse. Le era muy difícil pensar en la felicidad cuando su futuro esposo era tan anciano.
XVIII
Cuando Oliva le zarandeó, estaba profundamente dormido. Ray abrió los ojos desorientado y se preguntó qué hora sería. El sol no había salido aun. Miró el reloj. La cinco menos cuarto.
—¿Pasa algo? —le preguntó incorporándose.
—Nada grave. La doctora tocacojones que está empeñada en salir de excursión. —respondió Oliva con cara de hastío— Dice que espera en su tienda.
—Ok, yo me encargo. Tú vigila un rato más y túmbate cuando amanezca. —dijo Ray cogiendo las llaves de la furgoneta.
La doctora Tenard le esperaba a la puerta de su tienda con el maletín y un hombre bajito.
—Este es Abdul es el marido de Agar. Ha caminado toda la noche para que le ayude en el parto.
—Es una suerte que tengamos este trasto. Si no, probablemente cuando llegases ya le habrían salido los dientes al chaval.
La camioneta solo tenía dos plazas, así que el hombre tuvo que subir a la caja y agarrarse a la barra confiando en no salir despedido en un bache.
—No comprendo cómo no tenéis un trasto de estos. —dijo Ray mientras arrancaba.
—Las tuvimos. —replicó ella— La primera, una Hilux como esta, nuevecita, nos la robaron la segunda noche después de que la recibiésemos y el Land Rover que nos trajeron para sustituirla nos duró casi una semana antes de que nos la quitasen unos talibanes a punta de metralleta junto con un cargamento de medicamentos y material médico. No deberías cogerle mucho cariño.
—Al primero que se acerque a este trasto le va estorbar el cielo para dar vueltas. —dijo él sin un ápice de duda en su voz.
Tenard le guio por un camino de tierra bastante bacheado, sin embargo Ray no bajó el ritmo. A pesar de estar en la caja, el afgano se mantenía perfectamente equilibrado como si estuviese acostumbrado a aquella incómoda situación.
El viaje, de poco menos de veinte kilómetros, les llevó casi media hora. La doctora Tenard y Abdul bajaron inmediatamente mientras él se subía a la caja y se quedaba vigilando con las gafas de visión nocturna y el fusil preparado.
Allí, en medio de la oscuridad, se sintió solo y vulnerable. Solo la llegada del amanecer le tranquilizó algo.
Afortunadamente la cosa fue bastante rápido y poca después salía la doctora con una amplia sonrisa. La más amplia que le había visto desde que la conocía. Y la verdad era que le sentaba muy bien.
—Por lo que veo, ha ido todo muy bien. —dijo mientras maniobraba para dar la vuelta a la camioneta y abandonaban la aldea.
—Una niña preciosa de tres kilos y cuarto.
—¿La madre está bien? —preguntó él.
—Agar está cansada, pero bien.
—Agar. Es un bonito nombre.
—Era el nombre de la esclava de Abraham.
—No según los Árabes. Ellos creen que era su verdadera esposa y la madre de Ismael, el patriarca del pueblo árabe. Conclusión: A nadie le hace gracia ser hijo bastardo.
La doctora le miró un poco sorprendida.
—No me mires así. Los soldados tenemos mucho tiempo libre. Unos se dedican a hacer pesas y otros nos dedicamos a leer.
La mujer sonrió, estaba a punto de decir algo, pero una curva cerrada y un bache especialmente profundo hizo que la Hilux pegase un salto. De no ser por el cinturón de seguridad hubiese dado con la cabeza en el techo.
—Creo que hubieses empleado mejor ese tiempo practicado un poco de conducción off road. —dijo finalmente— Esto es peor que la montaña rusa.
—Pues no me has visto conducir rápido. —replicó Ray dando otro volantazo para evitar un bache del tamaño del cráter Barringer.
—¡Estas como una cabra! —exclamó ella riendo y agarrándose con fuerza al ver acercarse la siguiente curva.
¡Bravo, doctora! —pensó él—Por fin te has sacado la escoba del culo.
Incapaz de contenerse aparcó la camioneta al lado de la tienda con un trompo.
—Que tenga un buen día, doctora.
—Llámame Monique, por favor. —dijo ella poco antes de desaparecer en su tienda.
Ray recorrió el resto del camino a su campamento con la agradable sensación de haber roto un muro entre él y la doctora. Si conseguía que confiase en él, su trabajo sería mucho más fácil y hasta quizás ella tuviese razón y aquello solo fuesen unas vacaciones pagadas por el Tío Sam.
Aparcó la furgoneta, desconectó la batería y entró en la tienda. A pesar de la luz que se colaba en el interior, Oliva dormía profundamente y no se enteró ni siquiera cuando Ray se pegó una ducha rápida.
Pasó las siguientes dos horas haciendo informes para el sargento Hawkins y cuando terminó, se sentó en el catre y continuó la lectura.
SEGUNDA PARTE
Prólogo
Neelam
—Vamos, hija. No llores más. Este debería ser el día más feliz de tu vida.
Neelam suspiró y trató de controlarse. Le era muy difícil pensar en la felicidad cuando su futuro esposo era tan anciano. Si apenas podía mantenerse en pie, ¿Cómo podría hacerla feliz? Desde niña se había imaginado subiendo al altar y prometiendo fidelidad eterna ante los dioses a un joven apuesto y fuerte que le hiciese sentirse amada y protegida, pero la eterna guerra con Samar había hecho de sus padres unos refugiados sin hogar ni dinero. Su único capital era la belleza de su hija.
Sabía que su padre la amaba más que a nada del mundo, pero cuando Sermatar de Amul se presentó en la posada y le pidió la mano, no pudo negarse. La negociación fue dura. Aquel viejo cascarrabias peleó hasta el último kart. Y hasta el último kart Neelam conservó la esperanza de que el trato se fuera al traste.
Pero al final salió bien y su padre consiguió dinero suficiente para comprar una modesta granja al otro lado del río Brock y ella se vio atada de por vida a aquel hombre contra el que no tenía nada, pero del que estaba segura que jamás despertaría su pasión.
Había pensado en rebelarse, en huir muy lejos. ¿Pero dónde iría? ¿Y qué le pasaría a su familia? Finalmente la obediencia debida a su padre y la promesa de una vida si no feliz, al menos cómoda, le ayudaron a asumir su destino.
Neelam dejó que su madre terminase de retocarle el maquillaje y salió de la estancia lista para cumplir con su destino.
Sermatar la estaba esperando a los pies del enorme ara de granito al lado de la Laguna Esmeralda en el jardín de su propiedad, rodeados de cerezos en flor. Oculta bajo el velo que cubría su mirada echó un nuevo vistazo a aquel novio que bien podía haber sido su abuelo.
Su futuro marido era un hombre delgado de frente despejada y una abundante melena blanca como la nieve. La nariz larga y afilada y aquellos labios finos, junto con sus ojos oscuros y hundidos, que daban la impresión de que nunca habían sido sorprendidos, le hicieron sentirse intimidada.
Sermatar abrió un poco los ojos y se apoyó en el bastón de empuñadura de marfil para girar su cuerpo hacia ella. Con piernas temblorosas se acercó al altar y posó las manos sobre las de su futuro marido mientras el le susurraba al oído lo hermosa que estaba.
Apenas se dio cuenta de lo que pasaba y el druida que oficiaba la ceremonia le tuvo que preguntar dos veces si aceptaba a Sermatar como esposo antes de que según la tradición ella se retirase a sus aposentos para preparar la noche de bodas mientras su marido asistía al convite.
El traje de luna, la prenda que toda mujer llevaba la noche de su boda reposaba sobre el tálamo nupcial, rodeado de pétalos de rosa. Aun con la mente en otra parte, se desnudó y se miró en un gran espejo de plata que había en una esquina de la habitación.
La vida de refugiada había sido dura. Todos los colonos de las llanuras de Samar que habían perdido sus tierras en la batalla que había acabado con la mayor derrota en la historia de Komor se ganaban a duras penas la vida realizando los trabajos que nadie más quería y eso cuando los había. No había rastro de carne superflua en su cuerpo y sus costillas y sus caderas se marcaban sobre su piel acentuando aun más sus curvas y dándole un aire más maduro de lo que realmente era. Solo sus pechos parecían grandes y llenos, irguiéndose enhiestos con unos pezones desafiantes.
Se repasó el cuerpo con las manos buscando algún pelo o imperfección. A pesar de no estar enamorada, su educación la obligaba a estar perfectamente arreglada cuando su marido se presentase.
Tras asegurarse de que todo estaba en orden, se retocó el maquillaje de los ojos y con un suspiro se acercó a su traje de luna. Lo observó durante unos instantes. Era un camisón color gris perla de tirantes, hecho de la mejor seda que el dinero podía conseguir. Una seda tan fina y tenue como una bruma de verano profusamente bordada con hilo de oro y perlas tapando parte de sus pechos, sus ingles y sus culo.
Lo cogió con las manos, el tacto era suave y resbaladizo. Jamás había tenido una prenda tan hermosa en sus manos. Mirándose al espejo se lo puso por la cabeza. La pieza de tela resbaló sobre su piel como una cascada acariciándola tan sensualmente que sus pezones se erizaron con aquel líquido contacto.
Finalmente los tirantes interrumpieron su caída formando un escote en v por delante y dejando casi toda su espalda al aire por detrás.
Al contrario que la mayoría de los camisones, el de la noche de bodas era corto y apenas le tapaba medio muslo. De manera casi inconsciente recolocó los pliegues que hacía la seda hasta que se sintió totalmente satisfecha con la imagen que le devolvía el espejo.
Un coro de estruendosas carcajadas proveniente del salón de banquetes le obligaron a volver a la realidad y tuvo que contener un grito de frustración. Ya no había paso atrás posible.
Nerviosa paseó descalza por la habitación hundiendo los pies en la espesa alfombra de lana y dejando que pasase el tiempo, sintiendo como la ansiedad crecía en ella con cada minuto.
Ya había perdido la noción del paso del tiempo cuando finalmente unos pasos lentos se acercaron a su puerta. Se giró en el momento que Sermatar abría la puerta.
Su esposo se quedó a la puerta, petrificado, observando como la luz de la luna que entraba por el ventanal atravesaba el tenue traje de luna perfilando su cuerpo.
Tras unos segundos que parecieron eternos el hombre cerró la puerta tras él y se acercó sin dejar de recorrer su cuerpo con una mirada de admiración.
Ella, ocultando su desanimo se acercó a él y con ambas manos se deshizo el complicado moño que le había hecho su madre para la ceremonia dejando que una cascada de pelo castaño cayese sobre sus hombros y escurriese sobre su pecho y su espalda.
Su esposo soltó un quedo gruñido y tras dudar un momento se acercó a ella y alargó la mano para acariciarle la mejilla.
—Eres la mujer más hermosa del mundo. Soy realmente afortunado de ser tu marido.
—Eres muy amable, mi señor. —dijo ella incapaz de soltar un piropo similar.
—Por favor, llámame Sermatar, ahora somos marido y mujer.
—Si no te importa preferiría llamarte esposo mío —replicó ella acercándose y dejando que las manos de él resbalasen por sus hombros y sus flancos hasta llegar a los muslos.
Neelam contuvo un escalofrío y dejó que la observase y le acariciase su cuerpo unos instantes antes de tomar la iniciativa y comenzar a quitarle la ropa.
Su esposo tampoco ganaba desnudo. Su cuerpo delgado y cubierto de marcas de vejez era un recordatorio del inevitable paso del tiempo. Sermatar la miró un poco cohibido cuando finalmente estuvo desnudo ante ella, pero Neelam le ignoró y besó suavemente sus labios.
Su esposo le devolvió el beso, primero tímidamente, luego se dejó llevar por el deseo y separando los labios le introdujo la lengua en la boca impregnándola con un fuerte sabor a vino y cordero especiado.
Torpemente, Neelam bajó las manos, acarició el cuerpo marchito de su esposo y las cerró en torno a su miembro. A pesar de que su madre le había dicho lo que debía hacer, dudó al notar que sus caricias apenas hacían efecto.
Su marido la miró y ella enseguida notó en sus ojos como su confianza mermaba. No quería que el primer recuerdo que tuviese de ella fuera un inútil intento por poseerla así que apartó las manos de su polla y le tranquilizó con un gesto.
Le volvió a besar y dándole la espalda se subió el camisón lo justo para que él pudiese ver su culo. A continuación se frotó contra él, lenta y deliberadamente, gimiendo y haciéndole sentirse deseado.
Poco a poco empezó a notar como la polla de Sermatar comenzaba a crecer. Aprovechando el momento se arrodilló frente a él y se la metió en la boca, tratando de no pensar en nada. Se imaginó que era uno de aquellos sabrosos frutos del leknari y chupó con fuerza, notando como un objeto caliente y pulsátil crecía en su boca.
Siguió chupando hasta que estuvo totalmente erecto. Cuando estuvo segura de que sus atenciones habían producido el efecto deseado se apartó un instante para coger una larga bocanada de aire.
Su esposo, temeroso de no poder mantener la erección se apresuró a levantarla y llevarla hasta la cama. Ella se tumbó boca arriba, aun indecisa sobre cómo debía comportarse. Sermatar sonrió con ternura y le acarició los muslos haciendo una ligera presión para que separase las piernas. El camisón se subió y dejó a la vista su sexo.
Eso pareció excitar aun más a su esposo que se tumbó sobre ella. Con todo el cuerpo temblando abrió un poco más las piernas mientras él le besaba el cuello y los pechos a través de la fina seda.
Con nerviosismo notó como el pene del hombre rozaba le entrada de su coño y se puso rígida. Sermatar lo notó, la acarició unos instantes y empezó a juguetear con el lóbulo de su oreja. En cuanto notó que se relajaba su esposo tanteó en su interior con su polla hasta dar con su himen. Justo en ese momento le mordió el lóbulo a la vez que superaba aquella fina barrera de un golpe seco.
El dolor que sintió en la oreja desvió su atención y cuando se dio cuenta tenía la polla de su marido alojada en lo más profundo de su sexo. En el fondo no era tan desagradable como se había imaginado. Cerró los ojos e imaginando que estaba en los brazos de otro hombre abrió un poco más las piernas y se abrazó al hombre mientras sentía como, el miembro de su esposo, entrando y saliendo, le producía un ligero y placentero cosquilleo.
Los primeros empujones fueron rápidos e intensos, pero enseguida notó como Sermatar empezaba a perder el aliento.
—Espera, déjame a mí, mi señor.
Apartándole con suavidad lo puso bocarriba y se montó a horcajadas. Tras darle un par de besos se irguió y comenzó a frotar su vulva contra la polla de su hombre, aun dura y caliente.
Cerrando los ojos de nuevo, se quitó el camisón y se metió la polla de un solo golpe. Subió y bajó una y otra vez cada vez más rápido, exagerando el placer que sentía cada vez que se metía la polla o la mano de Sermatar acariciaba sus pechos.
Abrió los ojos y vio el rostro de aquel hombre totalmente cambiado. El hosco aspecto que había mostrado en el altar se había transformado. Tenía los ojos muy abiertos como intentando grabar en su cerebro cada milímetro de su cuerpo y con un gesto de placer que la enterneció.
Aquella sensación hizo que ella desease complacerle, que sintiese que lo respetaba como esposo. Se clavó su polla aun con más fuerza hasta que el hombre tensando todo su cuerpo la agarró por las caderas y eyaculó dentro de ella.
Neelam sintió aquella oleada caliente y turbulenta y se inclinó sobre su marido un poco insatisfecha, aunque aliviada al ver que su primera noche no había acabado en un desastre. Lo besó y lo acarició con suavidad antes de apartase y acurrucarse a su lado bajo las mantas.
Su marido la envolvió posesivamente con su brazo, más relajado al ver que había cumplido mientras ella pensaba que después de todo quizás ese no fuese un mal trato. Deseó con todo su corazón que sus padres tuviesen suerte por fin. Poco a poco la excitación, no del todo satisfecha, se fue aplacando y consiguió quedarse dormida.
Capítulo 22. La Viuda
Neelam
Recordaba perfectamente la última vez que había estado ante el ara. En esta ocasión también le esperaba Sermatar, pero ahora estaba tumbado, exánime sobre la fría piedra. La muerte se lo había llevado en paz mientras dormía y dijesen lo que dijesen sus vecinos, lo sentía en el alma.
A pesar de que su relación nunca había sido apasionada, había llegado a amar a aquel anciano como a un padre. Gracias a él, la vida en Amul había sido más fácil de lo que jamás había soñado. Enamorado de ella como un colegial, le había permitido todos los caprichos y ella le había correspondido ayudándole en la administración de sus tierras y cumpliendo todos sus deseos en la cama.
El único lunar en su felicidad había sido su incapacidad para engendrar un hijo, un hijo que continuase el linaje familiar. Un hijo que heredase las tierras de Sermatar y en el que volcar su amor y sus conocimientos.
Se acercó al cuerpo inerte de su esposo y se despidió de él entre lágrimas, mientras el mismo druida que les había casado hacía los últimos preparativos para la incineración.
Buena parte de Komor se había reunido para la ceremonia. La mitad por respeto al finado y la otra mitad por curiosidad. Apartándose unos paso dejó que el druida preparase con sus oraciones la partida de Sermatar al otro mundo. Cuando terminó, alguien, no sabía muy bien quién, le paso una antorcha que aplicó sobre el cadáver de su esposo.
Las resinas y aceites aromáticos con las que el druida había impregnado la mortaja prendieron inmediatamente enmascarando con su aroma el olor a carne quemada. Suspiró y se preguntó qué sería ahora de ella.
Las mujeres de Komor solían ocuparse de la casa y los hijos y cuando quedaban viudas enseguida perdían sus derechos en favor de sus hijos, que eran los que se ocupaban de ellas, pero ella no los había tenido y se encontraba en una delicada situación. Disfrutaba de una especial libertad. Nadie le decía lo que debía o no debía hacer, pero tenía la responsabilidad de mantener la propiedad y pagar los impuestos a su barón, si no, podía perder la propiedad y encontrase sola y en la calle. Por eso la mayoría de las mujeres se apresuraban a casarse de nuevo.
Neelam tenía la ventaja de que había ayudado a su esposo en la mayoría de sus tareas y con la ayuda de algún hombre que contratase para realizar los trabajos más duros, no le costaría salir adelante sola y tomarse con calma lo de buscar un nuevo marido.
El fuego consumía el cadáver y calentaba su rostro hasta hacerlo arder, pero no quería apartase de él, no quería dejarlo hasta que aquel cuerpo se convirtiese en cenizas. En ese momento sintió una presencia a su lado. Era Orkast, uno de los hombres más ricos de Komor.
Orkast
La propiedad del viejo Sermatar era una de las mejores de todo Komor. La amplia llanura que se extendía entre el río Brock y la Laguna Esmeralda era la tierra más fértil de toda la región y puede que hasta de todo el continente y el viejo que se hacía cenizas delante de él era el propietario de una extensa hacienda que ocupaba el triángulo invertido que formaba la margen izquierda de la laguna, el pequeño río Esmeralda y el río Brock llegando un poco más allá e internándose unas pocas hectáreas en el Bosque Azul.
Él poseía las tierras justo al norte, casi tan buenas. Pero anhelaba aquella hacienda hasta el punto de que había ofrecido a su hija a aquel viejo cabrón aunque este nunca había confiado en él y la había rechazado.
Ahora tenía una nueva oportunidad. De haber sido un poco más joven y estar soltero se hubiese ofrecido el mismo para ocupar el lugar del viejo Sermatar. Aquella pequeña fulana era una de las mujeres más hermosas de la baronía. Al principio estaba demasiado delgada pero la buena vida y los años habían contribuido a madurar aquel cuerpo hasta hacerse rotundo con uno pechos grandes y erguidos, unas caderas amplias y unas piernas largas y torneadas haciendo su figura deseable incluso vistiendo aquel austero vestido negro.
Sabía que Gazsi, su hijo menor, no era precisamente un joven atractivo. Había heredado la nariz grande y gruesa de su madre y su corpulencia. ¡Pero qué diablos! Por lo menos era joven y tenía una tranca como la suya. Con aquella herramienta no había manera de dejar a una mujer insatisfecha. Neelam debería sentirse halagada de que el hombre más rico de Komor la pretendiese para su hijo y si su hijo no le parecía suficiente, se las arreglaría para que se diese cuenta de que no tenía ninguna otra opción.
—Un buen hombre Sermatar. —dijo acercándose a la viuda— Sé que le hiciste muy feliz en sus últimos años.
La joven asintió sin apartar los ojos de las llamas. La suave brisa proveniente de la laguna avivaba el fuego y levantaba una miríada de pavesas que volaban y les envolvían con una luz anaranjada.
—Me imagino lo que supone sacrificar tu inocencia ante un anciano, pero tienes suerte, aun eres joven, puedes tener un hombre a tu lado, un hombre joven y fuerte que haga florecer tu hacienda y te haga vibrar en la cama.
Neelam giró la cabeza y le miró con preocupación en los ojos, pero no dijo nada.
—Ahora lo más importante es que nada de lo que tu marido construyó se pierda. —susurró a la joven al oído para que sus palabras quedasen camufladas con los chasquidos del fuego— Necesitas un hombre a tu lado y mi hijo Gazsi es el hombre adecuado para ti. Es joven y vigoroso y tú le darás hijos sanos y fuertes. Juntos y con mi protección vuestra fortuna crecerá.
Todo el cuerpo de la joven viuda se puso rígido. Orkast vio como Neelam se mordía la lengua y respiraba profundamente intentando recuperar el control. Era obvio que la oferta no le hacía demasiada ilusión.
—Es una oferta halagadora —respondió ella cuando hubo recuperado la serenidad— Pero este no es el momento ni el lugar para discutirlo.
A lo mejor aquella mujer había amado realmente a aquel carcamal, o a lo mejor solo le estaba dando largas, el caso es que sabía cuando debía retirarse. Neelam ni siquiera lo miró cuando dio un par de pasos atrás y se dio la vuelta.
Sin esperar al convite posterior a la ceremonia de cremación subió al caballo y se dirigió a la ciudad. La verdad era que no esperaba que ella aceptase con una sonrisa de oreja a oreja, pero no parecía una chica tonta y debería saber que el trato que le ofrecía era más que ventajoso. No se imaginaba nadie mejor para ella.
De todas maneras, todo aquello no importaba. Si no quería casarse el se encargaría de empujarla. Le daría unos días para decidirse y si no terminaba de hacerlo la llevaría a la cama de su hijo a empujones.
Sonrió y azuzó a su montura. La noche era oscura y fría. Una fina bruma salía de los ollares de su montura. Si se daba prisa llegaría antes de que cerrasen la taberna del Ciervo y podría calentarse y celebrar la muerte de aquel carcamal con un buen trago de vino.
Neelam
Estaba tan enfadada que tuvo que morderse la lengua para no cubrir de insultos a aquel cabrón. Con su esposo aun en la pira funeraria, Orkast se había acercado a ella y le había propuesto casarla con el burro seboso de su hijo.
Sabía perfectamente las intenciones de aquel hijo de puta. Lo que quería era despojarla de su hacienda y unirla a sus posesiones y de paso colocar a aquel gordo holgazán de Gazsi de testaferro, seguro de que se limitaría a cumplir sus órdenes. ¡Antes muerta!
Las lágrimas de frustración se unieron a las de dolor. Se acercó un poco más al fuego dejando que el calor del fuego las evaporase mientras su mente no paraba de dar vueltas.
Aquella víbora no era de las que se echaba atrás, estaba segura de que si le rechazaba se dedicaría a hacerle la vida imposible hasta que no tuviese más remedio que ceder. Afortunadamente su marido le había dejado un colchón de dinero que le permitiría cumplir con sus obligaciones con el barón, al menos el primer año.
De todas maneras tenía que ser rápida. Seguro que Orkast no tenía ganas de esperar y tendría un plan, si no varios, preparados para la ocasión.
Poco a poco las llamas fueron apagándose hasta quedar unos rescoldos que arderían buena parte de la noche.
Consciente de que a Sermatar le hubiese gustado que atendiese a los presentes al funeral como se merecían, suspiró y acompañó a la gente al salón principal de la casa donde sus viejos sirvientes había dispuesto un surtido de fiambres, cordero frío, jamón de jabalí y distintos postres.
Todos los presentes se acercaron a ella y le presentaron sus respetos antes de lanzarse sobre la mesa salvo Orkast que se una vez hubo dicho lo que venía a decir se había ido.
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar