Las colinas de Komor XV

En cuanto se alejó un par de metros, el gato volvió a aparecer, le miró y rugió de nuevo, enseñándole unos enormes colmillos y saltando por encima de la presa para interponerse entre Albert y ella...

XV

Cuando entró en la tienda, Oliva sentada frente a los monitores, no le hizo caso.

—¿Alguna novedad? —preguntó.

—Ha llamado Hawkins y me ha confirmado que nos traerán la camioneta esta misma noche. Al parecer la CIA tiene unas cuantas para moverse por Kabul con discreción. —respondió ella con frialdad.

—¡Qué rápidos! ¿Algo más? —preguntó de nuevo quitándose la ropa y preparando la ducha de campaña.

Oliva siguió mirando al monitor sin responder. Con su silencio  hizo patente su enfado. Podía imaginarse la causa.  Finalmente se volvió y mirándole a los ojos le preguntó enfadada:

—Te he visto, has estado leyendo sin mí.

—No me digas que me vas a montar un pollo por haber leído un rato. Me estaba aburriendo y me pareció buena idea. —respondió ocultando sus verdaderas intenciones.

—Eres un gilipollas. Haz lo que quieras. Puedes meterte el libro por el culo si quieres. —replicó ella volviendo su vista hacia los monitores.

Con un suspiro de alivio se dirigió a la ducha. No era una forma muy valiente de quitársela de encima, pero sentía que tenía que dejar de pensar en ella. Cuando cogió el libro no había pensado demasiado en las consecuencias, pero ahora mientras el agua le refrescaba no podía evitar sentirse aliviado.

Una vez se hubo librado de la capa de polvo y sudor que cubría su cuerpo volvió a entrar en la tienda y  se tumbó un rato en el catre después de decirle a Oliva que había llegado a un trato con la doctora y que no sería necesario mantener una vigilancia estrecha durante las horas centrales del día. A partir de aquel momento le dejarían la tarea a los sensores y solo intensificarían la vigilancia por la noche cuando los ataques eran más probables.

—¿Es por esa doctora?

—¿El qué?

—Os he visto salir a correr, he visto como la mirabas el culo.

—Esa mujer no me tocaría ni con un palo. De todas maneras creí que esas cosas no te importaban.

—Eso no es responder a mi pregunta. Seguro que estas deseando arrancarle los pantalones a mordiscos y follarte ese culo gordo y blando. Allá tú. —dijo dando por terminada la conversación.

Como no tenía ganas de discutir abrió el libro y comenzó  a leer de nuevo, esta vez solo para sí mismo.

Capítulo 18. Por encima de las nubes

Se pusieron en marcha tan pronto como salió el sol. Sin pararse a desayunar fueron mascando los restos de hígado que habían sobrado de la cena acompañados por galletas de los elfos. El primer tramo hasta la base de la pared fue bastante cómodo, pero enseguida se dieron cuenta de la dificultad de aquella ruta.

La estrecha vereda caracoleaba por aquella pared, cada vez más empinada, dando vueltas y revueltas, haciendo el ascenso largo y lento. Además, la falta de uso se hacía notar y la superficie estaba cuarteada por las lluvias y en ocasiones interrumpida por desprendimientos.

Poco a poco Albert empezó a notar como las pantorrillas se le agarrotaban y todo empezaba a pesarles. Afortunadamente el tiempo era espléndido y cuando hubieron subido unos cientos de metros por la pared una suave brisa refrescó sus cuerpos recalentados por esfuerzo.

Al mediodía hicieron un descanso. El rostro de Skull estaba congestionado y jadeaba debido al esfuerzo. Tomaron un buen trago de agua y comieron algo. Cuando se asomaron hacia abajo y vieron lo poco que habían avanzado se sintieron un poco deprimidos.

Mientras retomaban el camino a paso cansino, Albert se preguntó si logarían llegar hasta arriba. Por lo que habían avanzado, calculó que tardarían al menos tres días en subir hasta el lugar donde la empinada cuesta desaparecía entre las nubes. La comida no era problema, pero no tenían recipientes suficientemente grandes para el agua. Solo tenían un odre y un par de cantimploras y aquel lugar pedregoso y árido no parecía tener mucha agua.

Estaba preguntándose cómo se las arreglaban las antiguas caravanas para subir por allí y abastecer a sus animales. La respuesta apareció más adelante. Justo cuando empezaba a anochecer, tras una última curva, notaron que el camino empezaba a ensancharse, hasta que unos cientos de pasos más allá alguien había cavado en la roca una gran explanada, lo suficientemente grande y plana como  para acoger a un campamento mediano.

—Por los dioses, no me imagino lo que les habrá costado hacer esto. Con la piedra que sacaron de aquí se podrían haber construido varios templos. —dijo Skull apresurándose a recoger algunos arbustos resinosos que crecían por los alrededores para hacer una fogata y poder descansar.

—Debieron construir estos descansos a lo largo de la subida para poder reunir a las caravanas por la noche y poder descansar y permitir que las caravanas que subían pudiesen cruzarse con las que bajaban. —dijo Albert acercándose a la pared.

Inspeccionó la pared más de cerca. Aun podía verse las marcas donde los picos habían mordido la ladera. Siguió la pared un poco más y en la penumbra pudo distinguir un par de grandes cavernas cavadas en la piedra.

Llamó a Skull, que se apresuró a acercarse y complacido por tener un techo bajo el que dormir se concentró en preparar un buen fuego.

La luz parpadeante de la fogata iluminó una estancia de buen tamaño y de la altura de una persona erguida. En uno de los laterales habían un largo abrevadero que llegaba hasta el exterior. Lo inspeccionó. Al parecer estaba alimentado por una cañería proveniente de encima del techo, probablemente alimentada por un depósito que se llenaba con el agua de la lluvia. Abrió la espita, pero no salió ni una gota. Seguramente el depósito estuviese averiado, o las tuberías atascadas por la falta de uso.

Soltando un taco le dio una patada al tubo y se acercó a la fogata. Resignándose decidió racionar el agua aunque en el fondo esperaba que en alguna de aquellas paradas encontrasen un abrevadero que aun tuviese algo de agua.

Cuando se levantaron al día siguiente todo el cuerpo les dolía hasta el punto de que tuvo que poner al pescador en pie y arrearle un par de buenos empujones para que se pusiese en marcha. Afortunadamente, poco a poco se fueron soltando los muslos y consiguieron avanzar a buen ritmo. En la siguiente revuelta pasaron por encima de la caverna y pudo ver que tal como había imaginado habían una gigantesca cisterna cavada en la roca y diseñada para recoger el agua de aquella parte de la ladera. Las décadas de abandono y una gran roca procedente de un desprendimiento habían acabado por destruir uno de los muros inutilizándola. Sin dejar de avanzar por la interminable cuesta observaron admirados las paredes pulidas y revocadas con algún tipo de masa resistente al agua.

Dejándola atrás continuaron a buen ritmo. En aquella parte del ascenso el desnivel no les pareció tan fuerte y avanzaron con tanta rapidez que llegaron a la siguiente parada mediada la tarde.

En cuanto llegaron. Lo primero que hizo Albert fue buscar la caverna y el abrevadero. Abrió la espita, pero en esta ocasión tampoco salió una gota de agua. Albert miro la cañería preocupado. Apenas les quedaba agua para un día más y eso racionándola cuidadosamente.

Cuando se lo comentó, Skull se limitó a contestar que los dioses no le hubiesen permitido llegar tan lejos solo para morir de sed en aquel sendero. Totalmente convencido le dijo que tarde o temprano encontrarían el dichoso agua y tras comer un nuevo bocado de carne de jabalí se tumbó dispuesto a dormir hasta la semana siguiente si Albert le hubiese dejado.

Él sin embargo, por propia experiencia Albert sabía lo caprichosos que podía llegar a ser los dioses y no podía evitar preocuparse. Se asomó al borde y observó el río. Desde allí arriba apenas era una larga cinta azul que se dirigía mansamente hacia el mar.

Miró al frente, haciendo visera con los ojos y pudo ver el Macizo de los Elfos justo enfrente. Una oleada de nostalgia lo invadió. Deseaba tener de  nuevo a su lado el cuerpo de Dairiné apretándose contra él. Deseaba acariciar sus pechos sus piernas deliciosamente torneadas. Deseaba hundir la cara en aquella melena plateada y fragante, besar su cuello y mordisquear sus puntiagudas orejas mientras hacían el amor.

Suspiró y se alejó del borde como si el dejar de tener a la vista aquel bosque milenario le ayudase a olvidarla, pero no funcionó. Aquella noche tuvo una serie de sueños en los que se entrelazaban los cuerpos desnudos de Nissa, Kondra, Baraca, Dairiné y otras amantes que había tenido a lo largo de su vida. Les hacía el amor con intensidad acariciando sus cuerpos, besando sus pechos, pero aun después de correrse y hacerlas disfrutar se seguía sintiendo insatisfecho y volvía a hundirse de nuevo entre aquellos cuerpos intentando inútilmente saciarse en ellos.

Cuando creyó que iba a estallar de frustración todas aquellas imágenes se diluyeron y se encontró en un campo, arando un prado con la ayuda de un viejo caballo mientras una mujer de pelo largo y castaño, vestida con ropa sencilla, le precedía tirando de la bestia por la brida y cantando  una canción.

La sensación de paz que emanaba la escena le hizo sentirse tan pleno como no lo había logrado con todas las escenas lujuriosas anteriores...

Cuando Skull le despertó estuvo a punto de pegarle. El sol y la brisa que ya corría algo más que fresca a aquella altura, alejaron de él aquella sensación y le devolvieron a la realidad.

Acompañado por el respetuoso silencio de Skull retomaron el camino. Cuando subieron por encima de la explanada pudieron ver con satisfacción que la cisterna estaba casi intacta, solo tenía una rotura en el borde que hacía de rebosadero. Probablemente las cañerías se habrían atascado por la falta de uso.

Bajando con precaución llegaron al borde y bebieron hasta saciarse antes de rellenar el odre y las cantimploras y continuar  el camino.

Tras otros dos días más llegaron a creer que aquel camino nunca acabaría y que más allá de las nubes que cada vez estaban más cerca, les esperaban los mismos dioses. Solo las aves rapaces, remontando en el aire como por arte de magia y las cabras saltando de roca en roca como funambulistas les indicaba que aun seguían en el mundo.

A esas alturas ambos empezaron a notar que el aire era más tenue y cualquier esfuerzo les costaba casi el doble. Cuando miraban hacia abajo, casi podían percibir como el horizonte se curvaba.

Tras un par de horas de caminata las piernas les pesaban como si fuesen de plomo y Albert se sentía tan torpe que en una ocasión, tras matar una cabra estuvo a punto de caer con ella al intentar cobrarla y tuvo que contentarse con verla resbalar ladera abajo hasta desaparecer.

El ascenso se hizo tan lento que tardaron casi el doble de lo que esperaban en llegar a la línea de nubes. En cuanto se adentraron en ella el ambiente se volvió frío y brumoso. Afortunadamente solo tuvieron que pasar una noche entre la niebla porque a la mañana siguiente se levantaron con los sacos cubiertos de una gruesa capa de escarcha.

Cuando al fin lograron emerger de las nubes, no tardaron en poner el pie en la meseta. Les pareció haber abandonado el planeta. Las nubes impedían ver el paisaje bajo ellos y por encima el cielo parecía totalmente limpio y el sol brillaba como no había visto jamás. El paisaje se había transformado en una inmensa llanura abierta, cubierta de hierba y salpicada de manadas de enormes animales. Pero lo que era increíble era el firmamento nocturno. Parecía que podías tocar las estrellas con las manos. La primera noche que pasaron al  raso en aquella llanura el pescador no pudo pegar ojo, observando y recorriendo con sus dedos las constelaciones.

Antaris

Aquel lugar era el peor en el que había estado con diferencia. Sendar era una poblacho inmundo, de apenas un par de cientos de chozas de madera y boñiga de buey de las nieves, que apestaban tanto por fuera como por dentro.

Por si fuera poco el aire era tan ralo en aquella altura que le costaba respirar y se sentía permanentemente mareado. Sus hombres le habían aconsejado descansar unos días a media subida desde el río Brock, pero no les había hecho caso y ahora se sentía morir. Solo le consolaba el pensar que todo aquello se lo haría pagar a aquel cabrón.

En cuanto llegaron a Sendar despachó batidores en todas las direcciones a pesar de estar casi seguro que el esclavo llegaría por la antigua senda de las caravanas. Colocó vigilancia en el acceso a Sendar y para estar seguro de que no escaparía contrató a un par de chamanes locales que con la ayuda de sus hombres les ordenó detener a todos las personas que tuviesen algún tipo de tatuaje en la cara y las inspeccionarían.

Con todo preparado para recibir a aquel esclavo, al fin pudo relajarse. Pensó en conseguir alguna mujer para hacer más amena la espera, pero  aquellos cuerpos bajos y rechonchos, sin apenas curvas, aquellas caras de narices grandes y chatas y el olor que despedían, una mezcla de excremento de cuadrúpedo y tocino rancio le disuadieron.

Albert

En cuanto se internaron en la meseta, el camino desapareció sustituido por un inmenso mar de hierba. La falta de uso había acabado por borrar todo huella de su presencia. Solo unos mojones de piedra de cinco metros de altura, que jalonaban el camino cada pocos centenares de metros señalaban la dirección de Sendar.

—¿Para qué crees que servirían? —preguntó Skull acercándose a uno de ellos e inspeccionando la columna de piedras erosionada por los elementos hasta borrar todos sus detalles originales y dejar en ella una vaga forma humana.

—Supongo que a esta altura son probables las tormentas y las nevadas fuera de la temporada invernal. Quizás sirviesen para señalar el camino cuando este se cubría por una capa de nieve y permitía a las caravanas seguir cubriendo la ruta hasta bien avanzado el otoño. —respondió Albert sin dejar de andar.

—No me imagino de dónde han tenido que traer esta piedra. —dijo Skull pateando un pequeño pedazo de columna desprendido por la acción del tiempo— Y con este aire debió de ser un esfuerzo terrible.

—Supongo que los beneficios de mantener la ruta abierta unos meses más al año lo compensaban.

—Sí, supongo. —asintió el pescador mientras trotaba detrás de Albert hasta alcanzarlo.

Con la única compañía de aquellos gigantes de piedra continuaron caminando. A pesar de que la Meseta era llana como un plato, el suelo arenoso y la falta de aire hacia que el avance fuese lento. Además todos los atardeceres se levantaba un fuerte viento que le lanzaba la arena a la cara obligándoles a parar y protegerse como podían.

Afortunadamente las paradas para las caravanas seguían jalonando el camino y aunque casi siempre estaban en ruinas, aun eran capaces de acogerles y protegerles del viento y de las heladas matutinas.

En cuanto el sol se adivinaba en el horizonte se ponían en marcha y caminaban todo el día haciendo descansos solo para comer algo. Tras tres días Skull empezó a dar señales de fatiga. El pescador había resistido más de lo que Albert esperaba, pero necesitaba un descanso así que cuando llegaron a una nueva parada de la caravana decidió parar un día entero y renovar las reservas de carne que empezaba a agotarse de nuevo.

Durante el viaje estuvo observando las manadas de animales que les rodeaban. Los bueyes de hielo y elefantes de las nieves se movían en apretadas formaciones mientras pastaban aquella hierba parda y fibrosa con una miríada de pájaros a su alrededor intentando capturar todos los insectos y pequeños roedores que espantaban con su presencia. Los antílopes mantenían las distancias y se solían mover en pequeños grupos normalmente en la hierba más corta, probablemente para poder ver con más facilidad la llegada de depredadores.

A pesar de que el arco que le habían regalado era bello y preciso, había sido diseñado para el bosque y no tenía un gran alcance, así que decidió que su única posibilidad era cazar por la noche. Durante todo el día se dedicó a descansar y a observar a un pequeño grupo de antílopes que se movía relativamente cerca de ellos, intentando buscar un animal más débil o que tendiese a separarse del resto.

En cuanto se hizo de noche salió en busca de los antílopes. Ayudado por la luz de la luna, avanzó en total silencio y se colocó cerca del grupo, a contraviento para no ser detectado. Tras unos minutos de espera, un pequeño antílope se alejó del grupo y se acercó a él. Albert levantó el arco preparado para atacar.

Buscando un ángulo mejor, para alcanzar al animal en el corazón dio un paso a la derecha, ese fue su error, el chasquido de una rama al romperse alertó a la presa que con un salto y un bufido salió a toda velocidad en dirección contraria. A pesar de que sabía que estaba todo perdido salió corriendo tras él soltando tacos.

En un par de cientos de metros tuvo que detenerse jadeante por la falta de aire. Estaba a punto de darse la vuelta, pero un rugido y un grito de agonía le hicieron cambiar de opinión. Haciendo un último esfuerzo echó de nuevo a correr en la dirección de donde procedía el ruido.

Como esperaba un gato ónyx había aprovechado la estampida para cazar un antílope. El gato era un macho enorme, el más grande que había visto nunca de su especie. Pero por la forma en la que había derribado a la presa que aun se debatía bajo sus zarpas le decía que era aun joven e inexperto, así que no se lo pensó y se lanzó sobre él gritando y blandiendo el arco y la daga.

El felino sorprendido rugió y se desapareció de un salto en la oscuridad. Albert no perdió el tiempo y rematando el antílope le quitó dos grandes pedazos de carne y el hígado y retrocedió sin dar la espalda a la presa.

En cuanto se alejó un par de metros, el gato volvió a aparecer, le miró y rugió de nuevo, enseñándole unos enormes colmillos y saltando por encima de la presa para interponerse entre Albert y ella, pero no hizo ademán de atacarle. El gato era lo suficientemente listo como para saber que tenía suficiente carne para comer un par de días y no le compensaba enfrentarse a aquel humano armado, así que tras asegurarse de que Albert se retiraba cogió el resto del antílope con las fauces y desapareció en la noche.

A la mañana siguiente, con la ayuda del descanso y la carne fresca, Skull se encontraba de nuevo en forma. Poco a poco sus cuerpos se iban adaptando a la altura y las caminatas se iban haciendo menos penosas. Los siguientes días avanzaron con más rapidez y a partir de aquella noche tuvieron carne fresca todos los días.

El gato ónyx era joven, pero no era nada tonto. Durante sus caminatas había visto fugazmente su pelaje oscuro, suavemente moteado y cuando salió una nueva noche a cazar Albert no se complicó demasiado. Simplemente se dedicó a espantar una pequeña manada de antílopes en dirección al felino.

Esta vez el gatazo fue más hábil y cuando llegó, la presa ya estaba muerta. Se miraron largamente a los ojos y finamente, sin que Albert necesitara mostrarse agresivo se retiró unos metros dejándole llevarse unos pedazos de carne.

A partir de aquella noche se estableció una alianza en la que ambos salieron ganando. El único que no estaba contento con ella era Skull que caminaba mirando constantemente hacia atrás, expresando a menudo lo poco que le gustaba tener un felino de más de trescientos kilos rondando cerca de él.

En cuanto oyeron el ruido de un rotor acercándose dejó el libro y ambos salieron de la tienda. Fuera, el sol se estaba poniendo entre las montañas haciendo la penumbra más intensa por momentos. Con las radios por satélite contactaron con el piloto del helicóptero y le indicaron dónde podía aterrizar mientras desplegaban unas luces estroboscópicas para señalarle el lugar del aterrizaje, una pequeña zona llana que habían librado de piedras a pocos metros del campamento para que la aeronave pudiese tomar tierra sin problemas.

Apenas unos segundos después apareció un Súper Stallion con una Hilux colgando de la panza. En apenas unos segundos y escoltado por un Apache que vigilaba los alrededores dispuesto a acabar con cualquier tipo de amenaza, depositaron la camioneta sin demasiada delicadeza en el centro del circulo de luces.

Sin pérdida de tiempo se apresuraron a desenganchar las cinchas y el helicóptero remontó el vuelo. Apenas un minuto después las dos aeronaves habían desaparecido en el cielo nocturno.

Cuando se posó el polvo ambos se acercaron al vehículo. Era el típico coche de un agente encubierto, un modelo antiguo con el exterior bastante machacado para que no llamase la atención, pero el estado de las ruedas y los faros le decían que aquello solo era pura fachada.

El todoterreno era una vieja Hilux del 98 toda llena de abollones. En algún momento de su vida había sido de color rojo, pero alguien había decidido que en aquel país llamaría demasiado la atención y la había pintado con espray negro haciendo un trabajo mediocre. El interior estaba tan baqueteado como el exterior. La espuma asomaba por los rotos de los asientos y el salpicadero estaba rajado y cuarteado por efecto del sol.

Las llaves estaban en el contacto. El cuentakilómetros marcaba cuatrocientos treinta y tres mil kilómetros, poca cosa para una hilux. Con una sonrisa giró la llave y el coche arrancó a la primera y ronroneando como un gatito.

Saliendo de la cabina abrieron el capó y echaron un vistazo al motor. Como esperaba era lo único que se encontraba en perfectas condiciones, un V6 de gasolina de casi tres litros de capacidad que los de la CIA habían toqueteado para sacar unos cuantos caballos más a los ciento cincuenta originales.

Con una sonrisa de satisfacción Ray cerró el capó y ambos se montaron en la camioneta y subieron la loma con facilidad hasta dejarla aparcada al lado de la tienda. Oliva seguía enfadada y apenas dijo nada del todoterreno. Su mirada solo cambió cuando vio la nevera repleta de cervezas que Hawkins había escondido entre los bidones de gasolina.

Tras vaciar la caja de la camioneta y colocar los bidones en un lugar adecuado, protegidos del sol y los elementos, se apresuraron a entrar de nuevo en la tienda.

Esta vez le tocaba a él la primera guardia así que se puso delante de los monitores mientras Oliva se tumbaba sobre el catre con una cerveza.

La noche transcurrió lenta y aburrida. Solo un chacal, buscando desperdicios en los alrededores de la aldea despertó su atención. Durante los siguientes minutos siguió al cánido para comprobar la eficacia del sistema de seguridad. El bicho se movía como un fantasma. Sin hacer el menor ruido olfateaba todos los rincones, buscando algo que comer.

A pesar de todos los sensores, aquel jodido bicho finalmente se le escapó. Mientras intentaba encontrarlo de nuevo tomó nota mentalmente de reforzar aquella zona, justo detrás de las letrinas del campamento de MSF. Cuando volvió a detectarlo ya estaba lejos, cerca del río.

Un par de horas después le pasó el relevo a Oliva, se acostó y se quedó rápidamente dormido.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar