Las colinas de Komor VI
Dairiné gritó al sentir aquel grueso tronco palpitante avasallar su sexo e intentó cerrar los ojos e imaginar que era Albert el que la follaba.
VI
El sargento Hawkins les despertó aquel día con una sorpresa. Aquella noche entrarían por fin en acción. Al parecer los satélites habían detectado movimientos sospechosos en Sayadan, una pequeña aldea a menos de una hora en coche de la base. La misión consistía en llegar allí, entrar a saco en aquel pueblucho y registrarlo en busca de terroristas y armas.
Ray quedó un poco decepcionado al saber que haría equipo con Oliva, apoyando desde una colina cercana la acción del resto del batallón con su rifle de francotirador. A Ray le gustaba estar en el centro de la acción. No había nada que le pusiese más que sentir las balas zumbar a su alrededor, pero no se podía tener todo. A cambio tendría a Oliva cerca y solo para él.
Pasaron el resto de la mañana preparando las armas y el equipo que iban a llevar. A medida que se acercaba la hora de partir la expectación y el nerviosismo aumentaba en todo el equipo, salvo en Oliva, que parecía tan tranquila como siempre. Probablemente solo estaba haciéndose la dura, pero para Ray eso solo aumentaba el aura de misterio que la envolvía.
Comieron algo y descansaron hasta que el sargento les convocó a la sala de juntas del barracón para darles las últimas instrucciones. Nada nuevo; entrar darles duro y volver todos enteros. Como Oliva y él tenían que estar en posición cuando el batallón llegase a la aldea, un pequeño helicóptero artillado les recogió a la puesta de sol para dejarles a unos cinco kilómetros del objetivo.
Mientras realizaban el corto vuelo de aproximación de apenas veinte minutos disfrutaron de las vistas. No había mejor lugar para observar el ocaso que una aeronave que volaba a unos mil pies de altura. Los últimos rayos del sol teñían de rojo las colinas y convertían las nubes que tenían justo encima en un paisaje sangriento.
Aterrizaron en la penumbra, en la pequeña protección que les proporcionaba un cauce seco. Ray y Oliva saltaron a tierra y el helicóptero se alejó inmediatamente perdiéndose en la penumbra. Tras echar un vistazo al GPS y asegurarse de la dirección en la que quedaba la colina comenzaron a recorrer los pocos kilómetros que les separaban del objetivo.
Media hora de paso ligero por un terreno ondulado, cubierto de pequeños matojos les llevo a la colina, ya en total oscuridad. Mientras Oliva observaba los movimientos con unos binoculares de visión nocturna, Ray eligió un lugar apropiado para apostarse y preparó un pequeño refugio para estar cómodos.
Sayadan era una pequeña aldea de apenas cincuenta casas de adobe de una sola planta estrechamente arracimadas y rodeadas de campos de labor. Si realmente había terroristas escondidos allí, no habían elegido demasiado bien el lugar. Alrededor de la población no había lugar donde esconderse. En la llanura circundante apenas crecían un par de arbustos.
Cuando terminó de echar un vistazo, Oliva le pasó los binoculares y se puso a montar el rifle. Ray echó un vistazo. La aldea parecía dormida. No se veía ningún movimiento sospechoso aunque desde aquel altozano se podían ver dos baqueteadas Hilux reforzadas con lo que parecían planchas de acero en los laterales. Probablemente eso era lo que había despertado los recelos en los servicios de inteligencia.
Alguien apartó una pesada cortina en una de las casas y un rayo de luz parpadeante se filtró. Ray intentó discernir algo, pero en el tiempo en el que pudo graduar la intensidad de la luz que llegaba, la cortina se volvió a cerrar y no consiguió distinguir nada. Tomó nota de cuál era la edificación para notificárselo a sus compañeros y siguió vigilando atentamente.
Aun quedaban más de cuatro horas para la incursión. La mejor hora para un ataque era entre las cuatro y las cinco de la mañana cuando el cuerpo humano está menos alerta. Como esperaba, en cuanto tuvo todo listo, Oliva le quitó los gemelos de las manos y le pasó el libro para que continuase leyendo.
Capítulo 6. Esperanzas
Albert
Consciente de que era observado, trató de comportarse como un bruto, pero no como un soldado entrenado. Cumplía las ordenes en el adiestramiento tan bien como podía, pero asegurándose de no destacar más que por su fuerza bruta. Cada vez que había que mostrar algo de habilidad o inteligencia en alguna tarea se mostraba torpe y poco fino aunque ello le costara alguna que otra caricia del látigo.
La vida en los atestados barracones era brutal. Había que pelear por la comida, por el espacio para dormir, por un buen lugar en la cuerda de tiro. Los guardias fomentaban la desunión repartiendo privilegios entre los presos aleatoriamente, lo que generaba suspicacias y peleas, manteniendo a los esclavos divididos en pequeñas facciones, lo que unido al hacinamiento hacía casi imposible cualquier plan de fuga organizado.
Cada vez que alguno de aquellos fútiles intentos fracasaba, toda la población del campamento era reunida en la plaza central y ante los ojos de todos, el esclavo era sometido a la particular justicia del campamento. Un intento de fuga veinte latigazos. Segundo intento de fuga cien latigazos y el peor lugar en la cuerda de tiro, justo por delante de la plataforma, donde cualquier tropiezo o despiste acababa con el esclavo aplastado bajo el peso de la estructura.
Los intentos de fuga eran la mayoría de las veces individuales y acababan invariablemente en fracaso. A Albert no le extrañaba y le parecían más bien intentos de suicidio. En una zona tan poblada y con aquellos marcas en la frente, que solo un elaborado hechizo podían eliminar, las posibilidades se reducían a cero. Si quería tener una oportunidad tendría que ser en los pantanos.
Mientras llegaba ese momento Albert procuraba no llamar la atención, pero sin dejarse pisar y ello en ocasiones provocaba peleas que se dirimían a puñetazos. Como buen bruto, solía elegir contrincantes obviamente más débiles y aparentaba ceder ante todo aquel que pareciese tan fuerte como él y se alejaba de todo lo que podía de los látigos de los guardianes.
Estos rápidamente se dieron cuenta de que Albert era un esclavo fuerte y no particularmente hábil o inteligente y las múltiples cicatrices de guerra las achacaron a su accidentada llegada a aquella parte del continente. Pronto se ganó su confianza y la vigilancia se relajó, dejándole un poco más de libertad, al menos todo lo que aquel opresivo lugar le permitía.
Parte de su simulada torpeza consistía en darse golpes y hacerse cortes que requerían la atención de la curandera y así tener la oportunidad de verse a solas con Dairiné. Algunas veces, cuando conseguían estar a solas la sometía a frenéticas sesiones de sexo de las que no solo Dairiné disfrutaba. A pesar de que trataba de no implicarse emocionalmente estaba empezando a cogerle cariño a la elfa.
Para controlarse se tenía que repetir a sí mismo con frecuencia que la elfa era la mejor aliada que podía encontrar. Tenía la confianza de Antaris y se movía con libertad por el campamento. Aun no sabía cómo utilizarla, pero tarde o temprano surgiría una oportunidad y estaba seguro de la elfa haría cualquier cosa por él y en ese momento quizás tuviese que usarla y abandonarla. Cada día que pasaba esa posibilidad se le hacía más difícil de justificar. La elfa sencillamente era deliciosa.
Dairiné
Cada vez le costaba más mostrarse complaciente con aquel bruto. No es que Antaris fuese particularmente violento cuando la follaba, pero a pesar de que era obvio de que se había encaprichado de ella, la trataba siempre como un objeto sobre el que descargar su lujuria.
Aquel día aquel cabrón estaba de un humor un tanto taciturno, no sabía muy bien por qué. Dairiné se inclinó ante él como le habían enseñado, sin levantar la mirada hasta que él se lo permitió. A continuación le pidió un informe del estado de los esclavos en el campamento y la sorprendió preguntándole si había alguna cosa que pudiese hacer para mejorar el estado de los habitantes del campamento.
No sin cierto toque irónico le dijo una larga lista de infraestructuras y condiciones que podían mejorar la situación de aquellos pobres diablos, a sabiendas de que probablemente no tendría en cuenta la mayoría de sus recomendaciones.
—Y el grandullón que pescamos. ¿Estará listo para el próximo envío la semana que viene?
—Creo que sí. —dijo la elfa intentando no mostrar el dolor que le suponía separarse de aquel hombre, pero incapaz de mentir y poner a ambos en peligro.
—Estupendo —Antaris se levantó del escritorio y sin decir nada más, la cogió por el brazo y tiró de ella fuera del despacho.
De un tirón le quitó la ropa y la metió desnuda en la habitación contigua donde había una enorme cama con dosel. Como siempre ella se paró allí de pie congelada por el miedo y la repulsión mientras su amo se desnudaba ante ella.
A pesar de que lo intentaba, no pudo evitar comparar aquel cuerpo chato, fofo y barrigudo con el cuerpo joven y fuerte de Albert. Su cabeza totalmente calva en la que destacaba una nariz larga y afilada, que le recordaba al pico de un ave carroñera, le resultaba particularmente desagradable, así como las miradas lujuriosas que le lanzaba desde aquellos ojos achicados por prominentes bolsas de grasa que acumulaba bajo los parpados inferiores.
Antaris ajeno a sus pensamientos sonrió y se masturbó haciendo que su polla creciese hasta convertirse en un miembro grueso y violáceo recorrido de venas tortuosas y palpitantes. Cuando la obligó a arrodillarse y se lo metió en la boca todos aquellos pensamientos se esfumaron dejando paso a una oleada de asco. La polla del hombre chocó con fuerza contra su garganta provocándole una arcada.
Antaris río ante las dificultades de aquella boca pequeña y frágil para tragarse su miembro y comenzó a bombear con fuerza bramando como un toro. Cuando creyó que era suficiente, de un fuerte tirón del pelo la obligó a erguirse y poniéndola de cara a uno de los postes de la cama la penetró sin contemplaciones.
Dairiné gritó al sentir aquel grueso tronco palpitante avasallar su sexo e intentó cerrar los ojos e imaginar que era Albert el que la follaba. No funcionó. Los fuertes estrujones y los pellizcos que le propinaba el negrero no eran las suaves caricias de Albert y los embates cargados de pasión y a la vez de delicadeza no eran las brutales penetraciones de su amo, que la obligaban a agarrase al poste de la cama para no perder el equilibrio.
Finalmente se rindió y se dejó hacer sorbiendo lágrimas e intentando disimular el dolor en forma de gemidos de placer.
—Tengo malas noticias para ti, pequeña. —dijo el hombre sin dejar de avasallarla.
Dairiné no respondió y se limitó a sentir con repugnancia como la barriga sudorosa y peluda de Antaris golpeaba contra su espalda cada vez que la penetraba.
—Me temo que voy a tener que renunciar a tu cuerpo una temporada. Pierdo demasiados esclavos en cada viaje. Necesito que cuides de ellos y evites que caigan demasiados o me costará encontrar relevos. En el próximo viaje acompañarás a la caravana.
Dairiné no pudo evitar ponerse rígida un instante, pensando que después de todo seguiría cerca de su amante y Antaris lo detectó casi inmediatamente. Por fortuna malinterpretó aquel desliz.
—No te hagas ilusiones, pequeña. A pesar de que pasarás muy cerca de tu hogar, te tendré especialmente vigilada y encadenada constantemente a uno de mis guardias. Y para que no me olvides te voy a hacer un último regalo de despedida. —dijo con una carcajada.
Cogiéndola por la cintura la elevó en el aire y la tiró sobre el blando colchón de plumas. Dairiné no pudo evitar emitir un suspiro de alivio cuando el miembro de Antaris salió de su sexo, pero la tregua fue fugaz y con fuertes empujones la obligó a tumbarse de cara al colchón, separó sus piernas y tirando del pelo la obligó a mirarle a los ojos mientras le metía la polla hasta el fondo del culo.
Aquello fue una tortura. El dolor era intenso y mientras más se convulsionaba y gritaba, más placer veía en los ojos de su amo. La sensación de ardor no hizo sino aumentar, pero Antaris no dejó de empujar hasta tener todo el miembro alojado en su ano.
—Esto es para que me recuerdes y no olvides quién es tu amo. —susurró a su oído mientras se tumbaba sobre ella, aplastándola con su peso.
Medio asfixiada por la presión de aquellos cerca de cien kilos sobre su menudo cuerpo, apenas tuvo fuerzas para gritar cuando el hombre comenzó a sodomizarla con golpes rápidos y brutales. No sabía cuánto tiempo había pasado, solo era consciente del intenso dolor que la hacía temer partirse en dos y la falta de aire, hasta que con dos empujones finales que casi la sacaron del lecho, Antaris se corrió, llenándole el dolorido culo con su leche.
Con un suspiro su amo se retiró de su culo. Dairiné se mordió los labios para evitar mostrar cualquier gesto de alivio y se quedó quieta, tumbada sobre el lecho, dejando que el hombre acariciase su cuerpo sudoroso con rudeza y rezando para que se quedase pronto dormido.
—Sí, te voy a echar de menos. Pero los negocios son los negocios. —dijo el hombre dándole un fuerte cachete en el culo.
Cuando el capítulo terminó aun faltaba casi hora y media para la incursión. Oliva intentó convencerle de que siguiese leyendo, pero después de todo, aquello no eran maniobras y era importante mantenerse atento y alerta. Oliva refunfuñó y para vengarse se dedicó a torturarle, acariciándole y besándole, poniéndole tan caliente que a punto estuvo de perder la razón y follársela allí mismo.
Afortunadamente el ruido apagado de helicópteros acercándose les alertaron. Tres minutos después el sargento le pidió un informe de la situación. Ray le contó la ausencia de movimientos y lo de las dos Toyotas aunque suponía que ya estarían informados de su existencia.
En cuestión de tres minutos todas las salidas estaban cubiertas y empezaron a registrar la aldea casa por casa mientras Hawkins les decía por radio que detuvieran a todo el que intentase huir del perímetro.
Todo parecía ir desarrollándose con tranquilidad. Los habitantes, a pesar de no parecer muy alegres por la visita, se mostraron dóciles y cooperadores, pero cuando se acercaron a la casa que a Ray le había parecido sospechosa un adolescente con un arma al hombro salió de una puerta cercana y corrió en dirección a la llanura.
Los SEALs hicieron unos disparos de advertencia para obligarle a detenerse, pero el chico desapareció tras una esquina. Ese era el momento que esperaban los habitantes de la casa para intentar escapar. Mientras dos hombres salían por la puerta y abrían fuego con sus Kalashnikov, el resto saltaron por las azoteas y se dirigieron a los todoterrenos.
Oliva actuó con rapidez y precisión. Dejó a los dos tipos que salían de la casa, que serían presas fáciles para sus compañeros y con ayuda de las indicaciones de Ray, se dedicó a cazar a los que escapaban por las azoteas.
Sin cambiar el gesto, derribó a los tres primeros terroristas con los tres primeros disparos, pero a los dos restantes les dio tiempo para subirse a la primera Hilux. Ray apartó los ojos de los binoculares y observó el rostro de placer de Oliva mientras observaba a los talibanes subirse al coche y salir pitando sin saber que no tenían escapatoria.
Una vez en campo abierto el primer proyectil del fusil de Oliva destruyó el bloque motor del vehículo.
Los hombres salieron y se desplegaron intentando buscar un lugar donde guarecerse pero ella los cazó como a conejos, haciendo enormes boquetes en sus cuerpos con la munición del calibre 50.
Cuando terminó, la aldea volvió a recuperar la calma.
—Y el chico, ¿Dónde está? —preguntó Oliva.
—Déjalo, qué más da. Es solo un chaval.
—No, es un jodido terrorista. Sabía lo que hacía. —replicó Oliva quitándole los prismáticos y barriendo el área al norte de la aldea hasta que lo encontró, alejándose a la carrera a través de los campos de cultivo— Seguramente va a avisar a otra célula terrorista.
—Vamos, Oliva. Aquí no hay nada. Tardará horas en llegar al siguiente pueblo. Además, si es cierto, será mejor observarlo con un dron para que nos lleve hasta los terroristas.
Oliva le miró con un gesto de desprecio y se concentró en el rifle. Ray estuvo a punto de decir algo, pero sabía que la mujer no cambiaría de opinión y no quería que la relación que había entre ellos se agriase, así que, impotente y culpable observó como apuntaba cuidadosamente y volaba el pecho del joven de un solo disparo.
En cuanto disparó, el rostro de Oliva se relajó al fin. Abajo todo había acabado. el resto de la aldea estaba limpio. Sus compañeros aseguraron la zona y esperaron a que bajasen de la colina. En los dos kilómetros de trayecto Oliva charló y bromeó haciendo que la tensión se esfumase y Ray volviese a sentir la imperiosa necesidad de abrazar a aquella mujer. Después de todo ella tenía razón y sin no lo mataban probablemente el acabaría matando a alguno de los suyos. Cuando subieron al Humvee todo estaba olvidado.
Llegaron a Bagram al amanecer. Casi todos tiraron su equipo y se lanzaron a la ducha para quitarse la arena del desierto, pero Oliva y él se quedaron limpiando las armas, dejando que el resto del equipo terminara.
Finalmente Oliva se levantó y se dirigió a las duchas, Ray se quedo aceitando su arma para disimular hasta que no pudo aguantar más y se dirigió a las duchas.
Cuando entró vio a Oliva arrodillada a los pies de Scott, acariciando su polla erecta con la lengua.
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar