Las chicas del cable (Parte 3)

Los años han pasado, pero Blanca nunca olvida.

Paseaba por la avenida, echando un vistazo a los escaparates de las galerías más importantes de la ciudad. ¿Quién le habría dicho a Blanca Cortés, aquella muchacha a la que tantas veces le habían manchado el nombre, que acabaría así? Ahora B. C. eran unas siglas sinónimo de honor, de integridad y de buena familia. En apenas un par de años habían pasado tantas cosas: la pedida de Óscar, la boda y la primera niña. Por las calles de Madrid Blanca paseaba como si fuera dueña y señora de cada esquina, cada farola. Y no era mucho menos, ya que con la Compañía en auge, Óscar cada vez ganaba más responsabilidades. Blanca se fijó en un corsé negro expuesto en el interior de una tienda. Por un segundo cerró los ojos e imaginó como le quedaría a su amiga. Sus pechos comprimidos dentro de él, su cintura aún más marcada y un repunte en sus caderas. Asintió y empujó el carrito de bebé al interior de la mercería.

Detrás del mostrador, una dependienta vestida con un pichi corto la observa sonriente:

-Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?

-Estaba interesada en… ese corsé. -Señaló.

-¿De veras? Nos acaba de llegar de París, allí se vende muchísimo. Pero en toda la mañana, nadie se ha interesado. ¿Se lo quiere probar?

Blanca sopesó la oferta de la muchacha y respondió:

-Es para una amiga, pero yo creo… Bueno, mejor déjalo, pónmelo para regalo. -Cambió de tema, astuta.

-Oh, ¿usted cree que…?

-Bueno -carraspeó- creo que su talla es parecida a la de mi amiga. Verá, ella es más bajita que yo.

La cara de la dependienta enrojeció en cuestión de seguntos, pero una leve sonrisa permaneció siempre esbozada en su rostro. Echó un vistazo al carrito y añadió:

-Claro, en seguida vuelvo.

La espera mereció la pena, ya que cuando Blanca vio aparecer a la joven de entre las cortinas del probador, supo que había acertado.

-¡Es perfecto! -Se fijó en las braguitas de la joven, casualmente a juego con la prenda que se había probado- ¿las braguitas están incluídas?

-Pues, no… -La chica se sonrojó un poco más, cruzando las piernas- Estas son las mías, pero es un modelo que tenemos en la tienda, si le interesa. Eso si que no lo permitimos probar…

-Bueno, pero ¿puedo ver las suyas? Estoy segura de que tienen un tacto excelente. -Echó un vistazo rápido a su pequeña, que dormía profundamente en el cochecito y se acercó a la muchacha- ¿Cómo te llamas?

-Ru… Ruth.

-Ruth, sé que puede parecer un poco extraño, pero me encantaría ver el tacto que tienen sobre la piel. Soy muy exigente con los productos que compro, deberás entenderlo. -Ruth asentía, incrédula, mientras Blanca se acercaba hasta el probador. Ambas entraron y Blanca cerró la cortina de un tirón- tienen un tacto muy diferente sobre la piel, especialmente sobre una piel inmaculada como la tuya. -Con las yemas de sus dedos, empezó a recorrer el muslo de Ruth de abajo, empezando cerca de la rodilla y hasta el lateral derecho de su cadera. Se recreó en los bordes de la prenda, empezando por la parte exterior, buscando erizar el vello de la joven. Ahora sus dedos se movían en círculos y avanzaban hacia el pubis, con una velocidad creciente. Ruth tragó saliva, lo que automáticamente hizo sonreír a Blanca.

-Ruth.

-Diga…Dígame.

-No puedo creer lo mojada que estás- llevaba apenas un minuto acariciándola, y ni siquiera había llegado al epicentro. Ruth cerró los ojos y Blanca la condujo hasta la silla, abriendo sus piernas rápidamente. Apartó la prenda interior y observó aquel coño que tanto le gustaba. Los labios de Ruth palpitaban un poco, ya ligeramente enrojecidos por la excitación. Acercando su cara, sopló suavemente haciendo que ella se estremeciera al instante -tranquila, tranquila… -Notó como los muslos de Ruth se relajaban y entonces avanzó, humedeciendo con su lengua los labios de la joven. Le encantó su sabor al instante. Como hacía con Ana, empezó a mover con rapidez la lengua, haciendo gemir a Ruth- Chssss, no me despiertes a la niña. Es una orden. -Afirmó con seriedad antes de recrearse en el clítoris de ella con un esmerado y practicado movimiento circular. Cada vez el coño de Ruth parecía estar a punto de explotar. Los pechos se le habían salido del corsé y apoyada contra la pared, observaba el reflejo de Blanca comiéndole el coño en el espejo.

Blanca, harta de la poca concentración de la joven golpeó sus pechos haciendo que soltara un pequeño chillido. Volvió a ordenarle que callara, justo antes de estimular su clítoris con el pulgar, con un movimiento veloz y certero. En cuestión de segundos, la pobre Ruth estuvo completamente desecha en gritos. Con cada palpitación de su coño, aparecía un líquido blanquecino. Con las voces de la inexperimentada, la niña parecía haber despertado de su sueño. Rodando los ojos, Blanca se levantó.

-Te dije que no gritaras. Ahora me he quedado sin mi parte.

Ruth, casi sin fuerzas, intentó seguirla hasta el mostrador de nuevo, sin darse cuenta de la vestimenta que llevaba. Blanca, por su parte, se limpió en un pañuelo con sus iniciales bordadas y lo guardó en su bolso.

-Pasarán a recoger el corsé, entre mañana y pasado. Asegúrate de que esté listo para regalo. -Dejó unos cuantos billetes en la mesita y se marchó de la mercería, a la vez que un matrimonio entraba. No pudo parar de reír cuando vio la cara de la pareja al ver que Ruth esperaba dentro en ropa interior.


Blanca miró con recelo a la manzana que, inmaculada, yacía sobre la mesa. A su lado, una pequeña nota escrita con una estilográfica decía: “No me esperes despierta hoy, tienes que descansar muy bien para el fin de semana que nos espera”. Cruzó los brazos, igual que su hija hacía cuando sentía que no conseguía lo que quería.

Rebuscó en su bolso para encontrar el número de Ana, ya que aunque lo sabía de memoria, no recordaba el último dígito. Entre todas las cosas que guardaba, encontró el pañuelo. Sola en su cuarto, se lo llevó a la nariz, inspirando profundamente el olor. Como una colegiala, no paraba de pensar en Ruth. <> se decía, cuando se sorprendía imaginando nuevas maneras de entrar sin que se enterase en la tienda y sorprenderla mientras bajaba de una escalera. Su mente inquieta no la dejaba descansar. Inspirando otra nueva bocanada de la esencia de la muchacha, comenzó a acariciar por encima de la tela de sus braguitas, hasta que una mujer apareció por la puerta, dándole un susto de muerte.

-¡Buenos días! Y menudos buenos días -Soltó Ana, desde la puerta.

Anita, Ana, calzaba unos tacones y vestía una falda de tubo a juego con una chaqueta de punto que dejaba ver su esbelta figura. Con su maletín bajo el brazo, no parecía la misma chiquilla que había estado con ella en el cuarto de la pensión años atrás.

-¿Cuántas veces te he dicho que no entres sin llamar? -Bramó Blanca, antes de dejar el pañuelo en la cama para levantarse. Llegó frente a ella y le dio un beso cálido y suave.

-¿Y Óscar? -Ana parecía curiosa.

-No volverá hoy. Pero no te hagas la tonta, como si te importase mucho su presencia… -Blanca se movía como una gata por la casa, yendo hasta el minibar para servirle una copa a la muchacha. - Tengo un encargo para ti. Es muy importante que cumplas todo lo que te digo paso por paso.


Mientras Ana cumplía su recado, Blanca se dirigía a la dirección que el detective privado le había anotado con sumo cuidado en una cuartilla de papel. Con rapidez, llamó al timbre y se identificó como la secretaria del hombre de la casa. Pasó sin ser vista.

-¿En qué puedo ayudarla? -Una mujer de mediana edad se asomó tras la puerta. No había ruido de niños, era para ellos hora de estar en la escuela.

-Disculpe, necesitaba un informe de forma muy urgente. Estoy segura de que su marido ya la ha avisado de mi llegada.

-Lo cierto es que no, pero tenemos la línea de teléfono cortada debido a unas reparaciones en la calle de al lado. Pase, por favor, y póngase cómoda.

Blanca asintió con la cabeza y pasó a la pequeña estancia. En las paredes, fotos de los niños que debían estar en la escuela. La plancha de hierro aún parecía caliente junto a un montón de ropa doblada.

-¿Podría darme un vaso de agua, si es tan amable? Ha sido un largo camino desde la jefatura.

La mujer la contemplaba extrañada, pero le tendió rápidamente un vaso. Blanca bebió mientras la escuchaba:

-¿Usted es Lola, entonces? Yo soy Carmen. Mi marido la ha mencionado en alguna ocasión. -Blanca respondió asintiendo de nuevo- me pregunto cómo será trabajar en una oficina. No parece que yo valiera para eso, demasiado papeleo, se me quedaría la cara cuadrada.

Blanca rio, acercándose un poco a ella. Dejaba que le contase más cosas sobre su día a día, como si le interesase sobremanera la forma nueva que había aprendido para hacer la raya del pantalón. Carmen se ofreció a enseñarle la técnica. A Blanca le costó contener la risa, pero mantuvo la compostura. Dijo, rápidamente, que ella de planchar lo justo.

-Claro, usted es una mujer moderna. Se le nota.

No sabría decir si aquello sonaba como un alago o como una reprimenda, pero preguntó por el despacho y Carmen la guio. Blanca asentía con cada comentario de la mujer, complaciente. Sabía como escuchar a aquellas mujeres que pasaban la mayor parte del tiempo solas, trabajando sin tener tiempo para dar rienda suelta a las fantasías que su imaginación genera durante interminables horas de tareas del hogar.

-Para cualquier cosa que necesite me llama, Lola. -Blanca contesta con una sonrisa y asiente. Apenas tarda medio minuto en colocar una carta en el escritorio de Sierra, por lo que tiene tiempo para curiosear y terminar depositando un viejo juego de cerillas del Flâner en uno de los cajones de su despacho.

Cuando está a punto de irse, se detiene en el quicio de la puerta. Carmen la mira desde el salón, doblando una manta. Su cuerpo, apenas castigado por los años, son una serie de curvas laberínticas: Sierra no tenía mal gusto, desde luego. Blanca se le acerca con determinación, para darle dos besos, manteniendo los cuerpos de ambas muy cerca. Antes de retirase, susurra ‘adiós’ a unos centímetros de los labios de Carmen. Los ojos de la mujer se humedecen; lo ha visto antes. Le dedica una cálida sonrisa y muy lentamente se dirige a la salida, cuando siente la mano de la mujer de Sierra agarrándole el brazo. Blanca se gira y antes de que pueda reaccionar, la besa. ¿Pero qué le pasa últimamente al mundo? ¿Es que acaso ha vuelto a sus años en el Flâner? Carmen no parece muy experimentada, pero no le falta pasión. Decide corresponder a la pobre mujer de Sierra, que debe estar harta de un hombre que no le permite más que jugar en dos posiciones. Cuando sus bocas se separan, Carmen parece arrepentida por un segundo. Blanca la toma por banda y detiene sus pensamientos con otro beso, esta vez acompañando con su mano en uno de los grandes pechos de Carmen, masajeándolo.

Pero la mujer decidió continuar tomando la iniciativa y tiró de Blanca hasta la sala de estar. La empujó al sofá y comenzó a jugar con sus dedos sobre sus muslos, para llegar a su coño, descubriendo que no llevaba ropa interior. Carmen rio como una niña y comenzó a jugar con el clítoris de Blanca frotándolo contra su dedo índice y anular. Aquella técnica la debía haber perfeccionado durante años de aburrimiento en la cama, pensó Blanca.

-Mi marido me había contado que te gustaban estas cosas. Le gusta hablar de ti… Mucho. -Blanca tuvo que contener de nuevo la risa. Uy, Carmen, no creo que su marido le cuente lo que realmente me hizo.

La mujer, de rodillas delante de ella, empezó a subirle la falda del todo para poder abrir las piernas de Blanca y humedecer con su lengua toda la zona. De igual manera, uno de los dedos de ella se coló entre sus nalgas, abriendo los ojos de Blanca. Mientras estimulaba ambas zonas, Blanca jadeaba yaciendo en el sofá. Sus flujos resbalaban por la piel de sus ingles hasta el tapizado, por lo que Carmen decidió limpiarlos con lo que tenía más a mano: su lengua. Esto hizo estallar a Blanca, lo que motivó a Carmen aún más para seguir lamiendo su muslo. Gracias al tacto de la lengua de la mujer, Blanca aún sentía las últimas palpitaciones de su orgasmo cuando decidió continuar. Con suavidad hizo que Carmen se levantada la falda también. Tenía las braguitas completamente empapadas: a simple vista se notaba. Se las retiró y juntas se tumbaron en el sofá juntando sus piernas, frotándose entre sí, compartiendo sus fluidos, moviéndose de forma frenética. Carmen, con los ojos en blanco, gemía como nunca antes Blanca había visto. Esto sólo hizo que aumentara el ritmo de sus movimientos, haciendo que juntas llegaran hasta el éxtasis.

Al terminar, Carmen no podía apartar la mirada de Blanca, de su cuerpo medio desnudo y de sus mejillas enrojecidas por el placer. Es por eso que, motivada por el miedo a que aquello no se volviera a repetir, la condujo al despacho de su marido. A Blanca le encantó su gesto, así que sentó a la mujer en el sillón de despacho de su marido entre risas, aún con la falda subida. Se puso de cuclillas delante de Carmen, separándole las piernas y le devolvió el favor: le limpió cada gota con la lengua sin apartarle la mirada. Carmen, por su parte, no perdió detalle. Blanca se ayudó de su dedo índice para comenzar a explorar el interior de la mujer, mientras que su lengua se fue centrando cada vez más en el clítoris de ella, primero en círculos y después de lado a lado. Por último, le dio por dibujar con la lengua las letras del nombre de su marido en la parte más íntima de ella: S-I-E-R-R-A. Aquello pareció gustarle tanto que continuó su frase, sin que Carmen percibiera nada más que puro placer: M-I-R-A C-O-M-O M-E F-O-L-L-O A T-U M-U-J-E-R. La ‘R’ final dibujada con la punta de la lengua de Blanca sobre el clítoris de Carmen fue la que le arrancó algún grito y el resto de sus fluídos. Entre respiraciones muy agitadas, Carmen se quedó completamente dormida sobre el sillón del despacho de su marido.

Blanca, satisfecha, se arregló la ropa y decidió no despertar a la pobre mujer, que sonreía en sueños. Miró el reloj: no faltaba mucho para que el Inspector llegase a casa y se encontrase el panorama justo antes que sus hijos. Lo único que lamentaba era tenerse que marchar y no poder contemplar la escena.