Las colinas de Komor XVII

Antaris entró en la casa y se sacudió la nieve que casi le cubría entero a pesar de que había estado el tiempo justo para echar una meada. Era lo que faltaba, —pensó mientras se sacudía la nieve que se le había quedado pegada— aquella tormenta en pleno verano había hecho que las temperaturas bajaran por debajo del punto de congelación.

XVII

La consulta había sido larga y cuando llegó a su tienda era ya noche cerrada. Oliva parecía estar menos enfadada, aunque no parecía haber la misma confianza que antes. En fin, sería cuestión de tiempo.

Le tocaba la primera guardia, así que en cuanto ella le puso al día, él se dirigió a los monitores.

La guardia fue incluso más aburrida que el día anterior. Ni siquiera el chacal se dignó a aparecer. Tras unas horas que le parecieron eternas, al fin Oliva le cogió el relevo y por fin pudo coger el libro y continuar con la lectura.

Capitulo 21. El despertar de un sueño

Antaris

Antaris entró en la casa y se sacudió la nieve que casi le cubría entero a pesar de que había estado el tiempo justo para echar una meada. Era lo que faltaba, —pensó mientras se sacudía la nieve que se le había quedado pegada— aquella tormenta en pleno verano había hecho que las temperaturas bajaran por debajo del punto de congelación. Ahora que había logrado acostumbrarse al ralo aire de aquellas alturas, tenía que aguantar aquel frío helador.

Para colmo lo único que sabían hacer aquellos paletos para combatir el frío era quemar estiércol de buey de los hielos. El resultado era que aquellas chabolas estaban un poco por encima del punto de congelación a costa de extender por su interior una peste a mierda quemada apenas soportable.

La única ventaja era que en aquella situación aun era más probable que el esclavo se dirigiese a Sendar para refugiarse. Jurando y maldiciendo a aquellos malditos imbéciles comió unas gachas calientes que le ofreció una joven que había contratado para que le sirviese y se metió en la cama. Una vez debajo de un par de pieles de gato ónyx se sintió un poco más cómodo, aunque seguía teniendo los pies helados como témpanos.

Pocos segundos después la mujer entró en su habitación y le preguntó si deseaba algo. Sin pensar le dijo que tenía los pies helados. Con una sonrisa sumisa la jovencita se acercó, levantó la parte trasera de las pieles y sentándose en la cama  se metió los pies bajo el vestido.

La mujer soltó un pequeño respingo al contactar los pies helados de su amo contra su barriga.

Antaris la observó. Aquellos Pamuk eran un pueblo bastante feo. Le recordaban a los enanos. Todo era redondeces en ella; la cara redonda y curtida por el aire cortante de las alturas, el cuerpo pequeño y macizo con unos pechos grandes y fofos y una barriga prominente. Sus piernas eran cortas y ligeramente arqueadas, pero al contrario que sus brazos, de los que colgaba la carne flácida eran todo potencia, acostumbradas a las largas caminatas.

Miró sus ojillos pequeños y rasgados, casi totalmente ocultos bajo unos parpados grandes y gruesos y se preguntó si aquello sería una adaptación para no quedarse ciegos en los largos y blancos inviernos de la meseta.

El contacto de sus pies con la piel joven y tersa de la mujer le recordaron que apenas recordaba la última vez que había estado con una. Sin cambiar el gesto subió uno de sus pies y lo enterró entre los enormes pechos de la sirvienta que se dejó hacer mansamente con una sonrisa bovina en sus labios.

La blandura de aquellas dos cálidas masas le excitaron y notó como su miembro crecía. Después de todo una mujer era una mujer, aunque fuese más fea que el culo de un trasgo. Con una seña le dijo que se acercase.

La mujer se irguió y se acercó a la cabecera de la cama. Se quitó la áspera  túnica de lana de buey de las nieves y se quedó desnuda delante de él. Antaris miró con lascivia aquellos pechos grandes como sandias con los pezones casi negros y del tamaño de un huevo de paloma. Al bajar la mirada vio entre aquellos muslos una mata de pelo oscuro y rizado tan espesa como la jungla de Chernak.

Sin decir nada abrió las pieles y la invitó a meterse en la cama. La joven no dudó y se tumbó a su lado, boca arriba, dejando que las manos de Antaris repasaran su cuerpo, amasaran sus pechos y desaparecieran en la profundidad de sus ingles.

Cuando sintió los dedos del hombre acariciando su sexo, la joven se estremeció y abrió las piernas tímidamente. La miró. Sus ojos no parecían expresar gran cosa. Por un momento deseó estar dentro de su cerebro y saber en qué demonios estaría pensando.

Deseando que reaccionase le metió dos dedos bruscamente en el coño. La joven gritó sorprendida y se agarró a las sábanas mientras él la masturbaba con fuerza.

Antaris acercó su cuerpo más a ella y estrujó los pechos de la mujer con la mano libre mientras le lamía el cuello y la oreja.

Sacando los dedos le obligó a abrir la boca y se los metió dentro. La sirvienta obedeció y saboreó su propio sexo dejando que los dedos del negrero llegasen hasta el fondo de su boca.

Con un movimiento rápido se colocó sobre ella. La mujer abrió las piernas para acogerle y apenas soltó un ligero gemido cuando Antaris le hincó la polla hasta el fondo. Agarrándose a sus temblorosos pechos comenzó a follarla con todas sus fuerzas, haciendo que sus carnes temblaran como la gelatina. La sirvienta le dejó hacer pasiva, limitándose a achicar los ojos y pegar pequeños chillidos que le recordaban al cloqueo de una gallina.

Estaba harto, ninguna mujer era como Dairiné. Todas eran jodidamente aburridas. Deseoso de que la mujer hiciese algo se metió el pezón en la boca y lo mordió con fuerza. La mujer aulló, pero no hizo nada por defenderse.

Antaris, a punto de perder la concentración, se separó y la dio la vuelta, harto de verle la cara. Agarrando el culo grande y fibroso de la mujer le dio unos cachetes y la penetró de nuevo dejándose caer sobre su coño con todas sus fuerzas mientras le golpeaba el culo al ritmo de sus pollazos.

La joven gimió y mordió las sábanas. Aquello estaba mejor. Consciente de que aquel momento de excitación no duraría, agarró a la sirvienta por el cuello y le arreó una serie de rápidos empeñones hasta que finalmente se corrió en su interior.

Acababa de derrumbarse al lado de la mujer que aun estaba gimiendo quedamente cuando entro Sarkas, su guardaespaldas.

—Perdone que le interrumpa, señor, pero tenemos noticias del fugitivo.

Skull

Estaba cagado de miedo, pero sin riesgo no había gloria. Su única oportunidad era negociar con Antaris su libertad y un poco de dinero para volver a comprar un bonito barco de pesca. No sabía hasta que punto deseaba Antaris atrapar a aquel hombre, pero si había llegado hasta allí, suponía que estaría dispuesto a pagar lo que fuera por atraparlo.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Antaris que le esperaba sentado al lado de un hediondo fuego en la chabola más grande de aquel poblacho.

—Ejem... Soy... Soy Skull. Era uno de sus esclavos. —respondió el pescador intentando parecer seguro de sí mismo.

—¿Y se puede saber que estás haciendo aquí y no tirando de una de mis plataformas?

—Bueno yo... estaba esposado a ese hombre... Albert... el esclavo que están buscando y cuando él escapó no tuve más remedio que acompañarle cuando aquella elfa le ayudó a escapar.

Antaris hizo un gesto de rabia cuando Skull se refirió a Dairiné, pero no dijo nada y le invitó con un ademán a que continuara.

—Bueno, el caso es que para cuando conseguimos librarnos de los grilletes era demasiado tarde, no podía hacer otra cosa; le seguí y me arrastró por medio continente. Hace un par de días nos interceptaron dos de tus hombres.

—Por lo que dijeron los hombres antes de que él los matara supimos que estabas aquí así que cuando pensé que por fin habían acabado mis miserias, Albert los atacó y los mató.

—¿Y tú no pudiste hacer nada para evitarlo? —le interrumpió Antaris.

—No soy tonto. No he visto jamás un guerrero tan diestro y con tanta determinación. Le he visto matar a un enorme dulga de los pantanos dejándose tragar por él y durante nuestro viaje por la meseta se alió con un gato onyx para cazar y asi conseguir comida. Fue con la ayuda de la fiera como se deshizo de tus hombres. No pude hacer nada por tus hombres, pero cuando rodeamos Sendar y hayamos un refugio aproveché un momento de despiste para noquearle y atarle.

—¿Me estás diciendo que lo has capturado? —dijo su amo achicando los ojos.

—Sí. —respondió Skull conteniendo una sonrisa de triunfo.

—¿Y dónde lo tienes? —inquirió Antaris inclinándose en el asiento.

—Está en lugar seguro...

—Ahora me dirás lo que quieres. —le interrumpió Antaris.

—Bueno. La verdad es que como esclavo nunca he sido nada del otro mundo. —Skull hablaba y se frotaba las manos nervioso— ¿Qué sería comparado con tener a Albert en tus manos? ¿Comparado con mi libertad y unos pocos soberanos para que empiece una nueva vida?

—Tienes  razón, no eres gran cosa. Pero es una cuestión de principios. Vosotros sois los únicos esclavos que habéis logrado escapar y eso no lo puedo pasar por alto. Así que vamos a hacer lo siguiente: Tú me vas a decir dónde escondes a ese cabrón y yo no te pelo como a una manzana.

—¡Pero señor! —suplicó— ¡No es justo!

—¡Sarkas!

El guardaespaldas sacó la daga y la acercó al ojo de Skull que se puso a temblar como una hoja.

—Ahora vas a llevar a mis hombres hasta Albert y quizás no te mate. ¿Qué te parece mi oferta? —dijo Antaris levantándose y abandonando la estancia antes de recibir una respuesta.

Albert

Una patada en el costado lo despertó. Mareado y dolorido se irguió ayudado por dos hombres que vestían el uniforme de la guardia de Antaris. Intentó forcejear, pero tenía las manos atadas a la espalda y un par de puñetazos en la boca del estómago le dejaron arrodillado en la nieve, boqueando, intentando coger aire.

—¡Vamos, hijo de puta! —le gritó uno de los hombres— Te voy a hacer pagar cada minuto que me has hecho pasar en este estercolero.

Un par de patadas y unos nuevos empujones le obligaron a incorporarse de nuevo. Uno de los hombres de Antaris le pasó un cordón de cuero con un lazo corredizo por el cuello y tirando de él le obligó a ponerse en movimiento.

Con la nieve azotando su rostro comenzaron a trotar en dirección a Sendar. Cada vez que se retrasaba, el soldado tiraba del cordón estrangulándolo y su compañero le daba un golpe en la espalda con el plano de su espada.

Tras unos minutos su mente se desentumeció un tanto y se preguntó qué demonios había pasado. Poco a poco los recuerdos emergieron de entre las punzadas de dolor y recordó cómo se asomaba para llamar a Skull y como este levantaba algo en la mano y lo descargaba contra su sien.

Aquel hombre le había vendido. —pensó desalentado— ¡Habían estado tan cerca! Si hubiesen logrado dejar la tormenta atrás, nada les  habría impedido llegar al río Brock y de allí a la libertad. Lo que más le dolía es que todo aquello era inútil. Antaris jamás dejaría escapar al pescador. Para él, que dos esclavos escapasen era una afrenta a su prestigio. No sabía que pretendía Skull, pero estaba seguro de que Antaris le habría negado cualquier petición y le había torturado hasta conseguir que le dijese dónde estaba su escondite.

Tras cuatro horas de carrera en la nieve llegaron a Sendar. Un pequeño villorrio de apenas un centenar de casas bajas de aspecto endeble. Sin hacer caso de las miradas curiosas de sus habitantes, los hombres de Antaris le guiaron hasta un edificio un poco más grande que los demás y lo metieron en él de un empujón.

En cuanto entraron en él, un golpe detrás de las rodillas le obligó a hincar las mismas en el suelo. Ante él estaba Antaris, de pie, mirándole con una sonrisa complacida.

Albert le sostuvo la mirada imperturbable. Sabía que estaba en sus manos, pero no pensaba bajar la cabeza. Estaba decidido a no suplicar por su vida. Estaba convencido de que nada de lo que dijese convencería a aquel cabrón de que no le matase.

—Eres el primer esclavo que se me escapa. Has llegado lejos. Pero os conozco a todos. Ninguna rata escapa de mí por mucho tiempo. —dijo empuñando la porra que colgaba de su muñeca y dándole con ella en la mandíbula.

Antaris era un torturador experimentado. El golpe había sido calculado para producir el máximo daño posible sin que su víctima perdiese la conciencia. Albert sintió como todos sus dientes bailaban y el sabor metálico de la sangre se extendía por su boca.

El golpe le hizo volver la cabeza a la derecha y descubrió un bulto gimiente encogido al lado de la pared. Era Skull; había sido salvajemente apaleado.

—Míralo bien. Cuando acabe contigo, a tu lado él parecerá en plena forma. —dijo Antaris.

Albert apartó la mirada del moribundo pescador y miró a su captor de nuevo antes de soltar un gargajo sanguinolento a sus pies.

—Eres un tipo admirable. Es una lástima no haber descubierto antes tus dotes, Skull me ha contado todas vuestras aventuras. Hubieses sido un gran fichaje para mi guardia personal.

—Antes muerto. —replicó él con la voz cargada de desprecio.

—Eso es lo que tú quieres. Pero esos no son mis planes. A mí nadie me toca los cojones. Te tengo un buen destino reservado. Dentro de poco  desearás morir mil veces. —dijo Antaris— No lejos de aquí hay unas minas de sal. Un sitio más que apropiado para ti. Si consigues sobrevivir al brutal trabajo de picar sal gema a cincuenta o sesenta grados de temperatura, no tardaras en quedarte ciego por la acción corrosiva del salitre en tus ojos. Y aun así eso no impedirá que sigas trabajando. En la oscuridad no son necesarios los ojos.

Antaris

Aquel cabrón en ningún momento parecía intimidado. Es más, después de revelarle su futuro, río con ganas.

—¿Qué es lo que he dicho que te resulta tan gracioso?

—Puedes hacerme todo lo que quieras, ¿Sabes por qué? Porque ya no puedes hacerme daño. Cada vez que lo hagas recordaré que la única esclava que realmente querías recuperar está fuera de tu alcance.

Aquellas palabras se le clavaron como puñaladas. Aquel hijo de puta sabía donde pegar. Dairiné nunca volvería y aquel esclavo tenía la culpa. Una ira ciega le inundó. Quería apalearlo. No, quería matarlo.

Aunque sabía que era eso precisamente lo que el esclavo quería no pudo contenerse y le dio un porrazo en la cabeza con todas sus fuerzas. El hombre cayó semiinconsciente en el suelo y  se hizo un ovillo mientras Antaris seguía  pegándole una y otra vez ante la mirada asustada de  sus   guardaespaldas.

Ray deseaba empezar inmediatamente con la segunda parte, pero sabía que debía estar descansado, así que dejó el libro y se tumbó boca arriba en el catre. Aun no dormido del todo se imaginó cómo se las arreglaría en un mundo tan brutal. Matando únicamente con sus manos. Por supuesto que había recibido instrucción de combate cuerpo a cuerpo, pero en toda su carrera jamás había matado a nadie tan de cerca.

Ni siquiera cuando rescataron a Amín Abdallah había logrado sentir algo parecido ya que los sistemas de visión nocturna hacían que todo estuviese envuelto en una atmósfera verdosa e irreal, como la de un videojuego.

Se preguntó qué pensaría Oliva de todo aquello. La vio estirarse e intentar ponerse cómoda mientras testeaba todos los sistemas. El incidente del adolescente le venía una y otra vez a la cabeza. Su intuición le decía que probablemente ella se desenvolvería mejor que él en un lugar como aquel.

Recordando la sensación de ansiedad que había sufrido la primera vez que había leído el libro al llegar a ese punto de la historia se quedó dormido.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar