Las colinas de Komor XII

No había desafío, no había dignidad ni orgullo de raza. Aquella mujer era hermosa, pero la esclavitud había acabado con su espíritu. Aquella mujer no era Dairiné. Quizás debería buscar una mujer entre algún rico mercader o noble local y dejarse de experimentos.

XII

Fuera el sol pegaba de plano y el aire caliente hacía que las dos figuras que se acercaban, aun a más de un kilómetro de distancia, pareciesen fantasmas que aparecían y desaparecían entre las reverberaciones de aire caliente.

Los dos soldados bajaron la colina y esperaron a la sombra de una de las tiendas hasta que las dos figuras traspasaron los dos postes que hacían las veces de entrada al campamento.

—Buenas tardes, doctora, —la saludó Ray— ¿Un buen paseo?

—Un poco de calor, pero ha merecido la pena. Una niña preciosa. —respondió la doctora despidiendo a su ayudante y dirigiéndose a su tienda seguida de cerca por los dos soldados.

La doctora los ignoró y tirando el maletín en el suelo, al lado del escritorio, desapareció tras el biombo.

—Doctora, creí que la última vez que hablamos nos habíamos entendido. Le guste o no, usted es mi responsabilidad. Ha sido amenazada por terroristas y no puedo permitir que salga por ahí sola y a pie sin ni siquiera avisarme para que la escolte.

—Soy médico y tengo responsabilidades. No estoy dispuesta a dejar morir a gente solo porque algún chupatintas ha decidido elevar a la categoría de organización terrorista un par de pastores cabreados. Además no voy sola, Abú me acompaña siempre a todo los sitios.

—¿Quiere decir con eso que no piensa colaborar?

—Quiero decir que he venido a este lugar para atender a la gente y salvar vidas y si eso implica ausentarme del campamento por el tiempo que considere necesario, lo haré. Ahora, si me disculpan me gustaría darme una ducha, creo que tengo medio Afganistán dentro del sujetador. —sentenció la doctora Tenard dando por terminada la conversación.

Sin esperar que los dos soldados se fueran, la mujer empezó a desnudarse. Ray rechinó los dientes. Por un instante se le pasó por la cabeza pegarle un tiro a aquella acémila y ahorrarle el trabajo a los talibanes.

Oliva le miró, era obvio que pensaba lo mismo. Con gesto agrio su compañera hizo el gesto de ir tras el biombo y hacer razonar a la mujer a hostias, pero un gesto de Ray la paró en seco.

—Antes de llegar a tomar medidas extremas prefiero cambiar de táctica. —le dijo Ray mientras subían la colina.

Por fin relajados se tiraron sobre los catres y durmieron hasta pasada la puesta del sol. Aprovechando el frescor de la noche Ray cogió un trasmisor y salió para hacer una ronda y comprobar que todos los sensores estaban operativos.

Mientras caminaba levantó la vista hacia el cielo despejado, identificando constelaciones sin dificultad en aquella atmósfera rala y limpia. Por una vez deseó estar de nuevo en su rancho. Aquella misión era casi imposible. No sabía el grado de certeza de la amenaza. Si los médicos se mantuviesen en el campamento podría hacer algo, pero si obstinaban en hacer lo que les daba la gana, cualquier zumbado podría volarles la tapa de los sesos sin que él pudiese hacer nada por evitarlo.

Bajó la mirada y observó las montañas que los rodeaban. Entre aquellos picachos sombríos podría esconderse un regimiento entero sin que él se enterara. Esperaba que fuese cierto y hubiese constantemente un dron volando cerca, aunque lo dudaba.

Soltando una larga retahíla de tacos, comprobó el último sensor y se acomodó el fusil en el hombro antes de coger el camino de vuelta al campamento.

—¿Alguna novedad? —preguntó a Oliva entrando en la tienda y apoyando el fusil en el armero.

—Nada. Todos duermen como piedras salvo los que están en el turno de noche cuidando de los enfermos internados. —respondió ella.

—En fin, otra larga noche en vela. ¿Quieres que haga el primer turno en los monitores?

—De eso nada, ya me encargo yo. Tú coge el libro y léeme un rato hasta que te dé el sueño.

Ray no tenía ganas de discutir y a pesar de que lo que quería era dormir hasta que le llegase su turno de guardia, cogió el libro dispuesto a cumplir el deseo de su compañera.

Capítulo 15. Tatuaje

Albert

La luz del sol, filtrándose a través de las hojas de los heveras lo despertó. El mundo bajo la copa de aquellos árboles era de un tenue color verde. Miró a su alrededor. La mayoría de los elfos ya habían recogido sus jergones y estaban inmersos en sus quehaceres. Solo Skull roncaba con una expresión beatifica en la cara.

Miró hacia arriba y vio con envidia como los elfos saltaban ágilmente de copa en copa, alejándose del bosque sagrado para recolectar los frutos de otros árboles. Mientras tanto los pocos infantes que había jugaban en las copas cercanas a la plataforma, saltando y dando volteretas imposibles, haciéndole temer sin razón que pudiesen caer al vacío.

Se asomó por la plataforma y miró hacia abajo. La luz proveniente de arriba se hacía más tenue hasta que poco a poco, a medida que el tronco se acercaba al suelo, era sustituida por la luz blanca de los organismos que vivían en la corteza de los árboles.

Desde allí arriba, a casi ciento veinte metros de altura, los elfos que se dedicaban al cultivo del sotobosque parecían hormigas atareadas. Se tumbó boca abajo y los estuvo observando un rato hasta que un suave roce en su espalda le obligó a darse la vuelta.

—Buenos días. ¿Has descansado? —preguntó Dairiné con una sonrisa.

—Como no lo había hecho en mucho tiempo, Dairiné. Veo que  mientras tanto tú no has perdido el tiempo. Pareces otra. Estás espléndida.

La joven elfa había cambiado totalmente de aspecto. Se había deshecho del collar de plata que la identificaba como esclava y había sustituidos los harapos que había llevado durante años por un traje de un tejido fino y suave, de origen vegetal y de color gris. Los pantalones se ceñían a su cuerpo mostrando la esbeltez de sus piernas y la redondez de su culo. La chaqueta tenía el escote en v y estaba cerrada por delante con botones de algo parecido a la madreperla y sus bajos imitaban la forma de las hojas del heveras. Un cinturón ceñía la chaqueta a su cintura haciendo que los bajos de la chaqueta apuntasen ligeramente hacia fuera como los pétalos de una flor.

Todo rastro de su anterior esclavitud había desaparecido salvo el tatuaje de la frente que sería un eterno recordatorio de aquellos años oscuros. Albert acercó la mano al rostro de la elfa, pero esta se la interceptó y agarrándola tiró de él para levantarle.

Sin soltarle lo guio hasta el tronco del heveras y continuó trepando por los escalones. Si pensaba que la plataforma estaba alta, cuando comenzó a subir por aquella interminable escalera renunció a mirar hacia abajo.

Poco a poco el tronco empezó a hacerse más estrecho y tras unos minutos más de ascensión Dairiné eligió una rama de aspecto bastante sólido y lo llevó por ella hasta que por fin emergieron de entre la apretada masa de hojas.

Un par de metros a su derecha había una pequeña plataforma que se usaba para observar el terreno que los rodeaba.

Con un último impulso Albert se aupó y secándose el sudor que cubría su frente, miró a su alrededor. Por la espectacular vista, Albert dedujo que se encontraban en la parte más alta del macizo. El bosque se extendía como una alfombra, primero teñida de verde lima con el color de las hojas del heveras y a medida que alejaba la vista de un mosaico de colores en los que se entrecruzaban las copas de las distintas especies de árboles, los grises afloramientos rocosos y el blanco de los retazos de bruma matinales que aun resistían el resplandor del sol.

A su derecha, a unos doscientos metros de distancia, un heveras, el más grande que había visto, destacaba al menos cuarenta metros sobre el resto de los que componían el bosque sagrado. Albert lo señaló y Dairiné lo miró con una sonrisa.

—Es Albaudil, el único heveras que tiene nombre, el más alto, fuerte y antiguo. Es el lugar dónde acudimos a rendir homenaje al bosque y el hogar de nuestro Gran Druida, padre y guía espiritual de todos nosotros.

Albert observó a la elfa de nuevo. Ningún afeite podía emular el brillo de aquellos ojos y la serena sonrisa con la que expresaba Dairiné su felicidad al estar de nuevo en casa. Solo por eso había merecido la pena traerla hasta allí.

Dairiné

El hombre desvió la mirada de Albaudil y la fijó en la suya. Sin poder evitarlo se colgó de su cuello y le dio un largo beso, segura de que allí arriba nadie les interrumpiría. Se abrazaron con desesperación conscientes de que se les acaba el tiempo.

—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó ella.

—No sé.. Este lugar es maravilloso, pero no está hecho para los humanos. Supongo que intentaré llegar a mi país. Aunque no sé muy bien cómo. Mis conocimientos sobre este continente son más bien escasos.

—No te preocupes, nosotros te ayudaremos, pero antes de nada hay que quitaros esa pinta de esclavos.

Con una sonrisa le guio de nuevo hacia abajo, conteniendo la impaciencia ante el paso vacilante con el que el hombre bajaba los escalones. Cuando estuvieron de nuevo en la plataforma, un elfo de edad indefinible y cubierto de tatuajes de colores pálidos y el pelo largo y crespo les esperaba con un voluminoso paquete.

Skull ya había despertado y se les acercó mirando el paquete con curiosidad. El elfo les ordenó sentarse y tras sacar una tenaza de hierro les cortó a ambos el aro de esclavo que rodeaba su cuello. A continuación Dairiné les ordenó que se desnudasen.

Afortunadamente el elfo no pudo evitar echar una mirada apreciativa al cuerpo macizo del soldado y se le escapó el destello de lujuria que emitían los ojos de Dairiné. Del paquete sacó unos trajes del mismo tejido que el suyo, pero más gruesos y cortados más al estilo de los humanos, para que no llamasen la atención fuera del bosque.

—Ettam es un tatuador experto. A algunos elfos, en la adolescencia les da por correr aventuras. Ettam estuvo muy al norte, más allá de las montañas Pandar. Allí aprendió este arte de los bárbaros. Nadie en este bosque puede eliminar este estigma con el que llamaríais la atención en cualquier lugar habitado, pero Ettam puede disimularlo, cubriéndolo con su arte. Cuando termine con vosotros, solo un hechizo podrá revelar su existencia.

—Utilizaré motivos bárbaros. —dijo Ettam invitando a los hombres a sentarse mientras sacaba de una bolsa un artilugio de madera con unas finas espinas en su extremo, un tintero y un pequeño mazo— Así podréis pasar por habitantes del norte. Contigo será más fácil que con el canijo, pero es la mejor solución.

El elfo empezó a trabajar en Albert ignorando las quejas de Skull que alegaba ser más alto de lo que parecía y ser capaz de tumbar a cualquier bárbaro bebiendo licor de rag.

Dairiné se maravilló observando como el soldado mantenía el rostro impertérrito a pesar de los dolorosos pinchazos. Poco a poco un complicado dibujo en forma de águila, el tótem de muchas tribus bárbaras, fue cubriendo su frente y desplegando sus alas por las sienes y la parte superior de los pómulos. Cuando el tatuador terminó, cerca de una hora después, el rostro de Albert estaba transformado. El tatuaje,  además de cubrirle la marca de la esclavitud le daba un aspecto temible. Nadie que se cruzase con él y observase su rostro podría mantener el rostro impasible.

El trabajo sobre Skull fue un poco más laborioso. El pescador no paraba de quejarse y hacer muecas hasta que Albert amenazó con noquearle para que se estuviese quieto. Cuando Ettam terminó, Dairiné observó el resultado. No era tan espectacular como el de Albert, pero serviría. Eso sí, las marcas quedaban totalmente disimuladas y a simple vista nadie sospecharía que aquellos humanos fuesen unos esclavos.

Tras unos últimos retoques el elfo limpió y recogió el material mientras Dairiné preparaba y les servía unas jarras del sangre de heveras con miel. Los cuatro bebieron y charlaron. Ettam, que evidente recordaba sus tiempos de vagabundeo por el mundo exterior con especial añoranza, no paró de hacer preguntas e intercambiar impresiones con ellos. El tiempo se pasó en un abrir de ojos y cuando se dieron cuenta estaba anocheciendo.

Cenaron de nuevo un banquete a base de deliciosas frutas y jugo de Heveras y cuando terminaron, mientras Skull se quedaba durmiendo, volvió a llevar a Albert al mirador y estuvieron un rato besándose y acariciándose bajo el cielo estrellado.

A pesar de ser la misma luna y las mismas constelaciones, en aquel ambiente mágico, parecían brillar con una energía especial.

—¿Cuándo te irás? —preguntó ella  abrazada a aquellos hombros anchos y fuertes que ahora le resultaban tan familiares.

—No lo sé. Pero no creo que tardemos mucho. Debemos aprovechar ahora que los días son largos.

—¿Podrías quedarte unos días más? Finaliza la temporada de lluvias y el tiempo es seco y cálido. Además me gustaría que asistieses a la celebración del solsticio, es una fiesta muy especial. La más esperada del año.

—Pues claro que esperaré, Dairiné. —dijo Albert acariciándole el rostro— Ya que nos tenemos que separar a mí también me gustaría que ese momento fuese memorable.

Antaris

Le había costado cinco soberanos de oro y era espléndida. Siriana era una humana de cuerpo soberbio y ojos oscuros y rasgados, comprada en el sur a un contacto que tenía en el reino de Skimmerland. Una mujer hermosa que le pudiese dar hijos.

Pero a pesar de todo no era Dairiné. No tenía aquel cuerpo esbelto y menudo de piel oscura y pelo del color de la luna llena.

Se acercó a ella y tiró de su túnica hasta dejarla totalmente desnuda. Tenía unos pechos grandes y redondos con unos pezones oscuros. La mujer temblaba de miedo, y mantenía la mirada baja. Cogiéndola por la barbilla la obligó a levantar la mirada. Mientras la mujer, turbada, intentaba evitar su mirada, observó su cutis liso, sus pómulos altos y su nariz pequeña y un poco chata.

Con delicadeza desplazó sus dedos por la línea de su mandíbula, acarició sus orejas y su pelo negro y largo, que caía voluminoso como una cascada por sus hombros y por su torso. Siriana se mantuvo tensa y solo su apresurada respiración la diferenciaba de una de las estatuas que adornaban el salón.

Acarició sus largas pestañas, rizadas y adornadas cuidadosamente con Kohl. La esclava parpadeó y no pudo evitar bajar la cabeza de nuevo. Antaris con un movimiento rápido la abofeteó. Fue un movimiento seco y rápido que sonó como un latigazo en la habitación.

En realidad Antaris no estaba disgustado, lo hizo más por curiosidad, por ver la reacción de la esclava. Sin poder evitar la decepción observó como la joven levantaba la cabeza con la mejilla enrojecida, con un fino reguero de lágrimas rebosando de sus ojos que creaba una fina línea negra y zigzagueante por su cara.

No había desafío, no había dignidad ni orgullo de raza. Aquella mujer era hermosa, pero la esclavitud había acabado con su espíritu. Aquella mujer no era Dairiné. Quizás debería buscar una mujer entre algún rico mercader o noble local y dejarse de experimentos.

De todas maneras tenía que reconocer que aquel cuerpo en forma de reloj de arena con los pechos abundantes, las piernas esbeltas y el culo  grande y firme despertaba su lujuria. Sin mediar palabra la agarró por el cuello y le dio un beso salvaje. La joven esclava, gimió al sentir la lengua de Antaris atravesar sus labios a la fuerza y le devolvió el beso torpemente, sin entusiasmo.

Intentó no hacer comparaciones y sin contemplaciones tiró a la esclava sobre la cama. La mujer cayó sobre el colchón de plumas, soltando un suspiro desmayado y se quedó tendida, esperando.

Se acercó y se sentó a su lado acariciando la piel suave y juvenil, de un tono acaramelado, dirigiendo sus manos al interior de sus muslos y a la pequeña mata de pelo oscuro y rizado que cubría su pubis.

Al sentir el contacto de los dedos enjoyados de su amo, la joven se puso rígida e instintivamente cerró las piernas. Con un gesto autoritario se las abrió y le metió los dedos en el coño hasta que el himen de Siriana se lo impidió.

El colega que se la había vendido le había asegurado que era virgen, pero acostumbrado a las mentiras de los mercaderes de esclavos, aquello le sorprendió agradablemente y ayudó a que su erección se completase.

Incapaz de contenerse por más tiempo, se sacó la polla de los calzones y separando las piernas de la joven, la penetró. De un solo empujón rasgó aquella delicada membrana y alojó la totalidad de su polla en la virginal vagina de la joven esclava.

Siriana gritó y un nuevo reguero de lágrimas corrió por sus mejillas mientras él sin misericordia seguía penetrándola enfebrecido por los apagados gemidos de la joven, que consciente de su tarea y a pesar del dolor lo abrazó y acarició su espalda y su culo.

Antaris apenas notó las torpes atenciones de su esclava y siguió asaltando aquel delicioso cuerpo, una y otra vez, lamiendo y besando el cuello moreno y esbelto y los saltarines pechos de la esclava.

Poco a poco se fue acercando al clímax, empujando cada vez con más fuerzas hasta que sin poder contenerse más eyaculó en su interior. La joven gritó y se puso rígida al sentir el calor de la semilla de su amo derramándose en su interior.

Antaris se derrumbó aplastándola con su peso y manteniendo su polla dentro de ella,  deseando que su semilla arraigase en aquel cuerpo joven y hermoso y le diese un hijo que perpetuase su estirpe.

Tras un par de minutos se apartó y ordenó a la mujer retirarse. Observó la pequeña mancha de sangre que había dejado Siriana sobre las sábanas. Aquella mujer no tenía nada que ver con la fogosidad y la actitud orgullosa de Dairiné. Aquella esclava podría darle hijos, pero jamás inflamaría su bajo vientre como la había hecho la elfa.

Una súbita furia le dominó a ser consciente de que se había ido para siempre. Sus hombres había sido incapaces de encontrarla y a aquellas alturas ya estaría en su puto bosque. Le gustaría prender fuego a aquella jodida jungla y ver como todos aquellos bichos morían carbonizados, pero estaban demasiado lejos.

Sin embargo aquel bárbaro lo pagaría. Pronto partiría en persona por el Rio Brock  y se desviaría hacia Sendar. Estaba convencido de aquel cabrón atravesaría la Gran Meseta y no se le escaparía. Con una sonrisa sádica pasó el resto de la noche en vela, planificando hasta el más mínimo detalle de las torturas a las que lo iba a someter.

Ray cerró el libro y dio por terminada la lectura. Estaba cansado y al día siguiente tendría que levantarse temprano. Oliva intentó insistir e incluso le tentó con la posibilidad de que la lectura tuviese un "final feliz", pero la atracción que sentía por Oliva ya no era la misma que antes de su sesión de sexo con Scott y no le resultó demasiado difícil negarse.

Ahora toda su atención estaba fija en la mejor manera de proteger a aquella testaruda doctora francesa. La cámara y el sensor que le había colocado disimuladamente en la puerta de su tienda para tenerla vigilada no era suficiente. Necesitaba un vehículo para poder llevarla a cualquier lugar y en caso de que hubiese problemas poder salir por patas. Tras meditarlo detenidamente decidió pedirle al sargento Hawkins por la mañana una camioneta civil, no demasiado nueva para que no llamase la atención.

Tras planear los movimientos del día siguiente se arrebujó en la manta e intentó dormir un poco antes de que le tocara su turno de guardia.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar