Las colinas de Komor II

La barcaza, a no más de una milla de distancia, dobló un cabo y desapareció de su vista. Baracca no se puso nerviosa y gritó un par de órdenes para mantener la velocidad del barco. Ya podían oler todos la presa.

II

El valor no tenía nada que ver. Cuando el cabo Hawkins entró en el pabellón pegando alaridos, los ocho saltaron de los catres como gatos sorprendidos por un jauría de perros furiosos. Tras unos pocos segundos de desconcierto, se pusieron firmes a los pies de sus respectivos catres tal como habían salido o caído de la cama, mientras el sargento les insultaba y les describía como una panda de patéticas huerfanitas que no durarían ni tres minutos con aquellos jodidos afganos.

Tras darles dos minutos para vestirse, les obligó a formar a la puerta del pabellón. Fuera, el sol apenas era una pequeña línea de luz dorada en el horizonte. El frío de la noche del desierto se colaba por las rendijas de la fina ropa de entrenamiento haciendo que la piel se pusiese de gallina y los cuerpos temblasen ateridos.

—¡Señores, esto son los SEAL! ¡Sois soldados no huerfanitas! ¡Así que el próximo que bostece le va a comer la polla a todos sus compañeros! —dijo el sargento cortando de raíz todos los gestos de sueño y confusión.

—Me pareces que sus señorías opinarán que es un poco pronto para empezar el día y servir a vuestro país. Os equivocais. Pertenecer a los SEAL, es como una religión y esto, —dijo señalando el barracón— es vuestro monasterio. Y vosotros los encargados de defenderlo y cumplir las normas religiosamente. Hoy, en beneficio de nuestro recién llegado, celebraremos una pequeña sesión de maitines antes de desayunar... ¡A correr!

Quince kilómetros después, sudorosos y derrengados, entraron en la cantina y desayunaron rápidamente antes de volver al pabellón para pegarse una ducha rápida antes de acometer el resto de sus rutinas diarias.

Ray no esperaba que las duchas fueran unisex, pero el sargento tenía sus ideas acerca de la igualdad y pensaba que los SEAL no eran personas, solo eran armas con el único objetivo de mandar jodidos talibanes al paraíso, a ser posible en diminutos pedacitos. Y las armas no tenían sexo. Ray, sin embargo, no podía evitar echar continuas miradas de soslayo a Oliva.

—Creo que será mejor que dejes de lanzarme esas miraditas. —dijo su compañera poniéndose frente a él desafiante— Echa un buen vistazo de una puta vez y acaba, así podré seguir duchándome tranquila.

Ray  se ruborizó un instante, pero no se perdió ningún detalle, ni los pechos redondos  y tiesos del tamaño de pomelos, con los pezones grandes y oscuros, ni el cuerpo musculado como el de una atleta de heptatlón, ni la cicatriz de un balazo en el muslo.

Cuando Ray fijó la vista en su pubis cuidadosamente depilado, ella ni se inmutó y se dio la vuelta mostrándole un culo grande, firme y redondo, con una calavera sonriente tatuada en su cachete derecho.

Ray se sintió hipnotizado y solo las risas de sus compañeros le sacaron de aquel encantamiento.

—Tranquilo, Ray, —dijo Scott cuando este se dio cuenta de que estaba teniendo una erección delante de toda la escuadra— A Oliva le gusta provocar a los nuevos. Hasta ahora solo Grant se ha resistido y es porque esta tan enamorado de si mismo que solo tiene una erección cuando se mira al espejo. Bueno y Kelly por razones obvias, aunque no sé...

—¡Vete a la mierda, Scott! —dijo la mujer lanzándole una pastilla de jabón.

En cuanto se vistieron, salieron a realizar las tareas que el sargento les tenía encomendadas. Lo peor de la guerra es la espera. La mayoría de la gente tiene la idea de que cuando estás en un ejército te dedicas exclusivamente a matar enemigos, pero la realidad es que la mayor parte del tiempo lo que realizas son tediosas patrullas y aun más aburridos programas de entrenamiento, descargar y mantener material, hacer guardias, limpiar letrinas... nada que ver con el Call of Duty.

Todas aquellas tediosas tareas, Ray las llevaba bastante bien, pero cuando la jornada acababa y se quedaba sin nada que hacer, salvo beber un par de cervezas y tumbarse en un catre, solo la lectura le ayudaba a distraerse.

Aquella tarde, cuando finalmente se puso el sol, entró en el pabellón. El resto del equipo ya había llegado y estaban jugando en los ordenadores o chateando con su familia y amigos. Le invitaron a unirse a ellos, pero los videojuegos no le gustaban demasiado y prefería tumbarse en el catre y leer un rato antes de que llegase la hora de dormir.

Capítulo 2  El Abordaje

Albert

Habían estado siguiendo aquella gran barcaza costera durante casi medio día. Debía de llevar un cargamento bastante valioso si tenía tantas filas de remos. En cuanto se dieron cuenta de que los seguían...

—¡ Vaya! ¿Ibas a empezar sin mí? —le interrumpió Oliva sin parecer demasiado ofendida.

—Lo siento, pero vi que estabas en el ordenador y me imaginé que preferirías seguir jugando.

—Anda, déjate de rollos y empieza de nuevo... Y no se te ocurra volver a leer una sola palabra sin que esté yo presente. —dijo poniéndose cómoda, a su lado, en el estrecho catre.

La verdad es que Ray no sabía  a que estaba jugando aquella mujer. Podía entender que la historia le gustase, pero esperar todo el día a que a él leyese no le parecía muy divertido. Además, Ray no era de las personas que sabía ganarse a la audiencia con una lectura desenvuelta y una entonación perfecta, pero en fin, ¿Quién en su lugar no aceptaría tener a su lado una mujer como aquella pendiente de sus palabras?

Haciendo caso a sus ruegos, volvió a empezar de nuevo el segundo capítulo:

Capítulo 2.  El Abordaje

Albert

Habían estado siguiendo aquella gran barcaza costera durante casi medio día. Debía de llevar un cargamento bastante valioso si tenía tantas filas de remos. En cuanto se dieron cuenta de que los seguían, habían invertido su rumbo y se habían pegado a la traicionera costa de la Península de los Albatros todo lo que les permitía la panzuda embarcación, aunque no lo suficiente para evitar que La Gorgona se lanzase contra ella a todo trapo.

Podía notar como había cambiado el ambiente en las últimas horas. Una mezcla de cansancio por la larga persecución y electricidad al verse cada vez más cerca de su presa dominaba a toda la tripulación. Baracca había tomado el mando y con la mano en el timón evitaba los escollos y ladraba órdenes para mantener las velas siempre tensas y orientadas al viento.

Albert se colocó por enésima vez los correajes y comprobó con detenimiento tanto el funcionamiento de sus dos ballestas de mano como el filo de su espada, antes de asegurarse de que los cinco hombres que tenía a su mando estaban perfectamente preparados.

Echó un vistazo a proa, la tarde estaba empezando a caer y el calor y la humedad hacían que el sudor corriese por debajo de su peto de cuero haciéndole cosquillas, pero pronto se olvidaría de todo aquello. La galera estaba cada vez más cerca y él con su equipo serían los encargados de lanzar los garfios para adosarse a la nave mercante y pisar los primeros la cubierta enemiga.

La barcaza, a no más de una milla de distancia, dobló un cabo y desapareció de su vista. Baracca no se puso nerviosa y gritó un par de órdenes para mantener la velocidad del barco. Ya podían oler todos  la presa.

Sin embargo, cuando doblaron el cabo, en vez de la nave se encontraron con un denso banco de niebla. Aquello le olía mal. El día era cálido y despejado, había humedad, pero no parecía que hubiese ninguna razón especial para que se formase allí aquel pequeño banco de niebla.

Estuvo a punto de avisar a Baracca, pero la capitana ya estaba cebada en su presa y sabía que no atendería a ninguna razón.

La nave se internó en la bruma con sus hombres preparados para lanzar los garfios. Delante se podía oír el chapoteo de los remos de la barcaza y los gritos del timonel animando a los esclavos que estaban a los remos para redoblar sus esfuerzos.

Cuando la niebla los envolvió, sus sospechas se confirmaron. Era blanca y espesa, pero en vez de refrescarlos con su humedad tenía una naturaleza distinta. Cuando les rozaba erizaba sus cabellos como si estuviese cargada de estática.

Trató de avisar a Baracca, pero como siempre, la pirata solo tenía un objetivo; la pesada silueta de la nave que se adivinaba unos cientos de metros por delante de su proa.

La silueta se hizo cada vez más nítida. Con una limpia maniobra Baracca alcanzó a la barcaza y se estaba poniendo a su altura cuando con un movimiento sorpresivo, la barcaza arrió los remos del su lado y con el impulso que llevaba embistió con fuerza lateralmente a La Gorgona. La pesada galera era lenta, pero su enorme masa bastó para desviar a La Gorgona de su rumbo.

La capitana al fin vio que se habían metido en una trampa y dio órdenes para orientar las velas de nuevo hacia el viento y escapar hacia mar abierto, pero en ese momento una galera de guerra, proveniente de la parte más densa del banco de niebla, les embistió por el otro flanco.

Habían caído en la trampa. Estaba claro que, hartos de sus correrías, los habitantes de la Costa de Vor Mittal les habían tendido una trampa y ellos habían picado. Albert no sabía cómo habían logrado crear aquel banco de niebla, pero había sido una jugada maestra. Mientras las naves enemigas se pegaban a ellos y los dirigían contra unos escollos, miró un instante a Baracca. A pesar de ser consciente de que no podía hacer nada para evitar los escollos a los que les dirigían las dos naves enemigas, seguía dando órdenes con frialdad. Le miró un instante y tras lanzarle un gesto de disculpa se preparó para el impacto.

Con un ominoso crujido La Gorgona impactó contra los escollos Albert tuvo que agarrase con fuerza para no caer al suelo y cuando volvió a recuperar el equilibrio se preparó para la lucha.

Normalmente ese era el momento en que se lanzaba al abordaje seguido por Baracca de cerca, pero atacados por los dos flancos le dejó la galera a Baracca mientras que con su equipo y parte de la tripulación saltó a la cubierta de la barcaza.

Los soldados empezaron a emerger de la bodega de la nave. Debían ser más de cien hombres. Su única posibilidad era dirigirse al puente y apresar al capitán enemigo para forzar su rendición.

Ordenó a sus hombres que protegieran el flanco mientras se lanzaba directo al castillo de popa de la barcaza. Los dos primeros enemigos acabaron atravesados por la hoja de su pesada espada de acero de Juntz. Otro hombre se lanzó sobre él y lo tumbó con una de sus ballestas. Mientras apoyaba el pie en uno de los cadáveres para poder sacar la espada hundida en el pecho hasta la empuñadura miró a su alrededor. Baracca había bajado del castillo de su nave e intentaba rechazar el asalto de los soldados provenientes de la galera de guerra.

Dos pasos más y tras subir tres peldaños, estaba en el puente de mando de la barcaza. El capitán era un hombre bajo, pero muy fornido, tenía una larga barba gris y una diadema de hierro celeste rodeaba su frente y apartaba su melena de los ojos. Portaba un sable ligero, pero muy afilado y una daga en la mano débil. Una guardia de seis hombres se colocó entre los dos y adoptó una postura defensiva dispuesta a repeler el ataque.

Los hombres fijaron su atención en él, pero Albert se olvidó de ellos por un instante, quien habían llamado inmediatamente su atención era el tipo delgado, con una ligera capa gris, que no paraba de hacer gestos con las manos. Era evidente que era un mago y descargó la segunda ballesta sobre él.

El tipo la vio venir y se giró lo suficiente para que el virote solo le rozase las costillas, pero al menos evitó que terminase su conjuro. Consciente de que tenía poco tiempo antes de que el mago se recuperara, se lanzó sobre los guardias.

De un golpe tumbó a uno de los defensores y esquivando la espada de otro que se acercaba por su izquierda, le dio un puñetazo con su guantelete saltándole varios dientes. Fue entonces cuando el capitán dio un paso adelante. De reojo Albert veía como se le acababa el tiempo. Los guerreros no paraban de emerger de la bodega y sus hombres, a pesar de haber sido adiestrados por él mismo, iban siendo arrinconados poco a poco contra las escaleras del puente. Tenía que acabar con aquel cabrón y hacerlo ya.

Dando un paso adelante fingió lanzarse sobre el capitán. Como esperaba, los guardaespaldas del capitán se lanzaron al bloquear el golpe. En el último momento realizó un rápido giro a la derecha y aprovechando el impulso rebanó el cuello de uno de los cuatro hombres que quedaban.

El capitán decidió cambiar de táctica y le indicó a los tres hombres que se apartasen y se limitasen a acosar a Albert por los flancos.

El hombre era muy diestro con sus armas y su baja estatura hacia que su centro de gravedad estuviese más bajo que el de Albert, proporcionándole un extra de estabilidad en aquella superficie bamboleante.

Sin quitar los ojos de encima a sus guardaespaldas, Albert se retrasó un par de pasos y se preparó para el ataque. El capitán se abalanzó de un salto sobre él y le lanzó un rápido mandoble con su sable. Albert consiguió bloquear el golpe sin dificultad, pero tuvo que encoger el estomago para que la daga no penetrase en su costado.

Desequilibrado no pudo hacer otra cosa que dar otro paso hacia atrás en dirección a la borda. Fue entonces cuando los guardias se lanzaron evitando que pudiese recuperar la posición.

Desesperado, lanzó un espadazo a su izquierda que impactó en el casco de otro de los soldados, dejándolo aturdido, pero aun eran tres contra uno y el capitán se preparaba para atacar de nuevo.

El hombre se acercó con las dos hojas y una sonrisa de lobo que dejaba ver sus incisivos mellados.

Albert aprovechó la fugaz tregua para echar un vistazo. Su mirada se dirigió instintivamente hacia donde debía estar Baracca. Ella ni siquiera había conseguido pisar la cubierta enemiga y estaba rodeada por cuatro soldados.

Había llegado el momento de la verdad. Sus hombres no aguantarían mucho más, claramente sobrepasados en número, así que se colocó en guardia y se preparaba para un último ataque cuando una bola de fuego lo alcanzó.

El maldito mago. Se había olvidado de él. Mientras él peleaba, el hechicero había recuperado la concentración y a pesar de que el hechizo no era completo, fue lo suficientemente potente para romper su guardia. El capitán aprovechó la distracción para lanzarse sobre Albert que logró esquivar el sable de su enemigo, pero no el golpe en el rostro con la guardia de su daga.

Albert sintió el chasquido de su nariz cuando la guarda de la daga se la rompió. Atontado dio dos pasos hacia atrás, hasta que topó contra la borda y levantó su arma para protegerse solo con la intención de vivir unos segundos más.

El capitán le lanzó un nuevo sablazo de arriba abajo. A duras penas logró detener el ataque, pero el impulso del golpe y su confusión hicieron que perdiese el equilibrio.

Todo ocurrió a cámara lenta, sintió como por el ímpetu del golpe le hacía trastabillar y con la borda tras él no pudo recuperar el equilibrio. Tras un instante de indecisión, cayó por la borda.

Había fracasado. Había estado a punto de capturar al capitán, pero no lo había conseguido. Lo peor de todo, era que justo en el momento de caer miró hacia Baracca y vio como uno de sus atacantes le clavaba un afilada daga en su costado derecho.

Con la imagen de la sangre empapando la blusa de su amante grabada en su mente, se zambulló en el agua. Semiinconsciente por el golpe que había recibido en la cara y por el impacto contra el agua, el oleaje lo empujó como a una marioneta contra los escollos y todo se volvió negro...

—¡Empezamos bien! —exclamó Oliva cuando Ray terminó el capítulo— Si esto es una copia de Juego de Tronos paso. No hay cosa que más odie que encariñarme de un personaje y el autor por hacerse el original se lo cargue en el segundo capítulo.

—Paciencia, mujer. Apenas hemos comenzado con la historia, tienes que darle una oportunidad.

Ray cerró el libro dando por terminada la sesión de lectura. Fue entonces cuando sintió el contacto del hombro de Oliva sobre el suyo. El catre era tan estrecho que al sentarse sus cuerpos entraban obligatoriamente en contacto.

—En fin, confiaré en ti y seguiré con la historia. Ahora  creo que deberíamos acostarnos. Mañana nos espera un día duro. —dijo ella posando la mano sobre el muslo y apretándolo con fuerza mientras le lanzaba una mirada que Ray no fue capaz de descifrar.

Esta nueva serie  consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa  esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar