Las colinas de Komor VII
Durante un instante echó la vista hacia atrás, hacia la proa de la nave, donde una figura esbelta era perfilada por el brillante sol matutino. Un insulto y un latigazo le recordaron que estaba haciendo allí y volvió a empujar de nuevo.
VII
Ray se quedó helado, pero Oliva se volvió hacia él y le guiñó un ojo. No sabía qué hacer. Estaba a punto de darse la vuelta cuando Oliva apartó su boca del miembro de Scott:
—Ray, no te vayas. Ven con nosotros.
—Pero tú... yo... creí...
—Vamos, no seas idiota. —interrumpió ella sus vacilaciones— Ya te dije que estaba aquí por la abundancia de hombres. ¿No esperarías ser el único?
Scott rio y acarició el cabello de la mujer mientras ella le miraba allí, desnuda, mojada y sonriente. No sabía qué hacer. Todo aquello le había pillado por sorpresa. Cada vez que parecía que conocía a aquella mujer hacía algo que le descolocaba totalmente. No sabía si le gustaba aquel juego que se traía entre manos, pero tampoco quería parecer intimidado por la situación, así que se pasó la mano por el pelo para darse un poco de tiempo y se acercó aparentando una seguridad que no sentía.
—Vamos, relájate y disfruta. —dijo ella acariciándole el muslo con una mano mientras que con la otra masturbaba suavemente a Scott.
Ray siempre había sido un poco tímido. Pensó que aquello iba a ser raro e incómodo, pero en cuanto Oliva se metió su polla en la boca y le dio dos largos chupetones el mundo se diluyó a su alrededor.
Oliva sonrió al sentir como el pene de Ray crecía en su boca y la abrió aun más para acoger el miembro de Scott a la vez. La sensación de estar frotando su glande contra el de Scott en el interior de la boca de Oliva fue extraña y excitante. Era como si en aquella boca hubiese dos lenguas acariciando su polla.
La joven se apartó para coger aire y comenzó a chupar los dos penes alternativamente haciendo sonoros ruidos de succión y arrancando gemidos de ambos hombres.
Scott fue el primero en tomar la iniciativa; levantando a Oliva se puso a su espalda y abrazándola por la cintura la penetró. Ella se apoyó en el torso de Ray para aguantar sus empujones y le besó largamente antes de inclinarse y envolver de nuevo su polla con la boca.
En ese momento Scott y Ray se acompasaron, alternando su empujones y haciendo que la chica comenzara a gemir complacida.
Oliva se agarró al culo de Ray para mantener el equilibrio y siguió chupando hasta que él la obligó a erguirse de nuevo. Cogiéndola por la nuca la besó con suavidad sintiendo el temblor de su cuerpo ante los profundos empujones de Scott.
En ese momento Oliva se movió con rapidez. Los dos hombres intentaron asirla, pero la piel mojada evitó que lo consiguiesen. Acercándose a una de las baldas cogió un poco de gel y se encaró a Scott.
Mirando al soldado a los ojos lo besó con lujuria mientras se metía el dedo en el culo y se lo lubricaba abundantemente con el gel. Ray no se lo pensó y acercándose por detrás rozó con sus dedos la delicada entrada de su esfínter. Oliva se giró un instante invitándole a hacerlo y soltó un pequeño grito al notar como el miembro duro y caliente de Ray entraba poco a poco hasta alojarse totalmente en su ano.
Todo el cuerpo de la joven se puso tenso. Mordiéndose el labio y respirando superficialmente se agarró a Scott que la acarició con suavidad mientras Ray se movía lentamente en su culo, admirando como el agua caía sobre aquella espalda morena haciéndola brillar a la luz de los fluorescentes.
Poco a poco la joven se relajó a medida que el dolor inicial fue disminuyendo y Ray comenzó a moverse, primero con suavidad, luego, a medida que Oliva gemía y se retorcía de placer, con más intensidad. Dando muestras de su fortaleza, aguantó los empujones de Ray a la vez que besaba y masturbaba con intensidad la polla de Scott, que no pudo contenerse más y levantándola en el aire le penetró el coño.
Emparedada entre los dos y asaltada por ambos flancos Oliva soltó un largo gemido y se dejó hacer, casi inerte apoyando la cabeza en el hombro de Ray, dejándose hacer como si fuese una muñeca.
Ray, sin dejar de sodomizarla adelantó las manos y sobó y estrujó sus pechos mientras Scott acariciaba y pellizcaba su culo y sus muslos. Oliva gemía y reía extasiada, saltando en el aire a consecuencia de las brutales acometidas de los dos hombres hasta que no aguantó más y se corrió.
Su cuerpo se crispó y perdió todo control de sí misma. El agua y el jabón hacían su piel resbaladiza y la joven se escurrió del abrazo de los hombres con facilidad.
Hicieron el ademán de acercarse, pero ella se sentó en el suelo de las duchas y los paró con un gesto. Con una sonrisa maligna abrió sus piernas y les mostró sus orificios dilatados. Oliva se los acarició con suavidad mientras ellos la miraban empalmados y a la vez impotentes.
Con una sonrisa cargada de lujuria, le indicó a Scott que se tumbara sobre el suelo. A continuación se sentó de espaldas a él y se clavó su polla en el ano. Con suavidad comenzó a moverse arriba y abajo. Ray no esperó su orden y se acercó poniéndole el pene a la altura de su boca. Oliva se lo tragó con glotonería hasta hacerlo desaparecer casi entero en su boca.
La boca y la lengua de la joven hacían diabluras con su miembro hasta que tuvo que apartase para no correrse. Ella aprovechó para echarse hacia atrás y separó las piernas para que Ray pudiese ver la polla de Scott martirizando su delicado culo.
Ray no aguantó un segundo más. Se lanzó sobre ella y la penetró de nuevo. Los gemidos de Oliva se convirtieron en gritos que el rumor del agua apenas podía disimular. Ray se tumbó sobre ella y Oliva aprovechó para susurrarle al oído:
—Por eso he venido aquí. Para Sentir los ojos de cientos de hombres fijos en mí. Dispuestos a cumplir todas mis fantasías. Por eso estoy aquí. ¡Dame más fuerte!
Ray no terminaba de creerse lo que ella le estaba diciendo. No podía. La forma en que había matado a aquel joven le decía que había algo más, pero no replicó y le dio polla con todas sus fuerzas. El cuerpo esbelto y fibroso de la joven saltaba entre los dos hombres fruto de las salvajes acometidas hasta que se corrió de nuevo.
Esta vez fueron Scott y Ray los que se separaron rápidamente y poniéndose en pie eyacularon sobre el cuerpo jadeante de Oliva que recibió la lluvia de semen y agua tibia con una sonrisa.
Ray salió de la ducha un par de minutos después. Sin mirar a nadie, procurando no averiguar si los compañeros de barracón se habían dado cuenta de lo que había acontecido en las duchas.
Tras quitarse la toalla y ponerse unos calzoncillos, se tumbó con la mirada perdida en el techo. Oliva entró en el dormitorio con naturalidad, como si no hubiese pasado nada allí dentro. Quizás para ella aquello no era nada.
—¿Esta noche no vas a leerme hasta que me quede dormida? —preguntó ella sentándose en la cama a su lado después de que las luces se hubiesen apagado— ¿Acaso he sido una niña mala?
La cochina realidad es que Ray no le podía negar nada a esos labios deliciosamente fruncidos así que con un suspiro cogió el libro y se puso a leer.
Capítulo 7. En Marcha
Albert
Partían por fin. La espera había terminado y saldrían al día siguiente. Antaris manejaba dos rutas que atravesaban los pantanos; una que iba al puerto de Kasmir en el río Aljast y otra a Puerto Brimei. En aquella ocasión irían a Puerto Brimei. En principio, huir durante la travesía del pantano le parecía más fácil que de un campamento superpoblado al lado de una populosa ciudad, pero Albert apenas sabía nada de aquella parte del continente y no se hacía muchas ilusiones, aunque no descartaba aprovechar cualquier oportunidad.
En cuanto se enteró, simuló un pequeño accidente y acudió a la enfermería. Fue entonces cuando Dairiné le anunció que iba a acompañarles para ocuparse de la salud de los esclavos, esa era la ventaja que necesitaba. Dairiné conocía los pantanos y conocía el camino a su hogar desde cualquiera de las dos rutas. Una vez en el Macizo de los Elfos ya vería como se las arreglaba para escapar.
Escapar... ¿Escapar a dónde? ¿Dirigirse hacia la costa y volver a la vida de pirata? Ahora que Baracca estaba muerta y no tenía ninguna promesa a la que hacer honor, prefería mendigar antes que volver a aquella vida. Quizás, con un poco de suerte, podría colarse en algún barco que fuese a las Islas de los Volcanes y de ahí intentar volver a Juntz. Finalmente desechó todas aquellas ideas y escuchó todo lo que la elfa le contó sobre los pantanos.
Dairiné le contó que no podrían hablar durante el viaje ya que estaría estrechamente vigilada, así que tendría que confiar en ella y dejar que le indicase con un gesto previamente acordado el momento en el que comenzasen a acercarse al Bosque de los Elfos. Del resto, en teoría se ocuparía él. Aun no sabía cómo la haría, pero en susurros, mientras hacían el amor, le prometió a la elfa que, durante aquel viaje, volverían a ser libres.
Durante los siguientes días antes de la partida se preparó cuanto pudo. Se mostró especialmente servil con los guardias y cumplió todas las ordenes que le daban con celeridad. El resto de los esclavos, sobre todo los más veteranos que habían conseguido sobrevivir a dos o tres viajes, se mostraban hoscos y taciturnos. Lo observaban con escepticismo, como si supiesen que todo aquello no serviría de nada y acabaría tan embrutecido como ellos.
Antaris
El día anterior a la marcha los guardias obligaron a los esclavos a formar en el patio y Antaris los observó desde el estrado donde se aplicaban los castigos. Observó los ochocientos esclavos con gesto un tanto despectivo. Les dio un corto discurso en el que básicamente decía que aquel que tirara como una bestia y fuese disciplinado sobreviviría y aquel que no lo hiciese sufriría una muerte horrible a manos de los casi cincuenta guardianes y batidores que les acompañaban.
Al lado de él estaba Dairiné. Se había pasado toda la semana dudando, pero al final se había impuesto la sensatez. No podía perder tantos esclavos. Así que había ordenado a los guardias que moderasen los castigos durante la travesía y allí mismo entregó a la elfa a uno de los guardianes veteranos.
—Quiero que sepas que cuando vuelvas me deberás unas cuantas decenas de polvos. —le dijo mientras cerraba los grilletes que le unían a su guardián— Me los pienso cobrar todos... Y tú, Fech,—se dirigió al soldado— si le pasa algo o la pierdes, responderás con tu vida. ¿Lo has entendido?
El hombre se golpeó el pectoral de cuero con el puño derecho por toda respuesta y se alejó con la elfa trotando a su lado con la cabeza baja y oculta bajo aquel increíble pelo del color de las estrellas.
Antaris la observó irse y tuvo una especie de mal presagio. Quizás no fuese buena idea después de todo. Últimamente la encontraba más pasiva y ajena a todo como si tuviese la mente en otra cosa. A pesar de todo, seguía encoñado con esa elfa. Si hubiese sido una humana, probablemente la hubiese hecho su concubina y hubiese tenido hijos con ella, pero solo era un ser inferior, cualquier semilla que anidase en ella sería un bastardo sin hogar ni raza y él desde luego no lo podía tolerar.
Quizás ese fuese el momento adecuado para cambiar. Comprar una esclava bonita y engendrar un heredero. Se estaba haciendo viejo y cada vez con más frecuencia pensaba que todo lo que había construido se esfumaría en el tiempo si no tenía un descendiente que cogiera el testigo.
Dairiné
Puntualmente, con la salida del sol, partió la caravana. Salieron por la puerta norte del campamento y se dirigieron a los muelles. El Canal de Kalash lo habían construido los antiguos habitantes del puerto de Kalash con el objetivo de llevar el agua del pantano de las brumas hasta la ciudad y así poder alimentar a sus ciudadanos y las fértiles llanuras que rodeaban la ciudad. A pesar de la enorme sangría que suponía aquella vía de agua de treinta metros de anchura y casi quince de profundidad, el flujo de agua proveniente del Lago Arnak era tan enorme que apenas habían desecado los pantanos hasta la mitad de su superficie.
En los muelles ya estaba esperando la gigantesca gabarra que les llevaría hasta los pantanos con la carga preparada. Antaris no quería que se perdiese ni un minuto así que apenas llegaron se pusieron en marcha.
Sin tener a dónde ir, Fech, la dejó libre de vagabundear por la nave a su antojo. Nunca había sido testigo de aquella maniobra así que se dirigió a proa. Allí dos grupos de esclavos estaban desenrollando unos cabos del grosor del muslo de un hombre a ambos costados de la gabarra. Sus torsos desnudos se contraían y sudaban a la luz del sol matutino mientras tiraban de ellos y los iban dejando caer por la borda donde un bote cogía los extremos y los llevaba hasta las orillas del canal.
Tras una hora, los cuatro cabos de cuarenta metros de longitud estaban extendidos. A continuación los guardas ajustaron unas abrazaderas más o menos cada metro, con unos travesaños que los esclavos pudiesen asir para poder propulsar la nave en contra de la perezosa corriente.
A base de golpes y reniegos los negreros colocaron a dos esclavos por abrazadera, uno a cada lado y tras asegurarse de que todo estaba en orden empezaron a moverse.
Dairiné notó el suave tirón y la gabarra comenzó a moverse lentamente, corriente arriba. Haciéndose visera con los ojos, intentó distinguir a Albert entre aquellas columnas de hombres sudorosos, pero sus ojos estaban adaptados a la penumbra del sotobosque y a la luz del sol apenas pudo distinguir más que una cadena de espaldas heridas por el sol y la ocasional mordedura del látigo de uno de los vigilantes de la caravana.
Cerrando los ojos rezó a la diosa de los bosques para que mantuviera a Albert con vida hasta que surgiese la oportunidad de escapar.
Albert
Tirar de aquella gabarra no era tan difícil como había creído en un primer momento. La corriente del canal apenas avanzaba con destino al mar y a pesar del volumen de la nave, el canal era profundo y recto con lo que solo había que empujar aquellos travesaños. Albert utilizaba la fuerza justa para evitar llamar la atención de los guardias y sus látigos, ahorrando hasta el último gramo de energía para la huida.
Mientras avanzaba en medio de los resoplidos y las maldiciones de sus compañeros de infortunio, vigilaba atentamente la actitud de sus guardianes. Eran tipos de genio rápido, con el látigo siempre presto a corregir una desobediencia o un traspiés, pero estaban gordos y se notaba que la falta de incidentes graves durante los viajes les había vuelto descuidados. No guardaban un orden a lo largo de la columna sino que se apiñaban delante, donde gracias a las maniobras de los esclavos más veteranos mantenían la gabarra en el centro de la corriente y en la cola, cerca de la gabarra y de los abundantes suministros de vino y dulces únicamente destinados a ellos.
Durante un instante echó la vista hacia atrás, hacia la proa de la nave, donde una figura esbelta era perfilada por el brillante sol matutino. Un insulto y un latigazo le recordaron que estaba haciendo allí y volvió a empujar de nuevo.
Tiraron de la gabarra durante horas. A eso del mediodía, cuando hasta él empezaba a sentir los efectos del cansancio fue sustituido por un segundo turno de esclavos. Mientras sus compañeros se alejaban lentamente tirando de la gabarra, ellos fueron reunidos en torno a una tímida fogata y les dieron unas gachas insípidas acompañadas de una grasa inidentificable, que por el olor parecía una mezcla de desechos de pescado y grasa destilada de algún tipo de reptil gigante que según decían el resto de sus compañeros provenían del desierto gris.
A pesar de su mal sabor sintió inmediatamente como aquella comida tibia le reconfortaba. A escondidas hizo una bola con una cuarta parte de su ración y la escondió a hurtadillas en un bolsa que había escondido en el interior de la astrosa capa que le habían dado para protegerse del frío de la noche.
Tras menos de una hora de descanso, los guardianes que habían quedado a su cargo les ordenaron ponerse en marcha y seguir a la gabarra que apenas se había alejado un cuarto de milla corriente arriba.
Durante las siguientes horas tuvo tiempo de observar con detenimiento el paisaje, una llanura aluvial cubierta de granjas y tierras de labor recorridas por pequeños canales que partían del principal aportando el agua que había convertido un desierto en un productivo vergel. Admiró aquella titánica obra de ingeniería y se preguntó cuántos miles de esclavos habrían muerto para llevar a cabo aquella empresa.
Ahora una parte de aquel grano y aquellos animales que crecían en abundancia gracias al agua transportada por acequias acueductos y norias, iban en la caravana, con destino a Argéntea, en la ribera del gran lago Arnak, dónde serían intercambiados por hierro, metales preciosos e ingredientes para pócimas y hechizos que solo crecían en las tierras bárbaras del norte.
En aquella parte del viaje, siempre que no iban tirando de la gabarra les encadenaban en largas filas por los tobillos aunque según dijo un veterano que había sobrevivido a tres viajes, al llegar a los pantanos lo harían solo por parejas para evitar que una sima o unas arenas movedizas acabasen por engullir a una columna entera, cosa que en el pasado había ocurrido.
Cuando llegaba la noche, la gabarra solo echaba el ancla durante unas pocas horas, en los momentos de más oscuridad, antes de que los guardias volviesen a despertarlos a base de empujones y patadas. Repartían entre todos unos cuencos con una hierba amarga que les despejaba inmediatamente y tras desayunar unas gachas volvían a tirar de la pesada nave.
A pesar de sus esfuerzos, pronto los amaneceres y los atardeceres comenzaron a mezclarse en su mente. El brutal trabajo y la magra ración hacían que Albert no se ocupase de otra cosa que de ahorrar las máximas energías posibles.
Hasta aquel momento apenas vio a Dairiné un par de veces; una paseando por cubierta y otra vez sacándole una astilla que se había clavado en la mano al romperse el travesaño del que tiraba. Apenas tuvieron tiempo de intercambiar una mirada. Albert aprovechó para mirarle con firmeza dándole a entender que se encontraba perfectamente.
Tras lo que calculó que sería una semana el paisaje comenzó a cambiar, las tierras eran más agrestes y los márgenes del canal se fueron elevando hasta que llegaron al lugar en el que hacía incontables décadas unos esclavos como él habían horadado una trinchera con la que desaguaron parte de los pantanos. Y allí fue donde empezó el trabajo de verdad.
La barcaza amarró en un pequeño muelle, junto a una enorme plataforma de madera que flotaba apenas unos centímetros por encima del agua, justo donde el canal se convertía en un cauce ancho que se dividía unos cientos de metros más allá hasta convertirse en la enorme extensión de los Pantanos de la Brumas.
Cuando Ray terminó de leer se volvió hacia Oliva intentando descifrar su mirada. Ella se la devolvió desafiante. Con las puntas del pelo aun mojadas estaba particularmente atractiva, pero no se atrevió a tocarla después de hacer aquel trío, no se sentía muy seguro de en qué punto estaba aquella relación, incluso si había alguna relación entre ellos más allá de la pura lujuria.
—No me mires así, —dijo ella— ya te dije que lo que me encantaba del ejército era el gran número de hombres disponibles a mi alrededor.
—Entonces lo nuestro, ¿No significa nada?
—¿Qué es lo nuestro, Ray? Estamos en el ejército. Ahora estamos aquí, pero mañana podríamos estar en Corea o en Venezuela, o incluso muertos. ¿Qué importa el futuro? Lo que importa es el presente, es disfrutar de la vida, como lo hacen Dairiné y Albert, de cada momento de alegría y placer, porque en cualquier momento haces puf y desapareces.
—¿Cómo el chico que mataste ayer? —replicó sin poder contenerse— Era apenas un adolescente. No era necesario.
Los ojos de Oliva se achicaron y su mirada se volvió dura y afilada. No hacía falta que dijese nada. Ray lo había captado inmediatamente. "No te metas en eso. No es cosa tuya". A continuación se levantó y sin despedirse se fue a su catre, dejándolo confundido y apesadumbrado.
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar