Las chicas del cable (Parte 1)

Segundo relato de la historia de Blanca. La joven vuelve a la mañana siguiente al club y descubre algo que le helará la sangre.

Aquella mañana Blanca llegó temprano al club. A pesar de que los recuerdos que aquellas paredes le traían no eran siempre los mejores, esa era su casa. Al menos así lo sentía ella cuando entraba cada día después del café en el bar El Extremeño que estaba justo al lado. Pero en aquel día soleado no todo era como de costumbre. Al entrar, Blanca se encontró con algunos hombres que no había visto en toda su vida.

<> pensó, porque los clientes allí no solían variar demasiado. Unos se invitaban a los otros y aquello era una especie de rara familia. Además, a ella le gustaba llegar temprano porque podía contemplar todo el local vacío y ver como poco a poco llegaban los empleados. Antes de que pudiera reaccionar, alguien la agarró del brazo.

-¿Puede enseñarme su documentación?

Un joven la sujetaba, sin ejercer demasiada fuerza pero de forma firme. Fijaba sus ojos en los de ella y por un momento Blanca se quedó en blanco. Era moreno, medianamente alto y con alguna peca salpicada por la cara.

-¿Señorita? - Repitió el hombre.

-Sí, claro… Tiene que estar por aquí – Dijo, mientras rebuscaba en su bolso. Le tendió los documentos que en algún momento Octavia había encargado falsificar para ella, no sin hacerle pagar antes el doble de su precio.

-Todo en orden, pues. - Afirmó. - Disculpe, soy el Inspector Sierra, Eduardo Sierra. Mi equipo está investigando el posible asesinato de una de las chicas que aquí trabajan. Dígame, ¿ayer estuvo en el... club?

-¿Asesinato? ¿Disculpe? ¿Qué ha…? -Blanca avanzó hasta el lugar donde se arremolinaban unos cuantos de aquellos hombres. Por un momento se le congeló todo. Allí estaba, lo que se podía considerar su peor pesadilla. La única persona le quedaba en el mundo, yacía allí, con la mirada perdida sobre un enorme charco de sangre. Aquella a la que la noche anterior había hecho chillar de placer en el despacho.

-¡AURORA! - Blanca sollozaba y gritaba, apartando a aquella gente tratando de llegar a Aurora. Algunas personas la cogieron de brazos y piernas, arrastrándola lejos de allí mientras rompía en llanto.


La secretaria de la comisaría apareció en aquel cuartucho y le ofreció a Blanca algo de beber, pero ella negó con la cabeza. Apenas pudo articular un gracias. Su rostro estaba pálido como la nieve, aún sin asimilar del todo lo sucedido. En aquel momento apareció el inspector por la puerta, arrojando un par de carpetas sobre la mesa.

-Espero que se encuentre bien. Recuerde que si colabora, Blanca, nada tiene por qué salir mal. -Dijo, antes de sentarse en la silla frente a ella. - Eso sí, solo si dice la verdad.

-Por supuesto, Inspector.

Eduardo abrió la carpeta y sacó una fotografía de Aurora. En ella estaba sonriendo. Estaba junto a una señora mayor que Blanca creyó que sería su abuela.

-Hábleme de su relación con Aurora Sánchez. -Preguntó, serio.

-Era una mujer estupenda. Desde que trabajo en el club siempre me ha ayudado y me ha apoyado. - A Blanca se le entrecortaba el hilo de voz con el que respondía.

-¿La conocía bien? -Inquirió Sierra.

-Sí, éramos íntimas. -Blanca tragó saliva. <> pensó.

-¿Cuándo la vio por última vez? -Dijo sin levantar la vista del folio donde hacía anotaciones que Blanca no podía leer.

-Ayer… Dimos una vuelta por el club, al volver de la gestoría por los papeles de la gerencia del local. Era ya tarde, apenas estuvimos un rato y luego…

-Voy a necesitar más detalles, señorita Cortés. ¿Cuánto tiempo estuvieron, por dónde anduvieron? - El inspector anotaba, pero sin quitarle el ojo de encima.

-Nada, estuvimos apenas quince minutos. Subí a cambiar la placa del nombre del despacho y ella archivó los papeles que le dije. Después me marché. -Mintió Blanca

-¿Sobre qué hora?

-Subí sobre las once de la noche. Me marché a y cuarto. -Falseó de nuevo la joven.

-Entonces… ¿por qué en la pensión en la que usted duerme dicen que usted no llegó hasta las dos de la mañana?

Habían hablado con Doña Amalia y aún encima acababa de demostrar que era una auténtica mentirosa. La Blanca de hace unos años habría comenzado a soltar toda la verdad entre lloriqueos, pero por suerte ella ya no era así.

-A veces… Las mujeres nos entretenemos. En el club nos gusta pasar un buen rato de vez en cuando. No me dirá que piensa que en el Club Flâner para lo único que vienen los clientes es para fumar un par de cigarrillos y reírse junto a sus colegas. A muchos de nuestros invitados les gusta… Relajarse, divertirse, pasar un buen rato.

-No voy a admitir ni una falsedad más, señorita. -En ese momento, Sierra la fulminó con la mirada. - Está a tiempo de cambiar su declaración. Puedo entender que se ponga nerviosa y que quiera proteger el negocio, pero flaco favor le está haciendo a la memoria de su amiga. Lo que dice no encaja con las declaraciones del resto de los interrogados. -Se levantó y se colocó detrás de Blanca. - Ahora, ¿va a empezar a decirme toda la verdad? -Posó sus manos sobre los hombros de ella. Blanca no podía dar crédito. Menuda mosquita muerta era aquel agente.

  • Mire... -Negó con la cabeza. ¿Tantos años esquivando la vigilancia de Doña Octavia y ahora no sabía ni engañar a un policía cualquiera? Decidió confesar la verdad y ganarse a Eduardo. - No todos los hombres que conozco ven con buenos ojos lo que estoy a punto de contarle. Ayer, mientras cambiaba la placa en el despacho de Aurora entré… Y la seduje.

El inspector esbozó una leve sonrisa, casi sin quererlo.

-Ahora todo cuadra un poco mejor. Pero necesito saber exactamente a que se refiere con que la sedujo. -Dijo esta última palabra con bastante rintintín.

-Entré al despacho e hice que Aurora… Pasara un buen rato. -Aún se le cortaba la voz al decir el nombre de ella.

-Detalles, señorita Cortés. -Soltó, serio. - ¿La montó en un tiovivo o…? -Apretó sus manos, aún en los hombros de Blanca.

-Mantuvimos relaciones. -A Blanca se le hacía duro recordar aquellos momentos, después de haberse encontrado con el cadáver de Aurora.

-¿Ah sí? -Eduardo Cortés empezó a bajar una mano, y agarró con fuerza uno de los pechos de Blanca. - Señorita, va a tener que empezar a expresarse mejor o voy a tener que exprimir sus palabras.

-No hay nada más, inspector. Después de eso regresé a la pensión. -Dijo con un hilo de voz.

Blanca sintió como un escalofrío la recorría de arriba abajo al sentir la piel de Eduardo rozando la suya. Agarraba con dureza su seno y entre el miedo el el shock, ella era incapaz de procesar todas las sensaciones que se acumulaban en su cabeza. No era la primera vez que un policía se propasaba con ella, pero nunca la habían acusado de asesinar a su amante. Siempre había procurado alejarse de la policía.

-¿Quiere que me crea que dos mujeres estuvieron retozando durante tres horas y luego se fueron a casa tan campantes? -Negó con la cabeza. -Señorita, va a tener que convencerme de eso.

Ni corto ni perezoso, el policía cogió la silla en la que Blanca estaba sentada y de un golpe la tiró al otro extremo de la habitación. Blanca cayó al suelo en el acto, dándose un buen golpe.

-Arriba, putita. -Ordenó.

-Oiga, creo que se está equivocando tratándome de ese modo, si sigue así llamaré… -Se quejó Blanca, tratando de incorporarse.

-He dicho que te levantes, zorra, no que quisiera que hablaras. -Eduardo agarró a Blanca del mentón. - He estado hablando con la señora de la limpieza. ¿Exactamente qué relación tenías con Aurora? Dice que os escondisteis en el despacho. ¿Muy oportuno, no? Más cuando Aurora acababa de heredar una cuantiosa cantidad de dinero. Demasiada casualidad que justo la noche anterior estuvieras hasta las tantas con ella. Si te digo la verdad, no me creo una mierda de lo que me estás diciendo.

-Es la verdad. Aurora y yo éramos amantes… -Soltó Blanca, incrédula.

Eduardo la levantó del suelo con fuerza y en ese momento Blanca pareció reaccionar, resistiéndose a que el Inspector la manejase a su antojo. Echó a chillar y a pedir auxilio.

-Por mucho que grites, estamos más que acostumbrados a tratar a niñatas como tú, que no se saben comportar. -De un empujón, la lanzó hacia una pared de la habitación, donde había un gran cristal tintado. - Ahora, ¿me vas a contar la verdad? ¿Qué quieres hacer con todo el dinero de Aurora? ¿Falsificaste su testamento?

Blanca no tenía ni idea de lo que él estaba diciendo. ¿Ahora le pertenecía el club? ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? Como Aurora sí tenía familia, pensó que se lo podría dejar a algún pariente que tuviera en cierta estima. Pero se lo había dado todo a ella. Y ahora, por eso, estaba sufriendo las consecuencias…

El Inspector Sierra se acercó a la señorita, que estaba apoyada en la pared, sin aliento. Tenía una navaja en la mano, aunque Blanca no había visto de dónde la había sacado. A pasos cortos se acercó a ella, que no podía hacer más que temblar.

-N...No… -Susurró.

-Chst. O confiesas, o te callas. -Poco a poco llevó la navaja al vestido de Blanca. Era uno bonito, de sus favoritos, porque estaba algo ceñido a la altura de la cintura e dejaba intuír sus curvas de una forma sutil. Eduardo rodeó con los dedos y la navaja el primer botón. Blanca se sintió aliviada por un lado, pero a su vez, empezaba a tener miedo de verdad.

  • Todo esto es un tremendo error. ¡Yo la quería! -Chilló.

-Respuesta incorrecta. -Dijo el Inspector, rompiendo un botón de su vestido.

-Jamás le haría algo así… -De nuevo, el hombre rompió otro de los botones del vestido. Ya se podía ver la camiseta interior de seda negra que llevaba Blanca.

-Como sigas así, poco te va a durar este vestidito que traes. ¿Te gusta finjir que eres una mojigata? ¿Es lo que hacías con Aurora?

-No fijo ser nada que no soy. -Sentenció Blanca.

-Vaya, parece que te va a durar poco esta ropita con la de mentiras que sueltas. -Eduardo procedió a quitar un botón más, pero aquel día estaba poco paciente, así que decidió añadir. - Como vuelvas a decir algo que no me guste, adiós vestidito.

Blanca lo miró. ¿Qué podía hacer? Si confesaba, cargaría con un crimen que no había cometido. Además, ya le había dicho que era su amante y estaba segura de que usaría eso contra ella. Si no confesaba…

  • Puede que al principio maquillase la verdad, pero de veras, esto que le estoy diciendo es cierto. -Afirmó Blanca, en un último intento de que el Inspector entrase en razón.

Eduaro suspiró y de un movimiento le quitó el resto de los botones del vestido a la joven. Blanca sentía el frío de la habitación en todo su cuerpo. Aquel hombre la miraba como si fuera un caramelito al que le acababa de quitar el envoltorio. Sin pensárselo dos veces, el Inspector apoyó la hoja de la navaja contra uno de los muslos de la joven. El frío hizo que Blanca se estremeciera. Acercó el instrumento a las bragas de Blanca y de nuevo, apoyó sólo la hoja de la navaja, para que sintiera el cambio de temperatura.

-Después de lo que te voy a hacer, te van a quedar pocas ganas de decir mentiras. -Guardó la navaja y le bajó aquellas braguitas negras de encaje. Se las enseñó y luego se las guardó en el bolsillo. -Si eras la amante de Aurora, esto es una prueba que debo añadir al sumario, como comprenderás. -Dijo el policía, irónico. - Date la vuelta, de cara a la pared.

Blanca obedeció y escuchó como Eduardo se desabrochaba el cinturón y se bajaba los pantalones. Notó el cuero del cinturón alrededor de su cuello y notó como lo ajustaba como si fuera una correa.

-Perrita, ¿vas a hacer lo que yo diga? -Le susurró al oído.

Blanca no contestó, intentando que no se le escapase ni una lágrima. De repente, notó como Eduardo le daba una cachetada muy fuerte. Debía haberle dejado las nalgas rojas en un solo golpe.

-Te doy otra oportunidad para que respondas. ¿Vas a hacer lo que yo diga? -Ahora el policía estaba levantando la voz y tiraba un poco de aquella correa improvisada.

-S...sí… -Un hilo de voz salió de la boca de Blanca.

Eduardo pegó su cintura a la de ella y Blanca notó como toda su polla estaba totalmente enhiesta y rozaba sus nalgas doloridas. Las manos del Inspector Sierra ahora recorrían todo su cuerpo, acariciando sus hombros, sus pechos, sus caderas y poco a poco llegando hasta su coño.

-¿Qué estabas haciendo anoche en el Club Flâner a las 12:00? -Le susurró al oído él.

Por un momento, Blanca recordó aquella noche con Aurora y de alguna manera contuvo el llanto por el recuerdo de su amante. Los dedos de Eduardo tocaban sin ningún pudor todo su coño, con ganas.

-Exactamente lo que está haciendo usted ahora, Inspector. - Soltó Blanca con valentía.

-Mira que eres peleona. Pero tranquila, eso me gusta. -Eduardo, sonriente, llevó a Blanca hasta la mesa metálica que se encontraba en el centro de la estancia. Blanca volvió a resistirse. Sin embargo, la imagen del Inspector medio desnudo la excitaba, sin saber muy bien por qué. Confusa, se dejó hacer. La joven estaba tumbada boca abajo y sus pezones, igual que todo su cuerpo, chocaban contra el frío material del que estaba hecha la mesa. Eduardo cogió su miembro y se lo ensartó a Blanca de un golpe. - Joder, ¡qué bien te entra, cabrona!

El policía, al sentir el calor de las entrañas de Blanca se olvidó del interrogatorio y de dónde estaba y empezó a bombearla como un auténtico animal, prácticamente montado sobre ella. Blanca no podía dar crédito, ¿cómo estaba ella disfrutando de aquello? No en pocas ocasiones había tenido que hacer aquello por trabajo, pero en ninguna o en casi ninguna había disfrutado realmente. Sin embargo, había algo en el porte de Eduardo que hacía que sintiera cosas muy parecidas a aquella primera vez en la que Aurora se le había acercado, siendo todavía adolescente.

-¿Seguro que quieres seguir manteniendo la versión de que eres tortillera? -Bromeó Eduardo entre dientes, notando lo lubricada que estaba Blanca, sin parar de follársela.

El policía la agarró de la cintura y empezó un movimiento frenético de mete y saca, viendo como el culazo de Blanca rebotaba contra su cintura. Por un momento, la chica giró su cara y contempló el rostro de Eduardo y él dirigió su mirada hacia ella. Él no podía parar. Con una mano le volvió a propinar otra cachetada, esta vez menos fuerte que la anterior, algo que Blanca podía disfrutar. La joven no pudo contener un gemido de placer, y el en ese momento, mirándose, Eduardo pudo notar como Blanca se corría. Sonriente, hizo una breve pausa y agarrándola del pelo, la puso de rodillas.

-Abre la boca. -Mandó él.

Blanca sin rechistar abrió su boca a la altura del miembro de él. Eduardo empezó a follarse la boca de ella, sin ningún tipo de clemencia y llegados a un punto Blanca también se movía, queriendo probar su leche y también complacerle, porque la imagen de él disfrutando de ella era algo superior a su autocrontrol. Entre rudos gemidos, el Inspector empezó a correrse en la boca de Blanca. La lefa se le acumulaba en la lengua mientras sus ojos permanecían fijos en los de él.

-Si… Confiesas… -El Inspector la miraba mientras recobraba el aliento. - Si quieres confesar, puedes escupirlo. Si quieres mantener tu estúpida versión, trágatelo todo.

A los pocos segundos, la boca de blanca estaba totalmente vacía. Eduardo negó con la cabeza.

-Una pena, me habría encantado ver como limpiabas lo que habías escupido con tu lengua. -Concluyó, satisfecho.