Las colinas de Komor V
En aquel momento no pensaba en lo que pasaría si los descubrían, solo pensaba en el placer y en el amor que sentía cuando aquel humano estaba cerca de ella, cuando podía sentir el calor de su miembro en su interior.
V
Como todo soldado, la mayor parte del tiempo lo dedicaban a esperar. Cada uno en aquel grupo esperaba cosas distintas, Scott, al igual que Ray, esperaba tener acción, sentir la adrenalina bombeando por su cuerpo, los proyectiles volando a su alrededor sin rozarle, haciéndole sentirse vivo e invencible; otros como Bird y Kelly lo único que esperaban era que su turno en aquel agujero pasase lo más rápida y cómodamente posible para poder volver a su base en Estados Unidos donde sus familias esperaban su vuelta, de una pieza a ser posible. Grant esperaba ganar un buen expediente militar para poder usarlo en su incipiente carrera política que le llevaría "directo a la Casa Blanca" como no se cansaba de decir. Karim, en cambio, solo esperaba que al terminar su turno le diesen definitivamente la ciudadanía estadounidense y poder así llevarse a su familia a vivir con ellos a su base de Arkansas.
En cambio, Oliva no parecía esperar nada, simplemente estaba allí. Ray le había preguntado por sus expectativas y lo que haría cuando volviese a casa, pero ella se encogía de hombros y fruncía los labios de una manera que tenía que controlarse para no lanzarse sobre ella. A veces la observaba furtivamente, mientras corrían, hacían prácticas de tiro, comían el rancho o limpiaban sus uniformes tras un día entero de maniobras, intentando descifrarla, pero aquella mujer era un enigma, siempre totalmente concentrada en lo que hacía hasta el punto de parecer que el resto del mundo no existiese para ella. En fin, tampoco podía esperar otra cosa. Lo que pasaba por la cabeza de las mujeres siempre había sido un misterio para él.
Después de meditarlo llegó a la conclusión de que lo único que esperaba aquella mujer era que llegase la noche para que Ray le leyese un nuevo capítulo de aquel libro y Ray también empezaba ansiar aquellos momentos y las caricias y atenciones que le seguían.
Capítulo 5. Esclavo
Antaris
Recorrió las filas de números de nuevo y chasqueó la lengua satisfecho. A pesar de constatar los elevados costes que suponía mantener aquella ruta comercial abierta el oro entraba en sus arcas a raudales. Afortunadamente solo él y sus capataces eran capaces de localizar los pocos lugares aptos para acampar en aquellas ciénagas, lo que eliminaba todo intento de competencia y los beneficios compensaban ampliamente los gastos.
Antaris no era un avaro, pero le encantaba ver cómo su fortuna crecía. El siguiente envío partiría muy pronto y esperaba tener suficientes esclavos. Últimamente le estaba costando bastante encontrarlos y hasta había tenido que recurrir a métodos no del todo legales, así que se planteó enviar a Dairiné con la expedición. Necesitaba que descendiese la mortalidad entre los esclavos y solo ella era una curandera lo suficientemente hábil para conseguirlo.
Era un riesgo, puesto que la caravana pasaba muy cerca de su hogar y además echaría de menos aquel culo tan pequeño y apretado, pero el negocio era lo primero.
Ojalá hubiese otra manera de trasladar todas aquellas mercancías, pero en aquel jodido pantano no crecía ningún tipo de forraje para alimentar a bestias de carga. En cambio, el pescado, los reptiles y los anfibios se criaban en abundancia y junto a los tubérculos de la azagaya se conseguían unos guisos de sabor asqueroso, pero muy nutritivos o por lo menos lo suficiente para que los esclavos continuasen tirando de aquellas enormes plataformas.
Antaris cerró el libro de cuentas. Con las manos apartó imaginarias motas de polvo, lo guardó bajo llave e hizo llamar a Armagos, el jefe de los capataces para organizar la siguiente expedición.
Albert
Finalmente Dairiné no pudo mantenerle por más tiempo en la enfermería sin levantar sospechas, así que tuvo que volver con el resto de los esclavos. Los barracones que tenían destinados eran una serie de endebles edificaciones de madera, dispuestas en torno a una plaza, presidida por una aspa de madera enrojecida por las manchas de sangre humana que la cubrían.
Allí, en el centro de la plaza y ante cualquier falta de disciplina, los esclavos eran atados al aspa y sometidos a salvajes sesiones de latigazos.
El interior de los barracones era tan mísero como el exterior. En ellos se apiñaban varias docenas de esclavos que tumbados en jergones de paja descansaban y esperaban el siguiente viaje, muchos de ellos deseando que fuese el último.
Un capataz le dio un jergón y una manta y le asignó a uno de los barracones, aparentemente al azar. Su llegada fue recibida con gestos de enfado y resignación a partes iguales. Aun convaleciente de la costilla se limitó a tomar posesión con su jergón de uno de los escasos huecos que quedaban y se tumbó como los demás.
Pronto se hizo a la rutina. En realidad era similar a un campamento militar, solo que aquí los errores no se corregían con insultos y largas guardias nocturnas sino con brutales castigos físicos.
Los despertaban todas las mañanas con el alba y les daban unas gachas grisáceas y grasientas que en otra vida no se hubiese molestado ni en olfatear. Tras el desayuno eran echados a palos del barracón y obligados a correr alrededor de la plaza durante varias horas para mantenerlos en forma. Todo aquel que tropezaba o caía era premiado con una serie de garrotazos que los capataces repartían con generosidad.
Mientras estaban fuera, los esclavos más débiles o enfermos se dedicaban a desinfectar los barracones con unos polvos amarillentos que hacían que los jergones picasen como si tuviesen diminutos cristales.
Después de otra comida, normalmente un guiso de nabos con algún que otro tropezón de carne perteneciente a algún animal irreconocible, pasaban el resto de la tarde en una zona despejada, cerca de la puerta del campamento, donde había una plataforma similar a la que tendrían que transportar por las ciénagas para aprender a maniobrar con ella. Los capataces ladraban las órdenes con brusquedad y todo aquel que no respondía inmediatamente a ellas era recompensado con una sarta de latigazos, que dependiendo de la gravedad de la falta era más o menos prolongada.
Todo aquello le ayudó a recuperar las fuerzas tras el largo periodo de obligada inactividad. Si quería escapar necesitaba encontrarse en plena forma, así que trató de hacer su trabajo y no llamar la atención.
Mientras realizaba aquellos tediosos ejercicios, miraba a sus compañeros intentando vislumbrar alguna expresión de genio o rebeldía, pero solo se chocaba con gestos cansados que solo deseaban que aquella tortura acabase lo más pronto posible.
Probablemente, rodeado de toda aquella resignación y fatalismo, hasta él podía haberse deprimido, pero afortunadamente una vez cada tres días tenía una revisión de sus heridas en la enfermería.
Dairiné
En aquellas dos semanas, desde que se había visto obligada a darle el alta para no levantar sospechas había aprendido a esperar con ansia la llegada de su paciente preferido. Solo en su presencia sentía un fino rayo de esperanza. Seguía siendo una esclava, seguía atendiendo las asquerosas apetencias de Antaris, pero los escasos minutos que compartía con aquel humano lo compensaban todo. A cada minuto deseaba que aquella figura enorme la envolviese con sus enormes brazos y la follase haciéndola sentir toda su potencia en la vagina y aquel día no era diferente.
Albert entró sudoroso, después de una prolongada sesión de entrenamiento con la plataforma, pero no parecía en absoluto cansado.
En cuanto entró en la estancia y se aseguró con una rápida mirada que no había nadie más en la enfermería la elevó en el aire y la aprisionó contra la endeble pared de madera, hurgando bajo sus ropas hasta encontrar su sexo ya húmedo por la expectación.
A pesar de la rudeza de sus movimientos los dedos acariciaron con suavidad el interior de sus muslos y apartaron la basta ropa interior de la elfa. No había tiempo para regodearse. Nada de caricias, solo besos húmedos y apresurados mientras aquella polla entraba distendiendo su coño hasta volverla loca de placer.
El hombre le quitó el resto de las ropas y embistiéndola con violencia la cubrió con su sudor. El aroma de su cuerpo penetró en sus sensibles fosas nasales. Con un reflejo de su especie estiró el cuello para permitir que aquel perfume enloquecedor llegase directamente a su cerebro.
Albert aprovechó para besar y morder su cuello con cuidado de no dejar ninguna señal mientras la penetraba con fuerza, haciendo crujir la madera de la pared del barracón. Dairiné arañaba aquel pecho musculoso y se mordía el interior del labio hasta hacerse sangre para evitar gritar de placer.
Tras unos instantes... ¿O fue una eternidad? Albert la descabalgó y se tumbó en el suelo. La elfa retorció el cuerpo de manera que ninguna humana podía hacer en un baile sinuoso. Por la mirada del esclavo sabía que aquello le excitaba sobremanera, así que continuó con los ojos cerrados, sintiendo como el sudor corría entre sus pechos se mezclaba con el de Albert y escurría por su vientre hasta su vagina y el interior de sus muslos.
En aquel momento no pensaba en lo que pasaría si los descubrían, solo pensaba en el placer y en el amor que sentía cuando aquel humano estaba cerca de ella, cuando podía sentir el calor de su miembro en su interior.
Cuando se dio cuenta estaba a horcajadas sobre él, cabalgándolo con todas sus fuerzas, mientras Albert acariciaba sus pechos y besaba sus boca, su cuello, sus pezones...
Sin compasión siguió llevando a aquel humano hasta el borde del orgasmo hasta que con un serie final de amplios saltos consiguió que se corriera. El calor de su semilla era más de lo que podía aguantar y un orgasmo tremendo la paralizó. Albert envolvió su cuerpo con un abrazo de oso mientras ella se recuperaba jadeante sintiendo como la polla de Albert mermaba poco a poco en su interior y el semen que había colmado su sexo escurría cálido entre sus muslos.
Hubiese querido quedarse así para siempre, dentro de aquel abrazo que la aislaba de un mundo cruel, pero consciente del peligro que corrían se separó con suavidad y se vistió.
—Es evidente que te encuentras perfectamente —dijo ella consciente por fin de que eran las primeras palabras que intercambiaba con Albert desde que había llegado.
—Yo no estoy tan seguro. Quizás sería conveniente que continuases con las revisiones. —replicó él acariciando el brazo con suavidad haciendo que todo su cuerpo se estremeciera.
—¿Qué tal la comida?
—Un asco, pero tengo que reconocer que Antaris no es tonto, es abundante y energética. No moriré de hambre.
—Pronto saldrá una nueva caravana y no podré evitar que te lleven. Prométeme que volverás.
—Lo haré. —dijo el depositando un beso en su frente, justo sobre su marca.
—Ojalá fuésemos libres. Te llevaría a mi bosque, te enseñaría los heveras milenarios, las cascadas y los claros atestados de mariposas y libélulas, haríamos el amor hasta espantar a los pájaros, desnudos, gritando. No te daría tregua.
Albert la miró con ternura y acarició su mejilla con aquellas manos rasposas llenas de callos, pero que a ella se le antojaron más suaves que las de un rey elfo.
—Quizás en un futuro, —dijo él— No pierdas la esperanza. Siempre hay una oportunidad.
Un minuto después de darle un nuevo beso se despidió y la abandonó dejando en el fondo de su alma una mezcla de esperanza y desesperación.
Sabía que una unión con un humano era imposible, los elfos de los bosques vivían mucho más tiempo, eran más ágiles y su hogar eran las copas de los árboles, en bosques tan espesos que un hombre se veía en problemas para dar dos pasos, pero su hogar quedaba muy lejos. Probablemente no lo volvería a ver y en aquel lugar mísero y brutal solo existía el hoy y el ahora.
Metiendo la mano en sus ropas acarició su piel recogiendo con sus dedos el sudor y los flujos orgásmicos que aun la impregnaban y a continuación se lo llevó a la boca, cerrando los ojos y saboreando la mezcla de aromas, separándolos y deleitándose en ellos y en los recuerdos recientes que evocaban.
Uno de los guardias, con una herida en la mano entró en la estancia y la obligó a volver a la realidad. Mientras atendía la herida se preguntaba como soportaría ahora las atenciones de Antaris.
Desde el principio el comerciante se había encaprichado inexplicablemente de ella. Sabía que su vida dependía del humor de aquel hombre. Hasta aquel momento había conseguido simular que aquello le gustaba y trataba de excitarlo al máximo para que acabase lo más pronto posible. Pero ahora no se sentía con fuerzas para dejar que la cubriese con su humanidad y la penetrase con aquel miembro grande y flácido.
Aquella situación era como un arma de doble filo. Se sentía feliz y extasiada, pero no podía evitar recordar una y otra vez que aquella situación tenía fecha de caducidad. Un escalofrío la recorrió pensando que tarde o temprano Albert caería víctima del agotamiento y ella seguiría allí, con Antaris empujando y resoplando sobre ella. ¿Sería capaz de vivir así?
Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.
Guía de personajes principales
AFGANISTÁN
Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL
Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.
Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.
Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.
COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO
Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.
Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.
Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash
Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.
Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.
Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.
Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.
Neelam. Su joven esposa.
Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.
Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.
Gazsi. Hijo de Orkast.
Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.
Argios. Único hijo del barón.
Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor
General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.
Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.
Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.
Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.
Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.
Manlock. Barón de Samar.
Enarek. Amante del barón.
Arquimal. Visir de Samar.
General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.
Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar