Las colinas de Komor XLI
Último cápitulo de este segundo libro. Espero que hayáis disfrutado tanto leyendo como yo escribiendo.
XLI
Intentó hacer el informe de la misión, pero saber que Monique estaba en esos momentos en el quirófano le impedía concentrarse. Era una operación sencilla, solo abrir, limpiar bien la herida para evitar una infección y volver a cerrar, pero por experiencia sabía que las cosas nunca eran tan sencillas como parecían.
Tras una hora delante de una pantalla en blanco se convenció de que aquel trabajo no iba a avanzar y tras pedir permiso al sargento Hawkins se dirigió al hospital. El día era tan caluroso como en la pequeña aldea, solo que allí se le unía el pestazo a quersoneso quemado.
—¡Hola! ¿Qué tal Monique? —Oliva volvía de la cantina justo cuando él salía del barracón.
—Iba ahora mismo a verla. Debería haber salido ahora mismo del quirófano.
—Seguro que ha ido todo bien. No te preocupes.
—Ya lo sé, pero no puedo evitar esa desagradable sensación de no tener las cosas bajo control.
Oliva se rio y le puso la mano sobre el hombro apretándoselo en señal de compresión.
—Aun no te he dado gracias por lo que hiciste. —no hacía falta que le dijese a Oliva que solo con haberse echado a un lado ahora la mujer que amaba estaría muerta.
—No tiene importancia, yo también tengo que agradecerte. Desde que me obligaste a sincerarme siento que me he quitado un peso de encima. No es que todo sea perfecto, pero ahora siento que puede haber algo más que la venganza y el sentimiento de culpabilidad.
—Quiero que sepas que mi oferta sigue en pie. Si necesitas hablar con alguien no lo dudes. —dijo Ray.
—Gracias, pero creo que voy a hacerte caso. Prefiero contarle mis miserias a alguien que se vea obligado a guardar el secreto. —replicó ella sonriendo y dándole un abrazo— Ahora vete con tu chochito francés. Seguro que le hará ilusión verte cuando se le pase el colocón de los anestésicos, sobre todo cuando sepa que el resto del equipo llegó unos minutos despues de que evacuasemos y limpió el valle antes de que los talibanes hubiesen podido reorganizarse para atacar la aldea.
Rápidamente deshicieron el abrazo y Ray se dirigió al hospital. Inconscientemente fue apurando el paso hasta que cuando se dio cuenta esta avanzando al trote ligero. Apretando los puños se obligó a aflojar el paso y aparentando una tranquilidad que no sentía cogió la avenida que llevaba a un enorme edificio hecho de bloques prefabricados.
El hospital de campaña de Bagram era lo suficientemente grande para que se perdiese varías veces antes de llegar a la zona de recuperación. Cuando entró acababan de sacar a Monique del quirófano y aun dormía.
Un médico se le acercó y le dijo que todo había salido bien, pero no le dejó quedarse allí. Finalmente una enfermera le llevó a la habitación y le dijo que traerían a Monique allí en pocos minutos.
La habitación era pequeña. Solo tenía espacio para una cama, un pequeño armarito y un par de sillas para los visitantes. En una esquina había una puerta que probablemente daba a un aseo.
Al sentarse en la silla el bulto del bolsillo trasero le molestó. Se levantó un instante y sacó el libro. Más tranquilo al ver que Monique había salido bien de la operación, se puso a leer para pasar el rato.
Epílogo
Neelam
Aquel verano estaba siendo tan caluroso como el de hacía cuatro años. A pesar de ser medianoche y estar casi desnuda seguía sudando. Afortunadamente Albert había estado jugando toda la tarde con los gemelos y estos dormían como troncos.
Echó un vistazo a Sahira, también dormía con el estómago lleno tras su última toma. Albert se acercó por detrás enlazándola por la cintura le besó el cuello.
—Odió este calor. —dijo apretándose contra ella— En Juntz cuando hacía tanto calor nos íbamos al palacio de las nubes. La temperatura era más fresca y allí arriba siempre corría el aire.
—¿Quieres decir que te gustaría estar ahora mismo allí? —preguntó ella.
—No seas tonta, claro que no. Pero quizás podamos hacer algo para refrescarnos. Qué tal si vamos a nadar un rato a la luz de la luna.
La sonrisa de Albert era inconfundible. Sin decir nada más cogió a su esposo de la mano y salieron de la casa. El suelo seco crujía bajo sus pies y a la derecha una neblina fosforescente delataba el lugar donde habían plantado los heveras que ya tenían casi quince metros de altura.
A los niños les encantaba jugar entre aquellos árboles. Corrían alrededor y se mojaban las manos en la laguna para atraer pequeñas nubes de miris y correr con las manos brillando en la oscuridad.
Albert tiró de ella apremiándola hasta que llegaron al pequeño muelle. Se desnudaron justo donde se habían dado el primer beso hacía lo que le parecía una eternidad. Desde eso había pasado una guerra y había tenido tres hijos. Los samarios habían destruido su casa y ellos la habían vuelto a reconstruir. Albert había sido un esclavo, luego un granjero, luego su granjero, más tarde un soldado, y ahora volvía a ser un granjero.
—¿En qué piensas? —le preguntó él acariciando su costado con la punta de los dedos.
—En nada. Solo que han pasado tantas cosas en tan poco tiempo... Si el viejo Aselas me lo hubiese dicho cuando llegué, hubiese creído que chocheaba.
—Ah. Mujeres, siempre intentando buscar una explicación para todo. —dijo justo antes de cogerla por la cintura y tirarse con ella al agua.
Una ola de frescor la envolvió antes de que su esposo la abrazase. Inmediatamente sintió algo duro y caliente rozándole el vientre y excitándola.
—¿Aun te parezco bonita? —después de tres hijos sus pechos seguían siendo grandes aunque se habían caído un poco y ahora tenía una leve barriga.
—Sigues siendo la mujer más hermosa de todo el universo. —respondió el besándola mientras pataleaban en el agua.
Con suavidad la cogió por la cintura y tiró de ella hacia la orilla, a un lugar donde hiciesen pie. Ella enlazó las piernas en torno a su cintura. y se dejó llevar sintiendo como la punta del miembro de Albert rozaba su sexo. Un delicioso hormigueo se extendió por todo su cuerpo. Nunca se cansaba de aquel hombre, de sus caricias, de sus besos, del olor de su cuerpo y del calor de su sexo.
Estaba tan despistada que la pilló por sorpresa. Neelam gritó y se agarró a su cuello mientas sentía con el miembro de sus esposo resbalaba en su interior colmándola de amor y placer.
Las manos de Albert se desplazaron por su cuerpo acariciando sus pechos y su culo mientras besaba su cuello. Neelam gimió, agitó sus caderas y dejó que las manos de su esposo tanteasen su cuerpo a placer.
El placer se extendía por todo el cuerpo en oleadas. Aprovechando la libertad que le proporcionaba el medio, se echó hacia atrás dejando que el agua la sustentase. Albert la cogió por las caderas y comenzó a penetrarla con más intensidad. Ella cerró los ojos y se acarició el vientre y los pechos mientras contraía los músculos de su vagina. Albert gimió y sus empujones se hicieron rápidos y secos hasta que no aguanto más y se eyaculó dentro de ella. Con el calor de su semilla llevándola al borde del clímax, su esposo tiró de ella hasta la orilla, la sentó en su regazo y comenzó a acariciarle la vulva y el clítoris a la vez que con sus labios le recorría el cuello y los pechos.
En cuanto sintió que las primeras oleadas de placer la asaltaba le metió dos dedos en el sexo y comenzó a masturbarla con violencia. Un relámpago de placer la atravesó haciendo que todo su cuerpo se crispara. Albert intensificó sus caricias y ella inerme hubiese caído hacia atrás de no ser porque él la tenía acogida en el hueco de su brazo.
Sus caricias continuaron hasta el punto que creyó que aquella sensación de placer paralizante no iba a terminar nunca. Finalmente perdió el control y un chorro de líquido salió disparado de su vagina cubriendo las manos de Albert.
Tras unos segundos recuperó el control de su cuerpo y girando la cabeza le dio un largo beso. Sin separarse Albert la levantó en el aire y volvió a meterla en el agua. Arriba, en el firmamento la luna les envolvía con su luz y sonreía.
Albert
El llanto de un bebé hambriento les despertó. Neelam hizo el amago de levantarse, pero él la obligó a quedarse en la cama mientras se levantaba para sacar a Sahira de la cuna. La niña berreó hambrienta cuando la cogió en brazos y nada la calmó hasta que no estuvo en brazos de su madre.
Neelam puso un par de cojines tras su espalda y se incorporó para poder darle el pecho con comodidad. La criatura dejó automáticamente de aullar y se puso a mamar, pero ya era demasiado tarde. Los gemelos se habían despertado y estaban corriendo por la habitación directos hacia él.
Cogiéndolos en el aire los acomodó uno bajo cada brazo y los sacó de la habitación en dirección a la cocina dejando que Neelam le diese el pecho tranquila a Sahira. Los niños rieron y patalearon intentando liberarse de las garras de su padre.
Cuando entraron en la cocina el aroma de los pasteles los calmó de inmediato y siguiendo las órdenes de Nerva y Talila se sentaron ante sus tazones de leche.
Albert iba a hacer lo mismo cuando Hlasso entró en la cocina le dio un fuerte cachete a Talila en el culo que hizo reir a los chicos y le dijo que tenía una visita.
A la puerta le esperaba Amara Terak con su uniforme de capitán de la guardia del príncipe Argios.
—¡Qué sorpresa! ¿Cómo está Sardik? Anda, pasa y entra, estaba a punto de desayunar. Seguro que tú también tienes hambre.
Sin esperar la repuesta se giró y la condujo hasta la cocina. En cuanto la vieron los niños dejaron las tazas y se abalanzaron sobre ella. A pesar de que no venía mucho por allí, siempre les traía regalos.
Tras repartir unos dulces los chicos la dejaron y salieron a compartir sus golosinas con Cuchilla mientras ellos se sentaban a la mesa.
—¿Qué te trae por aquí? No te esperaba hasta la Fiesta de la Victoria.
—He venido con Argios y su esposa. El barón ha convocado una reunión de urgencia para mañana y nos pidió que pasásemos a buscarte. —respondió ella dando un trago a su cuenco— ¡Leche recién ordeñada! Qué rica. La que llega a Samar hay que hervirla antes de consumirla. Es el precio de vivir en una gran ciudad.
—¿Bueno y a qué se debe el consejo? —preguntó Hlasso cortando la digresión de la mujer.
—No lo sé. Pero es muy importante.
Muy bien prepararé las cosas y nos iremos. Ya es hora de que los niños vean por primera vez la capital.
Gazsi
La llegada de la extranjera y su séquito alteró todos sus planes. Tuvo que retrasar la siguiente caravana para poder asistir al consejo. A él no le gustó, pero Nahir estaba encantada de tenerlo dos días solo pare ella y vaya si los estaban aprovechando. Su joven esposa yacía desnuda a su lado borracha de sexo.
La vio dormitar y no pudo evitar observarla la piel pálida brillaba a la luz del sol que se filtraba por los postigos. Tras el parto sus pechos habían crecido y sus caderas se habían ensanchado haciéndola aun más irresistible.
Nahir se despertó y se desperezó sonriendo. Su cuerpo elástico se arqueó provocándole un pinchazo de deseo. Su esposa pareció percibirlo y se acarició el cuello y los pechos con la punta de sus dedos. Sus pezones se erizaron, inmediatamente. Sintió la apremiante necesidad de metérselos en la boca y chupar con fuerza, pero no se movió, simplemente se limitó a observar como las manos se deslizaban por las costillas y el vientre para reposar sobre el vello que cubría su sexo.
Nahir entreabrió la boca y se mordisqueó el labio. Sus dedos se deslizaron con suavidad sobre su vulva y esta inmediatamente se hinchó y se enrojeció ligeramente abriéndose como una flor y mostrando su clítoris húmedo y atrayente.
Un bulto revelador creció bajó las sábanas.
—Ven mi amor, te necesito dentro de mí. —dijo ella haciendo dibujitos con sus uñas en el interior de sus muslos.
—Sabes que no tengo tiempo. El consejo es dentro de poco más de media hora.
—Nos sobran quince minutos... Mmm.
El gemido de Nahir cuando sus dedos entraron en su sexo resonó en su oído y rebotó en su cerebro haciendo que todo su cuerpo clamara por tomar a su mujer.
—¡Ah! Ya no es lo mismo. Tus músculos no son tan fuertes como cuando peleabas contra los samarios. Ahora solo eres un vulgar comerciante. —se burló ella apartando las sábanas y rozando su pecho con los dedos empapados en su propia excitación— ¡Qué lástima! Mi marido ha perdido su vigor!
Nahir le conocía tan bien que sabía exactamente donde pinchar. Gazsi sabía que tarde o temprano caería pero disfrutaba de cada momento de aquel juego del gato y el ratón.
—Quizás debería hacerme con un amante, ya sabes, que me dé lo que necesito... —dijo incorporándose y sentándose sobre su erección.
—Eres perversa. —dijo él por fin sintiendo el coño de su esposa resbalando por su miembro y golpeándolo con suavidad— Sí algún día te atreves...
—¿Que harás? ¿Me encerrarás en una mazmorra atada a la pared desnuda en indefensa? —le desafió cruzando las muñecas ante él.
Gazsi pegó un tirón de uno de los cordones que sujetaba la mosquitera a los postes del dosel de la cama y tumbando a su esposa boca arriba le ató las muñecas por encima de su cabeza a uno de los postes.
—Ahora vas a saber lo que es un hombre.
—¿De veras? —replicó ella con un toque de escepticismo levantando las piernas y fingiendo estar observándose las uñas de los pies.
Gazsi la contempló un instante, sus piernas eran lo más hermoso que jamás había visto. Largas y torneadas con la piel palida y brillante le incitaban insistentemente para que las acariciase y las besase. Gazsi suspiró y cogiendo a su esposa por los tobillos le beso los dedos de los pies uno a uno.
—Quizás lo que necesitas es una lección. —dijo pasando el dedo índice lenta y suavemente por la planta del pie.
Nahir soltó una risita e intentó apartarle, pero él no le hizo caso y siguió acariciando las pantorrillas y la parte posterior de sus muslos.
La respiración de su esposa se hizo más anhelante. Podía percibir el deseo en cada poro de su piel y disfrutaba de cada tirón que daba a sus ataduras. Finalmente se levantó y simuló empezar a vestirse.
—¿Eh? ¿Qué haces? —le preguntó ella.
—Procurar que no te busques un amante. —respondió él— Tranquila dos horas estaré de vuelta.
—¡Cabrón! Ni se te ocurra. —exclamó ella tirando con desesperación del cordón.
El se inclinó y le dio un beso en los labios. Su mujer echa una fiera intentó morderle. Estaba fantástica cuando se enfadaba. Todos los músculos contraídos, sus pechos vibrando y aquellos preciosos ojos castaños relampagueando. No pudo contenerse más y pellizcó suavemente sus pezones antes de desplazar suavemente la mano sobre su vientre y penetrarla con dos dedos.
Nahir gritó y se estremeció mientras él buscaba con sus dedos sus zonas más sensibles y las acariciaba con movimientos suaves y circulares. En cuestión de segundos el cuerpo de su esposa se retorcía incontrolable. La besó de nuevo y esta vez no intentó morderle sino que le devolvió el beso con ansia.
Apartando los dedos se los metió en la boca profundamente, dejando que chupase y saborease su propia excitación. Cuando los retiró ella intentó decir algo, pero él le metió la polla en la boca.
Con las manos atadas no pudo hacer otra cosa que chupar. Abriendo las piernas para mostrarle su sexo hambriento siguió chupando hasta ponerle al borde del orgasmo. Apartándose abrió los postigos dejando que la luz entrase a raudales y se derramase por el cuerpo de su esposa. Ella agitó sus caderas y abrió aun más sus piernas. La visión de la entrada de su sexo terminó con su resistencia. Se lanzó sobre ella como un lobo hambriento y la penetró de un solo golpe fuerte y seco.
Ella grito y le abrazó con sus dos únicas extremidades libres mientras hincaba las uñas en sus ataduras. Indefensa recibió las brutales embestidas gimiendo y jadeando cada vez más excitada. No cedió ni un instante. Sabía que Nahir estaba tan excitada como él.
Con un movimiento rápido le dio la vuelta y tras colocarla a su gusto con el culo en pompa y las piernas juntas separó sus cachetes lo justo para deslizar el miembro de nuevo en su interior. Aprovechando que estaba indefensa cogió otro cordón y con él rodeó su cuello y tiró de él mientras la cabalgaba salvajemente.
En cuestión de pocos segundos el cuerpo de Nahir se estremeció en medio de gemidos largos y ahogados. Gazsi cada vez más excitado aflojó el cordón y cogiéndola por el pelo le obligó a girar la cabeza para poder besarla mientras eyaculaba en su interior hasta que se sintió totalmente vacío.
Satisfecha ella se dio la vuelta y abrió las piernas para mostrarle el semen escurriendo fuera de su sexo.
—¿Seguro que tienes que irte? —rio ella.
—No te rías, ahora tendré que irme sin desayunar. Me dan ganas dejarte atada a ese poste una semana y contratar a una docena de enanos para que se turnen azotando ese culo desvergonzado. —dijo él dándole un cachete y desatándola.
Nahir se levantó riendo ante la ocurrencia de su marido y se colgó de su cuello dándole un largo beso. El contacto de aquel cuerpo casi le hizo perder la razón. Afortunadamente ella se separó antes y se puso una bata sobre su cuerpo desnudo.
—Tu vístete y yo buscaré algo para ti en la cocina, —dijo saliendo de la habitación descalza y con la bata arremolinándose en torno a su cuerpo desnudo.
Tardó cinco minutos en vestirse y comerse un delicioso bollo de canela que las cocineras acababan de sacar del horno. Tras dar un beso rápido a su esposa y a su hija salió a la calle.
Parecía mentira lo mucho que había cambiado la ciudad en apenas cuatro años. Las calles estaban llenas de vida y todos los edificios estaban resplandecientes. De hecho si no hubiese sido por lo rápido que había sido su suegro al comprar aquel pequeño palacete desocupado para tener cerca a su adorada hija, se hubiese visto obligado a establecerse fuera de las murallas. Tanto había crecido la ciudad.
Recorrió el pequeño trecho que le separaba del palacio abriéndose paso entre un mar de gente que compraba y vendía sus productos por todas partes. No pudo evitar inspeccionar las mercancías de los puestos por los que pasaba y tras examinar atentamente un puesto de quesos le compró toda la mercancía al vendedor indicándole la dirección de sus almacenes.
Pronto había descubierto que los negocios eran tan divertidos como la guerra y su familia al fusionarse con la de Dankar con su enlace con Nahir se había enriquecido considerablemente. Con su padre y su suegro encargándose de los números y de hacer contactos a alto nivel, sus hermanos se encargaban del mercado con Skimmerland y la Ciudad Flotante mientras que él llevaba la ruta de Argentea.
Miró el reloj de sol de la fachada del palacio. Apenas tenía el tiempo justo. Apurando el paso, saludó a un par de conocidos sin pararse siquiera a intercambiar unas palabras y entró en el palacio.
Su aspecto por dentro había cambiado radicalmente. Con el dinero generado por los impuestos el barón había adornado en interior con tapices, gallardetes, muebles y espléndidas lámparas. Se apresuró por el pasillo maldiciendo su debilidad por su esposa y llegó a la sala de audiencias justo a tiempo. No faltaba nadie. El barón, Argios, Sardik, su padre y sus dos hermanos, su suegro que aun seguía mirándole ceñudo, el general Aloouf, Albert, Hlassomvik... Ni siquiera Aselas había querido perderse el consejo.
Tras saludar a Albert y al mago se acercó a su padre y se colocó a su lado.
—¿Sabes qué es lo que ocurre? —le preguntó.
—Solo lo que todos. Un emisario de Skimmerland acaba de llegar y ha solicitado una audiencia urgente.
—¿Qué diablos querrán? Hace decenios que no tenemos contacto con ellos. Espero que no sea nada grave, ahora que por fin van bien las cosas.
Albert
Había dejado a Neelam y a los niños en el mercado y con Hlasso y Amara se había dirigido al palacio. Recorrió los amplios pasillos con aire preocupado. Desde que había terminado la guerra apenas había participado en un par de consejos y que le hubiesen llamado no le daba buena espina.
Había llegado pronto y apenas había tres o cuatro personas en la sala de audiencias. En cuanto vio a Aselas dejó a sus acompañantes y se acercó a él. Si alguien sabía qué demonios pasaba era él.
—Saludos amigo. ¿Cómo estás? No te veía desde las Fiesta de la Primavera.
—Como siempre, hijo. Mas viejo...
—Más sabio. —le interrumpió Albert— ¿Sabes qué ocurre?
—No lo sé exactamente, pero sé que es grave. Skimmerland ha enviado un emisario para solicitar nuestra ayuda.
—No sabía que esos tipos pidieran ayuda a nadie, por lo que Hlasso me ha contado suelen arreglárselas solos.
—Por eso me preocupa precisamente. Tiene que ser algo realmente grave para verse obligados a recurrir a nosotros.
—No sé, Skimmerland está demasiado lejos. No veo que puede pasarles que nos pueda afectar a nosotros. Está bien escucharlos, pero espero que al barón no se haya subido a la cabeza la victoria y se dedique ahora a intervenir en campañas que no le van a reportar ningún beneficio.
—El problema es que hay un viejo tratado. Hace un par de cientos de años nos asistieron en una guerra contra los enanos y a cambio firmamos un tratado por el que les devolveríamos la asistencia en caso de encontrarse en dificultades. Creía que lo habían olvidado después de tanto tiempo, pero según me ha informado el barón parece que quieren desempolvar ese viejo acuerdo.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Que no les vamos a enviar ningún ejército, pero si necesitan algún tipo de asistencia que no sea demasiado gravosa para la ciudad, se la concederemos.
Los ojos del mago brillaron enigmáticos a decir aquellas palabras, a pesar de que no era capaz de leer la mente sabía que el mago ocultaba algo.
Finalmente la sala estuvo llena y no pudieron seguir hablando ya que el barón les ordenó a todos ocupar sus lugares en los laterales de la sala de audiencias. Dos minutos después las pesadas hojas de bronce se abrieron y dieron paso a la comitiva Skimeria.
Albert giró su cabeza e inspeccionó a la persona que la encabezaba que fue anunciada como la Lady Protectora de Skimmerland. Enseguida detectó algo familiar en sus movimientos. Vestía unas botas altas, un pantalón de cuero, un corpiño rojo y una capa de viaje que ocultaba su rostro, pero que dejaba escapar unos rizos negros.
Finalmente en mitad de la sala se bajó la capucha y la mujer se giró hacia él. ¡No podía ser verdad!
—¡Hola, Albert! —dijo Baracca con una sonrisa divertida— Juraría que has visto un fantasma.
Ray cerró el libro. Ese final le encantaba y le ponía de los nervios. Aquel pequeño cabrón se dedicaba a follar con sus dos esposas y no se apuraba demasiado a la hora de escribir. Aun recordaba como buscaba en internet constantemente buscando noticias de la publicación de la siguiente entrega.
Posó el libro sobre la mesilla justo en el momento que Monique abría los ojos.
—Hola, ¿Cómo te encuentras?
—En la gloria. —respondió ella— No me duele nada. Estoy como si flotase entre algodones. El coctel debe ser cojonudo. —dijo señalando el recipiente del suero con una mirada.
—Les pedí un Manhattan, pero dijeron que el suero salino con antibióticos y un suave toque de morfina te gustaría más.
Ella sonrió débilmente y acercó la mano abierta. Ray se la cogió y se la besó. Estaba un poco fría y húmeda. La calentó entre su manos.
—No vuelvas a hacerme esto. —dijo Ray— No sé qué haría sin ti.
—Vamos, cariño, no seas melodramático. Tú corres mucho más peligro que yo constantemente. Lo mío solo fue un accidente.
—Provocado por tu terquedad. Lo único que te pido es que la próxima vez que te sugieran que es hora de largarse, seas obediente y hagas las maletas.
—Buff... ¿Podemos dejar eso para luego? Aun me siento mareada.
Ray asintió, había estado tan preocupado por ella que no se había dado cuenta de que Monique acababa de salir del quirófano y no era el momento de hablar de aquellas cosas.
—¿Qué pasó en la aldea?
—Nada, los talibanes se fueron directos a nuestro campamento con la esperanza de conseguir armas, pero se encontraron una bonita explosión. Por las imágenes de los drones, los aldeanos se habían refugiado en una de las cavernas y cuando los terroristas que quedaban iban a avanzar sobre la aldea llegó mi equipo con un par de Apaches para terminar de barrerlos. Eso sí de tu hospital no ha quedado nada. Lo siento.
Monique asintió. No porque lo esperara le había dolido menos. Él le apretó las manos y trató de animarla cambiando de tema.
—Por cierto te he traído algo para que pases el tiempo. —dijo entregándole el libro.
—Vaya, ¿No era este el libro con el que ibas a todas partes? —dijo ella examinando la contraportada— No sé.. La fantasía no es lo que más me gusta. —dijo ella sin convicción.
—Échale un vistazo. Si no, puedo traerte alguna otra cosa de la biblioteca de la base. Me han dicho que el manual de mantenimiento del Apache es realmente espectacular.
Monique cogió el libro e intentó enfocar la vista pero aun estaba bajo los efectos de la anestesia.
—Déjame a mí. ¿Qué tal si te leo el primer capítulo?
FIN