Las clases con Marta (1)

Las clases particulares con la joven Marta ya no volverían a ser las mismas desde aquella tarde.

Mi nombre es Yoel y tengo 26 años. Soy profesor de inglés de segundo de bachillerato en un instituto y también ocupo las tardes dando clase en una academia privada y clases particulares. No puedo decir que me vaya mal. Seré sincero, he fantaseado más de una vez con mis alumnas, pero nunca llegué a obsesionarme por nadie ni a ocupar gran parte de mi tiempo en eso. Al menos no hasta que Marta me abrió la puerta de la locura.

Marta era una de las chicas a las que daba clases particulares. No iba a mi instituto, pero sus padres vieron mi anuncio en una parada de autobús y solicitaron mis servicios para ella. Francamente, no sólo le iba mal en inglés, muchas asignaturas las llevaba arrastrando a pesar de que era inteligente y perspicaz. Con sus 18 años, Marta aún tenía el pavo y su rebeldía muchas veces se manifestaba con provocación descarada. Sin embargo, tenía la impresión de que no sólo le gustaba calentar, también cocinar.

Marta era bajita, con el pelo negro, largo y liso. Sin embargo su tez era muy pálida y clara como sus preciosos ojos verdes. Su cara estaba ligeramente salpicada por pequeñas pecas que cubrían parte de su nariz y sus mejillas. Era sin duda una belleza exótica acompañada con su perfecta silueta. Tenía un culo firme, pequeño pero ligeramente respingón. Sus pechos eran normales, pero su baja estatura les hacía parecer más grandes. Sin duda, debía ser la envidia de las chicas de su clase y seguramente el objeto de deseo de sus compañeros. Estaba seguro que se habría tirado a la mitad de la clase.

Desde el primer día que la di clase trataba de provocarme. No lo hacía de forma exagerada, sabía ser sutil, pero a todo le ponía su personal toque de morbo para intentar ponerme nervioso. Recuerdo que la última vez me enseñó un tanguita nuevo que le había regalado un amigo que estuvo en Salamanca. Era negro y con una ranita verde impresa en la parte de delante.

Aquella tarde tenía clase con ella. Como siempre, su madre me abrió la puerta y me invitó a subir a la habitación de la niña. Mientras iba subiendo, la voz de su madre le advertía desde el salón: "ya está aquí Yoel". Ella contestó con un sonoro "¡vale!", y tras golpear un par de veces en su puerta, entré en su habitación. Estaba deliciosa, como siempre, con una faldita muy corta y unos calentadores en sus tobillos. La parte de arriba era un top rojo que no dejaba lugar a la imaginación pues sus pezoncitos se marcaban perfectamente tras la licra.

  • ¿Qué tal Marta? Me habrás hecho los ejercicios, ¿no?

  • Pues claro, que poco confías en mi.

Ella sacó unos folios de su carpeta y los puso sobre la mesa. Les empecé a echar un vistazo.

  • La verdad es que creo que están falta, no me he enterado mucho de lo que me explicaste el otro día. – Siguió ella.

  • Bueno pues entonces lo volvemos a ver hoy, vamos a ver en que has fallado.

Comencé a comprobar detenidamente sus ejercicios y señalando en rojo aquellas partes que estaban mal, anotando comentarios. Tras unos momentos, ella decidió romper el ambiente serio que se dibujaba en la escena:

  • Oye, a ver si te veo algún día por ahí de marcha, ¿no?

  • Bueno, yo últimamente no salgo mucho, tengo mucho curro.

  • Estas hecho un abuelo, ¿o qué?

  • No, me encanta salir, pero estamos en época de exámenes, ya sabes, tengo que corregir muchos, planificar clases… Últimamente casi no tengo tiempo de divertirme.

  • Que pena, a mi es que me encantaría verte borracho. Tienes pinta de ser un cachondo cuando no das clase.

  • ¡Oye que dando clase también soy un cachondo!

  • Por eso, seguro que fuera eres aún más.

  • Bueno no se, lo típico.

  • Seguro que eres el típico friki que lleva gayumbos de Batman o de los Simpsons y de cosas así.

  • De todo menos de ranas.

  • Jajaja, hoy no llevo el de la rana.

  • ¿Ah no? ¿Y cuál llevas?

Sin casi darme cuenta había caído en su juego. Sin embargo, no me importaba, por primera vez estaba dejándome llevar al terreno que ella quería. Aquella tarde me sentía intrigado por ver cuánto de vana provocación había y cuanto de realidad. Ella sonrió y bajo su faldita ligeramente. Observé detenidamente su minúsculo tanga, negro y con los bordes rojos. Después empezó a girar lentamente sobre si misma y cuando estaba de espaldas a mi, bajo aún más su faldita mostrándome prácticamente la totalidad de su precioso culo. Por atrás, el tanguita apenas era un hilo de tela que desaparecía entre sus muslos. Se quedó ahí parada un momento como para que lo apreciara detenidamente. Después volvió a girar lentamente subiéndose la falda.

  • ¿Te gusta? Es de mis preferidos.

  • Es muy bonita. Tienes buen gusto con la ropa interior. Yo la verdad es que soy un desastre.

  • ¿Ah si? A ver, enséñame tú los gayumbos y te lo digo.

Hice caso a su petición y me desabroché el vaquero. Comencé a bajar mis pantalones mostrándole mis aburridos boxer naranjas. Ella miró detenidamente mi paquete y después dijo riéndose:

  • Parece que te ha gustado mucho mi tanga.

Miré hacía abajo y pude comprobar que mi polla había crecido considerablemente. No llegaba a ser una erección, pero mostraba claramente lo contento que estaba después de haber visto ese precioso culo. Ella prosiguió.

  • Pues te enseñaría también el sujetador para ver si también te gustaba, pero no llevo nada.

  • Bueno, pues enséñame lo que hay que en su lugar.

Ella sonrió pícaramente y comenzó a subirse lentamente el top, quitándoselo por completo. Ahí tenía ante mi sus perfectas tetas, grandes y con forma de lágrima. Mi erección pasó a ser completa en ese momento y no pude evitar llevarme la mano al miembro.

  • Joder, que tetas tienes Marta.

  • ¿Te gustan profe?

  • Me encantan.

  • Pero… aún no las has probado… ven aquí.

Y cogiéndose una con la mano me hizo amagos de probarlas. Avancé rápidamente y me la llevé a la boca como un poseso. Estaba deliciosa. Apretaba su pezón entre mis labios y pasaba mi lengua. Lo mismo hice con la otra al tiempo que las sobaba y apretaba entre mis manos. No paraba de mamar al tiempo que ella presionaba mi polla con su mano. Después me cogió la cabeza y la inclinó hacia arriba para que la besara.

Comenzamos a besarnos salvajemente. Nuestros cuerpos estaban pegados y las manos se perdían cada una en el cuerpo del otro. Era como si los 2 nos hubiéramos estado reprimiendo durante años. Le bajé el tanguita por debajo de la falda, deseoso de probar su delicioso coño. Después me pegué bien a ella aplastando mi polla contra su vientre. Apretaba su culo presionándola hacia mí mientras nuestras lenguas se perdían en nuestra boca. Cada vez respiraba más fuerte. Su aliento me volvía loco, me ponía a cien. El hecho de estar liándome con mi alumna en su propia casa, con sus padres en el salón, le daban aún más un fuerte aliciente morboso. Mi mano empezó a acariciar la cara interna de sus muslos y poco a poco fui subiéndola. Por fin note su coñito chorreante y sus pelitos. Le pasé dos dedos por toda la rajita para empaparlos bien de su flujo. Los metí dentro y los volví a sacar, llegando ahora a su clítoris. Ella se abrió de piernas un poco más y pude comprobar como su botoncito estaba duro y palpitante. Volví a introducirle dos dedos que entraron suavemente. Pero entonces ella me apartó repentinamente.

  • Espera… ¿no tienes que corregir mis ejercicios?

  • Bueno… sí, pero… puedo hacerlo luego. – Atiné a decir después de salir de mi asombro.

  • No, quiero que lo hagas ahora. Siéntate y corrígelos.

A pesar de estar atónito, hice lo que me pedía. Me senté en la silla y miré los folios con cierta sensación de desilusión. Para entonces ya me había desprendido de los pantalones. Ella se puso a gatas y se metió debajo de la mesa. Ahora lo entendía. Me bajó los boxers y mi polla se escapó como un resorte golpeando en su barbilla. Ella la agarro fuerte con la mano y empezó a subir y bajar. Abrió la boca y empezó a pasar su lengua sobre mi capullo.

  • ¿Te gusta así profe?

  • Ah, ¡sí joder! Eres una zorra.

Entonces ella se metió toda mi polla en su boca, de una tragada. Con mi capullo en lo más profundo de su garganta empezó otra vez a sacarla lentamente… y de nuevo se la metió entera rápidamente. Poco a poco iba aumentando el ritmo mientras yo me sumía en el más absoluto placer. Aquella zorra dieciochoañera me estaba haciendo la mejor mamada de mi vida. A medida que chupaba, enormes goterones de saliva iban cayendo por su barbilla empapándome los huevos. Y esa misma saliva la esparcía acariciando suavemente la piel de mi escroto. Durante varios minutos continuó frenéticamente su trabajo, denotando que disfrutaba como una perra con sus continuos gemidos y suspiros. Me estaba haciendo dudar entre correrme en su boca o esperar a follármela, pero, francamente, me moría de ganas por hacer lo primero.

  • ¡Joder, me corro Marta, me voy a correr!

Entonces ella me agarró de las caderas y me empujó aún más hacia ella aumentando el ritmo de sus tragadas. Dos enormes chorros de leche bañaron su garganta, momento en que se la sacó de golpe y con la mano dirigió mis chorros a su boca abierta de par en par con la lengua sacada. Otros dos chorros le empaparon los dientes y los labios. Un último chorro chocó contra su lengua y parte del labio inferior. Ella empezó a relamerse y tragar todo el semen que quedó alrededor de su boca. Grandes goterones de saliva mezclados con mi leche caían y resbalaban por su barbilla y labios cayendo a sus piernas. Me exprimió las últimas gotas a mano, con su boca en mi capullo, hasta dejarme totalmente vacío. Me miró y casi tuve otro orgasmo viendo a mi alumna con la boca bañada en leche sonriendo para mi como una auténtica zorra. Después salió de debajo de la mesa y se puso de pie frente a mi. Se giró dándome la espalda y se inclinó reposando su cuerpo sobre la mesa. Tenía su precioso culo a mi disposición para ser lamido y penetrado. Y por supuesto, me puse a la faena… (continuará)