Las clases de Irene (1)

¡Otro verano se fue! No le apetecía nada volver a las clases después de un verano tan intenso, pero Irene no tenía otra opción: ese martes empezaban el curso de nuevo en su instituto y se encontraría nuevamente con todos sus compañeros y compañeras.

¡Otro verano se fue! No le apetecía nada volver a las clases después de un verano tan intenso, pero Irene no tenía otra opción: ese martes empezaban el curso de nuevo en su instituto y se encontraría nuevamente con todos sus compañeros y compañeras. Volvería a verse con Oriol, su ex, y con María, la nueva novia de éste, y eso resultaría algo difícil para ella. Se reencontraría con ese profesor tan atractivo en la clase de matemáticas, en medio de matrices e integrales. Y se chocaría de golpe con la realidad de ser un año difícil, el último de su vida en el instituto. El último antes de su vida universitaria.

Y llegó el día. Reconocía a casi todos los compañeros pero se dio cuenta de la presencia de repetidores y de nuevos (y nuevas, aunque a éstas les prestó un grado menor de atención) compañeros, algunos de muy buen ver. Notó también cambios en algunas chicas, cuyo potencial hasta ese momento había considerado nulo y ahora podrían llegar a competir por un chico.

Con su metro setenta de estatura y sus pechos, redondos y firmes, sus ojos color miel y su pelo castaño muy suave, Irene era toda una mujer hecha y derecha, y lógicamente no pasó inadvertida para nadie.

Irene necesitaba empezar a conseguir algo de dinero para ayudar a sus padres a pagar la universidad el año siguiente. Era una chica inteligente, y eso le daba cierta ventaja. Pasado un mes de curso, llegó su primera oferta: una chica de cuarto que necesitaba ayuda con las matemáticas. Rebeca era una chica mona, con una estatura media, un culo pequeño pero redondo y unos pechos que aún tenían que crecer un poco más.

Y más que ayuda con las matemáticas, le preguntaba sobre temas más “biológicos” por así decirlo. Fue pasando el tiempo y esas dudas se fueron magnificando. Se hicieron muy buenas amigas y se hacían confesiones íntimas durante sus “clases”. Discutían sobre el tamaño de pene ideal, sobre cuántas veces se masturbaban al día, sobre sujetadores, sobre el tamaño de sus tetas… todo lo que dos adolescentes llenas de hormonas podrían discutir.

Pero llegó enero y con ello Irene recibió dos alumnos más: Quique, de tercero, y Marta, de primero de bachillerato. Con los tres hacía lo mismo: matemáticas; pero con las chicas acababa cogiendo una mayor confianza y hablaban de temas más profundos (o no), mientras que con Quique simplemente mantenían una relación profesora-alumno.

Hasta el día de San Valentín. Las chicas habían recibido varias rosas de sus compañeros de instituto, y Quique le regaló una a Irene al terminar su clase. Cuando la recibió se mostró sorprendida, pues no se lo esperaba.

—Muchas gracias Quique. No me lo esperaba.

—No hay de qué. Es que estás muy buena.

—Ya lo sé. – Dijo Irene evitando una risa tonta – ¿Te gusto?

—Mucho. Me pones a cien cada vez que vienes.

—Ya he visto varias veces en tu pantalón que te alegras de verme.

Y dicho esto le dio un buen beso como no se lo habían dado nunca. Para Quique fue lo mejor que le había pasado en la vida. Irene aprovechó y pasó la mano por la bragueta del chico y notó que su pene, que ya estaba como una roca, se hinchó más. Estaba a punto de explotar.

—Tómatelo como un agradecimiento.