Las colinas de Komor XL
Neelam abrió la boca para decir algo, pero él se la selló con un beso. Esta vez fue más ansioso cargado del deseo acumulado por más de un mes de ausencia.
XL
—No tengo ganas de discutir. —dijo ella al verle aparecer— Estoy cansada. Ahora que no hay nadie tengo que ocuparme yo de todo.
—No te preocupes, dentro de poco descansarás en paz. —replicó Ray en tono ominoso— Con este tiempo la evacuación por aire es imposible. Esta tormenta ha pillado a todo el mundo desprevenido. Ahora solo es cuestión de tiempo y me temo que esos cabrones se abrirán paso en el derrumbe antes de que un helicóptero pueda llegar hasta aquí.
Monique le miró por primera vez realmente asustada. Sus labios temblaron antes de hacer una pregunta, esta vez sin la energía habitual.
—¿Y no podemos irnos en la camioneta?
—Imposible. El único camino practicable conduce directamente a la zona dominada por los terroristas no duraríamos ni una hora. Además, en la caja no caben tus valiosos moribundos. —dijo sin poder evitarlo a pesar de ser consciente de que aquello era un crueldad.
—Yo solo quería...
—Tu solos querías salirte con la tuya. Ahora todos moriremos. —dijo Ray con voz atona.
—Yo no pretendía esto. Yo solo quería salvar sus vidas y ahora voy a ser la responsable de vuestras muertes. —dijo ella mientras las lágrimas corrían libremente por sus mejillas.
—Cuando me apunté voluntario para venir a esta cloaca arenosa contaba con la posibilidad de morir. Estoy preparado y tengo los asuntos en orden. —añadió con frialdad.
Monique le miró con los ojos empañados par las lágrimas. Por primera vez veía en ellos arrepentimiento. En el fondo la joven había estado segura de que con su berrinche lograría lo que quería. Ahora estaba desolada. Las lágrimas seguían corriendo y sus hombros se estremecían incontrolables. Finalmente no pudo contenerse por más tiempo y la abrazó.
—Lo siento. —dijo ella agarrándose a él con fuerza— No tengo excusa. Creí que podía forzarte a evacuar a mis pacientes y no pensé en las consecuencias. Ahora soy responsable de este desastre. ¿Me podréis perdonar?
—No puedo hablar por Oliva, pero yo no soy de los que dejan cosas pendientes. Eso sí, si salimos de esta te juro que si vuelves a ponerte en este plan te cuelgo por los pulgares.
La doctora sonrió ante la ocurrencia y sus ojos brillaron aunque fuese un instante haciéndole recordar por qué le resultaba tan atractiva. Ray inclinó la cara y la besó suavemente. Monique atrapó sus labios entre los suyos y tiró de ellos obligándola a abrir la boca.
Sus lenguas se juntaron y Ray la estrechó con más fuerzas. Quizás fuese la desesperación, pero ambos tenían la necesidad de sentirse vivos. En cuestión de segundos estaban arrancándose mutuamente la ropa.
Ray esta vez la trató con rudeza, exploró su boca profundamente deseando impregnarse de su sabor y le estrujo los pechos y los pezones con fuerza. Monique respondió con no menos violencia mordiendo su lengua y clavándole las uñas en el pecho y la espalda mientras se restregaba con fuerza contra la erección de Ray.
Con un movimiento rápido le dio la vuelta y empujándola contra uno de los postes que sujetaban la tienda le dio un cachete en el culo. La delicada piel de la joven se enrojeció dejando en el culo visible el contorno de su mano. Ray se abalanzó sobre él y lo mordió haciendo que la joven soltase un grito de indignación.
Monique intentó revolverse, pero él era más alto y más fuerte y no se lo permitió. Disfrutando de su poder la cogió por la cintura y colocó a su gusto su cuerpo antes de enterrar su polla hasta el fondo de su coño de un solo golpe.
La doctora se agarró estremecida al poste y gimió mientras sus pies se despegaban del suelo. Ray se inclinó envolviéndola con su abrazó y lamiéndola el cuello y lóbulo de la oreja sin dejar de empujar dentro de ella volcando todas sus frustraciones en aquel delicioso cuerpo.
No sabía si amaba a aquella mujer, pero de lo que estaba seguro era de que su cuerpo le volvía loco. Desplazando las manos por su vientre las subió hasta sus pechos y se los acarició mientras seguía follándola, esta vez con más suavidad.
Monique retrasó los brazos y acarició su cara y tiró con fuerza de su pelo. Ray, a punto de correrse, se tomó un respiro y bajó las manos para acariciarle el sexo. Monique se estremeció con fuerza y se agarró al poste apoyando la frente contra él, solo concentrada en el placer que la inundaba.
Haciendo uso de su fuerza Ray cogió a su amante el aire, la llevó hasta la cama y se sentó en el borde con la joven en su regazo. Esta vez los besos y las caricias fueron más tiernos y fue ella la que tomó la iniciativa y se arrodilló ante él metiendo la polla de Ray entre sus pechos blandos y acogedores.
La sensación de la tetas de Monique golpeando blandamente su polla fue deliciosa. Cuando la punta de su glande asomaba entre ellas, ella se apresuraba a lamerla y chuparla hasta que creyó que iba a volverse loco de placer.
Cuando creyó que no iba a aguantar más, tiró de la joven y la depositó sobre la cama. Tumbándose sobre ella la penetró y empujó dentro de ella con intensidad, con golpes rápidos, primero más espaciados para ir aumentando la frecuencia hasta que degeneró en una rápida cabalgada que terminó con un intenso orgasmo de la joven.
Ray continuó arrasando el cuerpo estremecido de la joven con sus embates hasta que se corrió a su vez eyaculando en su interior y anegando el coño aun vibrante de Monique con su semilla.
Jadeante, la doctora se abrazó al cuerpo de Ray impidiéndole separarse.
—Gracias por estos días. —dijo ella besando su mejilla rasposa— Puede que no lo haya expresado con mi actitud. Pero jamás había sentido nunca nada parecido por un hombre. No me gustaría que nos pasase algo y no lo supieras.
—Si salimos de esta, vas a dejar esta mierda de lugar y te instalarás conmigo en Montana. —dijo él— También allí hay gente desamparada que necesita la ayuda de una buena doctora.
—Haremos un trato. Cuando tu dejes de apuntarte a estas misiones en el extranjero, yo dejaré de venir a cuidar de los heridos que causáis con vuestras guerras. —replicó ella.
Ray sonrió, sabía que jamás ganaría una discusión con ella. Apartó el pelo rojo y húmedo de su frente y le acarició la cara sumergiendo su mirada en aquellos dos pozos aguamarina.
Finalmente, cuando se cansó de besarla y acariciarla se apartó y se tumbaron unos minutos antes de que ella se levantara. Tenía que atender a sus pacientes.
Ray se levantó y se vistió. Salió al exterior. La lluvia ahora caía con fuerza y el vendaval había arreciado aun más. Aun era pronto para relevar a Oliva así que se dirigió a su campamento y se puso a leer. La novela se estaba acabando. Al igual que con aquella situación, pronto llegaría al desenlace.
Capítulo 56. Un nuevo orden
Heraat
Todo había terminado. Los habitantes desde lo alto de las murallas observaban los trabajos de los soldados, separando los cadáveres arrastrando los enemigos muertos a una monumental pira que ya ardía en el centro del campo de batalla y preparando a los suyos para entregárselos a sus familias.
Los samarios que habían sido capturados serían esclavizados y vendidos en subasta pública. Los beneficios servirían directamente para indemnizar a las familias de los caidos.
La victoria había sido total, pero no había salido gratis. Casi trescientos de sus hombres habían muerto y otros muchos de ellos, que aun yacían heridos y esparcidos por el campo de batalla, eran atendidos y evacuados a la ciudad para que fuesen tratados por Aselas y un grupo de voluntarios y voluntarias.
A pie y escoltado por varios hombres, entre los que se encontraba su hijo, que se lo había ganado con creces, se adentró en la parte donde la lucha había sido más feroz. Hasta aquel lugar todavía no habían llegado los encargados de la limpieza. Inspeccionó los restos y ayudó a alguno de los heridos a levantarse antes de cedérselos a los encargados de evacuarlos. Finalmente entre aquel montón de cuerpos encontró lo que buscaba, una chispa dorada.
Ayudado por su escolta apartó los cuerpos de los hombres que le habían defendido hasta la muerte y descubrió el cuerpo del barón Manlock. El hombre, a pesar de no ser un guerrero, se había batido como un león. Muestra de ello eran los abundantes cortes en las extremidades y las abolladuras en su brillante armadura.
Una última estocada le había causado un profundo corte en el cuello por el que se había desangrado. Sus ojos vidriosos miraban al cielo, como suplicando a los dioses que fueran indulgentes con su alma.
—Que laven y preparen su cuerpo. Merece un funeral adecuado. Luego esparced sus cenizas.
Ahora que sabía sin lugar a dudas que el barón y el general de sus ejércitos estaban muertos ya podía descansar tranquilo y podía emplear la mente en cómo aprovechar aquella contundente victoria. Los mensajes de Albert informándole puntualmente de sus acciones y pidiéndole que enviase un representante para sustituirle le tranquilizaban.
Ya de vuelta en Komor, en un rápido consejo se decretó que a los tres días que se les daría a las familias de los muertos para que les despidiesen adecuadamente, les seguiría una semana entera de celebraciones.
Todos los presentes estuvieron de acuerdo, pero después de brindar y alabar la forma en que había llevado la campaña, se dedicaron a decidir cuáles eran las medidas más urgentes.
Lo primero era acabar con los soldados enemigos que se habían refugiado en el bosque. Sin un lugar al que volver se corría el riesgo de que se convirtiesen en bandidos que interrumpiesen las rutas comerciales y atacasen a las granjas.
Aselas que se había tomado un descanso en su misión de atender a los heridos y hasta aquel momento había permanecido en silencio, sugirió que parte de los hombres de Albert se dedicasen a eso ya que tenían experiencia en la lucha en el bosque y serían más eficaces.
Los presentes que no tenían ganas de enviar más de los suyos a morir en aquella peligrosa misión la aprobaron por unanimidad.
Inmediatamente tras la aprobación de aquella decisión Orkast había anunciado que su hijo había partido de Samar en una misión diplomática para establecer lazos comerciales directos con Argentea.
El resto de los comerciantes tuvieron que disimular su disgusto al ver que aquel cabrón se les había adelantado y aplaudieron a regañadientes la iniciativa a pesar de que sabían perfectamente que al eliminar intermediarios los ingresos por sus mercancías se multiplicarían.
Por último quedó pendiente que hacer con Samar. En ese punto el debate se acaloró bastante. Unos querían destruirla sin dejar piedra sobre piedra, otros querían esclavizar a todos sus habitantes, pero al final se impuso la tesis del barón que había reconocido la necesidad de mantener aquella ciudad y a sus habitantes para que trabajaran en beneficio de Komor. De repente su territorio se había duplicado y a pesar de que algunos de sus soldados aceptarían colonizar junto con sus familias las nuevas tierras, la mayoría preferirían quedarse.
Tras casi una hora de discusión acordaron en conservar la ciudad e incorporarla a sus dominios. La siguiente discusión obvia era quién se encargaría de administrarla. Casi todos los presentes se presentaron voluntarios, pero Heraat sabía el riesgo que corría. Si se la daba a alguna de aquellas víboras, no tardarían en conspirar contra él. Afortunadamente tenía la solución perfecta. Su hijo Argios se convertiría en el nuevo gobernador, evitaría que ninguno de aquellos tipos se hiciese con el poder en Samar y se prepararía para sustituirle cuando él muriese. Para reforzar su posición se acordó que la única hija de Manlock, que había sido capturada con vida, contraería matrimonio con él, simbolizando así la unión de las dos ciudades en un solo estado.
Tan preocupados por perder la ciudad, como porque la consiguiese uno de sus competidores todos los presentes aceptaron finalmente y decidieron enviar a Argios inmediatamente a Samar. Felicitaron a su hijo, que había estado escuchando con aparente indiferencia, efusivamente y terminaron con los detalles apresuradamente para ir a celebrar la victoria con sus seres queridos.
Antes de que es salón se hubiese despejado, hizo una señal a Aselas para que se acercase.
—He visto los informes que ha enviado Albert. Son concisos y las medidas que ha tomado muy juiciosas. ¿Crees que aceptará quedarse un tiempo para ayudar a Argios en las tareas de gobierno?
—Lo único que desea ese hombre es vivir en paz. —dijo Aselas— Y es lo único que el destino le tiene negado. Déjalo ir. Se lo debemos.
—Ya lo creo. —asintió el barón— Nunca volveré a dudar de tu buen juicio. Lo que pasa es que temo por Argios. Es demasiado joven.
—No tienes que preocuparte. Estoy seguro de que antes de irse, Albert sabrá ayudarle a designar a las personas adecuadas para que asistan a tu hijo, aunque en mi opinión no hace falta que nadie le guie. Es sorprendentemente inteligente y sensato. No temas por él, lo hará bien y es una gran medida. Si la joven esposa logra darle hijos pronto, cuando tenga que sustituirte en el trono él ya tendrá descendencia con suficiente edad para encargarse del gobierno de Samar y aprender a gobernar a su vez.
—¿Es esto el principio de una nueva edad de oro para la ciudad?
—Ya sabes que mi capacidad para ver el futuro es limitada. Veo muchos posibles futuros, unos brillantes, sí, pero también veo grandes amenazas sobre todo una que se yergue lejos, aun difusa, pero tremendamente oscura.
—¿Qué clase de amenaza? —odiaba a aquel dichoso anciano. Su forma enigmática de hablar siempre le generaba más inquietudes de las que le resolvía. Ahora hubiese deseado no haber preguntado.
—Aun es demasiado pronto, pero poderes antiguos y tremendos parecen estar levantándose de nuevo desde simas olvidadas. —respondió negándose a dar más detalles— Ahora si me disculpa, excelencia, aun hay heridos que atender.
Con un gesto autorizó al mago a abandonar la estancia. Aquellas últimas palabras habían disminuido un tanto su euforia. Sabía que Aselas nunca advertía en vano. Bebió otro trago de vino, esta vez le supo amargo en la boca. Chasqueó la lengua y se retiró pensativo a sus aposentos.
Albert
Las noticias de la batalla habían llegado rápidamente. La victoria era total. Siguiendo las órdenes del barón envío a Hlassomvik con sus hombres para limpiar el Bosque Azul de fugitivos y él se quedó en la ciudad esperando la llegada del nuevo gobernador de la ciudad.
La elección del hijo del barón le sorprendió. Apenas le había visto un par de veces y parecía un adolescente sin ningún interés especial por la política o el poder, pero al parecer había destacado en el ejército de Komor y se había ganado con creces el puesto.
Mientras tanto, se había encargado de prepararlo todo para que cuando llegase la ciudad estuviese en marcha. La guerra había convertido a Samar en una ciudad de mujeres. Las noticias habían llegado y sabían que sus hombres nunca volverían. Estaban tristes y abatidas y en el fondo pensaban que tarde o temprano las convertirían en esclavas, pero esos no eran los planes de Albert. Los únicos que acabarían así serían los ricos y poderos, los que habían causado la guerra.
Gracias a Antaris ahora tenía comida suficiente para aguantar un año sin recurrir a la ayuda de Komor, pero si quería hacer a la ciudad autosuficiente necesitaba mano de obra. Afortunadamente Antaris se largó corriendo y cumplió con su palabra dejando a los esclavos aun encadenados en la orilla del Aljast.
Cuando los vio lo primero que se preguntó es que puñetas iba a hacer con casi mil esclavos. Si los dejaba libres, en la más absoluta miseria sería incluso más cruel que aquel negrero. Entonces la solución surgió de su mente y no pudo creer que no se le hubiese ocurrido antes.
Tras liberarles de sus cadenas les dio un corto discurso. En él les ofreció quedarse y casarse con alguna de las múltiples viudas que había dejado aquella guerra o irse en libertad. Al principio los esclavos no se creían la situación, pero cuando ordenó a sus hombres que les cortasen las argollas y les invitó a entrar en la ciudad se convencieron de que no les mentía.
Usando parte de los víveres que habían transportado celebró una fiesta a la que obligó a acudir a todos los habitantes de la ciudad. Su plan dio resultado. Las mujeres estaban tristes y abatidas, pero tenían familias y negocios que ellas solas no podían sostener y el espíritu práctico se impuso. Casi todos los antiguos esclavos tenían ahora una casa en la que dormir y un trabajo. De un golpe había solucionado el problema de la crisis de población masculina en la ciudad y se había ganado la lealtad de sus habitantes ya que aquellos hombres le estarían agradecidos a Komor por haberles dado, no solo la libertad, sino también una vida y una familia.
A los pocos que no pudieron o no quisieron emparejarse, les encontró rápidamente un destino acompañando a Gazsi en su viaje al norte. Una vez que la ciudad estuvo pacificada Gazsi le pidió licencia para hacer un viaje. Albert no sabía si lo había hablado con su padre, pero el chico no había dudado y le había contado sus intenciones de ir a Argentea para empezar las negociaciones con vistas a establecer una ruta comercial directa entre Komor y el Lago Arnak.
El joven había salido por la puerta occidental con una pequeña caravana en la que incluía regalos y muestras que había escogido apresuradamente de entre su parte del botín. Como Albert no podía prescindir de más hombres, los antiguos esclavos se encargarían del transporte y la defensa. Con la típica seguridad de la juventud le dijo a Albert que los adiestraría por el camino.
Los vio partir desde a puerta occidental sin poder evitar pensar lo mucho que había cambiado aquel chico perezoso y presuntuoso para llegar a transformarse en un hombre y no dudo en ningún momento de éxito de su misión.
Argios llegó con una pequeña escolta de hombres escogidos y se presentó una semana después. Sin dilación Albert le llevó a la sala de audiencias. Sardik y Amara ya estaban esperando. Argios se sentó en el trono y escuchó su informe con atención.
Aquel chico podía estar un poco verde, pero era sumamente inteligente. Al contrario de lo que se temía le parecieron bien todas las medidas que había tomado incluida la de liberar a los esclavos.
Durante las siguientes horas discutieron las medidas que debían adoptar para revitalizar la economía y aprovechar de una manera más eficiente las tierras de la ciudad. El chico demostró que no solo sabía escuchar sino que también aportaba buenas ideas.
Cuando terminaron de discutirlas acordaron que sus hombres se quedarían un año más formando parte de la guarnición de la ciudad, con la intención de que finalmente se asentasen es Samar y formasen la élite de la ciudad y la defendieran, mientras que repartirían parcelas en las llanuras a todos los ciudadanos que no tuviesen oficio para que las dedicasen a la agricultura o el pastoreo. También abordaron el sistema de guardias y la vigilancia de las fronteras para evitar las incursiones de las estepas.
Una vez finalizada la reunión le guio a sus nuevas habitaciones. Dos días antes Amara y Sardik las habían abandonado y habían sido limpiadas y ordenadas a conciencia. En el salón principal esperaba la futura esposa del gobernador.
Lira, la hija del baron Malock, había permanecido encerrada en sus aposentos junto a su madre, pero nadie la había tocado, consciente de que debía ser el barón de Komor el que dispusiese su destino.
En ese momento ambas le estaba esperando con sus mejores galas. Argios la observó con atención era un par de años mayor que él con los ojos grandes y azules y el pelo rubio, casi blanco. Su cara redonda y su nariz chata, junto con el labio inferior grueso y ligeramente caído el daban un aire un poco azorado.
Vestía una rica clámide de seda que no ocultaba las redondeces de su cuerpo. La joven, a pesar de todo no era tonta y sabía lo que se jugaba. Se inclinó con gracia haciendo bambolear sus grandes pechos ante Argios y dedicándole una sonrisa.
El joven la observó sin disimulo y a pesar de que por su gesto no terminaba de convencerle, sabía que la medida de casarse era acertada. En ese momento su madre se acercó intentando intimidar a aquel joven para sacarle algún tipo de privilegio para ella y su hija, pero él le cortó y una vez que las hubo despedido le ordenó a Albert que la enviase lo antes posible a Komor para que el barón dispusiese de ella. El chico era muy listo no quería a una madre envenenando los pensamientos de su hija.
Los siguientes días se dedicaron a inspeccionar la ciudad, las llanuras del oeste y el valle del Aljast hasta la frontera con la ciudad de Puerto Kasmir. Cuando volvieron, Argios le ofreció un puesto a su lado, pero Albert solo tenía ganas de volver a casa y ver a Neelam y a sus hijos. Le agradeció el ofrecimiento, pero declinó y le dijo que Sardik y Amara serían un apoyo perfecto tanto en el aspecto militar como en el gobierno de la ciudad.
Sorprendiéndole de nuevo, Argios lo entendió y lo licenció aquella misma noche. A la mañana siguiente ya estaba de nuevo a lomos de su caballo y con su parte del botín cargada en dos mulas, con la única escolta de Cuchilla que durante aquel tiempo se había convertido en el soldado más famoso del ejército de Komor.
Neelam
Finalmente el día había llegado. Sentía dejar a Aselas tirado, aun con un montón de heridos a los que atender, pero no podía esperar más. Su esposo estaba de vuelta. Aquella misma tarde Hlassomvik se había presentado y le había dicho que Albert estaba a punto de llegar a Amul.
Sus piernas temblaron y todo su cuerpo despertó anhelando aquellos brazos fuertes y acogedores. Acordando que saldrían a la mañana siguiente el soldado se alejó probablemente en dirección a la taberna más cercana mientras ella iba directa a sus habitaciones para preparar el equipaje.
En cuanto llegó la nodriza le entregó a sus bebés. Parecía mentira lo que habían crecido en apenas unos días y no le extrañaba. A pesar de haber estado alimentándose hacia nada de los pechos de la mujer en cuanto les mostró los suyos los gemelos se agarraron a ellos y succionaron con fuerza. Sus pechos repletos de leche enseguida depositaron su preciada carga en el interior de aquella ansiosas boquitas.
Una sensación de placer y bienestar la envolvió mientras los observaba. A Sermatar ya le estaba saliendo una espesa mata de pelo negro y muy oscuro mientras que Victoria solo tenía recubierta la cabeza por una capa de vello tan fino y claro que parecía que estaba totalmente calva.
Sujeto su cuerpos contra ella mientras los gemelos mamaban hasta quedar saciados. Tras ayudarles a eructar los depositó en sus cunas y auxiliada por la nodriza hizo las maletas y se echó en la cama aunque sabía que no podría dormir en toda la noche.
A la mañana siguiente Hlassomvik, con unas ojeras tan profundas como las suyas, le estaba esperando con una carreta que se había procurado y una pequeña escolta para prevenir cualquier incidente.
La primera parte del viaje fue la peor. La pira de cuerpos aun humeaba y allí donde miraba encontraba manchas de sangre y otros restos de la batalla.
—Debió de ser una dura batalla. —dijo el soldado admirando la montaña de cadáveres carbonizados— Al lado de esta, las nuestras solo han sido escaramuzas.
—Sí, lo fue. Pero supongo que cualquier batalla es dura. —dijo Neelam acunando a Victoria mientras la nodriza se ocupaba de Sermatar. Espero que esta guerra sea la última.
—Yo también, señora. Yo también.
—¿Y ahora que harás?
—De momento tengo la misión de limpiar de enemigos el Bosque Azul. Luego no sé. Tu esposo me ha ofrecido quedarme con él y ayudarle en Amul. La verdad es que la idea me atrae.
—¿No prefieres comprar unas tierras y establecerte por tu cuenta? —preguntó ella— Por lo que he oído habéis conseguido un buen botín.
—Si te soy sincero, nunca he sido bueno administrando un negocio. Prefiero dedicar mi dinero a otras cosas, ya me entiende. —dijo el hombre guiñando un ojo y sonriendo.
—Prefiero no saber a qué te refieres. Solo sé que si mi esposo te lo ha propuesto yo estoy de acuerdo, confío en él.
La presencia de los niños hacía que la carreta progresase lentamente y solo ya bastante avanzada la tarde lograron acercarse al desvió que llevaba a Amul.
En el cruce la familiar silueta de su esposo le esperaba pacientemente recortada contra el sol vespertino. Neelam no se pudo contener y bajándose de la carreta, con las lágrimas de felicidad corriendo libremente por sus mejillas avanzó a la carrera hacia a él.
Albert la esperó de pie y la recibió con un abrazó y un largo beso. Hlasso no se demoró y entregándoles las riendas de la carreta se retiró para continuar con su misión.
—Hola, mi amor. —dijo él mientras la estrechaba contra él y besaba y acariciaba todo su cuerpo ante la mirada de censura de la nodriza.
—Estás aquí, estás vivo, estas entero. —fue lo único que ella acertó a decir antes de abalanzarse de nuevo sobre él y comérselo a besos.
Finalmente unos gritos indignados rompieron aquella burbuja de felicidad que les rodeaba.
—¿Son...?
—Si son tus dos hijos... —dijo ella cogiendo a los dos bebés uno en cada brazo ayudada por la nodriza.
—Pero... —dijo él confuso.
—Lo siento, pero quería darte una sorpresa, por eso le dije al barón que solo te informase del nacimiento. —dijo ella con una sonrisa radiante— Este es Sermatar y ella es Victoria.
Albert soltó una carcajada y a continuación se apresuró a cogerlos. Los bebés hambrientos gritaron desesperados al verse alejados del su seno. Su esposo rio de nuevo y los acunó en el regazo hasta que consiguió calmarlos un poco antes de comenzar a caminar en dirección a la granja.
—¿Está muy mal la casa? —preguntó Neelam.
—No demasiado. —dijo Albert procurando animarla— Lo revolvieron todo buscando comida, pero tenían demasiada prisa y solo consiguieron quemar una de las alas. Aunque lamento decirte que de nuestra habitación no queda ni el techo. Me temo que deberemos trasladarnos a mi vieja habitación.
Caminaron unos cientos de metros y al fin pudo ver su hogar. Los cobertizos y los almacenes habían sido destruidos pero la casa estaba en su mayor parte en pie. Con la ayuda de Hlasso no les costaría poner la granja de nuevo en funcionamiento y la vieja habitación de Albert era la más fresca de la casa en verano.
En cuanto llegaron Nerva y Bulmak que se le habían adelantado ya tenían preparada la cena y tras pasarse los cansados bebés de uno a otro con evidentes gestos de placer, les dio las gracias por guardar el secreto de los gemelos.
Cenaron rápidamente y tras darles el pecho a los gemelos, los dejó con la nodriza y se llevó a Albert a la orilla de la laguna ansiosa de compartir con él unos minutos de intimidad.
Albert
La oscuridad ya era absoluta, aunque el calor de uno de los últimos días del verano aun dominaba el ambiente. La luna llena asomaba por encima de la superficie del agua iluminando la laguna y arrancando reflejos plateados al agua. Agarrando a su esposa por la cintura observó la salida del astro hasta que dos enormes lunas destacaron con su brillo ante los ojos, una serena y estática, otra vibrante e interrumpida de cuando en cuando por el salto de un pez o el chapoteo de una nutria.
Por fin estaba en casa, se sentía tan tranquilo y feliz con su bella esposa a su lado y los bebés durmiendo tranquilos en la casa que sintió que el corazón no le cabía en el en pecho. Girándose se inclinó y besó a Neelam, un beso largo y dulce intentando expresar todo el amor que despertaba en él. Su esposa respondió ansiosa acariciando su cuello y su barbilla con sus manos frescas y suaves.
—Ven conmigo. —dijo Albert deshaciendo el beso— Hay algo que tengo que hacer.
Neelam protestó un poco y remoloneó hasta que finalmente se dejó llevar hasta una pequeña colina que se mantenía siempre por encima del nivel de las crecidas.
—¿Qué es eso? —preguntó ella cuando Albert sacó una pequeña caja de madera.
—Son las semillas de heveras que me regaló el druida elfo. Me dijo que allí dónde las plantase estaría mi hogar. Las he mantenido ocultas todo este tiempo, incluso cuando estuve en las minas de sal me las arreglé para ocultarlas de los guardianes. Ahora, con la luna llena, ha llegado el momento de que crezcan y se conviertan en majestuosos árboles.
Con sumo cuidado abrió la caja mostrando a su esposa cuatro pequeñas semillas del tamaño de un grano de mostaza, aunque más alargadas, de color oscuro y con una especie de polvo plateado que no paraba de fluctuar en su superficie. La joven las observó maravillada.
—Parece mentira que una cosa tan pequeña se convierta en un árbol tan enorme. —dijo ella cogiendo una de ellas entre sus dedos.
Sin esperar a que ella la devolviera a la caja, siguiendo las instrucciones del druida hizo un agujero de unos veinte centímetros de profunididad en el césped con la daga y le invitó a Neelam a depositar la semilla en él. Luego tapó el agujero con tierra y se desplazaron unos veinte metros para repetir la operación.
—La semilla se empapara de las lluvias del otoño, dormirá durante el invierno y con la llegada de los primeros rayos de sol de la primavera despertará y comenzará a crecer con rapidez. El año que viene por estas fechas superará los cinco metros de altura.
Albert se sacudió las manos de tierra antes de volver a abrazar a su mujer.
—Este es mi hogar. Para siempre. —sentenció mirándola a los ojos— No sé lo que el futuro me depara. La vida me ha enseñado que los dioses son caprichosos y no suelen atender los deseos de los hombres. Puede que el destino me obligue a abandonarte de nuevo, pero no lo dudes ni por un solo instante. Siempre volveré a ti.
Neelam abrió la boca para decir algo, pero él se la selló con un beso. Esta vez fue más ansioso cargado del deseo acumulado por más de un mes de ausencia. Neelam gimió y se estremeció cuando la mano de Albert se posó sobre su pecho dejando una mancha marrón en el vaporoso tejido de sus ropajes.
Levantándola como si fuese una pluma la llevó al centro del cuadrado que formarían los futuros árboles y la sentó en su regazo, mientras la desembarazaba de sus ropas hasta dejarla desnuda a la luz de la luna. Su cuerpo seguía siendo magnifico. Sus caderas brillaban pálidas y rotundas a la luz de la luna y sus pechos cargados de leche lucían tensos y se bamboleaban al más mínimo movimiento de su cuerpo.
Llevado por un deseo irrefrenable se llevó uno de ellos a la boca y chupó con fuerza el pezón. Neelam gimió, mientras rodeaba su cabeza con los brazos y unas gotas de leche fluyeron inundando su boca con el sabor denso y dulce de la maternidad.
Tras darle un par de chupetones más se apartó y cogiendo a su esposa por la por la nuca, besó a Neelam compartiendo el sabor de la leche. Neelam sin despegar sus labios de él le desvistió apresuradamente.
Esta vez fue su turno y de un empujón tumbó a Albert sobre el pasto agostado para admirarlo y besarlo recordando y recorriendo con sus uñas cada una de sus cicatrices a las que se le habían unido dos finas líneas en el brazo izquierdo.
Con el gesto serio las recorrió con los labios temblorosos.
—Tranquila, son solo dos rasguños. Probablemente no dejarán marca. —dio él al ver como se le oscurecía la mirada a su joven esposa.
—No puedo evitar pensar que pasaría si alguna vez me faltases. No sé si lo superaría alguna vez.
Albert le apartó aquella melena castaña y brillante que tanto adoraba y con la mirada le dijo que no habría nada en el mundo que pudiese apartarle de ella y Neelam pareció entenderlo.
Fascinado por la forma en que habían llegado a entenderse el uno al otro le acarició el cuerpo desde el cuello hasta las caderas sin dejar de mirarla a los ojos viendo en ellos como las dudas se esfumaban sustituidas por una oleada de excitación.
Finalmente Neelam rompió el contacto y dejando que su melena cayese sobre el cuerpo de Albert comenzó a acariciárselo con ella, haciéndole estremecerse de placer. De vez en cuando ocultando sus movimientos bajo aquella espesa mata de pelo castaño le besaba una tetilla le mordisqueaba el vientre o los flancos o le lamía el interior del ombligo.
Albert sintió que su polla iba a reventar. Palpitaba y se retorcía ansiosa por encontrar el cuerpo de Neelam y unas gotas de líquido preseminal asomaban por su punta que Neelam recogió con la punta de su lengua.
Disfrutando con malicia de la tortura que le estaba infringiendo, se entretuvo besando su glande con suavidad y tanteándole una y otra vez con la punta de su lengua, hasta arrancarle un juramento a la que ella no hizo ningún caso.
Cuando creyó que no aguantaría más se metió la polla en la boca y comenzó a chupar con fuerza. Todo el cuerpo de su esposo se combó y a pesar de que intentó avisarla los largos días de abstinencia se dejaron notar y en cuestión de segundos se corrió.
Neelam se agarró a su miembro y chupó con fuerza apurando hasta la última gota antes de colocarse sobre él y compartir con él el sabor de su propio semen.
El beso se prolongó hasta que los dos se quedaron sin aire mientras Neelam frotaba su sexo contra su polla que iba decreciendo de nuevo poco a poco.
Consciente de que ella también estaba hambrienta de sexo la tumbó con delicadeza y se sentó a sus pies. Cogiendo uno de ellos y se lo besó, olía a hierba y sabía un poco a tierra. Tirando de su cuerpo suavemente hacia él, recorrió sus pantorrillas y sus muslos con los labios, haciendo que sus gemidos fuesen cada vez más apremiantes.
Cuando llegó a su pubis le separó las piernas y aspiró con deleite el aroma que emanaba de sus sexo mientras Neelam agitaba sus caderas intentando atraerle hacia él. Con un rápido lametón hizo que el clítoris de su esposa asomase y que su sexo se abriese invitador.
No la torturó más y envolvió su sexo con la boca penetrando en el todo lo que le permitía la longitud de su lengua. El cuerpo entero de Neelam se estremeció y sus caderas se agitaron desesperadamente.
Sin darle tregua, Albert introdujo dos dedos en su vagina y comenzó a acariciar sus zonas más sensibles. Los gemidos y estremecimientos de sus esposa hicieron que volviese a sentirse excitado. Deseaba penetrarla de nuevo adelantándose se colocó entre sus piernas e iba a cogerse la polla cuando ella se adelantó y la dirigió hacia su culo diciéndole que aun era demasiado pronto para volver a quedarse embarazada.
Con la polla aun no erecta del todo empujó con suavidad contra el delicado orificio de su ano. Al segundo intentó su polla logró entrar. Neelam soltó un suave quejido y sonrió con satisfacción al sentir como el pene de Albert crecía dentro de ella hasta colmar sus entrañas caliente y duro como una piedra.
Albert comenzó a moverse con suavidad. Su esposa le rodeó con los brazos dejando que las molestias diesen poco a poco paso al placer.
—¡Dame más! —exclamó con la voz ronca— No he esperado casi dos meses para que me trates como si fuese de cristal.
Albert le besó el cuello y comenzó a penetrarla con fuerza descargando todo su peso en cada embate. Neelam gritó extasiada mientras intercambiaban besos, arañazos y mordiscos.
El sexo se convirtió en una batalla. Rodaron por el suelo con las hierbas secas arañando sus cuerpos mientras ellos seguían moviéndose enroscados el uno en el otro como culebras hasta que una brutal orgasmo les envolvió. Ninguno de los dos supo si la eyaculación de Albert había provocado el orgasmo de Neelam o fueron las furiosas contracciones de su vagina las que provocaron la corrida de él. Lo único que sabían era que jamás se habían sentido más unidos y que sentían que ya nada ni nadie les podría separar.
Tras unos minutos jadeando y boqueando como dos anguilas fuera del agua se vistieron y se quitaron todas los hierbajos que pudieron entre risas antes de echar una última mirada a aquella embrujadora luna y dirigirse de vuelta hacia la casa.
En la oscuridad el ónyx observaba con curiosidad y se limpiaba las zarpas, preparándose para una noche de caza.
Finalmente llegó su turno y dejando el libro sobre el catre salió al exterior. La tormenta por fin estaba amainando y llamó a Hawkins para pedirle el transporte. Él le prometió que saldría un helicóptero en una hora.
Abajo la única luz que se veía en el campamento de MSF era la que salía del área de hospitalización. Parecía que Monique se negase a admitir la realidad y apurase los últimos momentos con los enfermos como un turista aprovecha sus últimas horas de su escapada a Tijuana, cogiendo una última curda de tequila.
Cogiendo la camioneta se acercó un instante. La sorprendió sentada leyendo algo mientras esperaba a que uno de los pacientes terminase su bolsa de suero antes de ponerle la siguiente.
—Tengo que irme a sustituir a Oliva. —dijo él dándole un beso rápido— La tormenta está amainando y nos iremos dentro de unas horas. Quiero que te quedes aquí. Si pasa algo no quiero estar buscándote por todo el campamento.
—Vale. —replicó ella.
—Si necesitas algo, Oliva esta en el campamento. Si la llamas estará aquí en unos segundos, ¿De acuerdo? Ahora tengo que irme.
Monique asintió y le dio un beso. En su cara podía ver su enfado por no poder llevarse a los enfermos pero también vio resignación. Quizás después de todo no tuviese que llevársela a rastras.
Mirando el reloj subió a la camioneta, las piedras repiquetearon contra los bajos cuando aceleró a fondo y salió traqueteando en dirección al puesto de vigilancia que habían montado.
Oliva le saludó, pero por su gesto sabía que no había buenas noticias así que intentó animarla un poco.
—El helicóptero está a punto de salir. En tres horas como mucho estará aquí.
—Espero que sea suficiente, porque esos mamones están empezando a abrirse paso —dijo ella mostrándole el monitor.
Al principio no notó nada. El montón de piedras parecía estar igual que cuando se había ido, pero tras un par de minutos vio como una pequeña piedra temblaba y resbalaba pendiente abajo. Era evidente que los terroristas se estaban abriendo paso.
Tras ver caer un par de piedras más se convenció. Iban a andar justos de tiempo. Esperaba que el derrumbe aguantase, si no, tendría que emplearse a fondo con el Barret y el lanzagranadas.
Se despidió de Oliva diciéndole que si había algún problema, la doctora estaría en el barracón de hospitalización y comenzó a colocarse en el puesto de vigilancia con el monitor a la vista y el rifle de francotirador a mano.
Observó a través de la mira y comprobó el viento y la humedad que habían disminuido bastante en las últimas horas e hizo una serie de correcciones. Con todo preparado abrió una lata de refresco y se dedicó a observar el monitor.
Una hora después la primera roca grande se movió y cayó y por un angosto hueco asomó una mano. Hizo un rápido cálculo y llamó a Hawkins para saber cuánto le faltaba al helicóptero. El sargento le respondió que una hora y media y le dio la frecuencia de la aeronave para que pudiese hablar directamente con el piloto antes de desearle suerte y cortar la comunicación.
Durante los siguientes minutos no apartó la mirada del monitor viendo el lento pero inexorable avance de los talibanes. Finalmente un par de ellos pudieron colarse por un estrecho hueco y empezaron a retirar piedras también desde el otro lado.
Le quedaban como mucho quince minutos antes de que los afganos atravesasen definitivamente la barricada. Cogiendo la radio habló con el piloto del helicóptero. Aun le faltaba media hora. Tendría que aguantar como pudiese. Soltó un taco y se dispuso para la pelea.
La llamada de Ray la pilló terminando de empaquetar sus últimas pertenencias. No le sorprendió que anduviesen cortos por quince minutos. Siempre la misma mierda. Cogiendo la luz estroboscópica para señalar el lugar de aterrizaje al helicóptero, Oliva salió de la tienda y un movimiento a su izquierda la sorprendió.
Inmediatamente se bajó los visores nocturnos a la vez que levantaba el M4. Unos ojos brillantes y una sonrisa zorruna aparecieron en medio de la oscuridad; solo era el chacal. El animal al verse sorprendido dejó de hurgar en la basura y se dirigió hacia el río. Estaba a punto de levantar el visor cuando algo más se movió justo en una esquina de su campo de visión.
—Ray, no sé qué está pasando pero hay varios hombres armados en el campamento de MSF. —dijo ella tirándose al suelo y apuntando a las figuras con el M4 justo después de poner la baliza para el helicóptero..
—Pues de aquí no han salido. Deben haber llegado por el camino que viene por la orilla del río. Estábamos tan concentrados en vigilar la caverna que no hemos revisado el resto de los sensores. Lo que está claro es que no son amigos. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Sin cortar la comunicación Oliva apuntó a las figuras que corrían en la oscuridad y derribo tres. Sorprendidos, los tipos se tiraron al suelo y buscaron refugio tras rocas y tiendas. En un instante se dividieron. Dos se quedaron agazapados y cubrieron a un tercero que corrió directamente al barracón de hospitalización.
—¡Joder! —exclamó Oliva mientras se levantaba y echaba a correr con una granada preparada.
Ray escuchó los disparos y los reniegos de Oliva. Deseaba ir a ayudarla, pero sabía que si lo hacía todos acabarían muertos. Finalmente los talibanes lograron abrir un hueco lo suficientemente grande y comenzaron a pasar hombres y armas.
Ray apuntó cuidadosamente a la boca de la cueva y en cuanto el primer afgano asomó la cabeza se la voló limpiamente de los hombros. Miró el reloj aun faltaban doce minutos para que llegase el helicóptero.
Con la ventaja que le daba el ver donde iba gracias a los visores nocturnos, Oliva se lanzó cuesta abajo. Nada le hacía sentirse más viva que el sonido de las trazadoras zumbando a pocos centímetros de sus oídos. Tras una corta carrera se refugió tras una roca. Se tomó un segundo para tirar de la anilla de la granada y la lanzó al lugar de donde venían los disparos. En cuanto oyó la detonación no esperó a ver el resultado y se lanzó a la carrera de nuevo.
Un hombre asomó la cabeza entre el humo e intentó a apuntar con sus oídos sangrando. Oliva le descerrajó dos tiros en la cabeza y saltó por encima de la roca que les había servido de refugio.
Tras comprobar que el otro hombre había muerto por la metralla se dirigió al barracón de hospitalización del que salía el típico ruido de las detonaciones de un AK.
Cuando entró la escena era dantesca, los pacientes estaban todos cosidos a balazos. En el fondo de la estancia. Un hombre alto y delgado estaba agarrando por el pelo a la doctora que tenía una mancha de sangre en el costado derecho.
En cuanto la oyó llegar el talibán soltó el AK y sacando una pistola utilizó a la doctora de escudo y le colocó el cañón en la sien.
Oliva se levantó el visor nocturno y se acercó apuntando con cuidado. Cuando estuvo en mitad de la habitación reconoció el bigote, los ojos pequeños y huidizos y la nariz larga y ligeramente torcida a la izquierda, era el cabrón que había intentado robarles la camioneta. Tenía que haberle matado en cuanto tuvo ocasión.
—No te acerques más o la mato. —dijo el hombre apretando el cañón contra la sien de Monique.
La joven soltó un grito desmayado mientras hacía presión sobre la herida con las dos manos. Al ver la sangre correr no pudo evitar pensar que si ella moría quizás tuviese otra oportunidad con Ray. No lo había querido admitir, pero aquel hombre le gustaba mucho y esa putita se lo había levantado. Por un instante sintió la tentación de apretar el gatillo y terminar con todo, pero supo que su oportunidad había pasado y lo mejor que podía hacer por su relación con Ray era sacar a la doctora de aquel embrollo viva.
—Ahora quiero que dejes tu arma en el suelo y salgas de aquí.
—Sí ¿Y qué más? —le espetó ella. ¿Sabes qué? Que si le tocas otro pelo tú sí que estarás muerto, cabrón. Esto no es una película de Hollywood.
El hombre la miró y dudó un instante. Inmediatamente supo que aquel hombre no quería morir, así que contraatacó.
—No me tientes, —dijo el hombre con un ligero temblor en la voz— estoy dispuesto a morir.
—Sí ya lo veo. Tu no vas a ningún sitio sin la camioneta. —rio despectiva— Te propongo algo: Si bajas la pistola y te apartas de la mujer, te dejaré ir y hasta te daré las llaves del todoterreno.
El hombre dudó, en su mente luchaban la razón y la avaricia e inconscientemente aflojó la presión sobre el gatillo de la pistola un instante. Era todo lo que Oliva necesitaba.
Ray miró por el visor. Esta vez los afganos fueron más prudentes y dos salieron mientras otro le cubría disparando al azar, pero él los derribo fácilmente. Miró el reloj y llamó al piloto. Diez minutos. hizo un cálculo rápido. Cuatro minutos más allí y seis para llegar al helicóptero. Muy justo.
El M4 ladró y arrancó casi completamente el hombro derecho del afgano. Monique se apartó a un lado y se derrumbó sobre una cama mientras ella se acercaba y apartaba las armas del cuerpo del hombre que se quejaba apretándose el hombro desecho.
—Perra mentirosa...
El hombre no dijo más. Acabó con él de un tiro en el corazón. Le hubiese gustado pasarse toda la noche torturándole, pero no tenía tiempo, tenía que estabilizar a la doctora y prepararla para llevarla al helicóptero.
—Gracias. —dijo Monique cuando se acercó.
—Voy a ver como está eso. ¿De acuerdo?
La mujer asintió y apretó los dientes. Cuando apartó la bata y levantó la camiseta vio un agujero en la parte derecha. Giró un poco el cuerpo y vio que la bala había salido.
—Has tenido suerte, doctora. Justo por debajo del hígado. Un centímetro más arriba y lo único que podría haber hecho por ti sería darte la extremaunción.
—Vaya, que sorpresa, eres reverenda en tu tiempo libre. —bromeó la doctora mientras ella le limpiaba las heridas y echaba un chorro de antiséptico.
Mientras trabajaba, la doctora él indicó un armarito donde había vendas antibióticos y una grapadora.
Oliva cogió el material y se puso manos a la obra.
Cada segundo parecía una hora y cada minuto una vida entera. Los talibanes estaban empezando a salir y Ray no daba a basto. Habían tomado posiciones frente a él y batían su puesto continuamente mientras preparaban una ametralladora del calibre cincuenta.
Dejando el rifle se deslizó a la derecha con el lanzagranadas preparado y se acercó hasta estar en alcance. Miró el reloj y esperó. Treinta segundos. Había llegado el momento. Lanzó dos granadas explosivas destruyendo el calibre cincuenta y uno de los puestos más cercanos y luego disparó todas las granadas de humo que le quedaban antes de destruir su puesto de vigilancia y salir corriendo a toda velocidad. Más valía que aquellos cabrones no se retrasaran.
No había sido un gran trabajo, pero aguantaría hasta llegar a Bagram. Le había grapado la herida y se la había vendado. La doctora le había sorprendido y apenas había gritado. Cuando terminó le puso una inyección de morfina de su propio botiquín.
—Podías habérmela puesto antes. —se quejó Monique.
—Es que me gusta verte sufrir. Y ahora arriba. El transporte está a punto de de llegar.
Cogiéndola por el hombro la obligó a levantarse y salieron del barracón. Fuera, las nubes habían desaparecido y dejaban ver un firmamento cuajado de estrellas. Bajando el visor nocturno agarró a la doctora por el costado y comenzó a avanzar con el M4 preparado en la mano libre.
A cien metros de su tienda comenzó a oír el ruido de las aspas del helicóptero. Apurando el paso llegó justo en el momento que el aparato posaba los patines justo encima de la baliza. Con cuidado pasó la doctora a los tripulantes y miró hacia la izquierda. Con un suspiro de alivio vio a Ray corriendo a cien metros. Durante un instante se dio la vuelta, vació un cargador en la oscuridad, lanzó un par de granadas y tras un último esprint se lanzó en plancha al interior del helicóptero que despegó inmediatamente.
En cuanto la vio con tres hombres a su alrededor y un aparatoso vendaje manchado de sangre el alma se le cayó a los pies.
—Calma, es una herida limpia. —le tranquilizó Oliva mientras veían como el sanitario, colgaba un recipiente de suero del techo del helicóptero y le insertaba el otro extremo en el brazo.
—¿Qué pasó?
—El maldito robaperas del otro día se coló en el hospital antes de que yo pudiera llegar. Lo siento.
No pasa nada.
Abajo los talibanes ignoraban el helicóptero y se acercaban al tesoro que suponía el campamento, pero Ray les tenía una úlitma sorpresa preparada. Sacando un detonador a control remoto del bolsillo esperó a que todos estuvieran dentro y acciono el gatillo.
Los terroristas desaparecieron en medio de una deslumbrante bola de fuego.
Ray miró las llamas alejándose, perdido en sus pensamientos. Oliva le dio un golpecito en el hombro. Y le mostró el libro.
—Te lo habías dejado en el catre. Supuse que querrías conservarlo.
—Gracias, creí que lo había perdido. —dijo cogiéndolo— No sé por qué pero es como un amuleto.
Tras voltearlo varias veces lo metió en uno de los bolsillos de su mochila y se volvió hacia Monique. La doctora tenía el rostro pálido y un rictus de dolor, pero parecía animada.
—¿Cómo está? —le preguntó al sanitario.
—Es una herida limpia, un par de semanas y estará como nueva.
—¿Has oído? —le preguntó a ella— Dentro de dos semanas estarás dándome la lata de nuevo.
—Seguramente para entonces estés salvando a otra dama en apuros. —dijo ella con la lengua entorpecida por las drogas— Siento todo esto... Yo no quería...
—Tranquila, ahora descansa. Ya te echaré la bronca más tarde. —dijo besándola suavemente en los labios.
En el exterior un nuevo y espléndido amanecer se adivinaba al este, iluminando el laberinto de montañas y barrancos que pasaban fugazmente bajo ellos. Exhausto se sentó al lado de Monique y le cogió una mano. En cinco minutos estaba profundamente dormido.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar