Las cinco amigas (28)
Justo entonces reparé en Natalia. No estaba sentada junto a su amiga, aunque la miraba de hito en hito con una mueca de preocupación en su boca, ya que el resto de su rostro permanecía tan impasible como siempre. Nuestras miradas se cruzaron cuando me acercaba hacia la neumática mujer. Me hizo un significativo gesto de negación con la cabeza, así que me acerqué a mi delicada compañera de infortunio.
***Vigesimo octava parte*****
Lo primero que ví al entrar al comedor fue a Dalia dando cuenta de sus pitanzas. Estaba sentada de espaldas, pero su abundante cabello teñido de rubio era inconfundible a cien kilómetros de distancia. Contenta por verla, y antes de saludarla, fui a la barra a recoger mi como siempre menguada bandeja que, al menos, aplacaría los rugidos de mi estómago.
Justo entonces reparé en Natalia. No estaba sentada junto a su amiga, aunque la miraba de hito en hito con una mueca de preocupación en su boca, ya que el resto de su rostro permanecía tan impasible como siempre. Nuestras miradas se cruzaron cuando me acercaba hacia la neumática mujer. Me hizo un significativo gesto de negación con la cabeza, así que me acerqué a mi delicada compañera de infortunio.
¿Qué ocurre con Dalia? le pregunté, nada más sentarme a su lado.
La comida me esperaba, humeando, pero me tomé mi tiempo. Había aprendido que es mejor saborear con calma lo poco que disponía para alimentarme. Así la sensación de hambre era menos acuciante.
No lo sé, chica me contestó. Está muy, muy rara. La he saludado al entrar, me ha dedicado una grosería y se ha puesto a comer sola ahí, en un rincón. Creo que es mejor que tú tampoco te acerques.
La última vez que me la encontré también estaba así recordé. ¿No crees que quizá deberíamos intentar ayudarla?
Natalia me miró con su inexpresiva faz con una intensidad que pensé que me iba a traspasar en cualquier momento.
No es el momento. Déjala primero que esté un poco más en paz consigo misma. Sea lo que sea lo que la altera, tiene más que ver con su interior que con el exterior.
Fui yo la sorprendida al oir ese esbozo psicológico salir de sus labios.
¡Caramba! ¿Cómo sabes eso?
Bueno... siempre se me ha dado bien interpretar a las personas... Y desde que soy mujer, parece que esa capacidad incluso se ha incrementado, no me preguntes por qué.
En ese caso, será mejor hacerte caso... me dejé convencer, tan fácilmente como solía.
El comedor estaba bastante lleno, ya que era la hora punta de las comidas. La chica de los pechos descomunales de la que ya he hablado en otras ocasiones, con su cara de despiste habitual había recogido su bandeja, con los problemas habituales debido a los dos monstruos que le habían implantado en su torso. De alguna manera, parecía haber aprendido que tenía que hacer su vida por encima de los dos tetones, lo que hacía que llevase sus brazos y la bandeja bastante más altos de lo normal en cualquier ser humano.
Al pasar por delante de nosotras llevaba la vista fija en su bandeja, por lo que no pudo ver que se echaba encima de otra mujer que estaba detenida justo en ese punto. Esta nueva fémina era algo más alta que yo, a pesar de que llevaba unos tacones mucho más moderados que los míos. Llevaba el pelo castaño, bastante más corto que la mayoría de las presentes, cortado en una especie de melena oblicua, que era más larga por los laterales que por la nuca, sin llegar a tocar los hombros en ningún punto. Era de piel morena y de complexión normal El pijama ocultaba sus formas, por lo que no tenía ni unas tetas ni un culo exagerados que destacasen. El tipo de chica en que una no reparaba a menos que hiciera algo extraño. Su maquillaje era discreto pero sin duda presente, en tonos ocres parecidos a los míos. Era posible que ya la hubiera visto en el pasado, pero era símplemente el tipo de persona que una no recuerda.
Las dos mujeres colisionaron. Justo delante de nosotras. No fue un gran accidente. Ni siquiera se llegó a derramar nada más que unas gotas de agua del vaso que llevaba la primera de ellas. La otra se volvió como una exhalación.
¿¡Pero es que no ves por donde vas!? gritó, levantando las manos a la altura de su cabeza.
La otra chica la miró con unos ojos azules muy, muy claros, casi grises, con expresión de no saber muy bien lo que estaba pasando. Casi parecía un perrillo al que se castiga por algo que no recuerda haber hecho. Me dí cuenta entonces por primera vez lo poquita cosa que era. Aparte de sus enormes melones, era muy delgada y pequeñita, incluso más que yo. Sus brazos eran apenas unos palillos y, vista de espaldas, su torso era tan estrecho que las dos pelotas de silicona sobresalían por los lados un buen trozo. El ser víctima de la bronca la empequeñecía aún más.
¿No tienes voz? continuó la nueva ¿No tienes nada qué decir?
Por lo que yo sabía de lo que pasaba en ese lugar, era perfectamente posible que no la tuviera. La interpelada sonrió de manera estúpida antes de, por fin, hablar.
Sí que tengo voz dijo con un hilillo muy agudo, aún más infantil que el que me habían dado a mí.
¡Oh! ¡Estupendo! respondió la otra, dando una vuelta alrededor de sí misma. Doña Torpe sabe hablar. ¿Y?
Salvo Dalia, que seguía comiendo sin mirar a nadie, el resto de la cafetería estaba con sus ojos centrados en la pelea. Eso no podía ser bueno, especialmente para sus protagonistas.
Deberíamos hacer algo... le susurré a Natalia.
Dicho y hecho. Antes de terminar mi frase, mi delicada amiga estaba entre ambas. Mejor dicho, frente a frente con la más alterada de las dos. Yo me sentí en la obligación de levantarme y ayudé a Doña Torpe con su bandeja. De cerca pude apreciar que no tenía vello facial ni corporal, como Dalia, salvo dos finísimas cejas, parecidas a las mías aunque más claras. Seguramente su rubio oscuro era natural.
Natalia había conseguido calmar, no sé cómo, a la otra parte, y un momento después estábamos las cuatro sentadas.
Yo me llamo Tamara dijo la que tenía el pelo más corto.
De cerca ví que tenía las cejas largas y bastante más gruesas que cualquiera de nosotras y los ojos casi negros. Mirarlos daban un poco de miedo, sobre todo después de notar la tendencia a la ira que había mostrado hacía un momento. Otra cosa destacaba en ella: a pesar de tener un pecho de tamaño moderado, probablemente no más de una copa "B", sus pezones se marcaban descaradamente en el pijama. Casi parecían quererse salir del cuerpo, de tanto como destacaban. Fácilmente saldrían uno o dos centímetros de la línea de su busto. Sorprendente si ocurriera en cualquier otro lugar, claro.
Yo soy Flor dijo la dueña de las ubres descomunales, cuando le preguntamos directamente. Hasta entonces había permanecido callada, sin dejar de mirar a Tamara con expresión ausente.
La pobre chica había colocado sus tetas apoyadas en la mesa, lo que parecía proporcionarle un cierto descanso. Sin embargo, para comer tendría que moverse, ya que era imposible que llegase a la bandeja desde esa posición. Quizá no exagere si dijera que entre los dos pechos llegasen a pesar incluso diez kilos. Un escalofrío me recorrió la espalda. Por una vez, prefería mis mini-tetitas a eso.
Estoy segura dijo Natalia que todo ha sido sin querer, ¿verdad Flor?
La referida asintió con la cabeza alzando las cejas, con la expresión más inocente que había visto. Empecé a sospechar que no era una persona especialmente inteligente.
¿Cuánto tiempo lleváis aquí? preguntó Tamara, ya casi terminada la comida.
Después de pasado su desproporcionado enfado, resultó ser una mujer muy agradable, con la que se podían mantener una conversación de manera indefinida, aunque no era muy dada a la sonrisa, mucho menos a la risa. En el rato en que estuvimos charlando ya quedó claro que no soportaba a Flor, no tanto por el fortuito encontronazo como por su notable falta de capacidad social, quizá incluso de inteligencia.
No lo sé muy bien dijo Flor, con una sonrisa nerviosa. Es que... ¿sabes? Los días se mezclan en mi cabeza tan fácilmente... Creo que deben ser ya muchos días. Quizá un mes o más. Desde que me desperté aquí, todo es más confuso...
¿Antes no? pregunté, temiéndome la respuesta.
No... Creo que no. Cada vez tengo más lío en mi cabeza con lo que era antes. Sé con seguridad que era un hombre que trabajaba... O quería trabajar. Creo. Algo así. Recuerdo que era capaz de llevar muchas cosas en la cabeza, sobre todo números... Ahora se encogió de hombros, como si no le importase no puedo hacerlo. ¡Pero no me importa! concluyó, dejándonas a todas boquiabiertas a la vez que un poco apenadas.
¿Y tú, Tamara? le inteerrogamos después de contarle nuestras breve historia de apenas quince días.
Yo llevo siete días justos. Aún no me he acostumbrado a todo lo que me han hecho. Se siente todo tan... diferente.
¿Una semana? dije ¿Y cómo llegaste aquí?
Una traicionera "entrevista de trabajo"... Imagino que sabréis de lo que os hablo...
Natalia se había quedado pálida.
¿Número cuatro? articuló, con un hilillo de voz
Claro... Ella había estado en la sala de exámenes más tiempo que yo, y probablemente pudo oír en lo que iban a convertir al hombre que iba tras ella, como yo había oído el destino de Dalia.
¿Numero tres? respondió Tamara.
Las dos mujeres se abrazaron efusivamente. Natalia lloró con el gesto. La otra se limitó a cerrar los ojos con expresión ligeramente afectuosa.
Entonces murmuró Flor yo debo ser "número cinco". ¿Por qué nadie me abraza a mí?
Las palabras iban dirigidas más para sí misma que para nadie, pero no pude reprimirme. Esa mujer, tan sensual a la vez que tan infantil, despertaba en mí un afecto casi maternal. Intenté abrazarla, pero descubrí que era algo bastante difícil. Mis brazos simplemente no podían llegar a rodearla por delante. Acabé apoyando su cabeza en mi hombro y acariciando su abundantísimo y rizadísimo cabello mientras le susurraba palabras de cariño.
Cuando terminó ese primer encuentro, Dalia ya se había ido. No me había dado ni cuenta. Dijera lo que dijera Natalia, a mí me preocupaba mucho y no podía dejarla sin más: tenía que hacer algo.
***Fin de la vigesimo octava parte*****