Las cinco amigas (6)
Laura comienza un nuevo día.
***Sexta parte*****
Había amanecido cuando Isabel abrió la puerta con energía. Yo estaba dormido y casi me cuelgo de la lámpara del susto.
¡Arriba, perezosa! dijo con su voz cantarina y aparentemente siempre feliz. ¡El día ya ha comenzado y hay un millón de cosas por hacer!
Llevaba un vestido en tonos morados que dejaba ver el nacimiento de sus abundantes pechos y se estrechaba en la cintura, marcando una cintura de avispa. Terminaba aproximadamente un palmo por encima de la rodilla. Unas botas negras de tacón tan alto como el día anterior y una bolsa abierta de Tous en la mano completaban su escaso atuendo.
Yo me di la vuelta en la cama para mirarla y al ver su belleza recordé mi insatisfacción de la noche anterior. Me golpeó de pronto la sensación de haber perdido mi vida. No sólo la capacidad de tener orgasmos, pero eso fue el catalizador de darme cuenta de que todo lo que había sido no lo volvería a ser. Que no tendría nada que ver con mi vida pasada, aunque lograra escaparme. No era un hombre y nada de lo que hiciera me devolvería mi músculo, mi altura, mis pantuflas (¡planas, claro!) al llegar a casa. Ni aunque los denunciara y consiguiera convencer a la Policía. Así que, sin levantar la cabeza de la almohada, empecé a llorar incontrolablemente.
Eh... dijo Isabel, acercándose a la cama. ¿Qué es lo que te pasa?
Su tono era tierno, comprensivo. Se sentó en la cama y empezó a acariciar mi cabello, retirándolo de mi cara. No quería que se viera ni mi rostro, ni las cejas que tanto me gustaban la noche anterior, ni quería ese pelo tan largo.
Tranquila... tranquila decía. Sea lo que sea, no está tan mal.
Si creía que eso me iba a calmar estaba muy equivocada. Sólo consiguió que mis lágrimas aumentaran. Apreté mi rostro contra la almohada. No quería ver nada. Isabel no se movió. Siguió acariciándome la cabeza con una ternura infinita. Su silenciosa presencia contribuyó a que, después de más de diez minutos, consiguiera sosegarme lo suficiente para mirarla de nuevo.
Te has dado cuenta de que no hay marcha atrás, ¿verdad? En sus ojos también había lágrimas. No tenía por qué hacerlo, pero al parecer también le dolía mi situación. ¿Sería que le recordaba su propia historia?
Asentí con la cabeza. Me incorporé y ambas nos fundimos en un abrazo.
Ahora te parece terrible, estoy segura me decía al oído, sin separarnos. Pero todo eso va a pasar, Laura, ya lo verás. Yo pasé por lo mismo que tú, y ahora soy feliz.
Me aparté un poco para mirarla. Tenía el maquillaje arruinado, pero aún así era hermosa.
¿Eres más feliz de lo que eras antes? le pregunté ¿Es tu vida mejor?
¿Sabes? Apenas recuerdo nada de mi vida anterior. Creo que es un efecto secundario de las modificaciones cerebrales a las que nos someten... lo que pasa es que son tan sutiles que nunca sabes qué se debe a eso y qué son decisiones propias. Pero de lo que me acuerdo no es para nada tan hermoso como lo que tengo desde entonces. Ahora me gusta mi cuerpo y mi trabajo. Tengo amigas y tengo una casa bonita en la que puedo hacer lo que me gusta. Antes no tenía nada de eso. ¿Que me obligaron, que no me preguntaron para convertirme en lo que soy? Pues sí... Pero ya no se lo tengo en cuenta. Te voy a contar un secreto y volvió a acercar sus labios rojos a mi oreja, si no les doy las gracias, es tan sólo porque no me pidieron permiso.
Yo aún hipaba, pero ya no lloraba.
¿A ti también te ha comprado alguien? le pregunté.
Sí, claro, pero no una persona... Yo pertenezco a la Empresa. Pero es una manera de hablar. En realidad, soy lo más parecido a una empleada y no a una esclava. Tengo hasta mis vacaciones y, por supuesto, mi sueldo también. Y sólo tengo que trabajar mis horas. ¿No es maravillosa?
Isabel, no puedo decirte que sea "maravilloso", pero al menos has logrado calmarme un poco.
Fue en ese momento cuando decidí empezar a referirme hacia mi misma como mujer. No tenía sentido hacerlo de otra manera. Claro que de ahí a aceptar ser la esclava de un cualquiera que aún no conocía mediaba un abismo. Que aceptara que me llamaba Laura no quería decir que no quisiera volver a ser quien fui.
¡Estupendo! dijo, volviendo a recuperar su sonrisa. ¡Tienes aún tantas cosas que aprender! ¿Recuerdas lo que hicimos ayer?
Claro contesté, con mi voz de niña, me depilaste las cejas y el cuerpo.
Exacto. ¿Y qué te dije? Al ver mi cara de extrañeza continuó hablando. ¡Tienes que afeitarte todas las mañanas todas las partes que ayer tratamos, y repasarte las cejas! Desde ahora y para el resto de tus días añadió, con rostro serio y alzando las cejas. ¡Y tiene suerte de ser tan poco peluda!
No me hacía ni pizca de gracia. Calculaba que eso me iba a llevar al menos diez minutos, que sumados a otros tantos de la ducha ya duplicaban el tiempo que me dedicaba a mí mismo cuando era varón.
Ser bella conlleva sacrificios me explicó, como si leyera mi pensamiento. Y no creas que es lo único que vas a tener que hacer, Laura. Entre mascarillas, secado de pelo, peinado y maquillaje no vas a tardar menos de una hora cada mañana. A mí también me costaba al principio, pero acabas disfrutando, porque luego el mundo te lo devuelve con creces. ¡Todos quieren admirar a una mujer guapa! Y a todas nos gusta que nos admiren. ¡¡Así que arriba!!
¿Maquillaje? ¿Mascarillas? ¡Estaban locos si pensaban que iba a hacer todo eso cada día de mi vida! Además...
Isabel, me estoy muriendo de hambre... ¿cuándo se desayuna aquí?
Acostúmbrate a la sensación me dijo, después de reir. Todas las mujeres vivimos con un poquito de gusanillo. Es necesario para no engordar como focas. ¡Y tú ya tienes bastante culo para querer más!
Guiñó un ojo, pero consiguió que me sonrojara igualmente.
Luego te traerán algo, pero no esperes una comida pantagruélica. ¿Quieres ir al baño de una vez?
En cuanto me levanté, volví a olvidarme de mis tendones acortados, y volví a caer sobre la cama una vez más. Las dos nos reimos, pero yo me sentí un poco estúpida. Sin embargo, no pude mantenerme seria ante las carcajadas de Isabel. Una pregunta me vino a la mente:
¿Y cómo hago para ducharme si no puedo apoyar mis talones?
Pues como hacemos todas las que estamos en tu situación: de puntillas. Puedes aguantar media hora tranquilamente. O si no, lo lograrás con el tiempo.
¡Otro terrible cambio en mis costumbres! ¿Cómo se supone que voy a disfrutar del agua si mis gemelos se retuercen de dolor por el esfuerzo?
Volví a incorporarme con el ceño fruncido y me deslicé en mis sandalias absurdamente altas. Después de dos pasos vacilantes, recordé las instrucciones de Isabel sobre cómo andar y todo fue más fácil. El culo bamboleaba de un lado a otro mientras me acercaba al baño.
Justo cuando estaba a punto de entrar, Isabel volvió a llamarme:
¿No olvidas algo?
Me giré. Sacó de su bosa de Tous una maquinilla de depilar femenina de cuchillas y su gel correspondiente.
Pero... si me depilaste ayer por la tarde me quejé.
No, Laura, no dijo, seriamente. Desde ahora tienes que depilarte todos los días. Todos, te lo acabo de decir. Axilas, pubis y piernas. Es la única manera de estar bella siempre. ¡Jamás debes tener antiestéticos pelitos negros que destrocen la suave sensación de tu piel!
Jo... dije con un gesto infantil (de nuevo) que no era propio de mí.
Si es así, pensé, ¿por qué no han eliminado el vello de esas zonas como han hecho con el de la cara, por ejemplo? No tenía ganas de preguntarle a Isabel precisamente eso. Podía entenderlo como una exteriorización de que había aceptado mi situación. Ya se daría cuenta cuando hablara de mí misma (y no "de mi mismo") y si hacía algún comentario al respecto, seguro que me iba a irritar.
¿Vienes? Volvió a preguntar, mientras agitaba los dos objetos en su mano.
Me lo podías haber dicho antes.
Te conviene practicar el caminar.
Y allí volví, cimbreando de nuevo mis caderas y siendo conciente de cómo se movía mi trasero. Si alguna vez tenía que caminar en público iba a atraer más miradas que si estuviese desnuda. Bueno, quizá no, pero casi, casi... Si al menos no lo tuviera tan grande...
***Fin de la sexta parte*****