Las cinco amigas (27)
Laura dijo Agustín, con su sonrisa irresistible, sé que tienes un enorme deseo sexual. Lo sé porque es parte de tu diseño. ¿No quieres contarme nada sobre eso?
***Vigesimoséptima parte*****
Laura dijo Agustín, con su sonrisa irresistible, sé que tienes un enorme deseo sexual. Lo sé porque es parte de tu diseño. ¿No quieres contarme nada sobre eso?
Al principio logré mantenerme callada. Movía la vista a un lado y a otro, incapaz de fijarla en sus ojos. Me mordía el labio inferior, ya que las palabras se amontonaban en mi garganta, pugnando por salir.
Sé perfectamente que deseas aplacar ese fuego que arde en tu interior continuó, poniéndose más serio y agachando algo la cabeza, para mirarme desde abajo. De repente parecía un serio profesor de instituto. Sé que deseas aplacarlo de alguna manera, como sea... Estoy seguro que tienes muchas dudas sobre cómo lograr la paz interior por tus noches.
Cada palabra había ido penetrando en mí como un cuchillo en la mantequilla, venciendo cada vez más mi resistencia. La referencia a la noche fue la que definitivamente rompió el dique y mis pensamientos brotaron en tropel.
¿Quieres saber cómo paso mis noches? ¿Quieres saber cómo cada noche acabo llorando de impotencia por no poder calmar ese deseo que ahora dices que me habéis implantado? ¿Realmente quieres que te explique el infierno de no dormir, de dar mil vueltas en la cama deseando acabar con lo que no se puede acabar? ¿Eso quieres?
Mi rodaban lágrimas sin fin por ambas mejillas.
Si realmente queríais que tuviese deseo sexual, deberíais haber pensado en darme alguna manera de satisfacerlo continué, cada vez más liberada, pero también con más rabia. ¿No era bastante con hacernos todo lo que nos habéis hecho? ¿No bastaba con arrancarnos nuestra vida y hasta nuestro cuerpo? ¿Teníais que dar ese golpe final?
Ya no pude seguir hablando. Me refugié en mi regazo, olvidándome por un momento de mi arruinado maquillaje, aunque en ningún momento abandoné mis aprendidas posturas. Ni cuando me dí cuenta de que las seguía manteniendo. Eso consiguió que llorase aún más.
Agustín se mantuvo en silencio todo el rato. Cuando lograba mirarle, sus ojos no mostraban ni orgullo ni indeferencia. O era muy buen actor, o no le gustaba saber por lo que estaba pasando. Opté por pensar lo segundo. Me ofreció un pañuelo de papel cuando el berrinche fue cediendo al menos un poco.
Necesitabas contarlo, Laura dijo, con un hilillo de voz, como si temiera mi reacción. Tenías que liberarte.
En parte, tenía razón. Después del disgusto notaba crecer un cierto alivio en mi interior, entre suspiro y suspiro. Agustín esperó callado más rato. No tenía ninguna prisa al parecer.
¿Qué opinarías si te dijera que puedes satisfacer tus necesidades sexuales? dijo por fin, mirándome a los ojos.
Me quedé inmóvil, con mi vista puesta en la suya, sin acabar de entender lo que decía. Me habían dicho, por activa y por pasiva, y lo había comprobado yo misma, que mi placer me estaba negado.
Opinaría que me estás tomando el pelo dije, con una voz más delicada de lo que quería mostrar. Mi mansedumbre volvía a adueñarse de mí. Sé perfectamente que no puedo tener orgasmos.
Efectivamente, Laura: no puedes.
¿Entonces?
Un orgasmo no lo es todo. Me has preguntado que por qué te hemos negado el culmen de tu placer. Tiene una razón de ser. Las personas que tienen capacidad de correrse me sorprendió esa palabra en alguien que cuidaba tanto su lenguaje piensan en su placer, y encaminan toda la relación a la satisfacción del mismo. Pero si no puedes llegar a esa liberación final, aunque seas capaz de sentir y recibir mucho placer, acabas aceptando que tu cuerpo y tu mente está para satisfacer a la otra parte, y no a ti misma. Por eso entre tus especificaciones estaba el ser incapaz de tenerlos.
Me dolió. Me dolió oir lo que me estaba diciendo. Tanto que algunas lágrimas nuevas, estas silenciosas y sin pucheros, desbordaron mis cuencas. Me habían convertido en una muñequita hinchable, poco más o menos, pero dotada de movimiento independiente.
No, Laura continuó. No llores. No hay motivo para ello. Ahora no lo ves, pero tu vida... y tu sexo, van a tener sentido y los vas a disfrutar mucho.
¿Cómo puede ser eso? le pregunté, más con legítima curiosidad que con amargura.
Tan pronto como aceptes lo que te he contado. Ya lo verás. No todo consiste en una estricta genitalidad.
Algo de eso ya lo sabía yo. Desde que descubrí el placer de un masaje capilar, de un suave roce en mi piel, o del delicado pellizco en mis diminutas tetas, había comprendido que existían formas de disfrutar diferentes. Pensé en el brutal placer que sentí cuando Deborah me lavó el pelo hacía más de una semana. Por mí misma había sido incapaz de lograr algo así.
Pero... para sentirme realmente bien, para disfrutarlo, necesitaré otra persona, ¿verdad?
Así es. Veo que eres una chica lista. Para realizarte en el sexo, necesitas entregarte a otro.
No hablábamos exactamente de lo mismo. Me había interpretado de otra manera, que me gustaba menos. Según el psicólogo no era suficiente que alguien me acariciase: no encontraría el verdadero alivio sexual si no satisfacía la necesidad de la otra persona. Preferí no comentarlo. Un poco más tranquila, continué con más dudas.
Si queríais que fuera atractiva y tuviera muchas relaciones sexuales, al menos podíais haberme dado un cuerpo más proporcionado.
Creo que no entiendo tu pregunta. Eres una mujer muy hermosa. Serás la envidia de la mayor parte de la población femenina del mundo.
Agustín... le dije, mirándolo fijamente. ¡Soy prácticamente plana! ¡Y tengo un culo enorme!
¡No tan grande cuando apenas pesas cuarenta y ocho kilos!
Cuarenta y siete le corregí, causándole una sonrisa casi inmediata que esta vez sí entendí. Soy bajita, no tengo tripa, no tengo tetas... Peso lo que peso tan solo por este enorme pandero. ¿Por qué?
Porque es lo que han pedido que seas.
Me haces sentir como si fuera un coche en un concesionario.
¡No seas tonta! dijo, comprensivamente. Entiendo tus sentimientos, pero creo que es mejor que te explique las cosas con toda su crudeza, para que veas que no es tan terrible. No hay nada peor de lo que te estoy diciendo y cómo te lo estoy diciendo.
Si realmente era así, no era tan grave, tenía razón. Una vez aceptado el hecho de que soy mujer y cómo soy, ser libre y disponer de mi intelecto y volición era más que suficiente. En cuanto pusiera tierra de por medio para no volver a ver a nadie de la maldita Compañía, todo sería casi perfecto. Aprendería de nuevo a amar si era necesario, como había aprendido a caminar. Esos pensamientos me reconfortaron.
Estás pensada para que los hombres te miren desde atrás, para seducir de espaldas. Por eso tu culo es grande y firme y lo mueves al caminar.
"Pues muy firme no es" pensé para mí "dado que se mueve como gelatina a cada paso".
Por eso tus piernas están bien torneadas y las lucirás siempre continuó, sin cubrirlas jamás. Tendrás éxito entre los hombres por estas cualidades. Muchas veces descubrirás que se te quedan mirando al pasar. Y unas tetas grandes ensombrecerían este efecto.
No me hacía ni pizca de gracia ser un imán de miradas. Algo a lo que me acabé acostumbrando con el tiempo, pero que entonces me hacía sentir especialmente mal. Desde luego, una apariencia discreta no iba a tener.
¡Bueno! dijo, poniéndose en pie, tras dar un golpe en la mesa. Por hoy hemos terminado. Mañana te espero a la misma hora. Espero no tener que ir a buscarte a tu habitación concluyó, guiñándome un ojo de una manera inconscientemente encantadora. Es casi la hora de la comida.
¡Dios mío! Entre explicaciones y lloros, las horas se me habían pasado realmente volando. ¿Cómo era posible? ¡No quería llegar tarde a la cita con Mercedes!
Me despedí y, antes de ir a comer, pasé por mi cuarto. Procuré que no me viera nadie. Mi maquillaje necesitaba un buen retoque para estar preparada.
Aún no lo sabía, pero en el comedor, por fin, me iba a reencontrar con Dalia y tambien con Natalia. Pero separadas. Además, iba a conocer a alguien más...
***Fin de la vigesimoséptima parte*****