Las clases de Irene (3)
Recuerdos y vivencias en esta tercera parte
Irene iba de culo con los exámenes y necesitaba estudiar, de modo que estuvo un par de semanas recluida en casa sin ver a sus alumnos. Pasado ese negro período de tiempo, durante el cual tuvo que conformarse con masturbarse en la cama, volvió a la carga. Rebeca aún se mostraba algo tímida con ella, aunque llevaban todo el curso juntas con las clases. Quique estaba enamorado de Irene o mejor dicho del cuerpo de Irene, y Marta descubría su sexualidad junto con Irene y su hermana menor.
Llegó el domingo después de la semana de exámenes y el día le pasó volando. Por la noche preparó todo aquello que necesitaría al día siguiente y se fue relativamente pronto a dormir. Una vez en la cama, empezó a masturbarse como de costumbre, pero se durmió antes de llegar al orgasmo.
Esa noche soñó con la persona que le había enseñado qué era el sexo. Eso había sucedido seis años antes, en verano, cuando estaba veraneando en casa de una amiga. El hermano de ésta, Jorge, de catorce años, fue el encargado de ello. Obviando lo previo, Irene recordaba en su sueño cómo encontró al hermano de su amiga en su habitación con una erección considerable. Tras una breve conversación, ambos estaban desnudos en la cama. Después de masturbarla un rato, Jorge empezó a meter su pene en la virgen vagina de Irene. Cuando no había entrado la mitad de su glande, notó la virginidad de la chica. "Esto va a dolerte, pero después será genial" le dijo, y acto seguido, haciendo uso de su fuerza, rompió el himen de la chica, que soltó varias lágrimas que durarían poco, pues enseguida pudieron follar placenteramente.
Irene se despertó mojada. Se duchó y se fue al instituto. Por la tarde, Irene llegó, como de costumbre, a eso de las cinco a casa de Quique. Era una casa de un típico barrio residencial, medianamente grande y con un pequeño jardín hasta llegar a la puerta de la casa, propiamente dicha. La madre del chico abrió la puerta y, como conocía el camino de sobras, fue hacia la habitación. Allí, abrió la puerta y se encontró a Quique, durmiendo en su cama, polla en mano, y con los pantalones bajados.
La profesora no se lo pensó dos veces y le besó en los labios mientras empezaba a pajear suavemente al chaval. Cuando se despertó, la cara de Quique era una mezcla entre placer, sueño, sorpresa y miedo. La chica dejó de manosearlo, pero el chico quería más. Mientras toda una serie de pensamientos se le pasaban por la cabeza, el chico pensó en probar suerte e intentar, de una vez por todas, tener esa tarde de sexo que tanto deseaba desde que la conoció. Al fin dijo:
—¿Por qué no terminas lo que has empezado? ¿O sólo eres una calienta-pollas?
—Vaya con el niño… Si parece que tiene ganas de una paja. ¿No puedes hacerlo tú solo? - contestó con cara de picardía. - Seguro que ya lo has hecho miles de veces.
—Te podría dejar embarazada, así que de niño nada. Vete quitando la ropa, que te voy a dar lo tuyo.
Aquello ya era imparable. Irene sabía a lo que se enfrentaba: un pene de adolescente que no había catado coño alguno y que iba a estrenarse aquella tarde. No dudó y se quedó sólo con su sujetador, dos tallas más pequeño de lo normal y que no ocultaba nada, pues los pezones de la profesora estaban en rompan filas; y un tanga semitransparente que dejaba intuir los labios de su sexo. Empezó a lamer aquel instrumento del placer cual niña pequeña comiendo un helado en verano. Suavemente, lamía el glande del circuncidado pene del chaval, rodeándolo varias veces con la lengua y mordisqueando suavemente el glande. Él lo gozaba y lo mostraba en su rostro. Cuando, después de chupar y chupar, arriba y abajo, succionar y apretar, las babas de la chica hacían relucir el pene, empezó a pajearlo mientras le mordisqueaba los testículos suavemente, metiéndolos y sacándolos lentamente de su boca, apretando y aflojando para hacer disfrutar a aquel niño. La polla estaba enorme y se notaba que sus granadas estaban a punto de explotar. Entonces, hizo que que Quique empezara a saber cómo tocar a una mujer. Se quitó el sujetador y puso las manos de Quique en sus voluptuosos pechos.
—¿No habías tocado unas antes, verdad? ¿A que son grandes?
Y acto seguido el muchacho empezó a lamer los pezones erectos de la chica, que empezaba a sentir el placer de aquellos lametones, pero después pasó a mordisquearlos suavemente, estirándolos para regalar placer a su primera putita. Pero Quique tenía prisa y rápidamente bajó con la lengua hasta en tanga azul más que mojado que llevaba la profesora. Empezó a chupar ese tanga y lamer el coño de la mujer por encima de esa prenda. Se lo empezaba a quitar cuando Irene se lanzó a por el pene del chico, metiéndolo hasta lo más profundo de su garganta, mientras con su lengua lo lamía por todo el tronco y con una mano apretando los huevos para exprimirlos cual naranja, haciéndolo explotar dentro de su boca, saboreando cada uno de los chorros de la lefa blanca y sabrosa del adolescente.
Cuando el chico aún no había recuperado la erección, Irene le bajó la cabeza hasta su coño empapado en jugos celestiales. Quique, tirando de intuición, empezó a manosear torpemente su clítoris, hinchado por la excitación, aunque proporcionaba placer más que suficiente a la chica, mientras empezaba a lamer el ríquisimo y más que mojado coño de la mujer, saboreando aquel líquido como si de agua divina se tratara. Empezó lamiéndole todos los pliegues de los labios de su sexo, hasta que descubrió la vagina y empezó a masturbarla. Empezó con la lengua y continuó con dos dedos, haciendo un movimiento dentro-fuera que hacía gemir de placer a Irene, que estaba disfrutando de aquel niño virgen.
Cuando llevaban un rato, el chico puso a Irene a cuatro patas y fue a penetrarla. El chaval fue cuidadoso y entró poco a poco su miembro dentro de ella. Después, de entrar la cabeza, de un empujón entró el resto de su largo pene, de casi veinte centímetros, y cuando vio que no entraba más, empezó en un vaivén que fue creciendo de ritmo mientras la chica gemía por el placer que le causaba ese grueso y largo pene dentro de ella. Quique no dejó de manosear los pechos de la chica mientras ella seguía masturbándose para sentir el mayor placer posible. El chico supo esperar el orgasmo de Irene para correrse sobre su espalda, esta vez con menos leche.
—¿Quieres más? - Le preguntó Irene.
Y el chico le respondió con un beso. Entonces Irene tumbó al chico en la cama, lubricó su pene con saliva, chupándolo como ya antes había hecho y saboreando los restos del semen. Se levantó y se puso de rodillas en la cama. Agarró el pollón más que preparado de Quique y se lo introdujo poco a poco en su ano, pietro como nunca, gritando por la mezcla de placer y dolor, mientras bajaba hasta que todo el manubrio del chaval entró dentro. Empezó a subir y bajar mientras el chico disfrutaba de ese culo tan bonito y ella se masturbaba hasta que él se corrió dentro de su ano y la leche empezó a salir cubriendo el pene de blanco. Irene no dejó de pajearse, corriéndose en la boca del chaval que tuvo la suerte de probar el sabor del flujo de la chica sin tanga de por medio, bebiendo del manantial que daba naturalmente ese jugo tan bueno. Irene hizo lo propio y dejó el pene del chico bien limpio, comiéndose toda la gelatina blanca que había salido de su ano, saboreándola como si de manjar de reyes se tratara.
—Bueno - dijo Irene entre resoplidos, cansada por el ejercicio físico que terminaba aquella tarde -, te lo habrás pasado bien esta tarde.
—Sí. Espero que no sea la última vez que hacemos esto.
Ambos se vistieron y se despidieron con un beso. Él se quedó en casa, mientras que Irene se fue.