Las circunstancias me han vuelto infiel

No sé si fueron las circunstancias o si tal vez, me gusta el sexo demasiado pero las cosas ocurrieron porque el destino lo condujo así.

Las circunstancias me llevaron al punto donde me encuentro actualmente. ¿Es culpa de mi esposo? ¿O es que me gusta demasiado el sexo? Es posible que haya algo de las dos cosas. No lo sé.

Mi nombre es Elena. Tengo 32 años y doy clases en una Universidad. Me casé a los 25 años con un hombre siete años mayor que yo con el que había tenido cinco años de noviazgo. Tuvimos un noviazgo normal. Es un hombre normal, creo que adicto al trabajo. Nuestro noviazgo fue normal. No hubo excesivo sexo: momentos, caricias, besos, toqueteos y alguna vez hicimos el amor. Pero yo no supe darme cuenta de lo poco que le iba el sexo. Lo cierto es que no supe darme cuenta de nada. Actualmente, él es empresario. Tiene una empresa que se dedica a la programación y otra que heredó de su padre, dedicada a importación y exportación. Lo cierto es que en los negocios sí es realmente bueno. Tiene un sexto sentido y ganamos dinero a raudales. Mucho más del que nos podemos gastar.

El problema es que, para conseguir eso, mi esposo dedica todo su tiempo y su vida al trabajo. Trabaja quince y a veces, hasta más horas. Y la mayoría de los días tiene cenas de negocios, reuniones, etc., por lo que llega a casa cuando ya estoy acostada. Se levanta y… a trabajar como una bestia otra vez.

Con todo esto, nuestra vida sexual se reduce a alguna noche del sábado (y no todas). Y sexualmente tampoco es nada del otro mundo, ya que su pene es normalito (unos 13 o 14 cm en erección). Pero lo peor es lo pronto que se corre. Diez minutos aproximadamente después de penetrarme, se me va, dejándome a dos velas. El sexo oral me encanta, pero no lo practico con él porque cuando lo hago, se me corre y entonces, aún me queda peor y sin penetración de diez minutos siquiera.

Cuando llevábamos tres años de matrimonio, con 28 años, yo ya me encontraba realmente fatal. En esos momentos, aún no sabía lo viciosa que soy por el sexo pero, aunque no sabía lo zorra que era, lo que sí sabía es que necesitaba sexo. Que no veía a mi esposo, que no lo tenía y que… estaba harta de masturbarme.

Y entonces sucedió algo que cambió mi vida para siempre. Fuimos a cenar a casa de un tipo con el que mi esposo tenía algún asunto de negocios. Él era un tipo de unos cuarenta y tantos años (hoy ya sé que tiene 46) y su esposa era doce años menor que él. Se llamaba Nuria.

Tras la cena y los cafés, ellos se sirvieron un whisky y se fueron al salón a charlar de negocios. Yo salí al jardín. Y allí me apareció Nuria con una copa de licor de frutas. Empezamos charlando de banalidades pero, no sé si ella o yo, una de las dos hizo un comentario sobre que siempre estaban con los puñeteros negocios. A partir de ahí, la conversación siguió ese rumbo y poco a poco fueron saliendo las cosas. En ese momento, yo no sabía que estaba conociendo a la que iba a ser mi mejor amiga a partir de entonces, mi compañera, mi cómplice, mi tutora, mi maestra.

Nuria enseguida se dio cuenta de lo mal que yo lo estaba pasando. Bueno, le fue fácil porque ella había pasado por lo mismo. Me explicó que su esposo también sólo vivía para los negocios, que también ganaban muchísimo dinero pero a ella también le había faltado sexo. Y que había pasado por lo mismo que yo. Pero entonces, fue cuando me hizo ver que… había aprendido a disfrutar de lo bueno que su esposo le daba y también aprovechar su trabajo para disfrutar de lo que no le daba.

Nuria me hizo ver lo bueno de nuestros esposos. Eran buenos para los negocios, ganaban muchísimo dinero y eso nos permitía a nosotras vivir con todos los lujos, caprichos y comodidades. En cuanto al sexo, ella empezó a explicarme que, hacía unos tres o cuatro años había empezado a disfrutar de las horas y horas y horas de trabajo de su esposo para tener aventuras por ahí.

Yo debería de haberme escandalizado pero… estaba tan necesitada que en lugar de escandalizarme, le pedí que me contara más.

Para no hacerles leer demasiado, la cuestión es que ella me enseñó a disfrutar de lo que mi esposo me daba (lujos) y a buscar fuera lo que no me daba. Ella me enseñó a disfrutar de hombres pero sin tener amantes fijos. Me dio muchísimos consejos y seguí sus mandamientos. Como por ejemplo, nunca estar con un hombre más de dos veces. De ese modo, evito problemas, posibles enamoramientos, etc. En fin, gracias a ella, descubrí que en Elena hay dos personalidades: Una, la intelectual, la profesora Universitaria, la dama, la señora que sabe comportarse en todo momento y en todo lugar cuando estoy con mi marido, con la familia, en reuniones de negocios, ante sus amigos, etc. Y la otra, la Elena escondida, la que desconocen, la golfa, la zorra, la perra viciosa.

La verdad es que podría decir que me lo tiré días pensando, que lo medité mucho, que tal y que cual, pero no sería cierto. Acepté la invitación de Nuria para acompañarla al día siguiente por la tarde. La realidad es que, en esos momentos, estaba muy necesitada.

Como ya dije, tengo 32 años. Soy rubia, tengo los ojos azules, mido 1,72 y peso 58 kg. La realidad es que no soy miss mundo pero sí soy una mujer de las que los hombres dicen que están para comérsela. No me quejo. Hay mujeres más hermosas que yo, pero hay muchas más que están peor.

Nuria me llevó a un local de música pero donde había gente adulta. Principalmente, cuarentones y cincuentones, la mayoría, divorciados o separados. Las mujeres lo mismo. La mayoría buscando conocer gente, encontrar a alguien, en fin, lo habitual. Yo me había puesto una minifalda negra y una blusa blanca. Mi ropa interior era blanca, la mitad del sujetador de encaje y la otra mitad, totalmente transparente.

En el local, pedimos algo de tomar y nos sentamos en una de las mesas, con los sofás en curva. Ella enseguida fue a la pista a bailar. Yo le dije que prefería observar un poco. Ella se puso a bailar y me hizo gracia ver lo sexy y provocativa que era bailando. Cuando empezaron a tocar lentas, quiso salirse pero enseguida llegó un tipo y la sacó a bailar. Me di cuenta perfectamente cómo Nuria se le pegaba. Y el tipo, al ver que ella se pegaba, se arrimaba lo suyo también. No tardaron ni tres vueltas en que él, empezó a acariciarle con mucho disimulo las nalgas. Entonces, Nuria y él, se salieron de la pista y se vinieron a sentar donde yo estaba. Nuria me lo presentó. Al parecer, se llamaba Francisco y bueno, tras los saludos de rigor, empezaron a charlar, aunque él, enseguida puso su mano en la rodilla de Nuria mientras le decía cosas y Nuria sonreía. En ese momento, apareció un tipo y me dijo si quería bailar. Era un tipo de unos 50 años (luego supe que tenía 49), de pelo negro con alguna canita pero pocas. Llevaba bigote e iba vestido de modo informal, con pantalón y camisa. Acepté. Nos fuimos a la pista. Yo puse los brazos sobre su cuello y él, en mi cintura. Según íbamos bailando, él iba cada vez, poco a poco apretándome un poco más. En esos momentos, pensé en el momento que acababa de ver a Nuria y pensé también que… si era justa, había ido allí precisamente a eso, así que no iba a andar ahora haciéndome la arrepentida. Me dejé hacer. Miré hacia donde Nuria estaba y vi que ya estaba totalmente enganchada con el tal Francisco comiéndose la boca los dos y abrazándose y rozándose como locos. Eso me calentó bien, así que, mis brazos se cerraron un poco más sobre el cuello de mi acompañante de baile, que se llamaba Luis.

Luis, al ver que hacía eso, ya me agarró del todo pegando su cuerpo totalmente a mí. El muy listo, colocó las piernas de modo que una de sus piernas estaba en el medio de las mías. De ese modo, su muslo se rozaba con mi entrepierna. Y por el mismo motivo, una de mis piernas estaba en el medio de las suyas, lo cual hizo que mi muslo rozara algo en su pantalón que noté que estaba empezando a ponerse duro.

Al acabar la canción, le dije si íbamos a sentarnos. Había estado viendo a Nuria y eso me había calentado mucho. Yo también quería tener mi ración. Llegamos a donde ellos y les presenté a Luis. A los cinco minutos, Nuria me dijo que la acompañara al baño. Allí, ella me dijo que en un rato ella se iría. Que quería irse a follar con el tal Francisco y que yo me quedara con Luis. Me dijo que si me gustaba, que lo aprovechara. Yo le dije que, ya me daba igual si me gustaba o no, que no lo quería para novio ni esposo, que lo que necesitaba era que me dieran caña, a lo cual, ella soltó una carcajada.

Volvimos con nuestros acompañantes. El tal Luis me preguntaba cosas sobre mí, a la mayoría de las cuales, yo no contestaba más que mentiras, puesto que, como me había dicho Nuria, mejor que sepan de ti lo menos posible. En un momento, me puso su brazo en mis hombros y siguió hablando, sobre lo guapa que era, que le encantaba mi sonrisa, etc., etc., etc., pero no acababa de lanzarse. La verdad es que era muy educado, pero yo necesitaba todo menos un caballero educado. Pero en fin. Allí andaba yo esperando. Cada vez que me hablaba, yo le miraba fijamente a la boca para ver si el tipo se decidía, pero se veía que le costaba. Quizás tenía miedo de lanzarse, que yo me enojara y lo mandara de paseo. En ese momento, Nuria y Francisco se despidieron. Yo la quedé mirando y le guiñé un ojo. Ella sonrió. Me quedé pensando: "Que suerte tienes, cabrona".

Le dije a Luis que me iba a ir a la barra a pedir otra copa. Por supuesto, él me dijo que de ninguna manera, que me la iba a buscar él. Así que me quedé sentada mientras él iba a pedírmela. Y allí sentada, pasó un tipo por detrás del sofá donde me encontraba y bajando su cabeza hasta poner su boca en mi oído, me dijo: "Pero que rica que estás. Ojalá no estuvieras acompañada. Te comería enterita". Y siguió su camino. Yo le miré. Su comentario me había excitado. Era un tipo de pelo castaño, de unos 40 (luego supe que eran 42) años. El tipo se quedó en la barra, mientras Luis llegaba con las copas.

A partir de ahí, Luis siguió charlando, contándome su vida, que era divorciado, a qué se dedicaba, preguntándome cosas sobre mí y con su brazo en mis hombros pero sin decidirse a más. Me preguntó varias veces si quería bailar otra vez pero yo le decía que no, que no me apetecía. La verdad es que yo, casi ni le escuchaba. No hacía más que mirar al tipo que me había dicho que me comería, el cual, seguía en la barra mirándome y viendo cómo yo, no paraba de echarle miradas a él, lo cual al tipo le hacía sonreír irónicamente.

Diez minutos después, ya no aguanté más. Le dije a Luis que lo sentía, que acababa de ver a un viejo amigo de toda la vida y que me iba a tomarme una copa con él. Me dio su tarjeta, me dijo que le gustaría verme en otra ocasión, que le llamara y bla bla bla bla. Yo le sonreí, le di dos besos en la mejilla y me fui para la barra.

Llegué junto al tipo que me recibió con una sonrisa burlona y yo le dije si me invitaba a una copa.

  • Claro, me dijo él. ¿Ya te has cansado del tipo con el que estabas?
  • Quizás, le respondí yo.

Me invitó a la copa. Y empezó a charlar. Como Luis, inició queriendo saber de mí. Y como a Luis, yo le contestaba más falsedades que realidades. Pero él enseguida, empezó a irse por otros caminos en la conversación. Empezó a piropearme. Pero en lugar de decirme como Luis, que era muy guapa, él me decía que estaba muy buena, que estaba para comerme y cosas por el estilo, a lo que yo le contestaba sonriendo y diciéndole un ¿de veras? y cosas por el estilo. Eso hizo que el tipo se animara y me pusiera la mano en la cintura acercándome hacia él. Como yo me dejé, el tipo volvió a acercar su boca a mi oído y mientras su mano bajaba a mis nalgas me dijo: ¡Cómo me gustaría comerte… viciosa!.

Eso me puso muy cachonda. Levanté mi cabeza y le miré a la boca. Pero él no perdió la oportunidad como el otro y me puso un beso en la boca al que yo reaccioné muerta de ganas. Los dos nos dimos buena lengua mutuamente mientras su mano me apretaba con fuerza las nalgas.

Después del beso, el tipo no se anduvo con rodeos. Me dijo que si nos íbamos a otro lado donde pudiéramos estar más a gusto. Yo le dije que sí (normal, estaba que me moría de ganas).

Salimos, montamos en su coche y me dijo que si me iba a tomar una copa a su apartamento, que no estaba muy lejos. Yo le dije que ok y así, una media hora después estábamos entrando por la puerta de su pequeño apartamento, esos apartamentos compuestos de cocina, baño, habitación y un pequeño salón al que se van muchos divorciados cuando se han quedado sin la casa (que se la quedan los hijos y la mujer) y ellos con la pensión de manutención no pueden pagar más que un pequeño apartamentito. Pero para lo que yo quería, llegaba de sobra.

Me preguntó que quería tomar y yo le dije que una cerveza, por decir algo. La verdad es que yo no había ido allí para tomar.

Me dio la cerveza, a la que le di un trago dejándola en la mesa del salón (ya no volvería a tomar más) y me senté en el sofá. Él se sentó al lado y sin andar con rodeos me metió la mano por la cintura, atrayéndome hacia él y volviéndome a comer la boca, a lo que yo le respondí con ganas. En el segundo beso, ya estaba tocándome el muslo y al tercero, ya me estaba tocando los pechos por encima de la blusa.

Luego, empezó a chuparme el cuello mientras sus manos me desabotonaban la blusa dejando mi sujetador a su vista. Volvió a besarme acariciándome mi sujetador pero antes de terminar el beso, ya me lo había levantado tocándome los pechos y sintiendo la dureza de mis pezones. Para entonces, yo ya había empezado a tocarle su pija por encima del pantalón y estaba loca de ganas por sacársela fuera. Él se fue a su pantalón y empezó a desabrocharlo mientras me preguntaba si la quería. Yo le dije que sí con todo el vicio que una mujer puede decirlo y entonces me la sacó.

No es que fuera una pija enorme pero era mejor que la de mi esposo. Claro que para eso no hace falta mucho. Debía medir unos 16 o 17 cm y yo se la agarré como una loca mientras le besaba y él me tocaba mis pechos nuevamente.

  • Tienes unas tetas fantásticas, me dijo.

Eso me excitó mucho. El que dijera tetas en lugar de decir senos o pechos, me excitó. Me hizo sentirlo guarro, vicioso y eso es lo que yo quería. Yo le apreté la pija con ganas mientras le comía la boca.

Me preguntó si me gustaba el sexo oral. Le dije que sí, que me encantaba. Entonces me pidió que se la chupara. Salí del sofá y me arrodillé en el suelo delante de él. Empecé a pasarle mi lengua muy suavemente por la cabeza de su pija. Lo que más me excita de un pene es su cabeza. Cuando veo una cabeza y como sale y entra de la piel al masturbarle, me pongo excitadísima. Después de pasarle la lengua, le miré con ojos de golfa viciosa. Sé que eso a los hombres les encanta, lo sé. Al menos, cuando lo hago, lo noto en todos que los excita mucho. Empecé a meter mi boca en el primer tercio de su pija, dándole las primeras chupadas mientras mi mano aún seguía masajeando el segundo tercio de su pija. Saqué mi boca otra momento y mientras le volvía a mirar con ojos de zorra viciosa me pasaba su pija por mis tetas (prefiero llamarlas como las llamó él, es más guarro pero me encanta). Después de eso (que volvió a excitarle mucho) mi boca ya se lanzó sobre su pija y empecé a chupársela a fondo.

El agarró mi cabeza y con la excitación, empezó a decir cosas como:

  • ¡Qué bien la comes! ¡Qué viciosa eres!
  • En mi vida me la habían comido así. Eres una golfa fantástica.

No sé si él lo hizo porque supiera leer mis pensamientos pero… cuantas más cosas de esas y otras me decía, con más ganas le comía yo. Andaba tan necesitada que parecía una loba devorando la presa.

Él me paró. No sé si lo haría porque no quería correrse sin penetrarme pero me dijo que nos fuéramos a la habitación. Al llegar, empezó a quitarme toda la ropa y nos quedamos completamente desnudos los dos. Me echó sobre la cama y empezó a comerme las tetas, mientras sus dedos empezaban a acariciar mi vagina y mi clítoris.

Mis caderas empezaron a arquearse, mis manos a acariciar su pelo mientras el me comía los pezones y empecé a jadear y a gemir como una perra.

Fue bajando, chupando mi vientre, mi ombligo y llegando a mi almeja, empezó a comérmela a fondo. Me metía la lengua, la sacaba, me daba en el clítoris, ahora me lo chupaba, a veces me daba un pequeño roce con los labios o los dientes, como un mordisquito y acabó metiéndome su dedo mientras me comía los labios y el clítoris a fondo.

Ahí yo ya no tenía control. Además de jadear y gemir, empecé a decirle todo lo que me salía en esos momentos.

  • Síiii, más, sigueee, sigueee…. ¡me matas de placer! Y montones de cosas parecidas.

Unos cinco minutos después, tuve mi primer orgasmo. Sentí que me estremecía toda. El se detuvo un momento para dejar recuperarme y me besó nuevamente en la boca. Yo entonces le pedí que me la metiera. Acababa de correrme pero quería más, necesitaba más.

Él empezó a rozarme los labios de mi vagina con la punta de su pija, para arriba y para abajo, pero sin penetrarme. Yo me arqueaba, movía las nalgas de un lado al otro mientras me moría de deseo.

  • ¿Tienes preservativo?
  • Sí, lo tengo.
  • Entonces penétrame…. Por favor… penétrame… me muero de ganas.
  • ¿La quieres?
  • Síiiii. Por favor, metémela, no puedo más.

Empezó a metérmela poco a poco. Cada cm que iba entrando a mi estremecía de gusto. Mis manos rodearon su espalda y también se iban a sus nalgas para apretarlo contra mí. Quería sentirla toda.

Yo gemía, aullaba, le pedía más, que siguiera, que me estaba matando de gusto.

  • Sabía cuando te vi que eras una golfa caliente, me dijo.
  • Dímelo otra vez
  • ¿El qué?
  • Que soy una golfa.
  • Eres una golfa. ¿Te gusta que te lo digan?
  • Síiiii. Nunca lo había probado pero me gusta que me lo digas mientras me follas.

A partir de ahí, siguió bombeándome mientras me decía golfa, zorra, viciosa, guarra, puta, perra y yo que sé cuantas cosas más.

Ese día yo descubrí esa parte de mi sexualidad que desconocía. Lo mucho que me excita que me digan esas cosas, que me digan guarradas, etc. Me encanta salirme en el sexo de mi papel diario de profesora, de dama, de señora para poder convertirme en la golfa que llevo dentro.

Me corrí una vez más y él, unos dos minutos después que yo (que distinto a mi esposo) y me quedé en la santa gloria.

Después me vestí, me despedí. También me dijo que le gustaría volver a verme. Yo, siguiendo las instrucciones de Nuria le dije que me diera su teléfono, que yo le llamaría, aunque nunca lo he hecho.

Esa fue mi primera infidelidad. Desde entonces, no he parado. Pido perdón por un relato tan largo. Pero quería describir bien toda mi situación, explicar cómo soy y por qué hago lo que hago. En los próximos ya no tendré que explicar todo eso e iré más al grano. No puedo contarlos todos porque he tenido montones de aventuras y tendría que escribir demasiados relatos. Contaré los que yo considero mejores o me han excitado más.

Desde entonces no he parado. Nuria y yo disfrutamos del dinero de nuestros esposos y disfrutamos del sexo, pero sin tener amantes fijos. Esos sólo traen problemas. Cuando vamos de caza, me gustan los hombres cuanto más burdos mejor. Los muy corteses, caballerosos, detallistas, no me atraen, porque no es una pareja lo que voy buscando. Me gustan los viciosos, los guarros, los que me miran desnudándome con los ojos, los atrevidos que llegan y te tocan una nalga sin más. Y sobre todo, aquellos que me dicen una grosería de lo que me harían o de la cara de zorra que tengo o cosas así. Nuria se ríe conmigo y dice que nunca pensó en encontrar a alguien más viciosa que ella. En fin, iré contando.

Si quieren, pueden escribirme. Mi e-mail es el-er-iv@hotmail.com . Por favor, los que busquen cámara por el Messenger, no se molesten. No tengo. Mi esposo me sorprendió un día chateando con un hombre y me la quitó. Me amenazó con el divorcio y el lujo, el dinero y la vida que llevo, no tengo ganas de arriesgarla. Así que, no volví a tener cámara. He tenido y tengo algún amigo con el que he tenido conversaciones calientes sobre sexo, incluso con algunos de ellos, me he masturbado a fondo porque me calenté con sus conversaciones. Y creo que ellos con las mías pero… repito… no tengo cámara ¿Ok?. Incluso, en una ocasión llegué a acostarme con un amigo de conversación de Messenger pero, no es lo normal.

Y, otra vez, disculpen por la extensión de mi relato. En los siguientes, iré más al grano.