Las chicas rollizas del gym - 1° parte
Una mujer solitaria deciden apuntarse a un gym para salir de la rutina. Lo que no sabía era que alguien con las mismas frustraciones estaría allí buscando una excusa para descargarse.
Rocío era una rolliza mujer que rondaba los cuarenta. Tenía cabellos negros enrulados, ojos oscuros, nariz redonda y labios carnosos y sensuales. A pesar de un leve sobrepeso, sus facciones conservaban cierta belleza que le quitaban años. Hacía dos años que se había separado y desde ese entonces no había tenido sexo. Los hombres que conocía la tomaban como amiga, pero nunca se interesaban por ella. Por ello, decidió apuntarse a un gym y comenzar con clases de aerobic para ponerse en forma y ver si podía cambiar la situación.
Marisa tenía casi la misma edad y también hacía dos años que no tenía relaciones. Llevaba el cabello castaño enmarañado, ojos claros y un par de labios carnosos que parecían estar sonriendo permanentemente. Frustrada, por ser la amiga de todos los hombres con los que se cruzaba, se anotó en el mismo gimnasio y comenzó a asistir semanalmente.
Tanto Rocío como Marisa eran heterosexuales y nunca habían tenido fantasías con otra mujer. Tanto la instructora, como la mayoría de las alumnas, tenían figuras que ambas envidiaban y parecían no sufrir el castigo del arduo entrenamiento. Para peor, tanto una como la otra notaban las miradas socarronas, como burlándose de sus kilitos de más. Aunque la profesora las alentaba y había personalizado a cada una, ellas sentían que eran dejadas de lado cuando proponían hacer reunión de chicas. Y para peor, había una tensión tácita cuando sus miradas se cruzaban a través del espejo.
Sus cuerpos eran parecidos, con anchas caderas, gruesos muslos y opulentos pechos que se mantenían erguidos gracias a la presión de los corpiños reforzados. Ambas llevaban zapatillas deportivas y medias blancas, calzas oscuras y leotardos. Azul para Rocío y verde para Marisa. Ninguna podía explicar el por qué de tanta aversión, pero cada vez que advertían la llegada de la otra, sus rostros adoptaban una expresión agria.
Ese viernes de otoño Rocío había tenido un mal día en la oficina y necesitaba descargar tensiones. Por eso, se estaba esforzando más que nunca con los ejercicios de spinning cuando advirtió la llegada de Marisa, quien se disculpó por llegar tarde e hizo un saludo general para acomodarse en un rincón y unirse al resto de la clase.
A ese ejercicio le siguieron algunos estiramientos, abdominales y rutinas de glúteos. Para cuando la clase terminó, las dos rollizas mujeres estaban empapadas en sudor y casi ahogadas.
Rocío compró una bebida para hidratarse y se quedó haciendo tiempo para poder ducharse en soledad, sin que nadie la mirara cuando se desvistiera. Sentía pudor al mostrar su cuerpo desnudo. Poco a poco las chicas se fueron retirando y, cuando la profesora la saludó y le deseó buen fin de semana, comprobó que era la última y entró en el vestuario.
Abrió su casillero y se sorprendió con la entrada de Marisa. Le lanzó una mirada llena de fastidio, que fue devuelta con la misma mala leche.
_¿Qué mirás? ¿Te gusto? _la provocó Rocío, ya cansada de su presencia.
_Vos sos la que me mira todo el tiempo, tarada. _respondió Marisa, de mala manera.
_Calmate, estúpida. _advirtió con los dientes apretados.
_Calmate vos, pelotuda. _replicó de igual manera.
Rocío se adelantó con actitud desafiante y Marisa hizo lo propio.
_Cerrá el orto, conchuda. _siseó.
_Cerralo vos, hija de puta.
Por toda respuesta, Rocío le dio una bofetada que le hizo girar el rostro y dejó los dedos marcados. Furiosa, Marisa se la devolvió con idéntico resultado y ambas se agarraron de los cabellos con ambas manos, tironeando con todas sus fuerzas, mientras se insultaban, completamente furiosas.
La mujer de cabellos castaños soltó una de sus manos y revoleó una sonora bofetada, que no tardó en recibir su réplica y ambas se enzarzaron en un violento intercambio de cachetadas y tirones de cabello mientras tambaleaban de un lado a otro del vestuario, golpéandose con los fríos casilleros metálicos.
Rocío perdió el equilibrio y se agarró del escote de su rival en un intento por evitar caer, pero no pudo evitarlo y el leotardo se desgarró dejando el corpiño negro a la vista, que apenas podía contener los inmensos pechos de Marisa.
Al sentir el lycra desgarrándose, estalló de ira y comenzó a tironear de la prenda de su enemiga, mientras ambas se revolcaban en el suelo, con las piernas enredadas, mientras con una mano retomaron los tirones de cabello y con la otra desgarraron sus prendas.
_¡Hija de puta! ¡Me vas a pagar la malla, yegua! _protestó la mujer de negros cabellos mientras tironeaba con todas sus fuerzas, acompañada por el siseo de la tela al desgarrarse.
Marisa sintió un escalofrío cuando su espalda semidesnuda dio contra la puerta de uno de los fríos casilleros y, desesperada tras recibir algunas bofetadas, empujó con los pies a su rival, que golpeó en la otra fila de lockers.
Como movidas por un resorte, ambas se levantaron echando chispas por los ojos, con los leotardos rasgados que caían a la altura de sus cinturas, dejando ver sus opulentos pechos cubiertos por minúsculos corpiños. Negro el de Marisa y azul el de Rocío.
_¡Te voy a matar, hija de puta! _siseó la mujer de cabellos enrulados y colocó las uñas en posición de garras.
_¡Vení, puta! ¡Te voy a dejar pelada, yegua! _espetó su rival, imitando su pose y, al igual que ella, lanzándose al ataque.
El primer zarpazo de ambas dejó su huella en el rostro de cada contendiente mientras la otra mano buscaba el cabello rival para tironear con vehemencia. La violenta danza se reinició en el silencioso vestuario mientras ambas intercambiaron cruentas bofetadas y arñazos que cubrieron sus pechos y rostros.
La mano derecha de Marisa se aferró al azul bra de su rival y tiró con todas sus fuerzas para caer sentada sobre un banco en cuanto se rompió y dejó libres los gordos encantos de su némesis, quien rugió de ira y se arrojó contra ella, cayendo las dos al suelo con un gran impacto, enmarañandas.
Rocío logró imponerse y su vientre aplastaba al de su oponente, mientras sus manos revoleaban todo tipo de cachetadas y arañazos, al igual que su presa, que se debatía febrilmente, en un intento por liberarse y el contacto entre sus cuerpos semidesnudos comenzó a producirles escalofríos.
Los pezones parecieron arañarse mutuamente y los pechos se aplastaron y golpearon con cada movimiento de una y otra.
Marisa estrujó los pezones de la mujer de negros cabellos, que aulló de dolor y apretó los dientes para luego arrancarle el corpiño y equiparar la situación.
Ambas, comenzaron un ardiente forcejeo donde sus vientres se unían al feudo y se empujaban, mientras rodaban de un lado a otro con las uñas clavándose en los grandes y enhiestos pezones.
_¡Soltame, hija de puta! _chilló Marisa cuando su rival logró imponerse encima suya.
_¡Pedí perdón, hija de puta! _aulló Rocío y ninguna dejó de retorcer los pezones enemigos.
La mujer de castaños cabellos arqueó la espalda y se sacudió intentando liberarse. El roce entre sus vientres les produjo escalofríos y ambas entrecerraron los ojos.
El forcejeo continuó y, finalmente, tras varios intentos, Marisa logró desmontar a su rival y retomaron el ruedo de un lado a otro, con una mano retorciendo un pezón y la otra repartiendo cruentas bofetadas que sacudían sus bellos y marcados rostros.
La mujer de cabellos castaños logró la posición superior y le sacudió un par de bofetadas que la hicieron gruñir. Rocío arqueó la espalda en un desesperado intento por desmontarla y sus entrepiernas volvieron a sentirse bajo el húmedo lycra, provocándoles un gran escalofrío.
El forcejeo prolongó la fricción entre sus entrepiernas, una luchando por liberarse y la otra por mantener su presa. Cada una experimentó desconocidos temblores y un hormigueo de electricidad que la recorrió por dentro. No obstante, la mujer de negros cabellos apoyó la planta de los pies y arqueó aún más la espalda para desmontar a su rival, quien cayó a su costado y ambas rodaron como buscando poner distancia.
Cada una apoyó la espalda contra los fríos casilleros y se miraron, enfrentadas, con odio mientras cada una se masajeaba los pechos, adoloridos, y las lágrimas silenciosas caían por sus mejillas.
_¡Te voy a matar, gorda hija de puta! _siseó Rocío con voz temblorosa mientras se ponía de pie.
_¡Seguí soñando, hija de puta! _replicó Marisa, de igual manera y ambas se contemplaron, sudorosas, con las mallas rasgadas y colgando a la altura de la cintura. Los pechos al aire se balanceaban al compás de sus respiraciones agitadas y las rosadas marcas dejaban testimonio de los arañazos que se habían prodigado. Los pezones morenos de Rocío y los rosados de Marisa estaban firmes y se apuntaban mutuamente. Al advertirlo, las dos rivales se ruborizaron y tuvieron un escalofrío.
_¡Estoy harta de vos y de tus tetas caídas, foca! _espetó la mujer de negros cabellos mientras le lanzaba una mirada cargada de odio.
_¡Cerda envidiosa! ¡Las tuyas estarán caídas! _replicó y avanzó un paso.
_¡No me hagas reír, conchuda! ¡No tenés con qué compararte!
_¿Querés ver? _la mujer de cabellos castaños siseó entre dientes y tomó sus pechos, como si los estuviera pesando y preparando para enfrentarlos.
Rocío la imitó y ambas se acercaron lentamente sin dejar de mirarse a los ojos con odio y en forma intimidante. Cuando sus enhiestos pezones se tocaron, ambas suspiraron y se estremecieron y fue la mujer de negros cabellos quien se llevó las manos a la cintura y espetó:
_Sin manos, hija de puta.
_Teta a teta, foca.