Las cinco amigas (26)
Exactamente, ¿qué es lo que soy? le pregunté en cuanto me ofreció asiento delante de su mesa de metacrilato.
***Vigésimosexta parte*****
La consulta de Agustín era luminosa y algo espartana. El sol de la mañana se colaba a raudales por la ventana de tal manera que el psicólogo se encontraba casi rodeado de un aura de santidad, lo que reforzaba su indudable atractivo.
Por el camino me había concienciado para no dejar ninguna pregunta en el tintero, por lo que intentaba llevar un listado mental de todos y cada uno de los asuntos que tenía que plantear. Mi mente ya no funcionaba con la precisión calculadora de mi antiguo "yo" masculino y tendía a dispersarse en detalles superfluos con una cierta facilidad por lo que estaba razonablemente segura de que me dejaría algo en el tintero.
Exactamente, ¿qué es lo que soy? le pregunté en cuanto me ofreció asiento delante de su mesa de metacrilato.
¿Qué es lo que piensas que eres? respondió, a la gallega, con la típica estrategia de los psicólogos.
Le miré fijamente, tratando de resultar firme, ya que no intimidante. Me costó no contestar directamente, porque algo en mi mente femenina me hacía ser dócil y obediente.
No es eso lo que quiero saber. Me has dicho que podría saciar todas mis dudas. Quiero saber en qué me habéis convertido exactamente. Respóndeme tú.
Sabía que si volvía a preguntar, a pesar de mis esfuerzos, perdería la primera batalla. No fue así. Apoyo los antebrazos sobre la mesa, con las manos abiertas de forma explicativa a la vez que cercana.
Eres una mujer, está claro, ¿no, Laura?
No exactamente. Quiero decir... enrojecí al prepararme para hablar de mi oculta genitalia. Mis órganos sexuales no son los de una mujer.
Cierto, lo sé. Pero es lo único que te diferencia de cualquier otra. Todo tu cuerpo es femenino. Incluso tu producción hormonal es la de cualquier mujer... bueno, con la ventaja de un cierto equilibrio que no está sujeto a alteraciones de ciclo mensual, como ellas.
Pero... ¿cómo es posible? Quizá mis conocimientos no son los que tenía antes de que me hiciérais esto, pero creo recordar que no hay ninguna tecnología que siquiera se parezca de lejos a lo que utilizáis aquí.
Agustín sonrió una vez más. Era imposible oponer fuerza a sus encantos.
Tienes razón. Creo que a estas alturas ya se han disipado casi todos los recuerdos que no deseábamos de tu yo masculino, así que puedes dejar de temer olvidar más cosas. Aunque la medicina no es nunca una ciencia exacta. Siempre puede haber algún efecto secundario... No obstante, creo que no va a ser tu caso. Eres una obra maestra.
No me has contestado, Agustín.
Por supuesto, por supuesto... No: no hay ninguna tecnología conocida que pueda hacer esto. Sin embargo, nosotros la tenemos. De donde proviene y cómo se ha desarrollado es un secreto que, imagino que comprenderás, no te voy a contar. En breve estarás fuera de aquí y no hay forma de controlar lo que puedes o no puedes decir.
...Podría decir todo lo que me habéis hecho aquí. Sería vuestra ruina.
¿Y por qué crees que nadie hasta ahora, y ya llevamos años funcionando, lo ha hecho? Esperó un tiempo en el que me quedé mirándolo, tratando de resultar inexpresiva, con poco éxito. Aquellas que sois libres tenéis más que perder que lo que podéis ganar si lo hacéis. Creo que no te has dado cuenta del todo de tu situación: nadie de ninguna manera puede relacionarte con tu antigua personalidad. Ni te pareces fisicamente siquiera. Todo el mundo sabe que una persona no puede levantarse un día midiendo casi treinta centímetros menos, ni pasar de un pie de la talla 42 a uno de la 38... ¿sigo?
¡Pero tengo sexo de varón! y añadí, bajando la vista y con la cara más roja que un tomate... O algo así.
No. Sólo tienes un micro pene la crudeza de sus palabras, que no buscaron ninguna concesión a mi intimidad ni autoestima, me hicieron sentir pequeñita, y a él un gigante frente a mí. Tu historial médico dice que es una malformación congénita. Además... A estas alturas no recuerdas ni tu nombre anterior... Créeme, si hicieras algo así, te tomarían por loca. Nadie te haría ningún caso, porque no es posible. ¡¡Es que no tienes ninguna cicatriz en tu cuerpo, Laura!! No hay ni una operación, al menos tradicional, sobre tu piel. ¿Cómo podrías demostrar nada?
Me sentí abatida. Tenía una implacable razón. No había nada que yo pudiera hacer para demostrar lo que estaba pasando.
¿Y cuales son los límites de vuestra "ciencia"? pregunté, cuando recuperé un hilo de voz suficiente para hacerme oir.
El único límite es lo que se puede generar, no lo que se puede eliminar. Por ejemplo, no se puede crear un órgano del que tu cuerpo no tenga conocimiento, como plumas u ovarios. Pero se puede duplicar el número de brazos, o incluso de corazones. También podemos eliminar capacidad de un cerebro, incluso recuerdos... Pero no podemos aumentarla y, sobre todo, no podemos introducir conocimientos que no se tuvieran. Como mucho, se puede estimular la capacidad de aprender. En tu caso, Laura, según veo aquí, no hizo falta. Tienes un gran potencial, sólo tuvimos que redirigir ligeramente tus intereses.
Me dolió. Reconocía delante de mí que incluso lo más mío, mi mente, la habían hecho a su gusto.
Entonces... Puedo decir que realmente soy un invento vuestro. Yo no soy más que lo que habéis hecho de mí.
En absoluto. ¿Se puede tallar un canto rodado como si fuera un diamante? Bueno... quizá se pueda, pero desde luego el resultado no se parece en nada. Te hemos modelado, sí, pero la materia prima era excelente.
Absurdamente, me sentí algo mejor por ese halago que, en el fondo, no hacía más que mostrarme que, para ellos, no era más que un objeto, no diferente a una piedra. Sin embargo, el ser una mujer-objeto estaba tan implantado dentro de mí que no me importó. Incluso hoy acepto ser, además de persona, un bonito florero para lucir y para ser observada aunque, al mismo tiempo, me mortifique que los hombres se fijen en mí y me devoren con su mirada.
Hay una cosa que no entiendo...
Tú dirás, yo estoy aquí para resolver todas tus dudas apuntó, juntando los dedos en una especie de triángulo.
¿Por qué nos dejáis a todas incompletas? Si sois capaces de modificar la estructura del cerebro, crear una vagina tiene que ser mucho más fácil.
El hombre prorrumpió en carcajadas, sinceras y amplias, pero me hacían sentir como una idiota al no lograr entender qué es lo que le causaba tanta gracia.
Seguramente tú no te das cuenta dijo, después de un rato, pero esa pregunta resulta psicológicamente muy representativa de cómo has aceptado lo que ahora eres y todo lo que te ha pasado.
Yo me limité a mirarle alzando mis finas cejas. No entendía nada.
Mira... dijo al fin, si quedara algo en ti de tu antiguo ser masculino, lo último que querrías es librarte de tu pene... Te agarrarías a él como a una tabla salvavidas, como a un reducto de tu pasado. Sin embargo, lo que me has preguntaddo es por qué estás "incompleta".
Tenía razón. Pero tenía tanta razón que ni siquiera me habría dado cuenta si no me lo hubiera explicado. Yo ya daba por hecho que era una mujer y, salvo en algunos sueños, en ningún momento pensaba en volver a ser hombre. Sólo me preocupaba de cumplir con lo que esperaban de mí, sin dar demasiadas vueltas a lo que me habían convertido.
Vale. Puede ser cierto. Pero me gustaría que me respondiera, por favor...
La respuesta es sencilla: cada una venís con unas especificaciones. Nosotros nos limitamos a cumplirlas.
Entonces... ¿Podéis crear una vagina funcional? pregunté, ilusionada a pesar de mis intentos por aparentar frialdad.
Sí. Más o menos. No tendría ovarios ni ciclos menstruales, pero se podría hacer. Creo. Tampoco soy un experto en los métodos de transformación, Laura. Soy un psicólogo hizo una pausa y estudió mi rostro ilusionado. No tengas falsas esperanzas continuó. Tú vas a ser como eres. No habrá más transformaciones.
Me quedé visiblemente chafada, poniendo morritos inconscientemente. Odiaba ser tan transparente.
Pero, si voy a ser libre... ¿Por qué cumplir especificaciones de un cliente? ¿Por qué no, ya que me habéis hecho esto, al menos no acabarlo bien?
Porque es por lo que han pagado. No tiene nada más que ver.
Al menos podríais haberme evitado lo de los aros que tengo aquí me lamenté, señalando mis orejas con mis dedos.
Agustín se limitó a encogerse de hombros.
Bueno, Laura dijo, transcurridos unos segundos de silencio. ¿No tienes más preguntas?
Negué con la cabeza.
Yo creo que sí que las hay, pero que no has querido plantearlas aún.
¿Sería posible que tuviera tan buen conocimiento de mí? ¿O es que mi mente, como en los tebeos, dibujaba bocadillos sobre mi cabeza con lo que pensaba? Por favor, que no fuera eso...
Laura... ¿No tienes ninguna duda de sexo?
Oh... no. ¿Debería contarle todo mi sufrimiento y angustia de cada noche? ¿Mi deseo eternamente insatisfecho? ¿O me lo guardo para mí? Después de todo, él no es más que una pieza más de la maquinaria... Y al contrario que Isabel, que la consideraba mi amiga antes que una empleada de la Compañía, Agustín parecía ser parte de lo que me había pasado, del equipo que me transformó.
***Fin de la vigésimosexta parte*****