Las cinco amigas (33. Fin del libro primero)
Cuando se fue Dalia, yo seguí tumbada sobre la cama. Aparte de dejarme caer, no había cambiado demasiado mi postura, por lo que mis tetitas y hasta mi micropene seguían aplastados sobre la cama. Notaba mi culo palpitar. Me ardía y me escocía un poco, pero sentía un vacío en mi interior que me dejaba algo melancólica
***Trigésimo tercera parte*****
Cuando se fue Dalia, yo seguí tumbada sobre la cama. Aparte de dejarme caer, no había cambiado demasiado mi postura, por lo que mis tetitas y hasta mi micropene seguían aplastados sobre la cama. Notaba mi culo palpitar. Me ardía y me escocía un poco, pero sentía un vacío en mi interior que me dejaba algo melancólica. Me había encantado que me follaran. Daba por bueno todos los dolores y todo el sufimiento que representaba para mí entregarme a otra persona a cambio de obtener la recompensa de su placer. Como me habían dicho, a través del goce de otros era como yo conseguía el mío.
Me giré de lado para poder respirar mejor y noté como mi enorme culo se desplazaba casi como un anexo a mi persona. Mis nalgas desproporcionadas no habían resultado ser ningún impedimiento para que mi amiga, que no tenía una equipación gigante precisamente, pudiera usarme sin problemas. Bueno, con una pequeña ayuda mía separándomelas, pero ese gesto de entrega absoluta me había gustado mucho. De hecho, aunque ya he probado muchas, muchas posturas en la cama, que me follen desde detrás, y más concretamente, justo así, como mi primera vez, es como más me gusta.
Necesitaba abrazar a alguien, pero me tuve que conformar con el almohadón. Me sentí bien cuando lo cogí y lo puse a mi lado, como si fuera un amante. Pensaba en los puntos que cambiaría. Naturalmente, estaba el dolor del principio. Había sido tan grande que pensaba que me iba a morir. Menos mal que cedió un poco después de un rato. En cambio, la fricción que todavía hacía que mi culo ardiera me parecía algo excitante, parte del proceso de dar placer al otro. Lo que no me había gustado era algo a lo que tendría que acostumbrarme, porque tampoco tenía más remedio que hacerlo. No le había dado mucha importancia mientras la rubia me sodomizaba, pero ahora venía a mi mente: los enormes aros de mis orejas y mi diminuto colgajo se movían salvajemente con cada embestida lo que resultaba bastante molesto... hasta que las sensaciones me hacían abandonar cualquier cosa que no fuera dar placer a quien me follaba.
Apenas me había puesto cómoda, reposando sobre mi costado izquierdo, cuando empecé a notar un cosquilleo en la nalga que quedaba debajo. Intrigada, pasé la mano para descubrir que de mi culo salía, de manera débil pero continua, un hilillo de líquido. ¿Estaría sangrando? ¿Me habría hecho Dalia más daño del que creía? Alarmada, encendí la luz de la mesilla. Era algo transparente. Como agua, aunque algo más pastosa y con un peculiar olor a... ¡mierda! Lógicamente, salía de mi intestino. Más curiosa que asustada, exploré con mis dedos mi abertura anal. Al contrario que en las películas porno, donde las chicas a las que han dado por el culo lo muestran completamente abierto, como si no volviera a cerrarse nunca, el mío estaba tan cerrado como siempre. Mi bendición y mi maldición: tan estrechito, las pollas disfrutaban más que cualquier otra rajita, y al mismo tiempo hacía que me doliera siempre que me follaran. Tan sólo el anillo externo, un poco más hinchado de lo normal, mostraba lo que había pasado momentos antes.
Me deslicé sobre mis sandalias de tacón y acudí al baño. Hasta en esas circunstancias, no podía dejar de caminar moviendo mi culo provocativamente a un lado y a otro. Hasta ahí llegaba ya mi condicionamiento, que nunca abandonaría. De hecho, creo que no sé andar de otra manera, aunque me lo proponga. Puse una mano en el culo para evitar manchar con mi goteo, hasta que asenté mis nalgas sobre la taza. Entonces, cuando hice la fuerza habitual, mi esfinter se abrió para dejar salir una buena cantidad de esa pasta blanquecina, con un ligero tono marrón. Entonces, de repente, lo entendí: ¡Era la corrida de mi amiga! Me había llenado de semen, y ese semen a algún sitio tenía que haber ido. Como yo no tengo útero ni nada similar, busca su salida por gravedad: el mismo agujero por el que ha entrado. Sin embargo, el hecho de que mi ano sea tan estrecho provoca que cierre casi herméticamente, por lo que apenas unas finas gotas logran escapar. Es toda una ventaja cuando me follan en algún sitio fuera de mi casa y no tengo mucho tiempo de limpiarme. Pero entonces ni siquiera sospechaba que fuera a hacer esas cosas.
Más tranquila, volví a a cama, feliz de haber perdido mi virginidad, feliz de ser capaz de dar tanto placer y más o menos satisfecha sexualmente por primera vez desde mi nacimiento. Desvié el curso de pensamientos de mi mente porque, si seguía pensando en sexo, volvería a excitarme y ya no tenía a nadie para que me calmara regalándome su orgasmo.
A la mañana siguiente no me crucé con Dalia, pero sí con Natalia. Durante el desayuno, le conté todo lo que había pasado. Abrió los ojos como platos y si hubiera sido capaz de alzar las cejas o arrugar la frente, sin duda lo habría hecho.
Después de comer, fuimos a pasear al parque de la azotea. Hacía viento, y yo tenía que sujetarme la blusa para que mi culo no quedara al aire. Aunque la temperatura era agradable, las dos teníamos los pezones duros. Los de Natalia se veían casi a cada lado del ombligo. Como era habitual, todo su pecho bamboleaba a cada paso, lo que tendría que ser muy incómodo para la pobre. Al menos mi culo, que también se movía como gelatina al andar, quedaba a mi espalda y no molestaba tanto
¿Me lo dices de verdad? ¿Has follado con Dalia?
Se me escapó una pequeña sonrisa pícara. Me gustaba oirlo. Sentirme sexual.
Más bien ella me ha follado a mí. ¡Soy un pequeño agujerito para dar placer! me salió, naturalmente, sin pensarlo.
¡Hala, Laura! ¡No te menosprecies así! ¡Eres mucho más que eso!
No te tomes las cosas de manera tan literal, mujer... Pero ¿sabes una cosa? ¡Me encanta sentirme un poco objeto! confesé.
Bueno... dijo, después de un rato de silencio. Creo que a mí también me gustaría sentirme así. ¡Pero es que a mí no me han hecho como a ti! ¡Si pudiera librarme de este maldito artilugio dió dos golpes en su costado, que sonaron extrañamente metálicos podría sentir como Dalia, utilizar mi pene.
Pero... ¿te gustaría usarlo así? le pregunté.
No... respondió, tras fruncir los labios, casi la única expresividad que su rostro le permitía. Definitivamente, me siento mujer y heterosexual. No me veo ya follando a nadie, por raro que me suene reconocer esto... Creo que me gustaría añadió en voz baja haber sentido ya lo que tu has sentido: lo que representa ser follada.
Bueno... por la tarde también se la chupé...
¿A Dalia? ¡Jo chica, no paráis! ¿Y qué tal...?
Bueno... definitivamente, quiero probar cómo sería con un hombre pero tendré que conformarme por ahora...
Así seguimos la charla, como dos pequeñas adolescentes empezando a descubrir su sexualidad. Hasta que llegó la hora de las clases de la tarde.
Cuando bajé, me estaba esperando Mercedes. Pensé que habría hecho algo malo. Tenía algo en la cara que resultaba francamente extraño. Tan fuera de lugar que me costó entenderlo... ¡¡era una sonrisa!! Detrás de ella también estaba Agustín y Alberto. De la única que no había ni rastro, era de Isabel.
¡Enhorabuena! dijo la seca mujer. Hoy ha sido tu último día con nosotros.
De no ser por la primera palabra, hubiera pensado que me iban a ejecutar. No me pasaba por la cabeza otra cosa que pudiera resultarle agradable a aquella desagradable persona.
No podemos enseñarte más se adelantó Agustín. A partir de hoy, dependes sólo de ti misma. Has sido probablemente la mejor alumna que jamás haya pasado por aquí.
Pero no olvides seguir haciendo tus ejercicios terció Alberto. Los necesitas para mantenerte sana y esbelta. ¡No lo olvides!
Yo estaba anonadada. Era lo último que me esperaba. Cuando lo empecé a asimilar, me sentí un tanto asustada. Me alejaba del sitio que me había visto nacer pero que, en realidad, me había forzado a ser lo que soy en contra de mi voluntad. Y siempre me daba miedo que me pudieran volver a llevar al sótano para cualquier extraña modificación. Los recientes aros en mis orejas eran buena prueba de ello. Todo eso iba a quedar atrás. Pero también mis amigas. No tardé en saber que ellas no saldrían aún. Dalia necesitaba más clases psicológicas. No me explicaron más, pero yo sabía por qué era... Y en parte yo tenía la culpa.
También lamentaba no haber podido conocer más a fondo a Tamara y a Flor... ¿las volvería a ver en mi vida? Y la pequeña y dulce Natalia... ¿qué sería de ella sin mí? ¿También se la follaría Dalia?
Me dejaron pasar por la peluquería para arreglar mi pelo, que ya empezaba a mostrar una brevísima raíz un poco más clara que mi negro brillante. Una hora después, un taxi me esperaba en la puerta. Por primera vez, desde mi nacimiento, estaba en la calle y sola. Y aterrada.
Llevaba un sujetador blanco con relleno que a duras penas servía para aparentar que tenía algo de pecho y un tanga que tapaba perfectamente mi micropene. Un sencillo y ajustado vestido violeta de rayas horizontales, de lana fina completaba mi atuendo. Mis piernas quedaban completamente al descubierto desde más arriba de medio muslo. Unos zapatos negros del altísimo tacón que necesitaba para caminar se ajustaban en mis pies. Me habían dado un teléfono móvil, una cuenta bancaria con unos pocos cientos de euros, la llaves de un apartamento y una maleta con alguna ropa básica y mejunjes de belleza. Eso era todo.
Mientras caminaba, arrastrando la maleta detrás de mí y cimbreando las caderas a cada paso, el taxista no me quitaba ojo de encima. Me hizo sonrojar.
¿A donde vamos? preguntó, tras ayudarme a meter la maleta en su vehículo.
Al centro contesté, con un hilillo de voz.
***Fin de la trigésimo tercera parte*****
***FIN DEL LIBRO PRIMERO*****
Bueno... hasta aquí hemos llegado en esta primera parte de las aventuras de las cinco amigas. Voy a tomarme un descanso para aclarar mis ideas y dedicarme a otros proyectos antes de volver con el libro segundo, donde veremos los primeros pasos de Laura en la ciudad, como persona libre.
Muchas gracias a todos los que lo habéis leído, a los que ha gustado y a los que no. Gracias por las críticas constructivas, por las ideas y por el entusiasmo. Gracias por insistirme en que continuara cada capítulo y, en resumen, gracias porque, sin vosotros, este "libro" no habría sido posible.