Las colinas de Komor III

De rasgos finos y tez oscura, sumamente esbelta y casi tan alta como él, el pelo plateado, extremadamente fino y abundante y los extremos puntiagudos de las orejas le revelaron que probablemente sería una curandera elfa.

III

Había que reconocer que Oliva tenía razón. Después de una mañana de marchas y ejercicios el sargento les había preparado una sorpresa para la tarde. Aprovechando que la cosa estaba bastante tranquila por los alrededores de la base, iba a mandar a dos equipos de tirador y observador a las montañas que había al norte para realizar un simulacro de ataque.

Deberían tomar posiciones por separado para vigilar un cruce de caminos e interceptar un vehículo del que les había dado su descripción. Evidentemente, todo aquello no consistía en esperar sentados como si se tratase de un vulgar tiro al plato.

Mientras esperabana que el vehículo apareciese, los dos equipos restantes peinarían la zona buscándoles ayudados por un pequeño dron.

El primer equipo lo formaban Scott y Grant  mientras que Ray sería el observador de Oliva.

A pesar de ser solamente unas prácticas, Ray era muy competitivo y para nada le gustaba perder, así que se lo tomó muy en serio. Apenas comió nada, ocupado en revisar toda la zona asignada para poder encontrar el punto de observación más adecuado.

Oliva, en cambio, parecía totalmente relajada y si no fuese porque aun apenas la conocía diría que estaba totalmente confiada en que lograrían el objetivo.

En cuanto terminaron de comer, Ray se puso el traje de camuflaje y cogió su mochila con algo de comida, agua y los  instrumentos de telemetría así como un M4 por si acaso, ya que  el exterior de la base seguía siendo terreno enemigo.

El helicóptero que los llevaría a la base de las colinas, ya estaba calentando los motores cuando llegó Oliva con un Barret que era casi tan grande como ella. Aquel rifle era enorme y pesado, pero era una bestia. Pesaba casi quince quilos, pero el calibre de 12,7 mm le proporcionaba una potencia excepcional y les permitía alcanzar un blanco desde casi dos kilómetros de distancia, lo que les daba más margen a la hora de elegir un sitio para apostarse y acechar al enemigo desde un lugar más seguro. Además un solo disparo permitía penetrar en cualquier vehículo o fortificación ligera.

Scott y Grant probablemente habrían recurrido al más ligero y convencional M24, lo que les daría más tiempo para llegar a su puesto, pero eso les obligaba a estar más cerca del blanco y a hacer más de un disparo con lo que  serían más fáciles de detectar.

—¡Veo que no te andas con chiquitas! —gritó Ray para hacerse oír por encima del estruendo de las aspas.

—¡No se a ti, pero a mí me gusta ganar y esta preciosidad es nuestro mejor baza! —replicó ella subiendo al Black Hawk.

Fue un vuelo corto y en cuestión de quince minutos estaban en la base de las colinas. Según las reglas del juego tenían tres horas para llegar al puesto elegido y camuflarse antes de que los equipos de búsqueda comenzaran a barrer las laderas.

Durante el vuelo Ray había desplegado un mapa, mostrando las posibles ubicaciones y tras comentarlas con Oliva se decantaron por una pequeña zona  de rocas sueltas y matojos bajo un peñasco que les proporcionaba una buena cobertura por el flanco derecho, a unos mil trescientos metros del objetivo.

Debido al peso extra del fusil llegaron apenas quince minutos antes de que se les acabase el tiempo. Lo más difícil fue colocar el equipo de camuflaje que simulaba los matojos y la arena del desierto y preparar el puesto sin que ninguna de aquellas piedras rodase pendiente abajo y los delatase.

En cuanto estuvieron en posición, Ray sacó los binoculares y comenzó la tediosa vigilancia. El calor era abrasador, pero el polvo, metiéndose por el traje e irritándoles los ojos, era aun peor. Ray se dio un descanso, abrió la mochila y cogió una barrita energética.

—Vaya, lo has traído —dijo Oliva sacando el libro del macuto.

—No entiendo, juraría que... —susurró Ray confundido.

La sonrisa divertida de Oliva se lo dijo todo. En algún momento, no sabía cómo, aquella pécora se las había arreglado para sisarle el libro y meterlo en su macuto cuando estaba despistado.

—Va a ser una larga espera. ¿Qué te parece si yo vigilo y tú me lees otro capítulo? Total, no creo que aparezca nadie antes de dos horas.

Sin esperar su respuesta, Oliva le arrebató los binoculares y le lanzó el libro. Ray lo cogió y apenas con un hilo de voz comenzó a leer:

Capítulo 3. Náufrago

Albert

No sabía muy bien cómo, pero logró sobrevivir. Probablemente el peto de la armadura le protegió de los peores golpes cuando el oleaje le envió contra los escollos. Un nuevo golpe de mar lo despertó. Al parecer la misma ola que le había estampado contra los escollos le había aupado a uno de ellos. Con el cuerpo maltrecho, pero entero, miró a su alrededor. La marea había bajado y las naves se habían retirado para evitar que algún escollo las destruyese. Solo quedaba el esqueleto humeante de La Gorgona, probablemente con el cuerpo carbonizado de Baracca en su interior.

Incapaz de reprimir el dolor apartó la mirada de los restos del barco y la dirigió hacia  la costa. Con la bajada de la marea, apenas seiscientos metros le separaban de tierra firme. Sabía que en cuanto volviese a subir el agua aquel lugar dejaría de ser seguro así que reuniendo las fuerzas que le quedaban se quitó la armadura, se metió en el agua y comenzó a bracear con torpeza.

El mar estaba más tranquilo, pero aun así notaba como a cada brazada que daba se sentía más exhausto. Apenas había recorrido una cuarta parte del trayecto cuando empezó a dudar de que pudiese llegar hasta la costa. Afortunadamente, los dioses no querían que muriese aquel día y un barril pasó flotando a su lado.

Incapaz de dar una brazada más, se agarró a él con desesperación y pataleó con las fuerzas que le quedaban hasta que finalmente pudo llegar a tierra.

La playa era ancha, de arena fina y blanca y estaba salpicada de restos desprendidos de su barco. Con las pocas fuerzas que le quedaban se arrastró cien metros más hasta el borde de la arena y allí, al abrigo de una gran roca que sobresalía en el límite de la pleamar, se tumbó y quedó inmediatamente inconsciente.


Cuando despertó ya no estaba en la playa. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente y tampoco tenía forma de saberlo. El lugar era oscuro y el suelo de tierra apisonada. Intentó levantarse, pero se dio contra el techo de madera de la estancia. El dolor le obligó a hincar de nuevo la rodilla en el suelo.

Cuando se recuperó un poco, intentó gatear hasta el otro extremo de la estancia. Estaba tan dolorido y magullado que a duras penas consiguió cubrir los cinco metros que le separaban de él.

En ese momento oyó ruido de pasos por encima de él y una luz se encendió atravesando las rendijas que había entre las tablas del techo de madera. Al parecer eran dos hombres que estaban haciendo alguna especie de trato:

—Ya te lo he dicho, Antaris. Estaba en la colina, cazando, cuando aparecieron los dos barcos y luego un tercero. Hubo una batalla y uno de ellos acabó ardiendo mientras los otros se retiraban para no quedar encallados. Bajé a la playa buscando algún resto de interés que pudiese haber llegado hasta allí y lo encontré más muerto que vivo. Lo subí a la burra y te lo traje.

—No sé. No me fio, Elkas. La última vez que me vendiste un esclavo, resultó ser un peregrino que iba camino del templo de Frinn. —replicó el otro hombre dubitativo.

—Te he dicho mil veces que aquello fue un error. Te devolví el dinero y te hice un descuento en los dos siguientes envíos de vino. ¿Es que no vas a dejar de recodármelo nunca? —se quejó Elkas.

—Está bien. Enséñamelo y luego hablaremos del precio.

Una trampilla se abrió y un chorro de luz, proveniente de la lámpara de aceite de uno de los contertulios hizo que Albert tuviese que cerrar los ojos un instante.

—¡Vaya! Tienes razón. Esos ojos grises y el tamaño de sus brazos... Parece un bárbaro, pero no es tan grande. Quizás sea un cruce. Dicen que arriba, en el norte, esos cabrones secuestran mujeres para hacerlas sus esposas. Pero está en muy mal estado. Necesitará dos lunas, comida y medicamentos para recuperarse, todo eso me cuesta dinero. Solo te puedo ofrecer tres soberanos de oro.

—Vamos, sabes que en una subasta podría llegar a quince.

—En perfectas condiciones y con los papeles sí, pero este tipo esta en las últimas. Te doy dos coronas de plata a mayores, pero ni un kart más o perderé dinero.

Elkas rezongó y se quejó. Intentó sacarle algo más al comprador, pero este sabía lo que hacía y finalmente se salió con la suya. En cuanto el dinero cambió de manos, Antaris pegó un silbido y dos hombres morenos y bajos, pero fornidos, le sacaron a rastras del sótano. Albert, al borde del desmayo de nuevo, apenas pudo oponer resistencia mientras lo maniataban y lo arrastraban fuera de la vivienda. En el exterior, en la oscuridad de la noche, esperaba un carro con la parte trasera cubierta donde los dos hombres lo lanzaron sin miramientos. Albert aterrizó con un quejido  entre un montón de sacos de vituallas.

Se retorció como pudo, intentando adoptar una postura medianamente cómoda, pero estaba tan machacado que tuvo que limitarse a adoptar la menos dolorosa.

Mientras daba tumbos en aquel carro hizo un apresurado análisis de su situación. Estaba solo, en un lugar desconocido y en manos de unos mercaderes de esclavos. Atado y magullado, lo único que podía hacer era intentar recuperarse y esperar una situación adecuada para escapar.

A continuación hizo repaso de sus heridas. La nariz había dejado de sangrar pero estaba rota y bastante inflamada. Tenía también un corte en la frente por encima del ojo derecho que le escocía horrores y un chichón en el cogote del tamaño de un huevo de paloma.

Las extremidades, aparte de unos cuantos moratones, un corte superficial en el muslo y una ligera torcedura de tobillo en el pie izquierdo, parecían estar en buenas condiciones, no así el torso donde por la dificultad que tenía para respirar le hacía sospechar que tenía al menos un par de costillas rotas.

Trató de relajarse, pero los bandazos del carro, conducido sin cuidado por un camino lleno de baches, le obligaban a apretar los dientes para no emitir gritos de dolor. Finalmente, tras lo que le pareció una tortura interminable, el carro se paró. Los dos hombres lo sacaron del carro cogiéndolo por los brazos y medio en volandas lo metieron en un edificio de madera de techo bajo y aspecto cochambroso y lo encadenaron por el tobillo sano a una anilla sólidamente anclada a los cimientos del edificio.

Estaba tan exhausto que ni siquiera intentó probar la solidez de la anilla a la que le habían encadenado. Poco después le dieron una escudilla con gachas de avena y sin decir una palabra más, cerraron la puerta y le dejaron solo.

El sol colándose por las rendijas que había entre las tablas que hacían de tejado, le despertó. Tenía la sensación de que acababa de quedarse dormido. Algunas partes que el día anterior le dolían habían dejado de hacerlo y otras que no le habían molestado ahora le fastidiaban horrores.

Trató de incorporarse y solo lo consiguió al segundo intento. Haciendo de tripas corazón comenzó a moverse de un lado al otro todo lo que le permitía la cadena para intentar soltar un poco las articulaciones anquilosadas y los músculos agarrotados.

Intentó acercarse a la puerta del cobertizo y echar un vistazo al exterior, pero la cadena se lo impidió. En ese momento oyó que alguien se acercaba y optó por enrollarse en el suelo y hacerse el dormido.

—Sacadlo fuera. Ahí dentro no puedo ver nada.

Dos hombres distintos de los de la noche anterior soltaron la cadena de la anilla y lo ayudaron a salir al exterior. Por fin pudo echar un vistazo. Se encontraba en el patio central de  una especie de campamento formado por varios barracones de madera, rodeado por una empalizada sobre la que hombres armados con espadas y ballestas vigilaban el interior del recinto. Estaba claro que estaba en alguna especie de cárcel.

Unas manos delgadas palpando y auscultando le sacaron de sus pensamientos haciendo centrar la atención en la criatura que se había acercado a él. De rasgos finos y tez oscura, sumamente esbelta y casi tan alta como él, el pelo plateado, extremadamente fino y abundante y los extremos puntiagudos de las orejas le revelaron que probablemente sería una curandera elfa.

Los curanderos eran muy cotizados en aquellas regiones. Se decía que podían curar muchas enfermedades y lesiones siempre que las cogiesen a tiempo y se ganaban muy bien la vida por lo que no entendió los pobres ropajes que portaba hasta que un aro de plata asomó del escote ciñendo su cuello. Era una esclava.

Albert se estaba preguntando cómo diablos habría acabado allí cuando la elfa levantó la voz indignada.

Dairiné

Sabía que aquellos pobres diablos no tenían la culpa de nada, pero incapaz de contener su mal humor no pudo evitar lanzarles un buen rapapolvo por no haber llevado a aquel hombre a su cabaña inmediatamente. Tenía varias costillas rotas y bastaba con que una de aquellas perforase un pulmón para que todos sus esfuerzos por salvarle la vida fueran inútiles.

Los dos hombretones se encogieron instintivamente y siguieron a la elfa ayudando al náufrago a caminar.

Era increíble que aquel imbécil de Antaris gastase el dinero en aquel desecho humano y luego lo dejase tirado en aquel inmundo cobertizo, esperando que se curase el solo en aquellas condiciones miserables. Afortunadamente, se había enterado a tiempo y había intervenido, aunque siempre se preguntaba para qué, si al final, más tarde o más temprano, todos acababan sucumbiendo en los pantanos.

En cuanto entraron en su dispensario, la limpieza y el orden de su enfermería disiparon sus oscuros pensamientos y se concentró en su paciente. Sin perder más tiempo, ordenó a los dos esclavos que desnudasen al herido y le ayudasen a tumbarle sobre un mesa donde podía examinarlo con más detenimiento.

Lo primero que hizo fue hundir un trapo en un cubo de agua jabonosa y limpiar la mugre y la ceniza que lo cubrían. El hombre se dejó hacer mansamente, casi con indiferencia y Dairiné aprovechó para echarle un buen vistazo.

A pesar de las heridas y los moratones, el desconocido era un hombre impresionante; más de un palmo más alto que sus guardianes y con un torso y unos miembros largos y musculosos que le daban un aspecto felino. Su mandíbula cuadrada, sus ojos grandes y grises y su pelo oscuro, largo y denso, como la noche en el Bosque Azul, le hubiesen dado un aspecto impresionante de no ser por la nariz rota y la inflamación que cubría gran parte de su cara.

Con gusto se hubiese demorado repasando esos músculos deliciosamente esculpidos y bronceados que aun olían a la libertad y a la sal del mar, pero se sabía vigilada e inmediatamente se puso manos a la obra.

Inclinándose agarró la nariz del hombre y tiró con fuerza. Si lo hubiese hecho en el momento de producirse la rotura, volver a alinear el tabique nasal hubiese sido un juego de niños, pero con los tejidos tan inflamados le costó varios intentos hasta que un sonoro chasquido le indicó que había tenido éxito.

El hombre, que había aguantado estoicamente, soltó un suspiro de alivio y sus ojos lagrimearon. A continuación le lavó y le cosió la herida de la frente antes de ayudarle a sentarse y vendarle el tobillo y las costillas fracturadas.

El resto solo eran rasguños y erosiones que cubrió con una solución desinfectante.

—¿Ya nos lo podemos llevar? —preguntó uno de los guardianes.

—De eso nada. —respondió ella con acritud.

—A Antaris no le gustará.

—Le gustará menos que este tipo se muera. Este hombre va a necesitar atenciones constantes. Si vosotros os hacéis responsables de su muerte, podéis llevároslo.

Por la cara que pusieron los dos soldados sabía que había ganado. Con un gesto les echó de su cabaña y se centró de nuevo en el paciente.

—¿Dónde estoy? —preguntó el hombre al verse al fin a solas con ella.

—¡Vaya, aun tienes lengua! —respondió la mujer— Creí que Antaris te la había cortado. Soy Dairiné.

—Yo Albert.

El hombre bajó de la mesa con un gesto de dolor y le interrogó de nuevo con la mirada. Dairiné se quedó un instante hipnotizada, observando aquel cuerpo que a pesar de estar magullado le resultaba tremendamente atractivo. El hombre se dio cuenta de su mirada, y se arrebujó la sábana sobre la que había estado sentado por la cintura para tapar su sexo, lo que no evitó que la curandera ya tuviese grabado todos los detalles de su masculinidad a fuego en su mente.

Desde que la habían separado de su gente, no se había sentido atraída por nadie del otro sexo y menos por un humano. Se acercó a él como hipnotizada, volviendo a repasar con su mirada el torso de hombre y deseo arañar aquel pecho, acariciar aquellos pezones, introducir la mano bajo el trozo de lienzo y se preguntó que sentiría al ver crecer aquel miembro grueso y potente entre sus finos dedos...

—Por favor... ¿Puedes decirme qué hago aquí? —intervino el humano interrumpiendo sus pensamientos.

—Estás en un campamento de esclavos. —respondió Dairiné saliendo de su ensoñación— Antaris es un transportista. Supongo que no conoces la geografía de la zona. Antaris normalmente recluta a sus esclavos de zonas lejanas para que no puedan orientarse con facilidad si escapan.

El desconocido se limitó a gruñir por toda respuesta y con un gesto la invitó a continuar.

—Estás en las afueras de Kalash, el mayor puerto comercial de la costa de Vor Mittal. La ciudad está conectada por vía marítima o fluvial con casi todas las ciudades del continente, pero hay dos grandes ciudades de las que está aislada. Entre Samar y Argéntea las ciudades más ricas del continente y Kalash hay un pantano de aguas someras y turbias que impide la navegación de la flota mercante de la ciudad y Antaris se encarga de transportar las mercancías hasta dos puertos fluviales al otro extremo del pantano.

—¿Y cómo lo hace?

—Con la fuerza bruta. Antaris tiene un ejército de esclavos que empujan enormes plataformas flotantes, con valiosas mercancías, durante millas y millas de agua somera hasta los puertos fluviales que los conectan con esas ciudades mineras. En los Pantanos de las Brumas apenas crece pasto para las bestias de tiro, sin embargo puede alimentar a los esclavos a base de los peces y las alimañas que medran en ese lugar. Solo él conoce el camino que le permite pasar entre arenas movedizas, pozos de dulgas y estanques plagados de todo tipo de parásitos.

—Así que ese es mi futuro. —dijo el hombre sin parecer demasiado afectado.

—Lo normal es que un esclavo aguante dos o tres viajes, luego el esfuerzo inhumano, el hambre y las enfermedades acaban hasta con el más fuerte.

—¿Y tu historia? Que yo sepa los curanderos no suelen ser esclavos.

Dairiné fingió no haber oído. No le gustaba que le recordasen que ella era una esclava más. No le gustaba recordar como la había capturado  una expedición de caza en las laderas del Macizo de los Elfos y tras violarla, aquellos hombres  la habían vendido para saldar una deuda con Antaris.

El extranjero estaba a punto de repetir la pregunta cuando Antaris entró en la cabaña acompañado del tatuador y el par de guardias que había expulsado Dairiné hacía unos minutos.

—Veo que mi nueva adquisición ya esta despierta. —dijo Antaris satisfecho— Estupendo, por la pinta yo diría que nos va a dar buenos beneficios. Bonitos músculos, ¿Verdad, Dairiné? —añadió mientras le daba a la curandera un cachete en el culo.

Antes de que Albert pudiese reaccionar los guardias le sujetaron por los brazos. El esclavo intentó resistirse, pero estaba aun demasiado débil y no pudo evitar que el tatuador le grabase en la frente las iniciales de Antaris con un conjuro que solo un mago muy experto podía borrar. Cuando el tatuador acabó, Antaris se acercó con una sonrisa y le puso un collar de acero ciñendo estrechamente su cuello.

—Lo quiero en perfectas condiciones para la próxima luna. —la advirtió Antaris antes de abandonar la estancia.

El capítulo terminó a tiempo, allí abajo comenzaba a haber movimientos. Lo primero que vieron fue como un dron se acercaba a su posición rastreando toda la zona con sus sensores a medida que avanzaba. Las palabras y los susurros fueron sustituidos por gestos y en total silencio se aseguraron de que el camuflaje estaba perfectamente dispuesto.

Ray cogió de nuevo los prismáticos y continuó vigilando las evoluciones del dron, echando de vez en cuando fugaces miradas al cruce. El coche tenía que estar a punto de aparecer. De momento no tenían nada que temer del pequeño robot explorador. A treinta metros por debajo de ellos y a  más de trescientos de distancia, no suponía una amenaza inmediata, pero detrás de él venía un equipo de búsqueda. Si andaban tan cerca, el disparo les alertaría y tendrían que salir por patas o enfrentarse a seis hombres perfectamente entrenados en tácticas antiinsurgencia.

Finalmente llegó el momento de la verdad. El coche apareció a toda velocidad por la curva, haciendo eses para evitar ser un blanco sencillo. Ray le dio las lecturas  a Oliva para que ajustase el tiro y la francotiradora ajustó la mira láser antes de apretar el gatillo.

El haz láser alcanzó al vehículo justo en el centro del cruce y la detonación del cartucho de fogueo rasgó la noche con su estruendo. Durante un instante Ray se hecho el M4 al hombro y observó hacia abajo mientras su compañera plegaba el equipo y se preparaba para la marcha que les llevaría al lugar de recogida.

Al parecer nadie los había detectado. El dron se había parado cuando se oyó el disparo, y se desplazó unos metros más en dirección a su posición, pero no lo suficientemente cerca para detectarlos. Además en ese momento sonaron un par de disparos más abajo y a la derecha.

Era el otro equipo. Al llevar el M24, según las reglas tenían que realizar tres disparos. Scott y Grant fueron rápidos, pero no pudieron evitar delatar su posición. Ray y Oliva se deslizaron ladera arriba esperando que el equipo que iba tras ellos se despistase un instante atraído por el estruendo.

Ray le cogió el trípode a Oliva y rodearon varios peñascos antes de coger un estrecho sendero de cabras que había visto Ray en su reconocimiento. Bajaron primero con prudencia, evitando que un resbalón en aquel camino traicionero hiciese rodar algún guijarro que delatase su posición y más tarde cuando estimaron que estaban suficientemente lejos, adoptaron un trote rápido que les permitiría cubrir los diez kilómetros que les separaban del helicóptero en apenas una hora.

Llegaron al punto de recogida tres minutos antes de la hora y, sentados tranquilamente, vieron acercarse las luces del Black Hawk.

Una vez en la base se dirigieron al pabellón. Estaba totalmente desierto. El resto de sus compañeros al perder el helicóptero, deberían volver a pie y tardarían en llegar. Cansados y sudorosos, descargaron las armas las limpiaron y se dirigieron a la ducha.

Estaban eufóricos. Pocas veces un ejercicio salía tan bien. Habían entrado, habían cumplido la misión y habían salido sin que nadie les hubiese detectado. Ray gritó bajo la ducha y levantó las manos.

Sin pensarlo se giró hacía Oliva con intención de chocar las palmas. Cuando lo hizo se fijó en los ojos hambrientos de la mujer.

—El resto tardará varias horas en llegar. —dijo ella con un sonrisa conspiratoria.

Con el pelo negro pegado a la cabeza y el agua resbalando por su cuerpo desnudo, aquella mujer le resultaba irresistible. Ray se acercó y volvió a chocar las manos con ella, pero esta vez las atrapó con las suyas.

Empujándola contra el alicatado, Ray apretó su cuerpo contra el de su compañera, ansioso por sentir su tibieza. Oliva levantó una de sus piernas y la entrelazó con la suya, recorriendo toda su longitud  antes de dejarla descansar sobre su cadera y así permitir que su sexo estuviese más accesible.

El roce de sus pubis provocó en Ray una erección casi instantánea. Sin esperar un segundo Oliva cogió aquella polla grande y dura y la dirigió a su interior. La joven abrió la boca para soltar un gemido de satisfacción y Ray aprovechó para darle un beso largo y profundo mientras la penetraba con suavidad.

Oliva liberó sus manos y se agarró al culo de Ray acompañando los movimientos de sus caderas mientras el agua tibia corría por sus cuerpos produciéndoles deliciosas cosquillas.

Los empujones de Ray se hicieron más profundos y apremiantes y los besos más superficiales. A punto de correrse se apartó y se fue agachando poco a poco mientras besaba y acariciaba el cuello, las costillas y los pechos de su compañera.

Apenas podía contenerse. Deseaba follar a aquella mujer hasta desarmarla, pero también deseaba que disfrutase tanto como él. Tras demorarse unos instantes en aquellos pezones oscuros y endurecidos por el deseo, hundió la boca entre sus piernas. Todo el cuerpo de Oliva se estremeció cuando su lengua rozó la vulva hinchada y abierta de la joven. Saboreó los fluidos que escapaban y ayudado por dos dedos comenzó a masturbarla hasta que ella le dio un fuerte empujón que lo dejó sentado sobre el suelo encharcado.

Sin darle tiempo a reaccionar, se sentó a horcajadas sobre él. Con las manos apoyadas en su pecho se introdujo el miembro de Ray y comenzó a mover sus caderas con furia gimiendo y jadeando como una posesa.

Ray, mientras tanto, acariciaba sus pechos y se agarraba a sus caderas cada vez con más fuerza intentando retrasar el momento, hasta que no pudo más y se corrió.

Inmediatamente empujó a Oliva y tumbándola sobre el suelo y separando sus piernas, la masturbó con violencia. Olivia se estremeció y gritó, pero él no dejó de acariciarla hasta que la mujer perdió todo el control y un fuerte chorro de líquido orgásmico salió despedido de su vagina.

Tras unos segundos, Ray se levantó dispuesto a terminar de aclararse y salir de la ducha cuando su compañera le agarró el miembro y se lo metió en la boca. Un par de chupadas brutales hicieron que la polla de Ray volviese a estremecerse hambrienta.

Pasado el apremio, la joven se mostró juguetona. Metía y sacaba su polla de la boca con lentitud, lamiendo su base y raspando su glande con sus dientes cada vez que la retiraba para coger aire. Jugaba con los gruesos hilos de saliva que escapaban de su boca y los dejaba caer entre sus pechos donde se mezclaban y diluían con el agua tibia de la ducha. Ray se limitaba a dejarle hacer mientras acariciaba su cabello húmedo y su cara con suavidad.

Tras un par de minutos ella se incorporó y se besaron con ternura mientras las manos de Oliva seguían acariciando su polla sin darle tregua.

Ray la abrazó un instante antes de girarla y ponerla de cara a la pared. Oliva apoyó las manos y separó las piernas como si se dispusiese a ser registrada. Ray la acarició admirando los muslos y las nalgas tensas, los costados y el cuello de la joven antes de aproximar su cuerpo y penetrarla de nuevo.

Envolvió sus caderas con los brazos y comenzó a follarla con movimientos lentos y profundos que obligaban a la mujer a ponerse de puntillas para evitar quedar suspendida en el aire.

Poco a poco aumentó la velocidad de sus empujones, disfrutando del calor de las entrañas de su fogosa compañera. Apoyando la cabeza en el alicatado y gritando de placer, Oliva retrasó las manos y clavó sus uñas en los muslos de Ray que en ese momento la empujaba con todas sus fuerzas.

El orgasmo la atravesó como un relámpago. Todo su cuerpo se crispó y hasta dejó de respirar por unos segundos. En ese momento Ray se separó y dándole la vuelta se derramó sobre su vientre y sus pechos hasta que se sintió totalmente vacío.

Cuando los últimos relámpagos de placer se esfumaron, se dejaron caer exhaustos. La noche de tensión y aquella intensa sesión de sexo había sido demasiado. Durante unos minutos se quedaron allí, sentados y abrazados dejando que el agua tibia se llevase los pegajosos restos de su lujuria.

Esta nueva serie  consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

https://www.amazon.es/s/ref=nb_sb_ss_i_1_8?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&url=search-alias%3Daps&field-keywords=alex+blame&sprefix=alex+bla%2Caps%2C202&crid=2G7ZAI2MZVXN7

Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa  esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar