Las cinco amigas. Libro Segundo (4)
¿Si en mi interior quería volver a ser un hombre, por qué no me sentía atraída por mujeres? No es que sintiera asco o desprecio... es que era totalmente indiferente hacia lo que una fémina podía ofrecerme sexualmente.
4. ¿Si en mi interior quería volver a ser un hombre, por qué no me sentía atraída por mujeres? No es que sintiera asco o desprecio... es que era totalmente indiferente hacia lo que una fémina podía ofrecerme sexualmente. Admiraba a las que eran más hermosas que yo o a las que tenían algo que a mí me gustase e ignoraba cordialmente a las demás. Por ejemplo, en mi trabajo había una chica algo más joven que yo (que mi "yo" femenino, claro, porque sé que cuando era hombre tenía diez o más años que ahora) que se llamaba Juana. Era alta y muy delgada, con unas tetas modestas (aunque, naturalmente, mucho más grandes que las mías), pero tenía un culo perfecto que siempre lucía en pantalones vaqueros ajustados. ¡Cómo la envidiaba! Tan... duro, tan... redondo y tan... pequeño. En realidad, serían 90 o 95 centímetros, pero ¡tan bien puestos! Además, era muy simpática y cantaba que ni los mismos ángeles. Más de una vez la oía tararear en la trastienda, casi sin darse cuenta, y me quedaba a escucharla, escondida y silenciosa. Por mi parte, yo tenía mi voz de niña. No es que fuera horrible, pero era difícil hacerse respetar con ella. Y, por supuesto, no servía para cantar.
No quería que me gustasen los hombres... pero lo hacían. En la tienda entraban muchos chicos acompañando a sus novias. La mayoría tenían una cara de aburridos que era todo un poema y que me hacía esbozar una sonrisa. Muchos, sin embargo, tenían un adorable cuerpo de gimnasio. Más de una vez alguna compañera me había sorprendido repasando los pectorales marcados en una camiseta, o un trasero particularmente bien puesto, o un rostro anguloso y equilibrado, a poder ser con barbita de varios días. Se me hacía la boca agua. Y el culo, claro, si tuviera esa capacidad.
No. No me gustaban los musculados hiperdesarrollados. Pero un hombre que se cuidase era otra historia. Claro que, a la hora de la verdad, me excitaban y me atraían casi todos, tal era mi pulsión sexual, condenada a nunca satisfacerse del todo. Realmente, aún no me habían planteado qué cualidades quería para mantener una relación estable con uno. ¿Que me mimara como a una reina? Bueno, supongo... Al menos, que no me tratase mal. Lo que sí que tenía claro es que necesitaba que me utilizase sexualmente. En eso no iba a tener reparos. Y que pensase en él, ya que mi satisfacción, parcial claro, sólo llegaría a través de la suya. Me veía tragando litros y litros de semen a lo largo de los años, o con el culo abierto de tantísimo ser follada. Naturalmente, mi culo siempre volvería a su cerradísima actitud de la que ya os he hablado y que hasta me cuesta evacuar cuando tengo necesidad. Tres años llevo ya siendo follada mucho y siempre me duele tanto cada vez que me penetran. Es mi sino. Pero el ser tan estrecha les da un placer que me hace sentirme especialmente bien cuando se corren dentro de mí y salen. Puedo sentir mi culo palpitar aún horas después. Y es excitante.
Pero en aquel ya lejano junio de 2007 no sabía aún nada de todo eso. Quería conocer hombres pero no sabía cómo. La solución más sencilla, naturalmente, sería salir un viernes o un sábado... pero ¿sola? No me apetecía parecer una desesperada buscona. Afortunadamente, la cosa cambiaría pronto.
¿Así que eres nueva en la ciudad? me preguntó un día Aurora.
Era una chica bajita, de apenas metro sesenta (más alta que yo, lo sé... pero mis tacones hacían que pensase en mí más como una chica de 169 centímetros que como una de 154). Era rubia y de rasgos menudos, aunque tenía dos tetas destacables para su estructura corporal. Tenía los ojos castaños y una boca grande y carnosa que casi siempre sonreía.
Sí. No conozco a nadie aquí.
¿Y qué haces para divertirte? me preguntó, curiosa.
Nada, Aurora la miré con una involuntaria cara de súplica. Entre las cosas que me habían hecho estaba la incapacidad de ocultar mis emociones. ¡No veas cómo me aburro!
Es que... ¿sabes? Aquí, los sábados que podemos, después de cerrar nos gusta salir a dar una vuelta. Pensábamos que a lo mejor te gustaría venir con nosotras.
Me costó no comérmela a besos ahí mismo. ¡Contaban conmigo! ¡Podía tener amigas! Además, ¿quién sabe? Quizá algún chico guapo...
¿De verdad? dí dos saltitos entusiasmados sobre mis taconazos ¡Me encantaría salir con vosotras!
Y así fue cómo, aquel sábado, después de diez horas sobre mis tacones, con mis pies machacados, me fuí a la zona de marcha de la ciudad con mis compañeras de trabajo. Aunque cada paso representase un pequeño suplicio, yo era lo más parecido a feliz que había sido desde mi renacimiento. Retoqué mi maquillaje en el pequeño retrete de la tienda, poniendo algo más de color ocre en ojos y mejillas, y un color marrón más intenso en mis labios. Para salir de noche se ha de llamar un poco más la atención. Además, me compré una falda que más bien parecía un cinturón ancho (nos hacían un precio especial en la tienda) y la conjugué con un top con volantes que disimulaba mi casi ausencia de pecho y dejaba mi ombliguito al aire.
Guau dijo Aurora, que estaba cerrando caja ¡Estás impresionante!
La verdad es que la falda era tan mini que yo tenía miedo de que se viera mi tanga y se adivinara mi secreto, aunque era tan pequeño que ni aún fijándose se podía descubrir. Mi culo me debería de haber preocupado más. Si me agachaba siquiera quince centímentros, se me vería al menos la parte inferior. Y, por mis posturas aprendidas, si me agachaba lo hacía desde la cintura, nunca desde las rodillas... Imaginaros...
Gracias le dije apenas con un hilillo de voz.
Descubrí dos cosas. La primera, casi inmediata: no fumo. No sé si lo hacía mi cuerpo anterior, pero desde luego, no en éste. Incluso me dolía estar en ambientes cargados de humo, y aún no había una ley antitabaco que me protegiera un poco. La segunda es que la bebida me sentaba mal. Me emborraché casi al comenzar la noche, con apenas dos cervezas que, además, ni siquiera me gustaba su amargo sabor. En mi lamentable estado no estaba en condiciones de atacar a ninguno de los muchos hombres apuestos que aparecían por todos los lados. Aunque quizá ni siquiera eran tan "apuestos", y todo era debido a mi embriaguez.
Eso sí: una cosa me quedó clara... Los tíos miran las tetas. Las chicas con más tetas tienen más éxito. Todo el mundo quería hablar con Aurora, aunque fuera pequeñita, y a muchos les gustaba Juana... Sólo Sara, que era la pobre bastante menos agraciada que las demás se quedaba rezagada. Bueno, y quizá porque estuvo cuidando de mí casi todo el tiempo. Supongo que eso también cuenta...
¿Sabes? le decía cuando desistí de bailar, dado que me era muy difícil mantener el equilibrio sobre mis taconazos en mi estado Mañana mismo me opero el pecho. Estoy harta, ¿sabes? harta de que los tíos pasen de mí.
Sara sonreía y me daba la razón como a los niños... o a los locos.
Por otro lado, ni Aurora ni Juana querían nada de sus admiradores, más allá de un par de sonrisas educadas. Bueno, igual no eran tantos los que les "entraron", pero ya os digo que no tengo unos recuerdos demasiado claros de aquella noche. Y sólo con dos cervezas. En general, nos reímos bastante y me sentí bastante a gusto con ellas. Sentía una barrera que no podía penetrar, claro.
Pero Laura me preguntó Juana ¿tú siempre vas con tacones? ¿No te hacen daño?
¡Qué va! respondí, a sabiendas de que mi mentira era transparente ¡Me encantan y siempre voy a iré con ellos! esa parte, en cambio, era absolutamente cierta. ¡Qué remedio me quedaba!
La verdad es que estaba sufriendo sobre mis pobres deditos a cada instante, pero ni por un momento pensaba en renunciar a las que parecían ser mis amigas. Mis primeras amigas de verdad. Y, a pesar de los vapores que nublaban mi mente, me estaba divirtiendo. O quizá precisamente debido a ellos.
¿Me miraban el culo? ¡Claro que me lo miraban! ¡La leche! Sin darme cuenta, me había agachado y un grupo de chavales que no llegaban a la veintena disfrutaban de la "sonrisa" que formaba la parte inferior de mis enormes nalgas. Me puse tiesa como un resorte. Me sentí, una vez más, a la vez halagada y ofendida. Después de todo... a algunos hombres les gustaba. Si me miraban, les atraía. Mi culo enorme les atraía...
Sospechaba que con esa microfalda antes o después te pasaría algo así se rió una chispeante Aurora, que también estaba ya un poquito bebida, aunque ni parecido a como estaba yo.
Yo me encogí de hombros y, de pronto, me dio por reir. Las cuatro reímos. Yo me sentía feliz. Feliz de que mi culo atrajera miradas y feliz de estar rodeada de amigas.
Eso sí... el domingo lo pasé entre horribles dolores de cabeza y una más horrible aún vergüenza por mis tonterías de borracha. ¡Por supuesto que no me iba a operar las tetas! Y encima... todos esos críos mirándome el culo y yo tan contenta... ¡Oh Dios, me quería morir!