Las colinas de Komor I

"Las Colinas de Komor, es la segunda parte de Las Crónicas del Mar del Cetro, continuación del aclamado éxito de Joey Smart La Princesa Blanca... Joey Smart escribió su primera novela al terminar el instituto y actualmente vive en Utah, con sus dos esposas Amber y Judith y su hijo Jack.

Prólogo

Si hubiese podido imaginar un paisaje más distinto que las suaves colinas herbosas del rancho de sus padres en Montana, probablemente se parecería mucho a aquella llanura pedregosa, rodeada de montañas escabrosas y áridas. En cuanto bajó del avión, una vaharada de aire caliente, que apestaba a combustible, lo envolvió. Raymond se apresuró a coger su petate y dando la espalda al viento y al polvo que traía con él se dirigió a la terminal del Aeropuerto de Bagram.

Aquella base aérea era enorme. Edificada en los años ochenta por los rusos, ellos la habían modernizado y ampliado, convirtiéndola en la base logística que permitía mantener todo el tinglado que el ejército americano había montado en Afganistán.

Mientras caminaba, el conductor de un Humvee pareció reconocerle y se dirigió hacia él. Raymond siguió caminando sin dejar de pensar por qué demonios se le había ocurrido presentarse voluntario para ir allí.

El Humvee frenó a su lado con un chirrido de ruedas y un tipo larguirucho, con uniforme de camuflaje y una sonrisa irónica en los labios, le saludó con un gesto relajado.

—¿Cabo Kramer?

—El mismo, —respondió tirando el petate en la parte trasera del vehículo— pero puedes llamarme Ray.

—De acuerdo, Ray. Soy Scott. Bienvenido al culo del mundo. Espero que te guste masticar arena, y matar chinches con turbante, porque no vas a hacer otra cosa.

Scott abandonó la pista a toda velocidad y caracoleando entre camiones cargados de material y enormes helicópteros de dos rotores pulcramente estacionados, se dirigió a una serie de barracones que se alineaban a unos seiscientos metros al norte de la pista.

A medida que avanzaban, Scott le señaló los principales lugares de interés; el Burger King, el economato, la sala de conferencias y el puesto de Haddid, donde podías conseguir la copia pirata del último estreno de Hollywood.

Con un frenazo, el soldado paró el Humvee frente a la entrada de uno de los barracones. Lo único que lo distinguía del resto era un número diecisiete y la insignia de su unidad, un unicornio con un M4 y la anilla de una granada entre los dientes pintado al lado de la puerta.

El interior era bastante más acogedor  que lo que se veía en las películas. La nula posibilidad de que los talibanes lanzasen un ataque aéreo permitía a aquellos barracones, relativamente apartados del perímetro defensivo que rodeaba la base mantener las contraventanas  abiertas, facilitando que la luz del sol iluminase las distintas estancias mientras que el aire acondicionado mantenía el ambiente a unos soportables veinticinco grados de temperatura.

Siguió a Scott a través del recibidor  por un largo pasillo. El soldado seguía hablando y señalándole las distintas salas del barracón, pero Ray ya estaba muy lejos, pensando en las razones que le habían llevado hasta allí.

El tedio y la imposible adaptación a la vida diaria, después de haber pasado un turno completo en Irak tenían la culpa. No quería reconocerlo, pero la verdad es que se había convertido en un yonqui de la adrenalina y la vida en el solitario rancho le parecía aburridísima. Solo la caza, la pesca y sobre todo la cara que su madre ponía cada vez que le decía que volvía al otro lado del mundo a jugarse la vida, consiguieron que aguantase poco más de un año antes de reincorporarse al servicio activo.

El pabellón de descanso estaba desierto en aquel momento. Adosados a la pared estaban los catres de sus compañeros de unidad, cada uno con una taquilla, un escritorio, una silla y un pequeño tabique  de contrachapado, que era el único elemento que les proporcionaba un poco de intimidad.

Tras indicarle cual era su catre, Scott se despidió diciéndole que el sargento le estaba esperando. Ray dejó su petate sobre la cama y se dirigió a la oficina del suboficial.

El sargento Hawkins le hizo una seña a través del cristal para que entrase.

—Se presenta el cabo Raymond Kramer. —dijo adoptando la posición de firmes.

—Descanse, cabo. Esas chorradas resérvalas para cuando nos visiten los capitostes del cuartel general. —dijo el sargento echando un vistazo a su expediente.

—Veintiocho años. Diez en los marines, los últimos cinco en los SEAL. Dos turnos en Irak. Participaste en varias escaramuzas y en el rescate de Amín Abdallah. Te han herido tres veces. Ascendido a sargento en el 2009 y a teniente en el 2010, degradado a cabo por insultar a un superior. En el 2016 pasaste a la reserva y te acabas de reincorporar. Tras un par de meses de instrucción has solicitado venir hasta aquí. ¿Por qué? Entiendo que quieras ver un poco de acción. Muchos de nosotros no sabemos vivir sin ella, pero con tu historial podrías entrar en cualquier empresa de seguridad privada cobrando el triple por hacer prácticamente lo mismo.

—Con todo el respeto, señor. —replicó Ray— Soy un soldado, no un matarife. Durante mi estancia en Irak conocí a unos cuantos zumbados de esos y no me gustaría tenerlos por compañeros.

—Está bien. Lo entiendo, cabo. Respecto a lo del incidente con el general. ¿Tendré que preocuparme por que cumpla las órdenes rápida y eficientemente?

—No, señor. —respondió él escuetamente, consciente de que si el sargento necesitaba alguna aclaración se la pediría.

El sargento asintió satisfecho y tras darle una identificación y la combinación de su taquilla le despidió y le deseó suerte a la vez que le decía que esperaba mucho de él.

Cuando volvió al pabellón de descanso, un hombre y una mujer estaban charlando, justo al lado de su catre, curioseando el contenido de su petate.

Ray no era un tipo pequeño, pero aquel soldado era enorme, debía sacarle al menos media cabeza y su musculatura parecía querer reventar la camiseta que llevaba, pero quien le llamó la atención fue la joven que hurgaba entre su ropa interior con descaro. Debía medir casi un metro setenta y cinco y tenía unos inconfundibles rasgos latinos. Lo que más le gustó de ella, aparte de su figura esbelta y elástica era sus ojos color miel, enormes y ligeramente avellanados y su boca grande de labios sensuales y siempre dispuestos a la sonrisa. Cuando oyó sus pasos, se volvió hacia él, se apartó un mechón de su pelo fino y negro como el carbón, cortado al estilo paje de la frente y le observó sin disimulo.

—Por mucho que os empeñéis no vais a encontrar ni drogas ni alcohol. —dijo Ray a modo de saludo.

—Pues es una falta de educación. ¿Tu mamá nunca te ha dicho que por lo menos tienes que traer una botella de vino cuando acudes a una fiesta? Soy Kurt y ella es Oliva. —dijo el soldado adoptando la postura de descanso.

Era verdad que como su superior podía montarles un pollo por estar hurgando en sus pertenencias, pero Ray sabía perfectamente que en un equipo del SEAL no había lugar para los secretos, así que ya estaba acostumbrado a aquellas prácticas y se lo tomó con filosofía.

—¿Algo interesante? —preguntó Ray.

—La verdad es que poca cosa. Salvo que deberías de cambiar de gayumbos. —respondió Kurt.

—Me dan suerte y me he cagado tantas veces en ellos, que he terminado por cogerles cariño.

—¡Vaya! Esto sí que no me los esperaba. —les interrumpió Oliva sacando un sobado libro  de uno de los bolsillos laterales— ¿Sera el manual de supervivencia? Leamos un poco. —dijo abriendo el libro por una página al azar:

—" Ni siquiera se dio cuenta cuando el soldado se sentó sobre una roca, con ella aun en su regazo. Solo había necesidad. Abrazando el cuello de Albert comenzó a saltar con todo el cuerpo, clavándose su miembro con fuerza, haciendo flotar y refulgir su melena plateada a la luz de una luna declinante y sintiendo como las manos y los labios del soldado recorrían ansiosos su cuerpo. "

—Yo diría que más bien es un manual para amas de casa desesperadas. —replicó Kurt quitándole la novela de las manos a su compañera y fijándose en la contraportada.

—"Después de la batalla de la Bahía de Saana, Albert cumple su promesa y comienza una nueva vida como pirata y contrabandista. Pero no está hecho para ello, solo la atracción que experimenta por Baracca, y la palabra dada, le impide abandonar. Lo que no sabe es que pronto una serie de acontecimientos harán que su vida tome un nuevo rumbo"

—"Las Colinas de Komor, es la segunda parte de Las Crónicas del Mar del Cetro, continuación del aclamado éxito de Joey Smart La Princesa Blanca..."

—Me suena, creo que están haciendo una serie basada en la historia del Albert ese. —interviene Oliva antes de continuar leyendo.

—"Joey Smart escribió su primera novela al terminar el instituto y actualmente vive en Utah, con sus dos esposas Amber y Judith y su hijo Jack, donde se dedica en cuerpo y alma a la literatura" —terminó Kurt enseñándole la foto del autor a Oliva— ¿Qué te parece, Oliva? El pequeño hijoputa no tiene veinte años y ya tiene dos putillas a su servicio. ¿Te gustaría formar parte de su harén?

—Puf. Demasiado tirillas, no me duraría ni tres minutos. Además, de compartir prefiero ser yo la que tenga varios hombres sobándome en vez de pelearme con otras mujeres por la atención de uno. —respondió Oliva mirando a los dos hombres de hito en hito— Por eso me gusta tanto el ejército.

Ray se acercó al fin a su catre y Kurt tiró la novela sobre él para darle la mano. Se la estrechó con fuerza mientras se miraban a los ojos, evaluándose detenidamente. Tras un instante, fue Ray el que deshizo el saludo para repetir el ritual con Oliva. Justo en ese momento Scott abrió la puerta del pabellón para avisarles de que la cena estaba lista.

I

Las noches son lo más hermoso del desierto. Ray nunca se cansaba de observar la puesta del sol, grande y rojo, con su silueta deformada por las turbulencias de aire caliente mientras tomaba una cerveza y disfrutaba del alivio que generaba la bajada de las temperaturas.

Solo cuando el último rayo de luz desapareció, se dio la vuelta y se dirigió de nuevo en el barracón. Cuando entró en los dormitorios, el resto  de su equipo, que ya había conocido en el comedor, estaba en sus catres viendo videos en sus tabletas, repasando informes y haciendo tareas pendientes. A parte de Scott, Kurt, Oliva y Ray, había otro equipo de  cuatro hombres encabezado por el cabo Bird, un tipo alto y delgado que parecía siempre estar enfrascado en una conversación consigo mismo; el soldado Grant, un fanfarrón bajito pero macizo como un acorazado que decía descender directamente de Ulises S. Grant, Kelly la soldado de comunicaciones, mas alta y fornida que Oliva y con la cara marcada por una nariz grande que por la pinta se había roto varias veces y Karim de tez oscura y origen pakistaní que chapurreaba todos los dialectos que se hablaban en aquel agujero.

Con un suspiro se tiró sobre el catre. Aun sentía como el jet lag le mantenía atontado y a la vez despierto, incapaz de cerrar los ojos. Vio la novela y durante un instante dudó. No sabía por qué, pero aquella historia le atrajo desde la primera hoja y ya la había leído dos veces. Cuando hizo el petate para volver a aquel lugar, por puro instinto, la cogió del estante y la metió de nuevo dentro.

—Tiene el aspecto de estar bastante sobada. —dijo Oliva acercándose— ¿Está bien?

—Te parecerá una tontería, pero una vez que la empiezas no puedes dejarla. —respondió Ray.

—¿Por qué no me la lees? —preguntó Oliva sentándose en el borde de su catre.

—Así que esa es mi función como cabo. Arroparos y leeros un cuento para que durmáis tranquilos y sin pesadillas.

—Bah, si esa historia es tan verde como parece, prefiero que me la lea un tío, eso me pone más cachonda. —replicó ella adoptando un inconfundible gesto de lujuria.

Ray levantó la mirada del libro y observó a Oliva que estaba tumbada de lado, en el catre, a sus  pies. La verdad era que era una joven hermosa y aquellos ojos pardos eran hipnotizadores. La soldado le miró y frunció los labios en un gesto que no supo interpretar. Sin poder evitarlo recorrió su cuerpo con la mirada admirando la forma en que unos pechos redondos de tamaño mediano tensaban el tejido de la camiseta y unas piernas morenas y musculosas  asomaban de un unos pantalones cortos con el logo de los marines.

—¿Qué? ¿Empiezas? —preguntó Oliva expectante.

Ray la miró. No sabía muy bien por qué, pero él también quería leerle a ella aquella historia. Tenía curiosidad por ver como influía aquel relato en Oliva y si lograba excitarse tanto como él cuando la había leído.

Carraspeando para aclararse la voz, abrió la novela y comenzó a leer:

PRIMERA PARTE

Capítulo 1. La tempestad.

Albert

La tormenta rugía en su apogeo. Los relámpagos y las ráfagas de aire amenazaban con convertir aquel barco en un montón de astillas, pero ese era el momento que ella más disfrutaba. Agarrada a un cabo, con la lluvia y el viento golpeándola y haciendo revolotear su melena empapada en torno a ella, Baracca gritaba órdenes a pleno pulmón mientras asistía a sus hombres en la rueda del timón y riendo desafiaba a los dioses a que intentaran destruirla.

Albert, en cambio, era un hombre al que le gustaba tener tierra firme bajo sus pies, pero una promesa era una promesa y aunque ya no fuese un Guardia Alpino a las órdenes del Rey Deor, su sentido del honor seguía siendo el mismo. Iría al mismo infierno si aquel pacto se lo exigía.

Además estaba ella. No sabía si la intensa lujuria que le asaltaba al verla, allí, con el agua empapando su cuerpo moreno y voluptuoso, era amor, pero tenerla entre sus brazos todas las noches representaba un buen aliciente para ayudarle a cumplir con su promesa.

Desde que habían dejado la bahía de Saana se habían dirigido lejos, hacia el oeste, más allá de las Islas de los Volcanes, más lejos de lo que jamás pensaría que llegaría nunca y se dedicaron a la piratería y el contrabando en la Costa de Vor Mittal, las islas Draman y el enorme Reino de Skimmerland.

Hasta ese momento les había ido bien. Las capturas habían sido cuantiosas y con la ventajas de las velas orientables de la nave de Baracca, ninguna de las galeras que había intentado capturarles había conseguido acercarse ni siquiera al alcance de un tiro de arco.

Otra nueva ráfaga. El barco hundió su proa en una enorme ola y tras unos segundos de indecisión "La Gorgona" dio un salto y salió a la superficie expulsando toneladas de agua por los imbornales. Baracca dio un grito e hizo un gesto obsceno al cielo. Los dioses dieron muestras de su enfado haciendo temblar la nave con el destello de los rayos y el estampido de los truenos.

Albert, no era marinero y no pintaba nada allí. Decidió esperar que la tormenta amainase dentro del camarote de la capitana, sintiendo remordimientos por dejar a Baracca sola frente a la tempestad, pero consciente de que si había algo de lo que no podía protegerla era de la furia de los dioses.

El camarote de la capitana, aunque de techo bajo, era bastante amplio y estaba decorado con el producto de sus incursiones; Una pesada mesa de madera de Ghar, prácticamente indestructible y profusamente decorada, cuatro cómodas sillas tapizadas, fruto del asalto de un palacete en una de las Islas de los Volcanes. En un lateral, un enorme espejo de cuerpo entero, de plata maciza, pulido con esmero por los artesanos de la ciudad de Argentea y un gran lecho de metal estelar ocupaban la zona más apartada, separados del resto de la estancia por un biombo de madera taraceada cambiado en el puerto de Kahb por diez barriles de vino del Valle del Rumor.

Albert se libró de la ropa mojada y se agarró a una de las columnas que sustentaban el camarote cuando una nueva ola hizo que la nave se escorara peligrosamente. Mientras esperaba que el navío recuperase la estabilidad miró su cuerpo desnudo reflejado en el espejo. El continuo ejercicio había mantenido el tono de su musculatura, y el aire libre y salado había curtido su piel, haciendo que las numerosas cicatrices resaltaran aun más en su torso. Observó la cicatriz del hombro, allí donde aquel cabrón de Guldur le había herido y había estado a punto de echar al traste con su misión. Mientras la recorría con sus dedos, no pudo dejar de preguntarse dónde estaría Nissa y que estaría haciendo.

¿Estaría bien? ¿Sería feliz con su nuevo marido en su nuevo reino? Una oleada de nostalgia, recordando aquella travesía por el río Rumor, amenazó con paralizarle el corazón.

Se apartó del espejó y se acercó al pesado escritorio. Sobre él había un mapa con toda la costa oeste del Mar del Cetro y pare del continente. Era viejo y evidentemente era una apresurada copia, hecha a mano de un mapa más antiguo aun. Lo estiró y  sujetó sus extremos con  dos pesados pisapapeles de plata. Lo observó con la esperanza de así poder olvidar la tempestad que seguía zarandeando el barco sin misericordia.

Lo bueno de las tempestades es que mientras más violentas son, más rápido pasan. Una hora y media después, el barco dejó de zarandearse con tanta fuerza y Baracca entró en el camarote exultante tras haber vencido a una nueva tormenta.

Albert se apartó de la mesa, aun desnudo y se acercó a la mujer. La capitana se quitó el pesado gabán y lo tiró al suelo. Ante la temblorosa luz de las lámparas de aceite, lucía impresionante con el blusón de algodón totalmente empapado y pegado a su torso, revelando la plenitud de sus pechos y el relieve que formaban en el tejido sus pezones erectos. El pelo largo, negro y rizado, apartado con un pañuelo que tenía ceñido en torno a su frente, brillaba chorreando una mezcla de sudor y agua dulce y salada.

Sin ceremonias Baracca se acercó a Albert a la vez que se libraba del resto de la ropa. Tras una larga mirada, Albert abrazó aquel cuerpo empapado y frío y lo envolvió, dándole calor.

Los pezones de Baracca se clavaron en su pecho provocando una inmediata reacción de su miembro que se irguió buscando ávido el sexo de la pirata.

La mujer se dejó mecer unos instantes, dejando que su cuerpo se calentase en sus brazos antes de  separarse de un empujón y aun con la adrenalina a tope, colgarse de su cuello y asaltarlo con una violenta serie de besos y suaves mordiscos en los labios, la mandíbula y el cuello.

Aquello terminó por encender su lujuria. Aquella mujer le volvía loco. Solo continuaba con aquel disparate por ella. Agarrándola por el cuello, la tiró sobre la cama y separando sus piernas le metió la polla de un solo golpe. Baracca gimió y arqueó su espalda haciendo que sus pechos grandes y morenos destacasen tentadores. Sin pensarlo agarró uno de ellos y mordiendo el pezón comenzó a penetrarla salvajemente .

Baracca se agarró a él con desesperación. Albert sintió como las uñas de su capitana se hincaban en su espalda al ritmo de sus empujones. El placer era tan intenso que tuvo que separarse para no correrse casi inmediatamente.

Ella aprovechó y con una llave lo tumbó y se sentó sobre él. Albert la observó y alargó sus manos acariciando sus pechos con suavidad. Baracca comenzó a mecerse sobre su erección con una sonrisa maligna. Se inclinó y le dio un largo beso mientras dejaba que la volviese a penetrar.

Baracca

En cuanto sintió la polla de Albert en su interior se sintió completa de nuevo. La tormenta había sido estimulante y había pocas cosas que le gustasen más que luchar con los dioses cuando enviaban a los elementos contra ella, pero todo aquello, sin Albert, carecería de significado. Moviéndose suavemente se irguió y comenzó a acariciarse y retorcerse disfrutando de cada chispazo de placer como si fuese el último. Quizás en la próxima tormenta no tuviese tanta suerte. Se dejó caer de nuevo. Esta vez con violencia. Fustigando el pecho y la cara de Albert con su cabello mojado antes de saborear de nuevo su boca y su cuello.

Apoyando la mano en su pecho, clavó sus uñas en Albert a la vez que aceleraba el movimiento de sus caderas. El soldado se irguió en ese momento y elevándola, con su miembro alojado aun en lo más profundo de sus entrañas, la acorraló contra el mamparo y la folló con todas sus fuerzas. Sus sexos golpeaban con violencia el uno contra el otro y sus cuerpos lo hacían contra el mamparo amenazando con astillar la sólida madera.

En ese momento no aguantó más y agarrándose a su amante con brazos y piernas, su cuerpo se estremeció de arriba abajo, víctima de un fuerte orgasmo.

Con la sangre corriendo aun turbulenta por sus oídos se arrodilló frente aquel cuerpo que parecía cincelado en piedra y agarrando la polla tiró de ella con suavidad y se la metió en la boca.

El sabor de su orgasmo la excitó y chupó aquel bruñido miembro con deleite. Albert se estremeció y acarició su melena, acompañando sus chupadas con movimientos de sus caderas hasta que un bronco gemido y la contracción de los músculos de su abdomen le indicaron que estaba a punto de correrse.

Con una sonrisa traviesa se apartó. Albert abrió los ojos sorprendido y un poco enfadado. Intentó acercarse a ella, pero le eludió colocándose al otro lado de la mesa.

A pesar de que lo amaba, o a lo mejor precisamente por eso, le gustaba irritarle, desnudo y empalmado estaba la mar de ridículo. Se rió despectiva, lo que enfureció aun más al guerrero que se lanzó por encima de la mesa y la agarró por las caderas.

Antes de que pudiera reaccionar lo tenía encima de ella inmovilizándola de cara al duro suelo de madera. Sintió como las manos de él acariciaban su cuerpo y separaban sus cachetes para poder dirigir aquel placentero falo de nuevo a su interior.

Dominado por la lujuria la penetró con movimientos rápidos y violentos hasta que finalmente se descargó en su interior. Los ardientes chorros de semen y el peso del cuerpo sobre ella cubriéndola y asfixiándola con su deseo, hicieron que  volviese a correrse de nuevo...

Siempre que hacían el amor con esa intensidad, luego se quedaba desvelada. Tras unos minutos intentado inútilmente dormir se deshizo del abrazo de Albert y deambuló por el camarote antes de sentarse en uno de los sillones tapizados desde donde podía verle dormir.

Lo observó durmiendo apaciblemente sobre el lecho, desnudo y totalmente relajado. Lo amaba tanto que le dolía. Disfrutaba de cada minuto que pasaba con él, ya fuese peleando en cubierta o bajo las sábanas. Por eso le amargaba ver como poco a poco aquella vida le estaba destruyendo.

Por un momento pensó que conseguiría hacerle olvidar a la princesa. Hasta llegó a creer que estaba totalmente enamorado de ella, pero la vida de ladrón y asesino en el mar no cuadraba con las nociones del deber y el honor que le habían inculcado en la Guardia Alpina desde su adolescencia. A pesar de todo, era demasiado egoísta para liberarlo de su juramento y dejarlo escapar.

La paz duró poco. El cuerpo de Albert se estremeció. Estaba soñando. Y por la angustia que reflejaba su cara no era un sueño agradable. Le gustaría librarle de su juramento. Dejarle ir, pero no era capaz. Se mentía a sí misma diciendo que lo necesitaba en sus incursiones, pero la verdad era que antes de que apareciese se las arreglaba perfectamente sin él.

La cochina verdad era que lo amaba y no sabía cómo sería capaz de vivir sin él. Así que fingía que no sabía nada de sus pesadillas, ni de la melancolía con la que se apoyaba en la barandilla y miraba lejos, hacia el este. ¿Qué podía hacer después de todo? ¿Retirase y dejar aquella vida que tanto amaba para comprar una granja  y compartir la dura y monótona vida del campesino con Albert?

¡Vaya! La historia será muy buena. Pero no es precisamente alegre. —dijo Oliva cuando Ray terminó el capítulo— Aunque tengo que reconocer que la escena de sexo me ha puesto bastante.

Oliva se acarició el muslo mientras le miraba con aquellos ojos enormes aun más abiertos por la excitación. Ray le devolvió una mirada lujuriosa. Deseaba asirla por aquella espesa melena y follar toda la noche, pero los ronquidos y los cuescos de sus compañeros le recordaron que no estaba solo.

Ella le miró con sorna y se acarició el cuello y el escote antes de lanzarle un beso y desaparecer camino de su camastro.

Ray cerró los ojos y se masturbó bajo la manta con el rostro de Oliva en su mente hasta que se quedó dormido.

Esta nueva serie  consta de 41 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

Guía de personajes principales y mapa de la costa occidental del Mar del cetro.

AFGANISTÁN

Cabo Ray Kramer. Soldado de los NAVY SEAL

Oliva. NAVY SEAL compañera de Ray.

Sargento Hawkins. Superior directo de Ray.

Monique Tenard. Directora del campamento de MSF en Qala.

COSTA OESTE DEL MAR DEL CETRO

Albert. Soldado de Juntz y pirata a las órdenes de Baracca.

Baracca. Una de las piratas más temidas del Mar del Cetro.

Antaris. Comerciante y tratante de esclavos del puerto de Kalash

Dairiné. Elfa  esclava de Antaris y curandera del campamento de esclavos.

Fech. guardia de Antaris que se ocupa de la vigilancia de los esclavos.

Skull. Esclavo de Antaris, antes de serlo era pescador.

Sermatar de Amul. Anciano propietario de una de las mejores haciendas de Komor.

Neelam. Su joven esposa.

Bulmak y Nerva. Criados de la hacienda de Amul.

Orkast. Comerciante más rico e influyente de Komor.

Gazsi. Hijo de Orkast.

Barón Heraat. La máxima autoridad de Komor.

Argios. Único hijo del barón.

Aselas. Anciano herrero y algo más que tiene su forja a las afueras de Komor

General Aloouf. El jefe de los ejércitos de Komor.

Dankar, Samaek, Karím. Miembros del consejo de nobles de Komor.

Nafud. Uno de los capitanes del ejército de Komor.

Dolunay. Madame que regenta la Casa de los Altos Placeres de Komor.

Amara Terak, Sardik, Hlassomvik, Ankurmin. Delincuentes que cumplen sentencia en la prisión de Komor.

Manlock. Barón de Samar.

Enarek. Amante del barón.

Arquimal. Visir de Samar.

General Minalud. Caudillo del ejército de Samar.

Karmesh y Elton. Oficiales del ejército de Samar

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