Las colinas de Komor XVI

Según el mapa se estaban acercando a Sendar. Allí esperaba encontrar una techo donde acogerse y descansar unos días, pero las nubes parecían cada vez más espesas y amenazadoras y un viento helado, procedente del norte, les animó a apretar el paso buscando una de las paradas de la caravana para refugiarse.

XVI

Ray se despertó con las primeras luces del día. Se vistió rápidamente y tras mandar a Oliva a la cama la sustituyó ante los monitores. Al parecer aquel día la doctora no tenía demasiado que hacer aquella mañana y le llamó para avisarle de que iba a salir a correr.

Cumpliendo con el trato se puso unos pantalones cortos y una camiseta y con solo una pistola y la radio salió para reunirse con la doctora.

—Buenos días, Ray.

—Doctora Tenard. —saludó escuetamente mientras se ponían en marcha.

El sol era una bola anaranjada que empezaba a asomar entre las cumbres nevadas del Hindú Kush. A pesar de estar en pleno verano, la altura y la cercanía del río le daban un ambiente fresco que les permitió disfrutar de la carrera. Esta vez no hubo competición y ambos se limitaron a disfrutar del ejercicio en silencio. Dejó a la doctora la iniciativa y él se quedó un paso por detrás para poder seguir sus movimientos.

El recorrido fue más sencillo en esa ocasión. Fueron por la orilla del río unos tres kilómetros hasta que se cerró el valle y luego giró a la derecha y se internó en un sendero que caracoleaba entre dos lomas bajas y acababa en una carretera de tierra que llevaba al pueblo. En total cuando volvieron habían hecho poco más de ocho kilómetros para volver de nuevo a la tienda de la doctora.

—¿Cómo eres la única que sale a correr? —preguntó él mientras hacía unos estiramientos.

—La gran mayoría hace ejercicio en el gimnasio de rehabilitación, pero a mí eso no me va, necesito respirar aire puro. —respondió ella— Odio los gimnasios el ambiente cálido y húmedo y el olor a calcetín sudado.

El también odiaba los espacios cerrados y hacer ejercicio en un lugar con el aire tan puro era un lujo difícil de ignorar. En el fondo, a pesar de que no le resultaba práctico, tenía que estar de acuerdo con ella y hasta estuvo a punto de asentir dándole la razón.

Después de que Tenard le diese el programa del día, Ray se despidió y subió al campamento a ducharse.

Pasó el resto de la mañana haciendo el papeleo de la entrega de la camioneta y montando un pequeño cobertizo para que el vehículo no recibiese directamente los rayos del sol. Comió con Oliva en un incómodo silencio y se tumbó con el catre a esperar. Al parecer los viernes, al ser el día santo de los musulmanes, la doctora prefería hacer las consultas al atardecer para no interrumpir las oraciones de los habitantes del lugar.

Como ya había hecho todo el trabajo y le había enviado el informe diario al sargento Hawkins, abrió el libro y se puso a leer.

Capítulo 19. Tormenta de verano

Albert

Se encontraba de nuevo en el bosque, en un claro iluminado por la luz de la luna. Ella estaba de nuevo con su cuerpo desnudo y sinuoso apretado contra él. Acarició su cabello plateado y lo observó resplandecer a la luz de la luna, era la cosa más hermosa que había visto jamás. Bajo la vista  y observó el mismo fulgor iluminando su pubis.

Atraído irremediablemente alargó la mano y rozó la mata de pelo con suavidad. Dairiné se removió y gimió en sueños. Quería dejarla dormir en paz, pero no podía, no quería. Deshaciéndose de su abrazo la tumbó boca arriba y besó con suavidad su vientre terso y oscuro. Dairiné gimió en sueños pero no despertó. Sus besos siguieron las curva de sus caderas sus muslos y sus pantorrillas. Levantó una de sus piernas mordisqueó embelesado los finos y delgados dedos de sus pies.

—Oh, Albert, ahora no. Por favor. Tengo sueño. —se quejó Dairiné aun adormilada.

Sus súplicas no sirvieron de nada. El ya estaba empalmado y sufría una intensa necesidad que solo la elfa podía saciar. Sin hacerla caso separó las piernas de la elfa y acarició su pubis hasta que este se hinchó y se abrió mostrando su clítoris como si fuese el pistilo de una flor.

Sin poder evitarlo se dejó llevar por el perfume que exhalaba, acercó su boca y lo acarició con suavidad, deseando saborear el néctar que escapaba de su sexo.

Dairiné gimió y se retorció intentando resistirse, pero no tardó mucho tiempo en rendirse. Albert estaba tan excitado que no podía contenerse más. Con suavidad se tumbó encima de ella.

La joven elfa lo abrazó y dejó que le acariciase los pechos, el cuello, el contorno de su mandíbula...

Tan ansiosa como él, Dairiné le cogió la polla y jugó con ella estrujándola con suavidad, mientras le miraba con los ojos brillantes de deseo.

Sin necesidad de hablar, ambos supieron que era el momento. Albert apartó las caderas los suficiente para que ella pudiese guiar la polla a su sexo.

Se dejó caer, hincándole su miembro con fuerza hasta el fondo de su ser. Dairiné gritó sorprendida y se agarró a él esperando una tanda de abrumadores empujones que no se hicieron esperar.

Agarrándola por las caderas la penetró con intensidad, dejándose llevar por el deseo y ahogando los gemidos de la elfa con sus besos. Cerró los ojos disfrutando de aquella húmeda estrechez abrazando su pene y se irguió. A punto de correrse, hincó los dedos en los muslos de la elfa y abrió los ojos... quería ver su polla entrar y salir de aquel cuerpo ardiente...

La visión de Baracca, su cuerpo extremadamente pálido, con la piel reblandecida por el prolongado contacto con el agua salada y una enorme herida en el costado de la que manaba un espeso líquido oscuro, le despertó instantáneamente. Ahogando un grito se irguió hasta quedarse sentado sobre el improvisado jergón de hierba seca y suspiró acosado por la mezcla de terror y culpabilidad y con una frase rebotando en su cabeza. ¡Cuidado con el cabeza del pescado! ¡Cuidado con el cabeza del pescado!

Aun mareado y desorientado, intentó interpretar aquella idea. ¿Era un mensaje que le enviaba Baracca desde el más allá para advertirle de algún peligro o simplemente trataba de recordarle que mientras él estaba vivo ella permanecía olvidada en el fondo del mar siendo pasto de los peces? ¿Qué significaba? Lo más obvio era que desconfiase e Skull, pero no se le ocurría como el pescador podría hacerle daño.

Seguramente solo fuera aquel aire tan ralo el que provocaba aquellos sueños sin sentido. Aun así tenía el aroma de la elfa en su boca haciendo que le pareciese aun más real.

Más despejado se levantó y miró a su alrededor. Aun era demasiado pronto para partir. El sol aun no había salido y solo una fina línea de luz que se adivinaba en el horizonte del este, le indicaba la cercanía del amanecer. Miró al cielo y observó con disgusto unas nubes pálidas y pesadas que empezaban a arremolinarse en el cielo. Las miró con una mezcla de curiosidad y desazón hasta que un movimiento furtivo a su derecha desvió su atención.

Aparentando no hacer caso deslizó la mano bajo la capa elfa y sacó la daga preparado para repeler cualquier ataque.

En cuanto vio la suave y larga cola del gato ónyx se relajó. El joven felino se había vuelto más confiado y se acercaba cada vez más. Sin apartar los ojos del último lugar donde le había visto cogió un hueso de antílope y se lo lanzó.

El gatazo lo atrapó en el aire y se puso a jugar con él. Aun era un cachorro y no podía evitarlo. Mientras el animal lanzaba el hueso al aire y lo golpeaba con las zarpas, lo observó con más detenimiento.

Era un macho formidable. A pesar de su juventud ya medía casi tres metros de largo. Su pelaje tupido y oscuro con unas  casi invisibles manchas  un poco más claras, le protegía de las frías noches de la meseta. Pero lo más impresionante eran sus ojos color ámbar, grandes y con la pupila vertical que le daban una expresión astuta a su rostro.

—Dicen que los ónyx de la meseta son los más grandes y fieros de todos. —susurró Skull a su oído— En invierno su pelaje cambia de color y se vuelven totalmente blancos, haciéndolos invisibles entre la nieve y el hielo.

—Es un animal espléndido. —dijo Albert con admiración— Mira esa musculatura, y esos caninos, serían capaces de atravesarte de parte a parte.

—Por eso precisamente no me gusta verlo retozar a pocos metros de nosotros. ¿No deberíamos deshacernos de él? —le preguntó el pescador.

—¡Bah! Míralo. Si quisiese matarnos ya lo habría hecho. Es un bicho listo. Se ha asociado conmigo y en un par de días ha aprendido a interpretar mis movimientos. A la hora de cazar somos uno. —replicó convencido.

El pescador no pudo evitar un escalofrío, pero no dijo nada. Estaba claro que aquel bicho no le gustaba, pero no tenía elección y le encantaba comer carne fresca todos los días así que trató de ignorar al felino e hizo el petate.

En cuanto comenzaron a caminar, el gato desapareció de la vista, pero su olor almizclado delataba su cercanía. Según el mapa se estaban acercando a Sendar. Allí esperaba encontrar una techo donde acogerse y descansar unos días, pero las nubes parecían cada vez más espesas y amenazadoras y un viento helado, procedente del norte, les animó a apretar el paso buscando una de las paradas de la caravana para refugiarse.

El viento al darles en la espalda les ayudó a avanzar aun más rápido, pero eso no evitó que la nieve empezase a caer con fuerza justo cuando la ruinosa edificación de la posta se adivinaba un par de millas más allá.

El último tramo lo hicieron a la carrera. Empujados por el viento y cegados por la nieve corrieron como locos hasta que llegaron al refugio. Entraron como una tromba por un portal que aun se mantenía en píe y se sacudieron la nieve entre risas.

—Una leve tormenta veraniega. —dijo Skull apartando la nieve de los ojos.

—¡Alto! —les sorprendió una voz a sus espaldas.

Capítulo 20. Aliado inesperado

Albert

Cuando se dieron la vuelta y vieron a dos hombres con el uniforme de los vigilantes de  Antaris apuntándoles con sendas ballestas, se le cayó el alma a los pies. Aun así mantuvo la calma y levantó las manos intentando fingir que era un tipo inofensivo.

—¿Quienes sois y de donde venís? —le interpeló el más alto.

—Somos cazadores. Nos dirigíamos a Sendar para unirnos a una expedición en busca de pieles. —se apresuró a contestar antes de que Skull dijese alguna estupidez— Dicen que pagan muy bien. —añadió simulando nerviosismo.

En ese momento, detrás de ellos surgió un hombre bajo y de rostro curtido, obviamente un nativo de Sendar. La pluma de buitre que atravesaba una de sus orejas y el ojo que tenía tatuado en su frente lo identificaban como un chamán.

El hombre gruñó y respaldado por los dos guardianes se acercó a Albert.

—¿Eres un bárbaro? —preguntó el chamán con un acento levemente chirriante.

—Semibárbaro. Mi madre era una mujer de Juntz raptada por unos piratas y vendida como esclava en Haabort. —respondió consciente de que una mentira a medias era mejor que una mentira total.

—Mmm eso podría explicarlo... ¿Y él?

—Es mi hermanastro. Mi madre llegó embarazada a este continente y estaba tan adelantada que mi padre no se atrevió a hacerla abortar.

—Una historia enrevesada, pero podría ser verdadera. De todas formas pronto sabremos si esos tatuajes no esconden nada más.

El chamán se inclinó un instante y comenzó a cantar. El tono chirriante de su voz aumentó mientras canturreaba un antiguo hechizo.

Casi inmediatamente notó como la piel de su frente comenzaba a picarle justo donde tenía el tatuaje que le marcaba como esclavo. No había salida, aquel pequeño cabrón iba a descubrirle. Reaccionando por instinto agarró al tipo y sacando la daga del cinto la acercó al cuello del chamán.

El movimiento fue tan rápido que cuando los soldados quisieron reaccionar ya tenía al chamán bajo control. El hombrecillo había callado y procuraba mantener  la calma.

—Si abres la boca otra vez, te mató. —le dijo mientras retrocedía un par de pasos y dejaba que Skull se pusiese a su espalda.

Los guardianes indecisos levantaron las ballestas y apuntaron con gesto serio.

—Vosotros, no quiero haceros daño. Lo único que tenéis que hacer es dejar ahí las ballestas e iros. No os perseguiré. Si no lo hacéis, lo mataré.

El tipo grande, el que parecía llevar la voz cantante sonrió malignamente y antes de que Albert pudiese decir algo más metió un virote en el cerebro del hombrecillo.

—Ahora, tira esa daga y levanta las manos. —dijo el asesino recargando la ballesta mientras el más pequeño lo apuntaba a la cabeza.

El soldado terminó de colocar un nuevo virote en la ballesta y volvió a apuntarle, esperando  pacientemente a que Albert se convenciese de que no tenía salida.

—Vamos, dame una excusa. Tengo órdenes de devolverte vivo a Antaris, pero la verdad, con el tiempo que hace, prefiero arrastrar tu cadáver así que no me tientes. —dijo el hombre indicando con la ballesta a Skull que saliese de detrás de Albert.

Sabía que no tenía elección, su única baza de negociación estaba agonizando a sus pies. Lentamente, dejó caer la daga y levantó las manos. Con rapidez y eficiencia el más pequeño de los vigilantes se acercó y ató a ambos las manos a la espalda.

—Me gustaría pasar aquí la noche, pero por lo que dijo el chamán estas tormentas de verano suelen durar tres o cuatro días y estamos demasiado cerca de Sendar. No quiero estar en este cochino agujero tres días en vuestra compañía, congelándome las pelotas, así que en marcha. Además, Antaris está ansioso por verte. —apostilló su captor con una sonrisa maligna— No sé qué le has hecho, pero no me gustaría estar en tu pellejo. Nunca lo había visto de tan mal humor.

Fuera, el viento había amainado bastante. Aunque la nieve caía mansamente, era tan copiosa que apenas se podía ver más de cinco pasos de distancia. Sin embargo los secuaces de Antaris no tuvieron problemas para seguir el camino marcado por los altos mojones que los antiguos habían dispuesto precisamente para ocasiones como aquellas.

Albert estaba desesperado. Después de tantos esfuerzos volvía a estar en manos de aquel cabrón. Antaris se vengaría, pero no le quería muerto. Si no, hubiese dado la orden inmediatamente. Mientras lo guiaban a golpe de ballesta en la espalda se juró que jamás dejaría de intentar librarse del yugo de aquel hijo de puta.

Apenas habían recorrido media milla cuando una sombra, justo en el límite de la visión pasó por delante del grupo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó nervioso el más bajo de los guardias.

—No sé. —respondió Albert— Quizás sea el espíritu del chamán, no muy contento con el trato que le habéis dado.

—Calla, cabrón. —dijo el más alto con voz nerviosa enarbolando la ballesta para darle un culatazo y terminar con la conversación.

En ese momento, surgiendo de la nada y lanzando un rugido que les heló la sangre, el ónyx se lanzó sobre ellos. Con dos saltos llegó hasta el guardia que con la ballesta en alto no tuvo oportunidad de apuntar. El gato le arrancó la mitad del cuello de un zarpazo haciendo que un chorro de sangre arterial tiñese de rojo la capa de nieve que estaba acumulándose en el suelo.

El soldado restante actuó con sorprendente sangre fría y desenvainó la daga justo cuando la fiera se le echaba encima. El ónyx no dudó y le clavó los enormes caninos en el hombro. Los dos esclavos oyeron con un escalofrío como todo la articulación crujía.

El hombre gritó y se estremeció a punto de perder el conocimiento, pero antes de hacerlo hundió la daga en el costado del felino hasta la empuñadura.

El ónyx soltó un gañido y se alejó de un salto dejando un reguero de sangre a su paso.

Albert se movió con rapidez y tras arrearle una patada a la cabeza del guardián semiinconsciente, le arrebató la daga de las manos, se deshizo de las ataduras y desató a su amigo. No tenían elección, tenían que moverse rápido. Usar la tormenta para rodear Sendar era su mejor oportunidad porque en cuanto esta amainase y Antaris no recibiese noticias de aquel equipo, se imaginaría lo que había pasado. Para cuando eso ocurriese tenían que estar muy lejos.

Apresuradamente recogieron sus cosas y se pusieron en camino en medio de la nieve que se obstinaba en  cegarles y entorpecía su avance hasta el punto de hacer el avance casi imposible.

No habían recorrido más de cien pasos cuando una sombra tambaleante se les aproximó por la izquierda. Era el ónyx. Respirando dificultosamente y echando sangre por el hocico se les acercó. Skull dio un paso atrás con el arco preparado para disparar al animal a la primera señal de peligro.

Arrastrando la panza dio unos pocos pasos más en dirección a Albert y se tumbó exhausto. La visión de aquel pobre animal, con la vida escapándosele a borbotones de la terrible herida que tenía en el costado, le desgarró el alma.

No lo pudo evitar. Con movimientos lentos y tranquilos se acercó al animal y se agachó ante él. La nieve había empezado a cubrir su costado dejando solo a la vista el fino reguero de sangre humeante que escapaba de la herida.

Albert acarició su cabezota con suavidad. El animal soltó un leve maullido y le miró con aquellos ojos ambarinos con vetas verdosas. Su mirada expresaba sufrimiento, pero también confianza. El felino se moría, podía sentirlo y él también lo sentía.  Lo único que podía hacer por él era acortar su sufrimiento.

Detestaba hacer aquello. Por un momento deseó que aquel pobre bicho no se hubiese entrometido en la pelea, que hubiese vivido muchos años en libertad, disfrutando de aquellos ilimitados horizontes.

Con un gesto de dolor acarició de nuevo la cabeza y el cuello del gatazo antes de clavarle la daga en el corazón. El animal ni siquiera intentó defenderse y con un gesto de alivio quedó exánime.

Aturdido se incorporó y se acercó a Skull que por fin se había relajado.

—Está mejor muerto. —dijo Skull— No terminaba de fiarme de ese bicho.

—Ese bicho te ha dado de comer durante toda la travesía.

—Y podría seguir haciéndolo. —replicó Skull— Esa piel es muy valiosa.

—Si le tocas un pelo a ese bicho te mato. —siseó Albert dándole la espalda al pescador y poniéndose de nuevo en marcha.

Skull

Cada vez se fiaba menos de aquel hombre. Desde que habían abandonado el bosque de Dairiné no habían hecho más que pasar penalidades y habían estado a punto de caer de nuevo en manos de Antaris.

Cada vez que lo pensaba más convencido estaba de que habían cometido un error abandonando el Macizo de los Elfos. Si no se hubiese ido, ahora mismo se estaría llenando la barriga con deliciosas frutas y follándose aquellas elfas tan hermosas y esbeltas.

Y para colofón aquella mirada de ira profunda que le había lanzado Albert cuando sugirió despellejar al animal casi le hizo mearse encima. Solo había tratado de ser práctico. ¿Qué diferencia había entre que despellejasen ellos al ónyx o que lo  hiciesen los buitres? No entendía a aquel hombre y eso lo hacía peligroso.

Consciente de que no tenía alternativa, cogió sus cosas y lo siguió. Continuaron avanzando en medio de la tormenta siguiendo los mojones. El frío, que les azotaba el rostro y se colaba por las rendijas de su ropa, se hizo aun más insoportable cuando empezaron a divisar las luces de Sendar. A aquellas alturas aquellas chabolas ruinosas que apestaban a estiércol de baur le parecían palacios cálidos y acogedores.

Cuando llegaron a media milla del villorrio se desviaron y dejándolo a la derecha empezaron a rodearlo lo más cerca que se atrevieron para poder volver al camino en cuanto la rebasasen y no perderse.

La nieve era más espesa en aquella zona y al salirse del camino topaban constantemente con rocas y neveros. Estaba harto de huir, estaba harto de aquel frío, estaba harto de Albert.

Albert

No debería haber sido tan cortante. Skull no tenía la culpa de la muerte del felino y solo había intentado ser práctico. Estuvo a punto de disculparse. pero sin saber muy bien por qué, no lo hizo.

Continuaron andando y tropezando en la nieve, que ya les llegaba por las pantorrillas y a pesar de las dificultades a media tarde ya habían sobrepasado Sendar. Pararon apenas unos instantes para comer algo y anduvieron una milla más campo a través antes de volver al camino.

Aquella parte del trayecto estaba mucho más transitada y la nieve había sido pisoteada y apisonada, haciendo que el avance fuera más sencillo. Apretó el paso, con Skull jadeando y murmurando por lo bajo tras él, alerta para no llevarse ninguna sorpresa.

Finalmente, ya cerca del anochecer, cuando pensó que tendrían que pasar la noche al raso entre la nieve divisaron unas sombras a su izquierda. Con alivio se dirigió hacia allí descubriendo  un gran afloramiento de rocas. Tras examinarlo no tardó en encontrar una pequeña caverna. Entró para echarle un vistazo. Estaba seca y había espacio suficiente para los dos y una buena hoguera.

Satisfecho, se asomó para darle la buena noticia al pescador y en ese momento sintió un agudo dolor en su cabeza y todo se volvió negro.

Ray dejó el libro y escondiendo la automática debajo de la camiseta bajó al dispensario. Los habitantes de la zona ya estaban haciendo cola ordenadamente a la puerta del barracón. Se sentó en un par de cajas y esta vez se contentó con observar la puesta de sol.

Maravillado siguió la trayectoria del sol ocultándose en las montañas del oeste y transformando el color del cielo de un azul índigo, al púrpura, cada vez más violáceo a medida que la luz disminuía.

Cuando el sol desapareció, echó la cabeza un poco más hacia atrás y recorrió el firmamento con la mirada. El brillo de las estrellas y su aparente inmutabilidad le hizo sentirse de nuevo en Montana. Estaba tan absorto que no se dio cuenta del chico que se le acercaba hasta que este le preguntó:

—¿Tú conoces las estrellas?

—Sí, algunas. —respondió él conteniendo el reflejo de echar la mano a la pistola.

—¿Cuál es esa? —preguntó el chico con un inglés vacilante, señalando uno de los astros más brillantes.

El chico debía aparentar entre nueve y once años. Era muy delgado y tenía unos ojos grandes y negros que lo miraban todo con curiosidad. Vestía una túnica y unos pantalones tan polvorientos  que no podía distinguir su color original.

Una mujer de la cola, temerosa, hizo el amago de acercarse para apartar el chico, pero Ray le hizo una seña para tranquilizarla y respondió la pregunta del chico.

—Esa no es una estrella. ¿Ves alguna diferencia entre ella y las que le rodean?

—No... Espera, sí. —contestó el chico excitado, mientras buscaba la palabra— Esa estrella no... brilla,  no brilla... brilla, no brilla.

—La palabra es parpadear. —asintió Ray divertido— Es cierto. Si no parpadea quiere decir que es un objeto que no emite luz sino que la refleja. Como la luna. Ese astro es Marte.

—¡Ahh! —exclamó el chico abriendo mucho los ojos.

—¿Cómo te llamas?

—Tarik.

—Yo soy Ray. —dijo él apretando la mano del muchacho.

—En la madrasa, el profesor dice que las estrellas son obra de Alá.

—Eso no lo sé. Quizás tenga razón. —replicó Ray encogiéndose de hombros— Lo que sé es que están ahí para indicarte el camino.

—¿El camino a dónde?

—A donde quieras ir. Ves esa brillante de ahí. —señaló Ray la estrella polar— Esa te indica cual es el norte. Sabiendo cual es el norte, con un mapa te puedes orientar e ir a donde desees.

El chico miró en la dirección que apuntaba el dedo del soldado y se quedó pensando, sumido en unas reflexiones aparentemente tan hondas que Ray no pudo evitar sonreír.

—Para poder orientarnos con ella tendría que señalar el norte en todos los sitios. ¿Cómo es posible que la misma estrella señale el norte aquí y en América? —le sorprendió Tarik.

—Imagínate que estas mirando a la copa de un árbol. Si giras alrededor del árbol la copa del árbol sigue en el mismo sitio. El polo Norte está en el eje de rotación de la tierra, es como si fuese el tronco del árbol y la estrella polar sería la copa. —explicó él no muy convencido de que el chico le entendiese.

Tarik asintió y pareció darse por satisfecho. Ray suspiró aliviado. Lo suyo no era la enseñanza. Ni siquiera estaba seguro de que lo que le había explicado al chico fuese del todo cierto. En ese momento la doctora Tenard salió de la tienda y llamó a la madre de Tarik. El chico se despidió y fue corriendo con su madre. Él le siguió con la mirada hasta que sus ojos se cruzaron con la doctora que le miraba con curiosidad.

Al notar que la había descubierto, la doctora apartó inmediatamente la vista y se metió tras ellos en la tienda mientras él volvía la mirada hacia el cielo.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar