Las colinas de Komor XIII

Afortunadamente, tarde o temprano llegaba Dairiné y le sacaba de aquellos tristes recuerdos. Aquel atardecer se acercó y le dijo que el Gran Druida le estaba esperando. La elfa lo acompañó hasta la base Albaudil y le indicó que debía subir solo.

XIII

Oliva lo despertó a las cinco de la mañana y se metió directamente en la cama. Antes de ponerse frente a los monitores, Ray salió al exterior. Un viento frío y cortante proveniente del Himalaya despejó las telarañas del sueño. Abajo, la pequeña aldea permanecía a oscuras y en un silencio solo interrumpido por el ocasional ladrido de un perro.

En el campamento de MSF tampoco había demasiada actividad. Solo se veía luz en uno de los pabellones donde estaban los enfermos que estaban internados. Se imaginó que un médico y un par de enfermeras estarían atendiéndoles. Cogió sus prismáticos con el sistema de visión nocturna y repasó los alrededores sin encontrar nada que le pareciese sospechoso.

Sin habérselo propuesto su ronda terminó en la tienda de la doctora Tenard. Se preguntó que estaría haciendo allí dentro en ese momento. Estaría rumiando alguna manera de hacerle la puñeta o solo estaría durmiendo. Por un momento se le pasó por la mente la idea de que estuviese masturbandose mientras pensaba en él. Aquello sí que era realmente ciencia ficción y no las pelis de Alien.

Con una sonrisa torcida volvió a su tienda y se sentó ante los monitores.

—¿Está todo tranquilo? — le preguntó Oliva cuando pasó por delante de su catre.

—Sin novedad, trata de descansar un rato. —respondió él.

—El caso es que tomé un café hace un rato  y ahora estoy demasiado acelerada para dormir. Quizás si me leyeses un poco...

—Tengo que estar pendiente de los monitores, —replicó Ray—pero puedes leer tu un rato. Para variar seré yo el que escuche.

A Oliva pareció no entusiasmarle demasiado la idea, pero finalmente aceptó, cogió el manoseado volumen y comenzó a leer.

Capítulo 16. El Solsticio

Albert

El tiempo había pasado en un suspiro. Aquellas dos semanas habían sido una bendición. El descanso y la comida abundante había contribuido a su restablecimiento, aunque para recuperar la forma en la que se encontraba antes de ser capturado aquello no bastaba. Mientras Skull dejaba crecer su barriga comiendo y roncando, él todas las mañanas, tras desayunar un poco de fruta, subía y bajaba dos veces de aquel gigantesco árbol y hacía los ejercicios gimnásticos que había aprendido en la Guardia Alpina.

Los niños elfos se unían a él e imitaban sus movimientos durante un rato entre risas, hasta que se cansaban y empezaban a corretear y saltar entre las ramas burlándose de él. Poco a poco su cuerpo recuperó la tonicidad y la elasticidad que había tenido cuando estaba a las órdenes de Baracca.

Sin nada que hacer más que entrenar y esperar el momento de su partida, su mente inevitablemente derivaba hacia el pasado y se preguntaba si hubiese podido salvar a Baracca de alguna manera.

Las imágenes de la daga entrando en el costado de su amante le hacían sentir impotente y llenaban su cabeza de recuerdos cada vez más brumosos con el paso del tiempo. Aun así, había uno que se obstinaba en asaltarle.

Habían hecho el amor durante toda la noche después de una batalla especialmente reñida en la que ambos habían estado a punto de morir más de una vez. Aun jadeante le preguntó a Baracca si alguna vez se había planteado que cualquiera de aquellas peleas podía ser la última y aun recordaba con precisión cada una de las palabras de su respuesta:

—Aunque no lo creas, he pensado muchas veces en la muerte y siempre llego a la misma conclusión. No me gustaría dejar este mundo sin dejar alguna marca en él. No hay nada que me emocioné más que una muerte gloriosa, acosada por decenas de enemigos después de haberme ganado la reputación de ser la pirata más famosa de todo el Mar del Cetro. Sé que si esto ocurre, cuando muera tendré un sitio entre los favoritos de Wramm.

Así era Baracca, empeñada en dejar huella. Estaba seguro de que en aquel momento no solo estaría con el Dios de las Tormentas como deseaba, sino que estaría conspirando contra él para quitarle el trono.

Afortunadamente, tarde o temprano llegaba Dairiné y le sacaba de aquellos tristes recuerdos. Aquel atardecer se acercó y le dijo que el Gran Druida le estaba esperando. La elfa lo acompañó hasta la base Albaudil y le indicó que debía subir solo.

En aquella ocasión, tras la prolongada subida no le temblaban las piernas. Albaudil era un árbol extraordinario. A la altura en la que los demás alcanzaban su ápice, el tronco de aquel Heveras se dividía en cuatro ramas, tan gruesas que dos hombres no las podían abarcar y que se dirigían rectas hacia el cielo como las columnas de un enorme templo cubiertas de aquellos insectos luminiscentes. Rodeándolas, los elfos habían creado una plataforma alrededor con la madera del heveras, encajando tan bien los tablones que no podía distinguir las ranuras en aquella madera oscura. La copa del gigantesco árbol se cerraba treinta metros más arriba, formando una bóveda de un espléndido color verde grisáceo.

Alguien había apartado los insectos de ciertas zonas de la corteza creando enigmáticas líneas y símbolos que Albert no podía descifrar. Observó maravillado cómo los insectos llegaban a la invisible línea que demarcaban aquellos símbolos y se retiraban, dejando la oscura corteza del heveras a la vista. Para una persona salida de un mundo dónde le habían enseñado que la magia solo era perversa fuente de dolor, aquel espectáculo era único y además era la confirmación de que la magia también podía ser bella y constructiva.

—A lo largo de toda la corteza está escrita la historia de nuestro pueblo. Estos símbolos cuentan como no hace tanto tiempo, por lo menos para nosotros, más de la mitad del continente estaba cubierto de espesos bosques. —dijo el un venerable anciano tras él— Como llegaron los primeros hombres, provenientes del norte y el sur y poco a poco fueron reduciendo estos bosques para crear tierras de labor. Nosotros reaccionamos y peleamos. Casi siempre ganábamos las batallas, pero vuestra fuerza generadora ganó la guerra. Cada uno de los nuestros que se perdía era casi insustituible, pero vosotros encajabais vuestras perdidas con facilidad ya que por cada elfa que tenía un hijo una mujer podía tener diez. Al final nos retiramos hacia el oeste, a la Gran Selva y unos pocos quedamos en este macizo, solo accesible para seres ligeros y rápidos como nosotros.

El elfo que le hablaba parecía tan viejo como el propio árbol, era más alto que él y extremadamente delgado. Su cara alargada y huesuda estaba presidida por unos ojos grandes y ambarinos, una nariz larga y recta y una barba plateada que cubría gran parte de su pecho. Vestía una túnica gris que le llegaba a los pies con unas mangas amplias y tan largas que el monje solo enseñaba sus huesudas manos cuando levantaba los brazos en alguno de los gestos con los que acompañaba su discurso.

—Soy Mamoel, pero aquí todos me conocen como  el Gran Druida o el Gran Padre. —dijo el elfo golpeándose el pecho e inclinándose en un saludo formal.

—Yo Albert, y solo soy un humano, hasta hace poco un esclavo. Es un honor conocerle, Gran Druida.

—El honor es mío. Tu cuerpo y tus cicatrices dicen que eres algo más que un humano corriente. —replicó el druida— Y el que hayas sido capaz de traernos a Dairiné sana y salva hasta aquí no hace sino confirmarlo.

Con un gesto el sacerdote le invitó a sentarse en unos almohadones especialmente dispuestos.

—Quiero agradecerte especialmente que nos la hayas devuelto. —dijo Mamoel sentándose con cuidado— Dairiné es la curandera más hábil del bosque a pesar de su juventud. Su desaparición,junto con la de su madre, fue un duro golpe y su vuelta una sorpresa y una fuente de felicidad y bienestar para nuestra comunidad. Por ello todo el pueblo elfo está en deuda contigo.

—No me debéis nada. Sin ella, probablemente hubiese muerto víctima de las heridas que sufrí cuando me capturaron. —respondió Albert respetuosamente— Creo que fueron los dioses los que hicieron el trabajo haciendo que acabásemos en el mismo lugar y el mismo momento.

—Puede que tengas razón, hijo. Aun así quiero que sepas que eres bienvenido en nuestro bosque y además quiero hacerte un par de obsequios.

—No es necesario...

—Sí que lo es. —le interrumpió el anciano— Sobre todo si es cierto que quieres volver a tu hogar.

—Es lo que más deseo.

El anciano elfo cogió un cofre que tenía a su lado y lo abrió sacando un pergamino que desplegó en el suelo entre los dos, mostrando su contenido. Era un mapa detallado de aquella parte del continente.

Albert lo observó con atención, recorrió con los dedos la ruta que le había llevado hasta allí. Desde la playa donde había ido a parar tras el hundimiento de La Górgona, en la Bahía de las Aguas Hirvientes, su dedo se desplazó hasta Kalash para a continuación seguir el Gran Canal y la travesía por los Pantanos de las Brumas. Sorprendiéndose de lo pequeño que resultaba aquel recorrido en el mapa y lo que le había costado llegar hasta allí.

Luego siguió la ruta de la huida a través de los pantanos y finalmente el bosque de los elfos. El hogar de los elfos parecía tan pequeño en aquel inmenso continente, rodeados de humanos por todas partes y alejados de sus parientes, que vivían en las Selvas del Oeste, que no pudo por menos que admirar su resistencia y el amor que sentían por aquel bosque que les había visto nacer.

—Tengo entendido que quieres volver a tu hogar. —dijo el Gran Druida mesándose la barba.

—Así es. Mi plan es llegar a un puerto donde poder coger un barco que me acerque a las Islas de los Volcanes y de ahí otro que me lleve a Juntz.

—Sí, parece tu única vía de escape aunque no tienes muchas opciones. Kalash por razones obvias está descartado y Haabort o algún puerto de Skimmerland te quedan demasiado lejos. Podrías probar suerte en alguna aldea de pescadores de la costa de Vor Mittal, pero dudo que encontrases una embarcación lo suficientemente robusta como para aguantar las tormentas del Mar del Cetro. La elección obvia es la Ciudad Flotante. Allí encontraras barcos adecuados y patrones poco escrupulosos con el pasaje.

—En efecto. —convino Albert— A mí también me parece la mejor solución. El problema es cómo llegar hasta allí.

—En condiciones normales te diría que cogieses la ruta larga hasta Samar y luego por el paso del Rio Brock. Así solo tendrías que seguir el río hasta la desembocadura, pero aparte de que Antaris tiene ojos y oídos en Samar, esta ciudad y Komor están permanentemente  al borde de la guerra y el camino que las une está muy vigilado y virutalmente cerrado a menos que tengas un salvoconducto.

—Entiendo. La verdad es que el conflicto entre esas dos ciudades no me impresiona. Sabría desenvolverme, pero no me gustaría pasar por una ciudad donde Antaris tiene contactos en todas partes. ¿Cómo es la Gran Meseta?

—Hay una antigua ruta de caravanas  que la recorre de norte a sur  que algún aventurero aun recorre. En principio sería un trayecto sencillo si no fuese por la altura. La primera vez que caminas por ella, tras subir una impresionante cuesta durante días, es que te falta el aire. Buena parte del año está cubierta de una espesa capa de nieve y hielo que solo se derrite justo por esta época. De todas maneras las noches son frías y el viento es tan tenue como cortante.

—Entiendo.

—No, no lo entiendes. Debido a la falta de aire te sentirás enfermo. Tendrás nauseas y dolores de cabeza. Una vez llegues arriba, acampa y descansa un par de días hasta que tu cuerpo se acostumbre a la altura. El resto será fácil. la meseta es llana como un plato y no te resultara difícil encontrar comida. Hay antílopes alpinos y cabras mahor en abundancia. Eso sí, ten cuidado con los gatos ónyx, los que recorren esta meseta son especialmente grandes y agresivos. Por lo demás no deberías tener problema. Justo a medio camino de Puerto Brock hay un pueblo, Sendar, en el que podrás comprar o trocar lo que no puedas conseguir. —añadió el druida señalando una pequeña mancha en el mapa.

—¿Y de ahí a Puerto Brock? —preguntó Albert señalando el río en el mapa.

—Son apenas unas pocas jornadas casi siempre cuesta abajo. Además el camino hasta Puerto Brock está mucho más transitado por mercaderes de pieles. Una vez bajes al valle del Brock no tendrás ningún problema para llegar a la Ciudad Flotante.

Albert siguió el recorrido en el mapa hasta llegar al mar. Una vez allí su dedo se deslizó hasta Puerto Espina en las Islas de los Volcanes y de ahí se dirigió al este hasta que salió del mapa. Allí parecía todo una sencilla caminata, pero sabía por experiencia que en un viaje tan largo muchas cosas podían salir mal. No sabía lo que le esperaba, pero se sentía totalmente preparado.

—Sé lo que estas pensando, pero despeja tus dudas. En ti veo una voluntad de vivir y ser libre casi tan fuerte como la de este árbol sagrado. Puedo ver en ti un guerrero que está cansado de matar. Que lo que quiere es establecer tener una familia y vivir de la tierra. Esa voluntad es más fuerte que todos los obstáculos que se interpongan en tu camino. —dijo Mamoel murmurando una bendición que le recordó a aquella que había recibido tanto tiempo atrás del añorado Umwällas.

Aquel elfo había llegado hasta el fondo de su alma con más facilidad de lo que habría llegado él mismo. En ese momento descubrió que el druida tenía razón. Después de veinte años guerreando, lo que quería era paz y tranquilidad. Una familia que le enseñase lo que era sentirse querido y le ayudase a olvidar los horrores que había cometido en nombre del honor. Si conseguía volver a Juntz le pediría al rey la licencia y se olvidaría de aquella vida violenta y vagabunda.

Mientras meditaba, el Gran druida sacó cuatro bolas redondas del tamaño de su meñique y de aspecto vulgar.

—Dentro hay semillas de heveras y también hay huevos de miris, los insectos que cubren su corteza. Es un regalo para que las plantes allí donde tu vida arraigue y de frutos. Ellos te acompañaran a ti y a tus descendientes. Protégelas y evita que caigan en malas manos por todos los medios.

Albert las aceptó con una inclinación y observó las pequeñas semillas antes de echar un vistazo a Albaudil un poco incrédulo de que unas cosas tan pequeñas pudiesen dar lugar a un árbol tan gigantesco.

El Druida le observó con una sonrisa divertida. Aquel elfo le recordaba cada vez más a Umwällas. Aquella barba y aquellos ojos sabios y venerables le animaron a pensar que a pesar de las dificultades, lograría volver a casa, igual que había conseguido encontrar a Nissa y devolverla a su rey hacía lo que le parecía ya una vida entera.

—Ahora ayuda a esta anciano a incorporarse y vayamos al banquete. La Fiesta del Solsticio nos espera.

A pesar de su edad al Gran Druida no le costó mantenerse a la altura del soldado. Sin aparentar cansancio charló con Albert mientras subían los peldaños que les llevaban a la plataforma donde se celebraría la festividad. Mamoel se mostró especialmente interesado en la vida de los humanos al otro lado del continente.

Cuando llegaron a la plataforma, esta resplandecía engalanada con tiras de corteza de heveras que aún conservaban los miris sobre su superficie iluminando la noche con una suave fosforescencia blanquecina. Los elfos vestían todos de blanco con un tejido suave y vaporoso que se ceñía a su cuerpo revelando líneas esbeltas y suaves. Ellos llevaban pantalones y camisas ceñidas con elegantes fajines enjoyados y ellas unos vestidos con escotes en v profundos y unas rajas en ambos lados de las faldas que le llegaban hasta las caderas.

Apenas se había despedido del Druida cuando vio a Dairiné acercarse a él con una sonrisa. Estaba tan resplandeciente como una diosa, con sus largas piernas asomando por ambos laterales del vestido y los pezones haciendo relieve en el tenue tejido. Observó con avidez la carne oscura que asomaba por el escote, la redondez de su busto y la insinuante curva de sus caderas asomando de los largos cortes del vestido.

—Estas preciosa. —fue lo único que Albert acertó a decir.

Dairiné

Un escalofrío de placer recorrió su cuerpo al oír las palabras del humano. Tocándose nerviosamente el recogido que se había hecho en el pelo, se sentó al lado de Albert. El ambiente era mágico. Casi había olvidado lo especiales que eran las Fiestas del Solsticio. En ellas los elfos daban gracias al espíritu del bosque por acogerles y cubrir todas sus necesidades. Los miris escapando de la corteza muerta de los heveras y buscando otra fuente de alimento iluminaban la plataforma, levantando el vuelo y llenando el ambiente de centelleantes motas de luz. El aire acompañaba susurrando en la copa de los heveras creando una especie de musical estremecimiento por encima de ellos.

Todos los habitantes de aquella parte del bosque estaban reunidos ante una impresionante selección de los manjares que el bosque les proporcionaba. Tras un corto discurso y una bendición del Gran Druida sobre todos los presentes, todos atacaron la comida con entusiasmo.

Trataba de comer sin mirar a Albert, pero no podía evitarlo. Quería dejar grabado hasta el último rasgo en su mente antes de que despareciese de su vida. Albert parecía hacer lo mismo. Echando fugaces vistazos a su cara y las caderas que asomaban por los cortes del vestido. Dairiné cambio de postura aparentemente por casualidad, pero con la intención de que la tela del vestido se ahuecase ligeramente permitiendo al soldado atisbar su plateado pubis bajo el vestido.

Albert que no sabía en qué consistía la parte final de aquella fiesta la observó frustrado, inconsciente de que la barrera que les separaba desde que estaban en aquel lugar pronto saltaría por los aires.

Como siempre el último en terminar fue Skull, que desde que había llegado al bosque parecía haber engordado diez kilos. Dos jóvenes elfas le echaban rápidas y curiosas miradas que el pescador parecía no advertir.

A medida que los miris abandonaban la plataforma buscando las partes bajas de los heveras, el ambiente se hizo más oscuro y acogedor. Esta vez el jugo del heveras estaba mezclado con frutas fermentadas. Los jarros de aquel delicioso licor corrieron de boca en boca y pronto Dairiné, al igual que el resto de los comensales, comenzó a sentirse ligeramente ebria y excitada.

El ambiente se fue caldeando y pronto los comensales empezaron a acariciarse. Dairiné se volvió hacia Albert y tras acariciar  un instante su espeso pelo negro le dio un largo beso.

Albert

La verdad es que estaba un poco confundido. Estaba claro desde que había llegado a aquel bosque que su relación con Dairiné no estaba bien vista. La hechicera le había explicado que no era porque el fuese un humano, sino porque las relaciones cortas estaban mal vistas ya que cuando dos elfos se emparejaban, era para siempre.

Pero había una excepción. Las fiestas del solsticio tenían su culminación en una fiesta en la que aquel rígido código se veía sustituido por una noche de desenfreno. Por una noche, la rígida moral elfa se relajaba y todo estaba permitido.

La lengua traviesa de Dairiné no le permitió pensar si la elfa le había pedido que se quedase hasta después de la fiesta para tener una última noche de intimidad con él. Excitado por su belleza  y el licor que corría por sus venas, la abrazó estrechamente y la obligó a tumbarse sobre la plataforma.

Tumbándose a su lado la miró a los ojos antes de besar su cuello y mordisquear con suavidad sus orejas desnudas que se tensaron y se agitaron involuntariamente. Dairiné gimió y apretó su cuerpo contra él entreabrindo los labios y asomando ligeramente la lengua entre ellos.

Albert desplazó la boca por su cuello y se demoró mordisqueando la mandíbula de Dairiné disfrutando de la creciente excitación de su amante hasta que finalmente no pudo aguantar más y la besó  con ansia a la vez que metía la mano por la hendidura del vestido y acariciaba con suavidad el plateado pubis de la elfa. Con un leve giro, Dairiné se puso a horcajadas sobre él, moviendo lentamente las caderas, sintiendo como el miembro del humano crecía lentamente bajo ella.

Albert, ansioso, elevó su tronco, agarró uno de los pechos de Dairiné y se lo metió en la boca. La tela, al humedecerse con sus saliva se volvió translúcida y se pegó al pezón. Albert se lanzó sobre él y lo acarició y los mordisqueó con suavidad. La elfa gimió y le arrancó la ropa con precipitación hasta dejarle totalmente desnudo.

A su alrededor todos estaban haciendo lo mismo. Incluso Skull por fin se había olvidado de la comida y estaba repasando con sus manos  el cuerpo desnudo de una de las jóvenes elfas que le habían estado observando durante el banquete mientras la otra estaba acariciando y lamiendo su polla asombrada de su enorme tamaño.

Dairiné, sin embargo, solo tenía ojos para él. Sin quitarse el vestido se sentó sobre su erección e irguió su tronco. Albert acarició las piernas en toda su longitud hasta que sus manos desaparecieron bajo la suave tela.

Incapaz de contenerse más, la elfa elevó sus caderas lo justo para que él pudiese dirigir su miembro al interior de aquel estrechamente delicioso sexo. El gemido de la elfa se perdió entre el coro de exclamaciones de placer de todos los presentes que hacían el amor de todas las maneras imaginables.

Los cuerpos de elfos y elfas se entremezclaban de manera tan estrecha que no se sabía muy bien donde empezaba uno y terminaba otro. Solo alrededor de ellos dos se había creado una especie de vacío que nadie intentaba atravesar.

Las caderas de Dairiné pronto le ayudaron a olvidar lo que ocurría a su alrededor. Albert se agarró a ellas, acompañando los movimientos amplios y profundos de la elfa con sus caricias y sintiendo como aquel delicioso coño se hacía agua.

Con un movimiento Albert giró a la elfa y la tumbó de espaldas. Dairiné abrió las piernas dispuesta a recibirle de nuevo, pero Albert se limitó a acariciar y besar su cuello, sus orejas y su torso. Con un gesto apresurado lo agarró del pelo intentando atraerlo de nuevo hacia él, pero Albert se apartó y empezó a acariciar sus muslos y sus pantorrillas lejos de las manos de Dairiné.

Albert le besó los tobillos y continuó por el empeine hasta llegar a los dedos de sus pies. Su lengua recorrió los delicados pies de la elfa que retorció su cuerpo y se acarició el pubis gimiendo de placer.

Repasó todos sus pequeños dedos con detenimiento, sintiendo como la excitación de su amante se intensificaba hasta hacerse casi intolerable. Con delicadeza le separó las piernas y se zambulló entre ellas.

El perfume que exhalaban los muslos de la elfa era enloquecedor. Albert apartó el vestido y envolvió su sexo con la boca. La lengua del soldado provocó que el cuerpo de ella se combara y se retorciera electrizado. En ese momento la atmósfera del lugar se volvió enloquecedora. Antes de penetrarla de nuevo, echó un rápido vistazo alrededor. Los participantes se estaban volviendo víctimas de un frenesí colectivo, copulando con intensidad.

Skull, no muy lejos de él, había colocado a un elfa encima de la otra y las follaba alternativamente a un ritmo enloquecedor.

Dairiné le cogió la cara y le obligó a mirarle a ella. Albert se hundió en aquellos ojos líquidos y anhelantes y todo se fundió a su alrededor hasta desaparecer. Solo estaban ellos dos. No había nada más.

Separando suavemente sus muslos deslizó su polla en el interior de Dairiné con deliberada lentitud, disfrutando de la suave estrechez de su sexo. Dairiné se estremeció y se agarró a Albert mientras él, víctima de la lujuria le arrancaba el vestido a tirones.

Sin dejar de embestirla con movimientos amplios y profundos, la envolvió con sus brazos, acarició su cuerpo y besó su cuello y sus pechos con el abandono de quién lo hace por última vez.

Desplazando las manos hasta su culo se incorporó y la levantó como si fuese una pluma. Rodeado de un montón de cuerpos desnudos que se acariciaban y retorcían comenzó a levantarla y dejarla caer sobre su polla.

Los gemidos de Dairiné se convirtieron en gritos de placer. Con una mano en el hombro de su amante para mantener el equilibrio, uso la otra para deshacer el recogido y su melena que cayó como una cascada de plata entre ellos. Los miris atraídos por el súbito movimiento se acercaron, los envolvieron con su luz y se posaron sobre ellos, buscando ansiosos el sudor de sus cuerpos y convirtiéndolos en dos siluetas que se fundían envueltas en un intenso resplandor blanquecino.

Albert apenas se tomó un instante para observar el cuerpo sudoroso y resplandeciente antes de volver a redoblar sus esfuerzos. El mundo pareció suspenderse en el tiempo. Todos los presentes habían interrumpido sus caricias y besos para ver aquellas dos siluetas fundirse en un torbellino de luz maravillados y a la vez pesarosos, conscientes de aquella impresionante demostración de amor, probablemente no volvería a repetirse.

Habían llegado a conocerse tanto en aquel tiempo que bastaba un gesto para que ambos supiesen exactamente lo que el otro sentía. Así pudieron mantenerse durante varios minutos al borde del orgasmo, hasta que Albert incapaz de contenerse más, se corrió dentro de la elfa, haciendo que con el calor de su semilla ella se corriese a su vez.

Albert se dejó caer exhausto, aun dentro de Dairiné. Creía que no podía más, pero el aroma a sexo y los gemidos del resto de los participantes en la fiesta, que volvían a concentrarse en sus respectivas parejas, volvieron a inflamarle y poniendo a la elfa a cuatro patas comenzó a follarla de nuevo.

Dairiné

La noche más corta del año se hizo aun más corta y el amanecer los  sorprendió acalambrados y resacosos. Dairiné estaba abrazada a él, buscando su calor y roncando suavemente. Alrededor, casi todos dormían y solo unos pocos intentaban despejarse sin demasiado éxito. Albert sin embargo se obligó a levantarse y aun levemente mareado comenzó a hacer sus ejercicios matutinos. no podía retrasar su marcha. Al día siguiente se irían.

Se despertó en cuanto sintió que el cuerpo de su amante no la rodeaba con su calor. Con los ojos cerrados oyó como estiraba su musculatura preparándose para su sesión de ejercicios matinales. A pesar de que trataba de hacerlo en silencio podía oír los leves sonidos que producían sus músculos y tendones al ser estirados y preparados para un intenso esfuerzo.

Albert ya no retrasaría mucho más su marcha o el invierno se le echaría encima en la meseta. Solo pensar que no volvería a tener aquel cuerpo abrazándola, que no volvería a agarrarse a aquellos potentes músculos mientras él la embestía con todas sus fuerzas le dieron ganas de llorar.

Sabía que todos aquellos sentimientos se aplacarían y pronto serían solo un recuerdo. Era un humano, su vida era apenas un suspiro para ella, pero en ese momento su mente se negaba a admitirlo, solo pensaba en el guerrero, en su valentía, su fuerza y su delicadeza. ¿Por qué la vida era tan injusta? ¿Por qué Albert no podía ser un elfo? Por un momento se le pasó por la cabeza mandar todo a la mierda y celebrar la ceremonia del Edda´rt con él, pero luego con tristeza reconoció que aquello acabaría mal.

En cuanto calentó los músculos, Albert se deslizó en silencio por la plataforma, evitando pisar los cuerpos desnudos y bajó por las escaleras para hacer sus ejercicios en el suelo. Dairiné le dejó ir sin moverse, simulando dormir mientras las lágrimas corrían libremente por sus mejillas.

Oliva cerró el libro y se estiró. Ray observó sus pechos tensar el tejido de su camiseta en el reflejo de los monitores, sintió como una oleada de excitación lo invadía, pero se contuvo y siguió con su tarea.

—Ojalá estuviese en una fiesta como esa y no en este cochino lugar. —dijo Oliva rompiendo el incómodo silencio— Un montón de hombres y mujeres follando intercambiando fluidos y parejas hasta formar una masa de cuerpos cálidos y vibrantes... Tiene que ser una pasada.

—Esa es la diferencia entre tú y yo. —replicó él sin apartar la mirada de los monitores.

—¡Bah! Eres un aburrido. —dijo ella poniéndose a gatas sobre la cama y deslizando una mano bajo su vientre hasta llegar al pubis.

Ray vio como los dedos largos y delgados de su compañera presionaban sobre la prominencia que su sexo producía en sus ropa interior. Oliva, aparentemente ajena a él, comenzó a mover las caderas adelante y atrás mientras se acariciaba la vulva por encima de las pequeñas braguitas.

—¡Vamos! No me digas que no estás deseando follarme. Acércate y tómame. —le desafió quitándose las bragas y penetrando su coño con dos dedos mientras se acariciaba el clítoris con el pulgar.

—Déjalo, yo tengo que vigilar y tu deberías descansar. Dentro de un rato te toca sentarte frente a los monitores.

—Sabes perfectamente que  si nos atacan estamos jodidos, nos demos cuenta o no. Deja eso y ven. —replicó dejándose caer de espaldas en el catre y girándose lo justo para que Ray pudiese ver en el reflejo del monitor como se masturbaba con todo detalle.

Ray la miró y notó como su polla crecía bajo su ropa, pero estaba de servicio y dio gracias por ello. No quería liar la situación con Oliva más de lo que estaba. Mientras escuchaba el relato no podía evitar pensar que su relación con aquella mujer. Al igual que la de Albert con Dairiné no tenía futuro. Sabía que si no la cortaba terminaría implicándose emocionalmente y había algo en aquella mujer que estaba roto. No sabía exactamente qué pasaba por su mente, pero de lo que estaba seguro es que para ella, él solo era un mero pasatiempo.

—Bueno, como quieras. —dijo al comprobar que solo recibía silencio como respuesta— Puedes desperdiciar el tiempo mirando cómo me masturbo en el reflejo de los monitores.

Ray intentó concentrase en su trabajo pero los suaves gemidos de Oliva se lo impedían una y otra vez su mirada se dirigía al reflejo de los dedos de Oliva hundiéndose profundamente en su coño. Oliva lo vio y le sonrió abriendo un poco más las piernas y separando los labios de su vulva intentando provocarle.

Ray estaba petrificado, sus sentimientos y sus instintos tiraban de ambos lados paralizándolo y amenazando con romperle en dos. Oliva mientras tanto sonreía y se apuñalaba con más fuerza gimiendo y estrujándose los pechos con la mano libre.

Tras un par de minutos, al ver que no conseguía atraerle, se olvidó de él y se dio la vuelta, dándole la espalda.

Ray suspiró de alivio, aunque no estuvo totalmente tranquilo hasta que Oliva llegó al orgasmo. Instantes después se giró de nuevo hacia él y mirándole a los ojos a través del reflejo de los monitores se llevó los dedos a la boca y paladeó su orgasmo antes de taparse con la manta y quedarse dormida.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar