Las colinas de Komor IX

Llega el momento de huir.

IX

No esperaban una gran recepción cuando al fin pusieron pie en tierra dos horas después. La oscuridad nocturna apenas les permitía ver nada, aparte de las luces que indicaban la aldea y el asentamiento de MSF a unos trescientos metros de distancia. Apenas habían tenido tiempo de descargar el helicóptero cuando una mujer surgió de la oscuridad, con su bata blanca revoloteando en torno a ella.

—¿Qué demonios pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó la mujer con un fuerte acento francés haciendo aspavientos con los brazos.

—NAVY SEAL, de los Estados Unidos, señora.

—Eso ya lo veo, lo que quiero decir...

El estruendo del helicóptero al acelerar y despegar del suelo interrumpió durante unos instantes el diálogo. Ray aprovechó para examinar a la mujer todo lo que la penumbra y el polvo levantado por los rotores le permitía. Medía poco menos de metro setenta y tenía una larga melena, no pudo distinguir el color, recogida en una tirante cola de caballo. Un mechón rebelde escapaba de su control y reposaba sobre una frente amplia y despejada. Su cara era alargada de pómulos altos, con una nariz fina y recta. Los ojos eran grandes y estaban enmarcados por unas cejas finas y demasiado bien delineadas como para no haber sido retocadas cuidadosamente. El único color que pudo distinguir en su rostro pálido y fino fue el del carmín que cubría unos labios gruesos que enmarcaban una boca pequeña, achicada aun más por el gesto de enfado de la mujer.

Por la bata y el fonendo que colgaba descuidadamente de su cuello, dedujo que era una doctora, por el acento probablemente sería la Doctora Tenard, la directora del campamento.

—Perdone, ¿Qué decía? —preguntó Ray cuando el helicóptero se hubo alejado.

—¿Que qué cojones hacéis aquí? —respondió ella levantando la voz.

—Protegerles, por supuesto. —dijo Oliva con una sonrisa.

—¿Y desde cuando necesitamos protección? Lo que necesitamos son medicinas no más tronados locos por apretar el gatillo. —replicó la doctora despectiva.

—Mire, doctora. A mí me gusta tan poco como a usted estar aquí. Pero las Naciones Unidas nos ha pedido ayuda debido a las amenazas que ha sufrido su campamento últimamente y el Ejército Americano ha aceptado gentilmente la petición. Si tiene algún problema háblelo con sus jefes. —le espetó Ray sacando la orden de uno de los bolsillos de su guerrera y poniéndola en las manos de la doctora Tenard— Y ahora si me lo permite, tenemos trabajo que hacer si queremos estar instalados para el alba.

La mujer se quedó allí parada observando el papel en la oscuridad y cagándose en sus superiores mientras los dos soldados, ignorando las protestas, comenzaban a montar el campamento en una pequeña colina que dominaba la aldea y las tierras colindantes, a apenas doscientos metros del campamento de la doctora.

La doctora con un gesto de impotencia giró sobre sus talones y dejó a Oliva y Ray trabajando con rapidez, sin apenas intercambiar palabras, solo las justas para coordinarse a la hora de montar la tienda o portar los bultos más pesados en casi absoluta oscuridad..

Al amanecer la tienda estaba montada y todo el material correctamente dispuesto, pero aun no había terminado su trabajo. Antes de descansar tenían que establecer un perímetro que les permitiese vigilar la aldea a distancia y así poder arreglárselas para cumplir con la misión ellos dos solos.

Desde la colina podía observarse la aldea, a la orilla de un río que en aquella época corría con bastante fuerza, alimentado por las aguas procedentes del deshielo de la nieve que se acumulaba en las escarpadas montañas que lo circundaban.

El campamento de Médicos Sin Fronteras estaba doscientos metros río arriba, a los pies de la colina que sus superiores habían elegido para emplazar el campamento y constaba de cuatro barracones grandes de madera que debían albergar las instalaciones para tratar a los enfermos, una cabaña con una robusta puerta metálica en la que debía estar el generador y varias tiendas más pequeñas, un poco más pequeñas que la que Oliva y Ray ocupaban y que debían estar destinadas al personal.

Durante las siguientes horas colocaron cámaras y sensores de movimiento alrededor de su tienda y cerca del campamento para poder controlar a todo el que se acercaba a él y estudiaron el terreno de cerca, determinando la dirección de la que podían proceder los ataques y las posibles rutas de escape que podrían tomar los terroristas.

Tras diez horas de intenso trabajo, no tenían ganas de bajar y comenzar de nuevo una discusión con la doctora así que dejaron para más tarde la charla sobre las medidas de precaución que debería tomar la doctora y su grupo de matasanos para mejorar su seguridad.

Se tumbaron en sus catres, uno en cada esquina de la tienda, pero el cansancio y la luz del amanecer entrando por las rendijas de la tienda impedían que pudiesen conciliar el sueño. Finalmente fue Oliva la que desde su camastro le sugirió que leyese un par de capítulos:

Capítulo 9. La lluvia

Dairiné

Para un observador no avezado, nada había cambiado, pero para los agudos sentidos de la elfa no pasaban desapercibidos aquellos sutiles cambios en el paisaje dos días después de haber superado la bifurcación. Un pequeño afloramiento de rocas a la orilla izquierda del camino, un pequeño bosquecillo de arbustos raquíticos, un lagarto espinoso escurriéndose entre las azagayas... Cada día que pasaba, a cada paso que daba, todo le recordaba un poco más que se estaba aproximando a su hogar.

Una mañana, cuando el sol del verano deshizo las brumas pudo ver por primera vez, aun lejos, al este, las estribaciones del Macizo de los Elfos. Kaandar era el nombre que le daban ellos a aquella aglomeración de colinas rocosas y abruptas, cubiertas por un espeso bosque primigenio, en cuyo interior se asentaban las aldeas elfas.

Fue a partir de aquel momento cuando Fech pareció vigilarla más de cerca, aunque no sabía si se debía a la vista de aquellas montañas o por las caricias y abrazos " inconscientes" que le prodigaba por las noches.

Los días pasaban cada vez más despacio, a medida que se acercaban cada vez más y Dairiné tenía que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no mostrar ningún tipo de nerviosismo. Su corazón le decía que escapara lo antes posible, pero su cerebro le dijo que debían de hacerlo en el momento exacto. Mientras tanto había destilado la secreción de las glándulas anales de los peces de cieno para posteriormente añadiendo algo de harina de trigo y aceite de hígado del propio pez hacer una especie de cápsula que Albert se debería tragar en el momento preciso.

Y el momento finalmente llegó. A pesar de que ya habían pasado de largo el punto más cercano al macizo, Dairiné decidió esperar un poco más y dos días después consiguió las condiciones perfectas. La noche siguiente sería luna nueva y además los densos nubarrones que empezaron a cubrir el cielo a partir de la tarde presagiaban la cercanía de una tempestad que duraría al menos tres días.

Aquella misma noche, en cuanto montaron el campamento, Dairiné se desplazó entre los esclavos repartiendo remedios y ánimos a medida que avanzaba. El brutal esfuerzo de arrastrar aquella enorme plataforma empezaba notarse y a pesar de la buena alimentación y sus cuidados, lo hombres adelgazaban a ojos vistas, sus ojos se hundían en el fondo de sus cuencas, tristes y sin brillo y sus cuerpos se derrumbaban incapaces siquiera de levantar las tiendas que les protegían de la intemperie.

Poco a poco, fue acercándose a Albert hasta que pasó a su lado y aprovechando el aburrimiento de Fech una noche oscura como la boca de un lobo, la noche perfecta, dejó caer la cápsula a su lado, susurrándole que se la tragase.

Albert

Albert recogió la cápsula y con la maestría de un prestidigitador, se la tragó sin que nadie se diese cuenta, dejando que Dairiné se alejase, obligándose a mantener la vista al frente sin intercambiar con ella ninguna clase de mirada que pudiese delatarles.

Cuatro horas más tarde notó el primer retortijón y en cuestión de minutos se cogía el vientre retorciéndose de dolor. Incapaz de contenerse más tiempo se levantó y arrastrando a su compañero de cadena por el suelo, el cual intentaba despejarse y averiguar qué demonios pasaba, se apartó unos metros del campamento a la carrera.

Los guardias al principió se alarmaron y echaron mano a los látigos, pero cuando le vieron bajarse los toscos pantalones rompieron a reír observando como aquel gigantón descargaba ruidosamente sus intestinos mientras su sorprendido compañero, trataba de incorporarse intentando averiguar que catástrofe natural le había arrastrado decenas de metros por el suelo.

Tras dos minutos de pedos y descargas de heces cada vez más líquidas, Albert se acercó a los sonrientes guardias y les pidió hablar con la curandera.

Dairiné le auscultó unos instantes y tras darle un bebedizo amargo como la hiel les dijo a los guardias que aquel esclavo no estaba en condiciones de tomar su puesto en las maromas. Los vigilantes intentaron contradecirla, pero en el tiempo que levantaban el campamento Albert se vio obligado a cagar en dos nuevas ocasiones, convenciéndoles a los soldados de que aquel esclavo no serviría para nada hasta que el mejunje que le había dado Dairiné hiciese efecto.

Albert, con cara de circunstancias, se colocó a la cola de la caravana, con unos pocos esclavos enfermos o heridos, incapaces también de tirar de la plataforma aquel día. Vigilados por un guardia, avanzaban penosamente entre la lluvia que empezaba a caer. Albert los seguía en las últimas posiciones, con las piernas temblorosas, apartándose cada poco tiempo para ir a defecar tras cualquier abrigo del camino.

Aquella elfa se había empleado a conciencia y la cápsula había tenido hasta demasiado éxito. Los brutales retortijones y la intensa diarrea lo habían dejado prácticamente sin fuerzas. Encima la lluvia que rápidamente se había convertido en una espesa cortina le cegaba haciéndole tropezar y resbalar continuamente.

La elfa se acercaba cada hora más o menos y le daba una infusión de fuerte sabor amargo y en una de las ocasiones le dijo que había llegado el momento y que la buscase aquella misma madrugada cuando estuviese seguro de que todo el mundo dormía.

A eso del mediodía Dairiné sustituyó la pócima amarga por tazones de un brebaje que sabía intensamente a entrañas de pescado. A pesar de su detestable aroma aquel remedio comenzó a hacer efecto, restaurando rápidamente sus fuerzas. El procuró caminar de la misma forma desmayada convenciendo a sus vigilantes de que a pesar de que su diarrea había mejorado aun estaba demasiado débil para trabajar.

Poco a poco empezó a caminar con un poco más de facilidad y empezó a ser consciente de algo más que de los calambres de sus tripas. Mientras tanto la lluvia caía como una catarata cegándole y ahogando los gemidos de los esclavos y el restallido de los látigos.

Albert no dudaba del éxito de su intento de fuga. Lo único que lamentaba era no poder hacer algo por aquellos pobres diablos que tiraban de aquella pesada plataforma por aquellas aguas someras sin otra esperanza que llegar a su destino y conseguir un par de semanas de descanso antes de un agotador viaje de vuelta.

Entretanto los guardias, deseando llegar lo antes posible, fustigaban a aquellos pobres diablos sin piedad, tratando de llegar al final de aquella etapa y así poder resguardarse de aquella cortina de agua.

Cuando al fin llegaron a una pequeña loma arenosa donde instalaron el campamento, Albert ya se sentía casi completamente recuperado. La lluvia caía más fuerte que nunca y los esclavos temblaban a consecuencia del frío y el terrible esfuerzo al que habían sido sometidos.

Encadenaron a Albert a uno de los esclavos al azar, uno que había perdido su compañero aquella misma tarde y se olvidaron de él.

El tipo dijo llamarse Skull y aseguraba ser un pescador, que habiendo perdido su barco en una tempestad, se había visto obligado a pagar las deudas que había adquirido con Antaris con la esclavitud.

Mientras escuchaba su animada cháchara, decidía qué debía hacer con aquel hombre. No era la primera vez que mataba gratuitamente, desde que había adoptado su vida de pirata al lado de Baracca se había convertido en un experto, cosa que lamentaría hasta el día de su muerte. A pesar de que lo había evitado siempre que había podido, había herido de muerte a personas que no se lo merecían y no le habían hecho ningún daño, pero jamás había matado a alguien tan débil e indefenso.

Lo observó con detenimiento; era bajo y delgado, pero su cuerpo fibroso y la forma de sentarse sobre el suelo, erguido, y con una chispa de inteligencia en sus ojos, le hizo dudar y preguntarse si sería capaz de aguantar el ritmo cuando huyeran juntos. Finalmente decidió tantearle:

—Ha sido un mal día.

—Desde luego, mi compañero ha resbalado y ha caído en un pozo de lodo, si no llegó a estar atento y no enrollo la cadena del grillete en torno a la cuerda de tiro, hubiese caído con él. Cuando lograron sacarlo, ni siquiera la curandera pudo hacer nada por él. El lodo lo había asfixiado.

—Esta vida es una mierda. Con lo bien que estaría ahora bebiendo una jarra de aguardiente de Skimmerland en la taberna de cualquier puerto... —comentó Albert con la mirada perdida.

—Y amasando el culo de una oronda camarera. —añadió Skull— Una de esas, tan generosa en curvas como en deseos de compartirlas. ¡Ahh! Pero por favor, no me lo recuerdes. Esa vida se ha acabado para siempre. Con suerte podré follarme un pato antes de reventar en esta ciénaga apestosa.

—Lo último que hay que perder es la esperanza. —le dijo Albert sonriendo enigmático.

Skull levantó una ceja intrigado y estaba a punto de preguntar algo, pero en ese momento se acercó Dairiné con un vigilante con aire de malas pulgas encadenado a ella. La elfa le reconoció atentamente y después de asegurarse de que había mejorado y decirle a su acompañante que aquel esclavo estaría listo para incorporarse a las cuerdas al día siguiente, le dio una escudilla repleta de estofado de ave y se retiró.

La mirada de complicidad con la elfa no pasó desapercibida para Skull. Era el momento crítico. Albert tensó todo su cuerpo. Estaba casi seguro que cualquier esclavo preferiría intentar escapar que reventar tirando de la plataforma, pero siempre había gente rara, así que se preparó para matarle en silencio si hacía cualquier intento de dar la alarma.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó el esclavo con un hilo de voz que el estruendo del chaparrón ahogó sin dificultad.

—Esta misma noche. Duerme, pero estate preparado para salir zumbando en cuanto te de la señal.

—No te preocupes, hermano. Correré como un conejo. No tendrás que preocuparte por mí. —replicó Skull— ¿Quién iba a pensar que este día de mierda y la muerte de un amigo serían la antesala de la libertad? Los dioses a veces son caprichosos.

—Lo son en verdad, ahora ahorra fuerzas. Esta noche será larga. —sentenció Albert alargándole la escudilla que Dairiné le había dado, aun mediada de guisado.

Dairiné

En cuanto dejó a Albert, segura de que estaba listo para huir, la curandera se volvió a la carrera a la tienda que les cobijaría a ella y a su escolta de la intensa lluvia. Cuando entraron en la pequeña estancia aceptablemente seca ambos soltaron un suspiro de alivio. Tenían la ropa empapada así que Dairiné, tratando de ocultar su nerviosismo, se quitó la ropa y la colgó de una cuerda encima de un mortecino fuego que trataba de sobrevivir a la humedad y al escaso combustible.

Se estiró todo lo que pudo tensando todos sus músculos. Su cuerpo moreno brillaba tenso como el de una gacela a punto de escapar. Dairiné se giró con brusquedad y se encontró con la mirada ansiosa de su guardaespaldas.

Sus noches abrazada al hombre impregnándole con su aroma habían surtido efecto. podía sentir la excitación en cada fibra de su cuerpo. Solo faltaba un empujón.

—¿Cuánto durará el viaje? —preguntó ella secándose el cuerpo con un trapo, aparentado no ser consciente de las miradas hambrientas del hombre.

—No sé. —respondió él— Si el tiempo sigue así, probablemente dos semanas si no más.

—¡Oh! —exclamó desilusionada— Dos semanas más y otras tres o cuatro para volver a casa... Eso es mucho tiempo aburriéndome sin nada que hacer. ¿Sabes qué es lo que más echo de menos? —dijo ella acercándose al hombre y arañándose los costados suavemente.

Fech no dijo nada, solo se limitó a observar sin decir nada mientras ella se acercaba y colocaba una mano sobre su hombro y acercaba su boca al oído del soldado.

—Lo que más echo de menos es tener todas las noches el calor de un hombre alrededor y a la vez dentro de mí. —le susurró con la voz ronca mientras sus manos se deslizaban por el pecho hasta la cintura y le desabrochaban el cinto de donde pendía su látigo.

Fech se quedó paralizado y ella con suavidad le quitó la ropa mojada con suavidad, dejándola caer al suelo en un desordenado montón sobre el látigo, revelando un cuerpo endurecido por las largas jornadas de marcha.

Con lentitud, intentando evitar asustarlo, fue agachándose poco a poco mientras acariciaba con suavidad su pecho y su vientre hasta quedar arrodillada frente a él. Aparentando un intenso deseo que no sentía, acercó los labios a la polla del Fech y la rozó con suavidad. Apenas sintió el contacto el miembro comenzó a crecer y endurecerse. Mientras lo acariciaba y lo besaba, sintió como la sangre acudía a raudales por aquel órgano hasta duplicar su tamaño.

Ocultando su nerviosismo lo cogió con ambos manos y retrasando el prepucio comenzó a acariciar el glande con su lengua. Todo el cuerpo de Fech se estremeció de placer animándola a continuar. Separando los labios todo lo que pudo, se introdujo la polla palpitante y comenzó a chuparla, primero con suavidad y luego con fuerza, sintiendo como su boca se llenaba de saliva.

Con una arcada se apartó para coger aire. Un grueso cordón de saliva rebosó de su boca y cayó entre sus pequeños pechos. Dairiné jugó con él, dejando que resbalara por su vientre consciente de la intensa excitación que sentía el soldado.

En ese momento Fech reaccionó por fin y cogiendo su melena plateada la obligó a erguirse y le dio un salvaje beso. El aliento a ajo y a yencla, aquella hoja ligeramente narcotizante que mascaban muchos guardias para sobrellevar el tedio, invadieron su boca obligándola a ahogar las arcadas mientras le devolvía el beso.

Sin dejar de besarla, el hombre exploró todo su cuerpo, pellizcó dolorosamente sus pezones, sobó su cuello y sus pechos, y estrujó su culo y sus muslos.

Tras unos segundos, la cogió en brazos y tumbándola sobre el lecho de pieles en el que dormían habitualmente, se tumbó tras ella. Con un tintineo de cadenas rodeó su cuerpo con los brazos y acarició su pubis con apremio. Dairiné soltó un gemido y separó las piernas para que Fech pudiera acceder con más facilidad, pero el hombre tenía otros planes y tumbándola boca arriba se echó sobre ella penetrándola.

La polla entró con fuerza dilatando su estrecho coño y provocando un pinchazo de dolor. Dairiné gimió y se agarró con fuerza al costado del guerrero. Fech interpretó ese gemido como producto del placer que estaba provocando en ella y comenzó una salvaje cabalgada. Dairiné aguantó como pudo gimiendo y estremeciéndose, aparentando estar disfrutando, pero deseando que aquella fuese la última vez que se viese obligada a follar para salvar su vida.

La larga abstinencia le pasó factura y Fech apenas pudo aguantar un par de minutos antes de correrse. La elfa sintió aquella oleada de la repugnante semilla de su escolta y arqueó todo su cuerpo simulando un brutal orgasmo.

Durante los siguientes minutos simuló recuperarse jadeando con todo el cuerpo cubierto de sudor observada atentamente por Fech, pero antes de que la polla se relajase totalmente la cogió entre sus manos, la metió en la boca y comenzó a chuparla con fuerza a la vez que se masturbaba con la mano libre.

El miembro del soldado reaccionó y en pocos instantes se vio elevada de nuevo del suelo. Fech esa vez se lo tomó con más tranquilidad y acariciándola con más suavidad hundió su cara entre sus piernas, besando y chupando su sexo cubierto de una suave pelusilla plateada, haciéndola sentir por primera vez placer.

Dairiné tensó todo su cuerpo y abrió sus piernas, cerrando los ojos e imaginando que eran los labios de Albert los que la asaltaban.

De un empujón apartó al hombre y le dio la espalda para no tener que verle y poder seguir con su fantasía. A continuación se colocó a cuatro patas y esperó pacientemente sin girarse. Notó como Fech se acercaba y acariciaba su sexo caliente y abierto con la punta de su glande. La curandera se mordió el labio, contoneó con suavidad la caderas y separó las piernas un poco más en un gesto de invitación que el hombre no pudo dejar de aceptar.

La penetración fue tan salvaje como la primera, pero esta vez su cuerpo estaba preparado y la recibió con una oleada de placer. Agarrando sus caderas Fech comenzó a follarla con fuerza. Dairiné gemía excitada y le azuzaba con insultos.

Inclinándose sobre ella, su guardián la rodeó el cuello con la cadena que les unía y tiro con fuerza. Sintió como le faltaba el aire a la vez que soportaba el cuerpo duro y sudoroso del hombre sobre su espalda aguantando a duras penas sus salvajes andanadas.

El orgasmo la asaltó cegador y con un gemido se derrumbó sobre el lecho bajo el peso del soldado que siguió follando su cuerpo estremecido hasta que con un bramido se separó y eyaculó sobre su espalda y su culo.

Dairiné sentía como la laxitud posterior al orgasmo la dominaba, pero sabía que no podía parar. Fech no podía tener tregua. Se levantó y comenzó a cotonear su cuerpo desnudo y sudoroso frente a él. Las llamas aun resistían y lanzaban destellos y sombras sobre su cuerpo haciéndolo irresistible.

Fech gruñó y levantándose acercó a ella y la cubrió con su cuerpo dispuesto a asaltarla de nuevo. Fuera, el agua no cesaba de caer.

Capítulo 10. Evasión

Albert

Recurriendo a técnicas aprendidas en la Guardia Alpina, se mantuvo alerta y despierto a pesar del cansancio. La lluvia caía en ese momento más fuerte que nunca, lo que le dio un poco más de seguridad. Esperó pacientemente y cuando todo el campamento estuvo dormido despertó a Skull con suavidad para no sobresaltarle y agarrando la cadena para que no tintinease comenzaron a avanzar entre los cuerpos de los esclavos exhaustos que roncaban apaciblemente, procurando no despertarlos.

Los guardias, conscientes de que era una locura escapar de aquel pantano para morir ahogado o en las fauces de un dulga, se habían refugiado en sus tiendas, dejando a los esclavos durmiendo al raso sobre la lluvia, con solo un par de novatos vigilando el rebaño.

Los hombres paseaban por el perímetro cubiertos por una capa de hule para repeler la lluvia que apenas les dejaba ver donde pisaban, así que les resultó fácil evitarles e ir en dirección a la tienda que ocupaba la curandera y su vigilante.

Haciéndole un gesto para que hiciese el menor ruido posible, soltaron las trabillas que mantenían el interior aislado de la constante lluvia y entraron. Dentro estaba todo tan oscuro que al avanzar tropezaron con los dos cuerpos que dormían sobre un colchón de pieles.

Fech al sentir el golpe en sus pies, se despertó de inmediato, pero al intentar incorporarse para hacer frente a los agresores Dairiné pegó un tirón a la cadena que le desequilibro totalmente. Era esa la única ventaja que necesitaba Albert. Tirándose encima del hombre le agarró la garganta y apretó con fuerza para poder matarlo en silencio.

Skull arrastrado por la cadena que le unía a Albert cayó encima de la elfa creando una especie de melé de manos y piernas que luchaban en silencio, unos por matar, otros por defenderse y otros simplemente por desenredarse.

El guardián de la elfa era bueno, por eso lo había elegido Antaris, pero no podía compararse con un soldado de élite como Albert. Primero intentó separar inútilmente los dedos de Albert de su cuello. Cuando vio que era imposible, intentó golpear los costados del agresor, pero Albert resistió prácticamente sin inmutarse y aprovechó que Fech bajaba las manos para golpearle la mandíbula con el codo.

El guardián encajó el golpe con un gemido ronco. Sus golpes empezaron a llegar cada vez más débiles hasta que finalmente se quedó inmóvil. Albert aun mantuvo sus manos crispadas en torno al cuello de Fech un par de minutos para asegurarse de que estaba muerto.

Finalmente se apartó y tiró de la cadena de Skull para ayudarle a levantarse.

—¿Estás bien? —le preguntó a Dairiné.

—Sí, solo que este tipo me ha caído encima y me ha dado un porrazo en la cabeza. —respondió ella.

—Fue culpa mía. Al tirarme sobre el guardián no me di cuenta de que seguía atado a él. Te presento a Skull. Nos acompañará.

—¿Y si se queda atrás?

—No te preocupes, no me has visto correr cuando la vida me va en ello. —intervino el aludido dándole una mano a Dairiné para que se incorporase.

—Dairiné tenía el mismo problema que ellos y atada a su guardián muerto no pudo hacer otra cosa que sentarse.

En la oscuridad registró las vestiduras de Fech hasta que encontró lo que buscaba. Una llave maestra que tenían todos los vigilantes para poder abrir los grilletes y deshacerse de los esclavos muertos.

En cuestión de unos instantes Albert se deshizo de los grilletes. Skull daba pequeños saltos de alegría dentro de la estancia cuando se acercó a Dairiné para liberarla a su vez, pero la llave no produjo el chasquido esperado.

—¡Mierda! —exclamó Albert— Ese cabrón de Antaris tomo la precaución de usar una cerradura distinta para vosotros dos y así poder evitar que le robases la llave mientras Fech dormía.

—Tiene que haber una en algún sitio. —dijo la elfa angustiada.

—Lo dudo, pero aunque la hubiese no tenemos tiempo que perder...

—Vamos, vete. —la apremió la elfa desesperada— No podemos llevarnos el cuerpo de Fech con nosotros.

—No digas tonterías, o nos vamos todos o nos quedamos juntos a esperar nuestro destino. —dijo Albert.

—A ver chicos. No nos pongamos melodramáticos. —interrumpió Skull— ¿Dónde tenía Fech las armas?

—Esos son sus baúles, los de la izquierda, —respondió Dairiné— Si llevaba algún arma debe estar ahí. No quería tenerlas a mano para evitar que yo tuviese la tentación de cogérselas y matarlo. ¿Por qué?

—Porque en alguna ocasión te habrás visto obligada a amputar algún miembro aplastado. —dijo revolviendo en uno de los baúles que la elfa le había señalado.

—¡Eso es! —exclamó Skull con satisfacción sacando una daga de dos palmos de longitud de entre el equipaje del soldado.

Con una sonrisa levantó el arma. El acero destellaba malignamente a la tenue luz de la pequeña lámpara de aceite que había encendido Skull. Albert, que había captado las intenciones de su compañero, se la arrebató de las manos y antes de que Dairiné pudiese objetar nada descargó un tajo, sobre la muñeca del cadáver, justo por encima del grillete.

—¿No deberíais anestesiarlo un poco? Eso tiene que doler. —se choteó el esclavo viendo con satisfacción como Albert desmembraba a uno de sus torturadores.

Dairiné

Sin ceremonias Albert apartó los restos de Fech y se enfundó la daga en el cinturón. Dairiné enrolló la cadena que le unía a su captor en torno al brazo para que no le molestase a la hora de correr y comenzó a recoger lo imprescindible para sobrevivir hasta llegar al macizo.

Estaba a punto de terminar cuando sintió como asían su brazo y tiraban de ella. Antes de que pudiese reaccionar tenía los labios de Albert cerrados en torno a los suyos. Abrazando con fuerza a Albert le devolvió el beso hasta que la falta de aire hizo que sintiese que perdía la cabeza.

—¡Qué bonito! ¡Va a ser cierto que el amor rompe cadenas... o por lo menos muñecas! —les interrumpió el pescador— Pero será mejor dejar los arrumacos para luego. Amanecerá pronto y me gustaría estar lejos de aquí cuando descubran el fiambre.

De mala gana se separó de Albert y tras ceñirse la capa salió de la tienda. Fuera, la lluvia ahogaba siluetas y sonidos. Precediéndolos, guio a los dos hombres, deshaciendo parte del camino que habían cubierto el día anterior, procurando pisar por donde la plataforma y cientos de pies habían arado el suelo para dejar las menores huellas posibles.

Avanzaron tan rápido como pudieron, conscientes de que una vez que se diesen cuenta de su ausencia los batidores irían detrás de ellos. Empezaba a clarear por el este cuando Dairiné se paró un instante buscó en la orilla del camino y finalmente encontró lo que buscaba.

Un sendero casi totalmente tapado por la lluvia y el musgo se alejaba en dirección oeste, directo a Kandaar, directo a su hogar. Unos segundos después estaban corriendo por él. La elfa, gracias a su ligereza y una habilidad cultivada durante años, apenas se hundía hasta los tobillos en el agua, pero los humanos, más pesados, corrían con el agua por las pantorrillas, a veces incluso algo más. Al menos la mortecina luz del amanecer de un día tempestuoso les ayudaba a no tropezar constantemente.

Dairiné sabía que era importante alejarse lo más posible. Los batidores conocían al dedillo la ruta de la caravana y una franja de unas pocas millas alrededor de esta, para conseguir abastecer a la columna, pero una vez saliesen de esa franja de tierra no se atreverían a avanzar más por temor a las trampas del pantano. Así que a pesar de las protestas de Skull, los apremió a seguir avanzando a toda velocidad y solo les dejó descansar unos minutos a eso del mediodía, para comer un poco de aceite de pescado y unas galletas que había conseguido de un guardián a cambio de un remedio para una infección que le habían pegado unas prostitutas en Kalash.

De nuevo, corriendo, oía a los dos hombres chapoteando a sus espaldas. La lluvia había amainado un poco, pero seguía cayendo incansablemente, empujada por un viento fuerte que venía precisamente del oeste inflando su capa y cegando sus ojos.

Al principio de la huida el pequeño Skull, había hecho varias bromas, pero ahora solo jadeos y resuellos salían de su boca. Aun así el hombre sabía lo que se jugaba. Eran esclavos, no podían permitirse el lujo de descansar y sus compañeros le abandonarían en medio de los pantanos si no podía seguir el ritmo, así que el hombrecillo continuó corriendo y tropezando sin quejarse.

Continuaron toda la tarde, agradeciendo y aborreciendo la lluvia por un igual. Dairiné conocía perfectamente aquel sendero que había usado más de una vez en busca de plantas y raíces y apenas paraba un instante cuando llegaban a un lugar delicado para indicar a los dos hombres por donde debían pasar para evitar un pozo de arenas movedizas o una guarida de dulgas.

Cuando el sol se puso les guio a un afloramiento de rocas que había cerca del sendero. Si hubiese sido por ella hubiesen seguido corriendo toda la noche, pero sabía que los dos humanos tropezarían constantemente en una noche tan oscura. Esperando que los batidores estuviesen tan cansados y desorientados como sus compañeros de fuga, repartió otra buena dosis de aquel energético aceite de pescado y se refugiaron como pudieron de la lluvia entre las rocas para dormir un rato.

Skull se refugió debajo de una cornisa, un poco alejado para darles intimidad y en cuestión de segundos estaba dormido como una piedra.

—¿Estás cansado? —le preguntó a Albert tras acomodarse en su regazo en un profundo entrante que les protegía de la lluvia que seguía azotando el paisaje sin piedad.

—Un poco, la verdad es que no corría tanto desde que hice la instrucción. Al menos no tengo la mochila llena de piedras a la espalda. —respondió Albert con aire soñador.

—¿Eras soldado?

—En un lugar muy lejano y de eso hace una eternidad o eso me parece. Supongo que ya lo imaginarías por mis cicatrices.

—Antaris me dijo que eras un marinero que habían encontrado medio ahogado en la costa.

—Bueno, en parte es cierto. Pero no fue por mi voluntad.

—¿Y puedo saber cuál es ese lugar tan lejano y que es lo que te trajo hasta mí? —preguntó ella dominada por la curiosidad.

—Vengo de un reino del otro lado del Mar del Cetro, de más allá de las Islas de los Volcanes. Se llama Juntz.

—¿Y cómo es?

—Es un reino pequeño y boscoso, con altas montañas, rodeado de desiertos de arena por el este y el oeste y de hielo por el norte.

—Parece un lugar hermoso.

—Lo es. —dijo él con melancolía.

En ese momento Dairiné supo que aquel hombre nunca sería totalmente suyo. Por sus palabras y la expresión de sus ojos sabía que aquel hombre nunca sería feliz en otro lugar que sirviendo a su rey a incontables leguas de allí. Mientras eran esclavos, sin ningún lugar a dónde ir, se imaginó permaneciendo con aquel hombre para siempre, pero sabía que en la realidad aquella relación no tenía futuro. En el mundo de los humanos no tenía derechos y nunca sería más que una esclava y el abrupto bosque donde vivían los elfos no era un lugar donde un humano se pudiese asentar por tiempo indefinido.

A pesar de todo, lo amaba. Dairiné le acarició la mandíbula, le besó el cuello y se acurrucó disfrutando del calor y del rítmico martillear del corazón del soldado, el futuro no importaba, para unos esclavos que huían de la muerte, solo existía el ahora.

Pronto quedó adormecida en aquella postura, sintiéndose protegida por primera vez, no sabía por cuánto tiempo. Un leve movimiento del hombre la despertó.

—¿No duermes?

—Alguien tiene que vigilar. —respondió él con sencillez.

—Deberías dormir, tienes que recuperar fuerzas, saldremos temprano.

—No te preocupes por mí, puedo pasar varias noches sin dormir. Una vez estemos fuera del alcance de los batidores podremos dormir todo lo que queramos.

Dairiné levantó la vista y sus ojos penetraron en la oscuridad observando al humano. Con lentitud acercó su mano y le acarició el mentón recorriendo su mandíbula hasta hundir sus dedos en la espesa melena negra.

Albert se inclinó y tanteó su cara con sus labios hasta que encontró su boca y los cerró en torno a ella. Aquel beso fue distinto a todos los que había recibido hasta ese momento. No había nadie para interrumpirlos. No debían estar pendientes de que ningún guardia apareciese a sus espaldas sorprendiéndoles y acabando con su aventura en una nube de sangre y dolor. Por primera vez, Dairiné se abandonó al placer y prolongó el beso con todos sus sentidos puestos en él hasta que finalmente tuvo que apartarse para respirar.

Todo su cuerpo reaccionó, y se retorció en el nido que formaba el regazo de aquel soldado. Le miró a los ojos de nuevo consciente de que él, en aquella profunda oscuridad devolvía la mirada al vacio.

Sus manos adquirieron vida propia y acariciando su mandíbula fueron bajando por su cuello y apartando la basta túnica que protegía a Albert del frío y la humedad, acarició y arañó su pecho. Sus labios siguieron el camino que habían abierto sus dedos y comenzó a besar el cuello, el pecho y las tetillas del humano.

En aquel momento el hombre perdió su inmovilidad y sus manos fuertes y callosas la rodearon apretándola contra ella. Dairiné pudo sentir la excitación del hombre. Compartieron besos y caricias y poco a poco la ternura fue transformándose en lujuria. Con gemidos y jadeos respondió a las caricias cada vez más apremiantes de Albert. No podía aguantarse más. Revolviéndose en la estrecha fisura entre las rocas intentó adoptar una postura cómoda para hacer el amor, pero la escasez de espacio se lo impedía. Un abrumadora necesidad de tener a aquel hombre dentro de ella la envolvió hasta volverla loca. Sin pensarlo se deshizo de su túnica y salió a la lluvia que caía incesante en el exterior de su refugio.

En seguida la intensa lluvia helada la cubrió empapando todo su cuerpo, erizando sus pezones y poniéndole la piel de gallina. En ese momento un relámpago iluminó el desolado paisaje.

Albert

Desde el refugio la observó, allí fuera, con su cabello resplandeciendo como la plata a la luz de los relámpagos y su cuerpo esbelto, contraído y tembloroso, recorrido por una miríada de torrentes de agua helada.

Con una oleada de ternura y lujuria se acercó a ella y la envolvió por la espalda con un abrazo de oso. Con las manos protegió y acarició sus partes más sensibles. Ella gimió y restregó el culo terso contra su erección.

Durante unos instantes se demoró en aquella excitante sensación, dedicandose a observarla y a apartar su melena plateada que parecía flotar en el aire incluso totalmente mojada para poder besar y lamer sus puntiaguadas orejas. Con ternura aprovechó su altura para levantar la cara de Dairiné hacia el cielo tormentoso cubriéndola con sus besos hasta que el deseo de estar dentro de ella se volvió doloroso.

Tras unos instantes, Dairiné deshizo el beso y acercándose a una gran roca apoyó las manos en el rugoso granito y retrasando un poco sus caderas abrió sus piernas para él. El agua seguía cayendo inclemente formando un torrente por su columna que se precipitaba entre sus muslos hasta llegar al suelo.

Cogiendo la polla con las manos la dirigió al coño de la elfa y se la metió poco a poco hasta que con un último empujón que hizo que los pies de Dairiné despegasen del suelo, la enterró en su totalidad.

Dairiné gimió y se estremeció agarrándose a la roca mientras él comenzaba a bombear en su interior. El ruido de chapoteo que hacían los dos cuerpos al unirse una y otra vez le excitó aun más y continuó penetrando aquel cuerpo aparentemente frágil con intensidad hasta que tuvo que separarse para retrasar un poco el orgasmo.

Dándose una tregua dio la vuelta a la elfa y la besó de nuevo con ternura, consciente de que disponía de todo el tiempo del mundo. Dairiné le devolvió el beso, llenando su boca con un fresco aroma a hierbabuena y a clavo.

No supo cuanto tiempo permanecieron allí, abrazados en medio de la tempestad. Un relámpago avivó sus recuerdos. Involuntariamente su mente divagó rememorando las tormentosas noches de sexo en el camarote de Baracca. Sexo lujurioso, desenfrenado y violento. Todas sus relaciones tenían que tener algo en común, tanto Nissa, como Baracca y como la elfa eran relaciones imposibles. ¿Qué haría con aquella dulce elfa cuando llegaran al bosque? ¿Qué harían sus hijos? Mestizos que no pertenecerían ni al mundo de los hombres ni al de los elfos...

Dairiné lo sacó de su ensimismamiento con un empujón y lo tiró al suelo que le recibió frío, esponjoso y chorreante. Durante un instante la elfa se quedó de pie ante él con el pelo plateado de su pubis, reflejando la luz de los relámpagos que arreciaban y caían cada vez más cerca de ellos.

Finalmente la curandera se sentó sobre él y se ensartó con su hambrienta polla. Inclinándose comenzó a mover sus caderas a la vez que se lo comía a besos. La estrecha calidez del sexo de la elfa lo envolvió haciendo que todo el universo quedase en suspenso. Solo sentía el cuerpo de Dairiné saltando cada vez más ansioso en su regazo y sus labios y sus manos explorando todo su cuerpo hasta que no pudo más y con un bramido eyaculó inundándola con su semilla.

Dairiné

Sintió como el miembro de Albert se estremecía en su interior y a continuación llenaba su vientre de interminables chorros de su abrasador semen. De un empujón el gigantón la tumbó sobre el suelo y penetrándola con dos dedos comenzó a masturbarla a la vez que lamía y besaba su clítoris. Dairiné arqueó la espalda abrumada por el placer. La lluvia la cegaba y se le metía en la nariz y en la boca cada vez que la abría para gritar de placer, pero todo daba igual.

El orgasmo llegó paralizándola. En su vientre sintió como las secreciones de su amante y las suyas se mezclaban provocando un torbellino de sensaciones que tardó en amainar.

Después de eso, apenas fue consciente de como Albert la cogía en brazos, la llevaba de nuevo al estrecho refugio, la secaba con su túnica y a continuación la colocaba en su regazo abrazando su cuerpo tembloroso para darle calor. Dairiné le sonrió un instante y quedó casi inmediatamente dormida.

—Ha estado bien, la pelea en la tienda quizás un poco floja, pero por lo demás muy excitante, me ha recordado a nuestro polvo en la ducha. —dijo Oliva cuando Ray terminó de leer.

Ray no sabía que quería decir la mujer con aquello, pero no estaba de humor para adivinarlo. Estaba empezando a pensar que los talibanes eran más sencillos de entender y menos peligrosos que las mujeres. Antes de que ella pudiese proponer algo dijo que deberían descansar algo antes de de enfrentarse con la doctora franchute. Aquella era otra batalla de la que se temía que iba a salir escaldado.

Oliva hizo un mohín, pero pareció aceptarlo. Era evidente que esperaba algo más, pero Ray todavía no sabía que pensar de la trampa que le había tendido con Scott. Por un lado se había sentido excitado llevando a aquella mujer al límite, pero por otro toda la sensación de que había algo íntimo y especial entre ellos se había esfumado. Aquellos rollos tan complicados invariablemente acababan de la misma manera... Mal

Intentando relajarse se tumbó boca arriba, en el catre, con los brazos debajo de la nuca y se concentró en acallar todas las voces que confundían su mente para poder relajarse al fin y dormir un rato.

Esta nueva serie consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_ss_i_1_8?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=alex+blame&sprefix=alex+bla%2Caps%2C202&crid=2G7ZAI2MZVXN7

Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar