Las cinco amigas (2)
Continúa la historia de Laura, la primera de los cinco hombres convertidos en mujer
***Segunda parte*****
Cuando desperté había recobrado mi voluntad, al menos aparentemente. Estaba preocupado. De hecho, estaba aterrorizado. Me incorporé en la cama en la que estaba tumbado. Lo recordaba absolutamente todo. Sin embargo, había perdido toda noción temporal. ¿Cuánto tiempo había pasado privado de conocimiento? ¿Horas? ¿Años? ¿Me habían "transformado" completamente? ¿Habían siquiera comenzado a hacerlo? ¿Había sido todo una pesadilla?
Miré a mi alrededor. Estaba en una habitación de hospital. Sin duda, no era el mismo sitio donde me habían sedado. Debía ser un edificio alto. La luz del sol entraba a través de un ventanal por el que no se veía ninguna otra casa. Mi cama era la única en el cuarto, que era francamente amplio. Con cuidado, alcé un brazo y palpé mi rostro. Parecía mía pero al mismo tiempo había algo extraño. Miré entonces mi mano. No se parecía en nada a las mías. Era suave y delicada; pequeña con dedos largos y finos. Mis uñas eran más largas de lo que recordaba y casi blancas. Era su color natural.
Rápidamente palpé mi torso. Mi corazón latía más de cien veces por minuto. Definitivamente, tenía pechos. Pequeños, casi imperceptibles, pero estaban ahí, cubiertos por el pijama de hospital. No me atreví a mirar. Bajé mis manos hasta mi sexo. Pude tocar mi polla. Nunca había sido realmente grande, pero lo que noté entre mis dedos era bastante más pequeño, no más de cuatro o cinco centímetros. No reaccionó ante mi caricia. Estaba como dormido. Recuerdo que fue la sensación más extraña de toda mi vida. Ahora no conozco otra forma de notarlo. Es tan sólo mi "herramienta de mear".
No tenía testículos. Ni rastro. Se habían ido, como mi sensibilidad sexual. Al estar doblado hacia delante, largos mechones de pelo castaño cayeron sobre mi rostro. Y me di cuenta de que no tenía ni un átomo de grasa y mi tripa. Era completamente plana. Probablemente tendría el culo gordo que me habían prometido, pero no tenía fuerzas para comprobar nada más. Volví a tumbarme e intenté dormir. Y lo conseguí.
Cuando desperté de nuevo el sol estaba más bajo en el cielo. Probablemente estaba ya cayendo la tarde. Recé porque todo fuera un sueño. ¡Esas cosas no pueden pasar en la vida real! No moví mi cuerpo. Tan sólo moví una mano para tocarme la polla, con el mismo resultado. Me habían convertido en una especie de monstruo. A pesar de mi desesperación, tenía que averiguar qué más cosas habían cambiado en mi cuerpo. No quería hacerlo, pero debía ponerme en pie y encontrar un espejo en alguna parte.
No conseguí mantenerme sobre mis pies. Mis talones dolían terriblemente. Gemí en voz tan baja como fui capaz. Y entonces me di cuenta de otra cosa más: mi voz era la de una chica. Hablé para mi mismo, tratando de alcanzar los límites. No me arriesgué a gritar (¿Tenía miedo? ¿O era timidez? ¿Era yo tímido antes?), pero pude comprobar que podía hablar en tonos agudos, pero los graves estaban fuera de mi alcance. Era, sin lugar a dudas, una voz de mujer joven. Suspiré. Una lágrima se escapó y rodó por mi mejilla.
Descubrí que sólo podía caminar de puntillas. Era imposible hacerlo de cualquier otra manera. No sólo era doloroso, sino que me arriesgaba a caerme de espaldas, dado que mis pies, por algún motivo, entendían como "plano" ese gran ángulo. Y entonces encontré, junto a los pies de la cama, unas zapatillas realmente peculiares, de la talla 38. Cuando era un hombre, mi talla era una 42. Lo peculiar de esas zapatillas era que tenían forma de cuña, de forma que el pie introducido en ellas quedaba en un ángulo respecto al suelo superior a los 45º. Nunca había visto un diseño semejante. Se supone que las zapatillas están diseñadas para ser cómodas. ¿Cómo podrían serlo con ese ángulo? De nuevo me sorprendí. Eran de mi talla, y eran la única manera de que pudiera andar con cierta comodidad.
No obstante, verte obligada a llevar tacones altos no quiere decir que sepa usarlos. Un momento... ¿he dicho "obligada"? Quería decir obligado, claro. Tenía que aprender a moverme con ellos puestos si no quería partirme un tobillo si daba un mal paso. Me agarré a todos los muebles camino de lo que parecía un baño y que estaba situado a la derecha de la cama.
Estaba oscuro. Busqué a tientas la luz. Cuando la encontré, me sorprendí mirándome en un espejo. Al menos, miraba a alguien que se movía exactamente como yo y precisamente al mismo tiempo, así que supuse que debía ser yo, porque no se parecía en nada a cómo me recordaba.
Lo primero que me llamó la atención es que era más baja que yo. Mi metro ochenta había quedado reducido a quizá metro sesenta y dos. Con los tacones probablemente pasaba del metro setenta y tal vez más. Me acerqué poco a poco para ver mejor mi rostro. No era una belleza deslumbrante, pero estaba lejos de ser fea. Parecía diez años más joven de lo que era anteriormente, como el médico había dicho. Mi pelo había crecido, pero era el mío, marrón y lacio. Ni rizado, ni moreno como se suponía que lo iba a ser. Mis cejas habían cambiado. De rectas habían pasado a un cierto arco, pero seguían siendo gruesas, nada de "finas, con un pelo de grosor". Mis ojos eran más grandes, más redondos que anteriormente, y tan castaños como siempre. Sin embargo, mi nariz era completamente diferente, pequeña y ligeramente respingona. Mis labios seguían siendo finos aunque habían engordado ligeramente. Nadie podía decir, viendo esa cara, que no fuera una mujer.
Me desnudé. Tenía que ver cómo era mi cuerpo. ¡Dios mío! Mi culo era GRANDE. Realmente grande. Era la característica que más llamaba la atención de todo mi cuerpo. Cómo había palpado en la cama, tenía unos pechos diminutos. Eran poco más que una gran aréola marrón con un pequeño pezón en el centro. No llegaría ni a una copa tamaño "A". De alguna forma, sin embargo, no me gustaba que fueran tan pequeñas. Si era una chica, me gustaría tener algo de lo que sentirme orgullosa, ¿no? Y los pechos son la esencia de la feminidad. Otro pensamiento extraño. ¿Estaba aceptando mi destino así de facilmente? De todas formas ¿Acaso podría cambiarlo?
Mi cintura era muy estrecha, lo que hacía que mis caderas parecieran incluso más grandes. Llevé una mano a una de mis nalgas. Eran tan grande que no podía ni abarcarla con las dos. Hubiera preferido algo menos de culo y algo más de tetas. ¡Joder! Otra idea rara... ¿Por qué estaba pensando así?
Mis piernas eran largas para mi altura, y eran hermosas. Muchas mujeres matarían por esas piernas... ¡¡pero eran mías!! Sin embargo, tenían vello. Mucho menos de lo que recordaba en mis gruesas piernas masculinas, pero ciertamente ninguna chica las llevaría así. Y lo mismo podría aplicarse a mis axilas.
De toda mi figura, solo ese diminuto pene inerte estaba fuera de lugar, como un pigmeo en la NBA.
Podría vivir como una mujer, mientras nadie me viera desnuda dije, tratando de acostumbrarme a mi voz.
Santo Dios... podría enamorarme de una chica como yo. Incluso con las tetas casi inexitentes que tenía.
Volví a ponerme el pijama. Era momento de descubrir algo más del lugar en el que estaba.
***Fin de la segunda parte*****