Las colinas de Komor IV

Durante unos instantes se quedaron congelados mirándose el uno al otro. Albert fue el que rompió aquellos segundos de encantamiento y apartando la melena recorrió una de sus puntiagudas orejas con el dedo.

IV

El resto del equipo no llegó hasta tres horas después y les pilló tumbados apaciblemente, cada uno en su camastro. Oliva no pudo contenerse, se rio de ellos y sin ningún recato les soltó que hasta habían tenido tiempo de echar dos polvos.

Ray a punto había estado de caerse de la cama, pero ninguno de los compañeros aparentó tomárselo en serio, tirándole camisetas sudadas y calcetines sucios mientras Ray no podía evitar soltar un suspiro de alivio.

El día siguiente resultó ser bastante insulso comparado con el anterior. Lo pasaron haciendo patrullas por los alrededores de la base y  limpiando de nuevo las armas y los instrumentos que habían usado la tarde anterior.

Cuando al fin cayó la noche, Oliva no tardó en llevar a Ray a empujones hasta el pabellón de descanso para que le leyese un nuevo capítulo.

Capítulo 4. La historia de Dairiné

Albert

Pasaron los días y la lesiones fueron curando poco a poco. La elfa era una curandera excepcional y Albert sentía como sus fuerzas volvían poco a poco.

Tumbado en el catre y recuperado del shock inicial, tuvo tiempo para pensar. Se sentía triste y derrotado. Baracca estaba muerta y él estaba solo, cautivo y a un mundo de distancia de su casa. Su objetivo obvio sería volver a servir en la Guardia Alpina a las órdenes de su rey Deor, pero en aquellas condiciones le resultaba casi imposible imaginar cómo escapar de Antaris y atravesar las innumerables leguas de océano que le separaban de Juntz, eso sin contar que después de aquella travesía el rey aceptase de nuevo sus servicios.

Finalmente decidió que lo que debía hacer era dar un paso de cada vez. Lo primero que tenía que hacer era escapar de las garras de Antaris.

Dairiné entró en ese momento. La elfa le saludó y como tantas otras veces recorrió su cuerpo con una mirada un tanto ansiosa. Albert lo había pensado durante todo aquel tiempo, aquella joven elfa podía ser un aliado inestimable en su huida. No la conocía y no sabía hasta que punto ella estaría dispuesta a huir con él, pero sospechaba que no le costaría demasiado convencerla.

Como todas las mañanas le indicó que se  desnudase y se sentase en la mesa de observaciones. Tras demorarse un instante, le quitó el vendaje de las costillas y le exploró el torso con manos suaves y nerviosas. Albert dio un respingo fingiendo más excitación de la que realmente sentía y se dejó auscultar pacientemente.

Dairiné

—Las costillas ya estás bastante soldadas y tu respiración es normal. Pronto estarás en perfectas condiciones. —le dijo Dairiné— Ahora túmbate, por favor.

Como todos los días lo ayudó a tumbarse de cara al jergón y extendió una buena capa de aceite especiado por su espalda. Las manos de la elfa pronto empezaron a hacer notar su magia y Albert notó como todos sus músculos rígidos por el dolor y la inactividad se iban relajando poco a poco con el masaje.

Albert suspiró aliviado, provocando una tímida sonrisa en la curandera. La mujer fue bajando con sus manos resbaladizas por su espalda, recorrió sus costados y deshizo nudos de sus muslos sin separar la mirada de los potentes glúteos del esclavo. Deseaba amasarlos, morderlos, arañarlos...

Tras un instante de indecisión masajeó los pies del hombre que volvió a murmurar satisfecho. Poco a poco sus dedos  fueron subiendo por sus pantorrillas masajeándolas y sintiendo como el deseo se iba apoderando de ella.

Subió un poco más y aparentando intensificar el tratamiento llegó hasta los muslos de nuevo y los separó ligeramente, dejando a la vista los testículos de Albert. Los vio allí, tensos y repletos de semen y no puedo evitar un nuevo pinchazo de deseo en sus ingles.

Finalmente le dio la vuelta. La polla del hombre había crecido un tanto aunque aun seguía blanda. Dairiné se obligó a apartar la mirada de ella y se centró en las magulladas costillas del esclavo. A pesar de su desagradable color entre verde y amarillento parecían estar curando. Fascinada masajeó y acarició  sus músculos perfectamente esculpidos por el intenso ejercicio.

Cuando llegó a los abdominales el masaje se había convertido en caricias mientras que con el rabillo del ojo pudo ver como el miembro de Albert estaba totalmente erecto.

Albert

Siempre que recibía un masaje se excitaba, pero trataba de controlarse para evitarle a la elfa la vergüenza, pero esta vez no lo hizo y se las arregló para que su polla estuviese totalmente erecta justo cuando la joven masajeaba sus abdominales.

Miró aquellos ojos oscuros y rasgados y detectó el deseo en ellos. Con suavidad le cogió la muñecas y dirigió las manos de la elfa hacía sus ingles.

La curandera no se hizo de rogar. Satisfecho sintió como las manos suaves y lubricadas por los aceites del masaje acariciaban su miembro haciéndolo estremecer.

En otras circunstancias y con la muerte de Baracca tan cercana, hubiese mantenido las distancias, pero si quería salir de aquel lío e intentar volver a casa necesitaba un aliado y ella era su única baza. Y por supuesto haría todo lo necesario para ganársela.

Aparentando un poco de timidez, dejó hacer a la elfa que se inclinó y besó con suavidad su glande. Gimió y acarició su cara y su largo cabello plateado mientras ella le lamía la polla con su lengua larga y ligeramente rasposa.

Su miembro en las pequeñas y delicadas manos de la elfa parecía aun más grande. Dairiné le masturbó unos segundos más y se metió la polla hasta el fondo de la boca. Su chupadas eran a la vez tan leves y tan placenteras que creyó que se iba a correr en cuestión de segundos. Pero la imagen de la daga entrando en el costado de Baracca y la sensación de culpabilidad que le asaltó le ayudaron a aplacar aquella acuciante sensación.

Finalmente cogió la melena de la elfa y tiró de ella para poder acercar su cara.   Se imaginaba que, como esclava, la habrían sometido a innumerables vejaciones, así que decidió tratarla con ternura.

La miró con intensidad como si intentase grabar en su mente aquella facciones delgadas y angulosas con los ojos grandes, rasgados y oscuros, casi sin esclerótica, los pómulos prominentes y los labios finos y de color ligeramente azulado. Ella pareció hacer lo mismo porque durante unos instantes se quedaron congelados mirándose el uno al otro. Albert fue el que rompió aquellos segundos de encantamiento y apartando la melena recorrió una de sus puntiagudas orejas con el dedo. Cuando llegó a la punta la joven agitó la oreja como si intentase apartar un insecto.

—Me haces cosquillas —dijo ella cuando Albert repitió el gesto.

Finalmente apartó la mano y deslizandola hasta su nuca tiró de ella para acercarla y la besó, primero atrapando sus labios entre los suyos y luego presionando con la lengua con suavidad hasta que ella le permitió invadir su boca.

Asiendo su nuca con más fuerza, inclinó su cabeza y la besó con más intensidad, pero sin llegar nunca a parecer ansioso o avasallador, dejando que fuese ella la que se apartase para coger aire. La joven se apartó y se miraron de nuevo. Con un gesto de timidez se quitó la raída capa dejando a la vista un cuerpo delgado y esbelto, muy bien proporcionado a pesar de su levedad.

Albert observó aquellas piernas esbeltas y bien formadas, el pubis cubierto por un fino mechón de pelo plateado, el culo respingón y los pechos del tamaño de mandarinas con unos pezones en forma de fresón y tan grandes que al contacto de sus dedos se erizaron y rompieron la perfecta esfericidad de los pechos.

Albert se bajó de la camilla y la levantó en el aire como si fuese una pluma. Dairiné separó las piernas y rodeó con ellas sus caderas.

La punta de su polla rozó sus genitales haciéndola estremecer. Albert bajó unos centímetros el cuerpo de la joven de manera que solo el glande entró en su coño. La joven elfa gimió, se estremeció e intentó clavarse todo su miembro de un golpe, pero él se lo impidió invadiendo poco a poco su sexo y disfrutando de su delicada estrechez hasta que llegó hasta el fondo.

Dairiné gimió de nuevo y colgándose de sus hombros comenzó a balancearse mordiéndose los finos labios para no gritar. Albert dejó que ella marcase el ritmo durante un rato hasta que finalmente la llevó hasta una mesa y apartando diversos recipientes de un manotazo la sentó sobre ella y comenzó a penetrarla con más intensidad, dejando un poco de espació entre ellos para que ella pudiera ver como su polla entraba y salía de su plateado coño.

Dairiné

No podía creérselo. Jamás nadie la había tratado con tanta dulzura. Aquel hombre, que si quisiera podía romperla en dos como a una brizna de hierba, la estaba follando con suavidad, interrumpiendo sus embates para besarla y acariciar sus pechos, su culo, sus orejas y sus muslos, obligándola a morderse los labios y a arañar su espalda para no gritar electrizada por el placer.

Sabía que aquella relación no tenía ningún futuro, pero en aquella vida de esclava lo importante era el momento, así que no pensó y se limitó a disfrutar.

Excitada apartó al hombretón de un empujón, se bajó de la mesa y se giró dando la espalda a Albert y apoyando las manos sobre la pulida superficie de madera. Sin apartar la mirada de la pared sintió los brazos de Albert rodeando su cintura e instantes después percibió como aquella enorme polla entraba en su coño distendiéndolo placenteramente.

El hombre se inclinó cubriéndola con su envergadura y acariciando todo su cuerpo sin dejar de penetrarla hasta que un orgasmo la paralizó. Albert, sosteniéndola en el aire como si fuese una muñeca, siguió follando su cuerpo indefenso, atravesado de continuos relámpagos de placer, hasta que finalmente se corrió llenando su sexo con su simiente hasta hacerlo rebosar.

Cuando finalmente se separó, la cogió en brazos y se sentó en una silla con su cuerpo protectoramente acogido en su regazo.

Dairiné jamás se había sentido tan feliz y completa desde que había sido capturada y convertida en una esclava. Su coño aun estaba estremecido de placer y sus piernas cosquilleaban con el semen de su amante escurriendo de su vagina y corriendo finos hilillos por el interior de sus muslos. Alargando sus brazos rodeó el cuello de su amante y le besó la barbilla. Durante los siguientes minutos Albert no hizo otra cosa que acariciar sus hombros y jugar con los puntiagudos extremos de sus orejas.

—No recuerdo la última vez que me sentí así. —dijo ella.

—La esclavitud no suele ser placentera. —se limitó a apuntar Albert.

—A veces os he llegado a envidiar. Los porteadores en general no suelen durar mucho; dos, tres viajes, como mucho cuatro y luego el descanso en la tierra de los dioses. Yo en cambio tengo que ver pasar los años áridos, sin una familia, sin amigos y sometida a constantes vejaciones.

—¿Cómo acabaste aquí? —preguntó él acariciando con suavidad su costado.

No le gustaba hablar de su pasado. Evocarlo despertaba tristes recuerdos que hacían que toda sensación de placer se esfumara como un lejano recuerdo, pero aquel hombre la hacía sentirse tan segura y protegida que empezó a hablar casi sin darse cuenta:

Los elfos de las colinas antes ocupábamos todas las tierras comprendidas entre los pantanos, el río Chimir y el río Ral, pero la presión de los humanos y el declive de nuestro pueblo hizo que nuestra raza se separase en dos núcleos. La mayor parte de nosotros ocupa la Gran Selva del Oeste. En la parte oriental, el bosque se fue reduciendo hasta que actualmente solo ocupamos un pequeño macizo montañoso, al borde de los pantanos, cubierto de un bosque primigenio e impenetrable.

Yo nací en uno de los pequeños poblados aéreos en los que viven la mayoría de mis congéneres. Era la hija de una de las curanderas más reputadas de todo el bosque y con ella lo recorrí de cabo a rabo siguiendo sus enseñanzas, ya que era la heredera natural de sus conocimientos.

Me sentía totalmente feliz y cuando comencé a ejercer mi oficio, pronto me gané una reputación casi tan legendaria como la de mi madre.

La clave de nuestra eficacia como curanderas era que utilizábamos las medicinas elaboradas con hierbas y minerales que nosotras elegíamos y recolectábamos en persona. Nunca recurríamos a mercaderes ni buhoneros, que muchas veces traían material en malas condiciones o conservado de manera incorrecta.

El problema es que eso nos obligaba a invadir territorio humano con cierta frecuencia.

Aquel día lucía un sol espléndido. Nosotras solo salíamos fuera de nuestro territorio cuando las condiciones eran favorables, con niebla o en noches sin luna, pero la enfermedad de Lankin, un amigo muy querido, no podía esperar. Bajamos del macizo tomando todas las precauciones posibles. Saltando de roca en roca para evitar dejar huellas y desplazándonos como sombras furtivas.

Las azagayas de los pantanos son unas plantas herbáceas, de largos tallos y raíces bulbosas, que solo crecen en aguas someras y estancadas y se encuentran casi en cualquier parte del pantano. Pero conseguir ejemplares de buena calidad requería internarse más profundamente en el pantano en el que pululaban mosquitos, parásitos, temibles lagartos dulga y sobre todo los humanos de las caravanas.

Los humanos, siempre ambicionando grandes tierras y capaces de roturar bosques enteros para conseguirlas a nuestra costa, siempre nos habéis causado una mezcla de terror y repulsión. Al principio pensamos que os conformaríais cuando tuvieseis suficiente espacio y preferimos no entrar en conflicto y cuando nos dimos cuenta de que vuestra sed era inagotable era demasiado tarde y lo único que pudimos hacer fue refugiarnos en las zonas más inaccesibles.

Los humanos nunca han intentado entrar en nuestros actuales dominios, pero siempre que nos encontraban fuera de ellos nos mataban o nos esclavizaban y las caravanas del pantano eran especialmente peligrosas porque su sed de material humano para tirar de sus barcazas es infinita.

Aquel día no teníamos pensado quedarnos mucho tiempo. Solo coger un par de plantas, las suficientes para el tratamiento y volver a la seguridad de nuestro bosque. El problema fue que nos internamos tanto en el pantano, intentando conseguir las mejores plantas, que cuando aparecieron los batidores de la caravana no teníamos escapatoria.

Aun así lo intentamos. En cuanto los vimos echamos a correr ya que en las ciénagas apenas hay donde esconderse.

A pesar de que gracias a nuestra ligereza apenas nos hundíamos unas pulgadas en las aguas cenagosas, los batidores sabía exactamente qué hacer. Con sorprendente rapidez montaron sus arcos y dispararon a mi madre que cayó inmediatamente con dos flechas en la espalda.

La vi caer y no pude evitar pararme para  ayudarla a levantarse, pero estaba malherida y apenas se podía mantener en pie. Los humanos nos siguieron al paso, riendo y haciendo apuestas de cuanto aguantaría antes de caer agotada en sus manos.

Mi madre insistía en que la dejase, consciente de que las heridas eran mortales, pero tal y como sabían los batidores nosotros jamás dejamos a nuestros seres queridos atrás.

Tras una milla agónica, con el cuerpo de mi madre prácticamente inerte, al final hinqué las rodillas.

Los humanos se acercaron remataron a mi madre y me ataron una correa al cuello. Tras desnudarme y violarme, me alejaron del cuerpo de mi madre y lo dejaron pudriéndose en aquel asqueroso pantano.

Cuando llegamos al campamento de la caravana, Antaris, que en su juventud solía acompañar a las caravanas, no pareció muy impresionado. Les echó la bronca a los batidores por  haberme traído a mí en vez de algo de comida, pero cambió inmediatamente de opinión cuando al registrarme encontró mi saquito de medicinas y dedujo cual era el oficio al que me dedicaba.

Con una sonrisa de satisfacción se quedó conmigo alegando que con aquello quedaban ciertas deudas saldadas. Tras despedir a los batidores, me observó un buen rato mientras ordenaba que me quitasen la ropa. Me dejó allí desnuda y aterida, soportando el aire gélido del pantano, esperando que el hierro para marcar que tenía en las brasas se calentase.

Cuando no tienen un tatuador a mano utilizan el hierro para marcarnos. No es tan bonita, pero la marca del fuego es casi tan difícil de eliminar como un buen tatuaje mágico. Yo me meé de miedo al ver como se acercaba uno de los guardias con el hierro al rojo, provocando las risas de una multitud de hombres sedientos de sexo y violencia. El encargado de marcar mi frente mostró su sadismo acercando la herramienta poco a poco mientras agarraba con firmeza mi nuca para inmovilizar mi cabeza.

El dolor fue tan intenso que perdí el conocimiento y me desperté con la frente ardiendo, una anilla de plata en torno a mi cuello y el cuerpo lleno de moratones y chupetones.

Si hubiese sido humana, hubiese tenido alguna posibilidad de recuperar mi libertad, pero los elfos no tenemos derechos en la sociedad humana y me convertí en la esclava preferida de Antaris, al menos hasta el momento.

Albert colocó su dedo bajo la barbilla de la elfa y la obligó  a levantar su rostro. No hizo falta que dijese cuanto lo sentía, podía leerlo en sus ojos y cuando se inclinó y enjugó las lágrimas que corrían por sus mejillas con sus labios, sintió como por primera vez en mucho tiempo se diluía el mundo a su alrededor.

A regañadientes se separaron y se vistieron, conscientes de que si alguien entraba y les veía podían provocar la ira de Antaris, cosa que no les convenía. Sintiendo que se partía en dos al hacerlo se separó de su paciente con un beso y volvió a sus ocupaciones.

Cuando terminó de leer toda la sala estaba a oscuras y en silencio. Ray apagó la luz esperando que Oliva se fuese a su catre, pero la mujer deslizó las manos por debajo de la manta y acarició con suavidad su paquete.

Ray se puso tenso sin dejar de pensar en la que se armaría si los descubrían, pero se sentía incapaz de apartar aquellas manos fuertes y sabias de su polla. En la penumbra, Ray volvió la cara hacia ella. Tenía los ojos cerrados y un rostro de concentración en la cara mientras le pajeaba con suavidad, agarrando el extremo de su miembro y acariciaba su glande con el pulgar cada vez que bajaba por él.

En cuestión de un par de minutos se vio apretando los dientes e intentando contener la respiración para que no se le escapara ningún gemido. El ritmo de las sacudidas fue cada vez más intenso hasta que Ray no pudo aguantar más y se corrió cubriendo las manos de Oliva con su semilla.

Oliva sacó la mano de debajo de la manta, abrió por fin los ojos y observó el semen sobre su mano, lo olfateó un instante y después de probarlo con la punta de la lengua se lamió la mano hasta dejarla limpia.

Cuando terminó, Oliva le dio un largo beso obligándole a saborear su propia leche y se fue a dormir a su catre.

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa  esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar