Las cinco amigas (30)
Poco a poco me colé frente a ella, dejando el ventanal a mi espalda. No tenía más remedio que mirarme a la cara. No bajó su vista en ningún momento. En la misma situación, yo lo habría hecho, pero ella era más orgullosa, más fuerte que yo.
***Trigésima parte*****
Dalia le dije, apretando cariñosamente su hombro, no quiero molestarte.
Entonces deberías irte me interrumpió, sin darse la vuelta.
...Pero soy tu amiga. Y me necesitas. Los amigos se demuestran en los momentos malos, no en los buenos expliqué.
Poco a poco me colé frente a ella, dejando el ventanal a mi espalda. No tenía más remedio que mirarme a la cara. No bajó su vista en ningún momento. En la misma situación, yo lo habría hecho, pero ella era más orgullosa, más fuerte que yo. Tenía los ojos rojos e hinchados y las mejillas húmedas de las lágrimas que no habían secado aún. Sin embargo, su maquillaje estaba extrañamente impoluto. La extrañeza se me reflejó en el rostro a pesar de mis intentos por evitarlo. Al principio, pensé que usaba un maquillaje especial, resistente al agua o algo así.
Era curioso. Estoy segura que mi "yo" masculino en una situación similar no se habría fijado en esos detalles. Pero ahora, como mujer, la apariencia, la imagen, cobraba una dimensión enorme. De hecho, incluso hasta hoy sigo fijándome en cada chica con la que me cruzo, y me comparo con ella. Al parecer, todas las féminas lo hacen.
Ya me has visto, Laura me dijo, todavía con la agresividad en su voz. Ahora ya puedes irte. Ya ves que lloro como todas vosotras. No soy tan diferente, después de todo.
Con esas palabras, se escabulló de mis manos y se fue al otro extremo del ventanal. Me dejó con los ojos muy abiertos, sorprendida una vez más. Había pensado que con un simple gesto cariñoso iba a lograr ganármela... Quizá Natalia tenía razón y Dalia necesitase superar en soledad lo que fuera que le pasaba... Pero yo no estaba dispuesta a ceder tan pronto.
Me encogí de hombros y retrocedí hacia la cama. Seguramente ella esperaba que me fuera discretamente de la habitación. Sin embargo mis ideas eran otras. Me senté en la cama, adoptando inconscientemente una de las poses forzadas que ya eran parte única de mi repertorio. Seguramente ya entonces no sabía ponerme de otra manera.
¿No te vas a ir? dijo después de unos largos e incómodos minutos de silencio.
No.
Pero ésta es mi habitación se quejó, aunque con voz queda, lejos de la agresividad para la que me había preparado.
No me iré hasta que hables conmigo.
Ya estamos hablando.
Dalia, sabes lo que quiero decir...
La mujer se volvió. Un escalofrío me recorrió la espalda. Quien me miraba no era mi vitalista amiga, la optimista. Era algo mucho más oscuro, mucho más lejano y despiadada. Estuve tentada de escapar corriendo, porque, durante algunos segundos, realmente me dio miedo. Aún tenía los ojos enrojecidos, pero las lágrimas ya se habían secado. Se quedó parada frente a mí, con los brazos en jarras.
Aquí estoy. ¡Habla!
Reaccioné sin pensar. Me puse en pie y la abracé. Sin decir nada. Era mi amiga, aunque no lo pareciese. Fue mi primer apoyo en este mundo nuevo en el que me han obligado a vivir, sin contar a Isabel, pero Isabel de alguna manera era parte del engranaje de la maquinaria y Dalia, como yo, sólo éramos el producto manufacturado.
Al principio, no respondió. Parecía que estuviera abrazada a una roca. Pero poco a poco, su cuerpo se fue aflojando. Naturalmente, sus pechos siliconados siguieron duros, clavándose en mi blando torso. Sus brazos poco a poco me rodearon y me estrecharon. Yo llevé mis manos a su cabeza y la intenté apoyar en mi hombro, pero al final fuí yo la que acabó reponsando en su regazo. Dalia seguía siendo demasiado Dalia. Aún así, volvió a llorar en el abrazo. Un lloro desesperado, de derrota que costaba admitir en alguien tan fuerte como ella.
¿Qué te ha pasado? pregunté al fin.
Las dos estábamos sentadas sobre la cama. Habíamos roto el abrazo, pero ella seguía teniendo una de mis manos entre las suyas. Me miró antes de contestar. Sus ojos ya no daban miedo, sino que reflejaban pena y desesperanza.
Me cuesta hablar de esto, Laura... Me cuesta mucho. Sólo lo voy a hacer porque me lo pides, no porque me apetezca.
Y porque si no lo haces no me voy a ir bromeé, y tú lo que quieres es dormir.
Me obsequió con una sonrisa triste.
Salí una hora más tarde de su habitación. Las cosas me habían quedado más o menos claras. Dalia había dado mil circunloquios pero al final la idea era la siguiente: mi amiga había aceptado su feminidad sin rechazar su masculinidad. Como ya sospechaba yo, su capacidad sexual, al contrario que la mía, estaba intacta y lo mismo su deseo. Además, aunque se suponía que, como todas nosotras, era heterosexual, tenía una cierta bisexualidad latente que ahora estaban intentando combatir. De ahí su cambio de humor y hasta de carácter.
Dalia pensaba que ser mujer consistía en aceptar los cambios que le habían causado a su cuerpo y en lucir bella. Cuando pensaba en sexo lo seguía haciendo desde el punto de vista de quien tiene pene. En ningún momento había pensado que tuviera que adoptar el otro papel... En que se encontrara chupando pollas u ofreciendo su culo a quien quisiera follárselo. Pensar en ella como la parte "pasiva" le hacía sentirse mal, humillada y triste. Sus profesores estaban incidiendo en estos hechos de manera continua para forzarla al punto de fractura desde el cual pudiera volver a subir ya con su destino aceptado. Pero, en una palabra, Dalia se sentía violada.
Yo pensé mucho esa noche hasta que el sueño me venció. Estaba claro que antes o después iba a tener que iniciarme en el sexo. Tenía ganas y, además, mejor que fuera con alguien conocido. Se me hacía extraño pensar en que Dalia, una mujer como yo, pudiera ser mi primera pareja sexual. Sin embargo, cuando pensaba en que tenía un rabo gordo y duro, como el mío no podía ser, me excitaba lo suficiente como para desearlo.
Quizá sus tutores tenían otra idea, pero yo pensaba que podía practicar con el ejemplo. Demostrarle que ser follada no tiene nada de humillante. Y para eso me iba a ofrecer yo misma. No sabía en ese momento que mi pensamiento tenía un fallo, el fallo que iba a hacer que Dalia se adentrase más y más en su bisexualidad...
Por eso me dormí finalmente pensando en todas las cosas que le tenía que preguntar a Agustín. No quería tener ninguna duda cuando diera el siguiente paso con mi amiga.
***Fin de la trigésima parte*****