Las Cazadoras de Brujas (2)

Prosiguen las aventuras de dos cazadoras de brujas en el sombrío y peligroso Viejo Mundo.

LAS CAZADORAS DE BRUJAS (Capítulo II)

-Permanece detrás de mí, Sofía.

-Sé cuidar de mí misma, mi señora.

-Obedece.

Aurora ignoró el tono de reproche de su escudera. Sólo sabía que si algo la sucediese, no se lo perdonaría nunca a sí misma. La cazadora de brujas contempló la entrada de la caverna al pie de la montaña. A primera vista parecía una simple gruta, pero había algo más. Un frío sobrenatural y opresivo salía al exterior, llevando consigo un extraño olor inidentificable junto a amortiguados sonidos de veladas conversaciones y cuchicheos siniestros.

La mujer desenvainó su acero con un rígido sonido metálico mientras los vellos de su nuca se erizaban. Un conocido presentimiento la avisaba cuando se hallaba frente al peligro y su sexto sentido nunca la había engañado. La oscuridad se cernió sobre ellas hasta que casi chocaron con unos escalones esculpidos en piedra que subían hasta una estancia superior.

Aurora echó un rápido vistazo a su alrededor. La habitación en la caverna disponía de la luz que entraba por una abertura en una de las paredes, que daba a un precipicio desde el que, desde una considerable altura, se veían las copas de los abetos del espeso bosque por el que habían llegado hasta la morada de la bruja. Un intenso olor a hierbas y ungüentos lo impregnaba todo, atenazando sus fosas nasales. La estancia tenía las irregulares paredes recubiertas de estanterías sobre las que descansaban cientos de probetas y redomas de finalidad ignota. En una esquina, una chimenea retorcida como un sacacorchos albergaba un barboteante caldero. Una serpiente se escurrió siseando por entre una de las estanterías.

Sofía tragó saliva audiblemente.

-Se… Se trata de una bruja real, ¿verdad, mi señora?

-Me temo que sí, cariño.

-Exacto, queridas.

Sofía y Aurora casi chillaron cuando la susurrante voz a sus espaldas las sorprendió. Ambas se volvieron al unísono para ver a una mujer encapuchada envuelta en unos negros ropajes sentada en una protuberancia de la roca que imitaba un tosco sillón al lado de la abertura en la pared. Aurora hubiera jurado que hace un segundo no había nadie allí.

-Lamento no tener un té con galletitas que ofreceros, mis queridas cazadoras de brujas. Quizá si hubierais tenido la amabilidad de avisar de vuestra llegada

Aurora permaneció unos segundos en silencio, expectante, antes de envainar su espada.

-Supongo que eres Raven.

-Supones bien, Aurora.

Sofía abrió la boca por la sorpresa pero Aurora rió con ganas.

-Puedes ahorrarte tu parafernalia barata. No me impresionas, conozco muy bien los trucos de las de tu calaña. No es la primera vez que me enfrento a una bruja. Supongo que nos habrás espiado de alguna manera cuando veníamos por el bosque, ¿me equivoco?

Una pequeña risita surgió bajo la capucha de Raven, mientras juntaba teatralmente las yemas de sus dedos, largos y pálidos. Con lentitud, retiró su capucha, revelando su rostro. Aurora esperaba encontrarse a una decrépita vieja desdentada, pero en lugar de ello vio a una mujer joven. Su semblante era extremadamente pálido, casi blanco, contrastando con su pelo, negro como el color del que está tejida la noche. Sus ojos eran tan claros que parecían blancos, sin vida.

-No te equivocas, querida. La visión ha sido muy… estimulante.

Sofía no pudo evitar enrojecer. Aurora y ella no habían podido resistirse y se habían detenido cada media hora para hacer el amor desde el trayecto del lago hasta la cueva. Aurora habló con voz firme, ignorando las palabras de la bruja.

-Los habitantes del pueblo de Achënburg te acusan de ser una bruja. Venimos a apresarte y conducirte hasta la justicia. Vendrás con nosotras quieras o no, por el poder que nos otorga el Emperador Karl Franz y la Sagrada Ord

-Aldeanos hipócritas. –Interrumpió la bruja con desdén. –Me denuncian pero son los primeros en acudir a mí para rogarme que les proporcione una poción de curación o un bálsamo milagroso

-¡Mientes! –Sofía dio un paso hacia la bruja. –Un honesto ciudadano del Imperio jamás tendría tratos con una servidora de los Poderes Ruinosos como tú.

La bruja rió ruidosamente.

-Mira tras de ti, muchacha. ¿Ves todas esas pociones de la estantería de tu derecha? Son venenos. Todos me han sido encargados por esos… ejemplares y honestos ciudadanos del Imperio. Pagan bien, eso hay que reconocerlo.

-¡Malvada asesina! Además de ser una sucia bruja, preparas venenos.

-Sucia puede. Os sorprendería la cantidad de polvo que se acumula en una cueva como ésta. Pero ¿asesina? ¿Yo? Jamás he matado a nadie.

-Pero acabas de reconocer haber elaborado venenos. Venenos que han acabado con la vida de gente inocente.

-Eso que llevas al cinto, pequeña, parece una espada. ¿Detuviste al herrero que la fabricó y que te la vendió?

-¡No es lo mismo!

-Claro que no, muchacha. Las espadas no se fabrican para herir ni para derramar sangre, por supuesto.

Sofía se calló, confundida. Aurora dio un paso hacia la bruja.

-Ya está bien de todo esto, Raven. No nos lo pongas más difícil. Vendrás con nosotras ante la justicia, voluntariamente o no.

-Entenderás que no me entusiasme la idea de acabar en una hoguera. Se me ocurre una idea bastante mejor.

La pálida bruja sacó un frasco de entre sus ropajes y sonrió siniestramente. Antes de que las dos cazadoras de brujas reaccionaran, lo estrelló contra el suelo y un acre humo violeta inundó la estancia.

-¡Bruja traidora! ¿Qué era eso?

-El repertorio de una bruja no estaría completo sin un filtro amoroso. Lo que estáis respirando en este momento es un potente afrodisíaco que os convertirá en mis esclavas.

La maligna sonrisa de la hechicera se acentuó como la de un gato de Chesire mientras Aurora comenzaba a notar una neblina frente a sus ojos que nublaba su entendimiento. Un repentino calor, como una tórrida canícula, la inundó, y pareció crecer cuando contempló cómo la bruja se despojaba lenta y sinuosamente de su negra túnica, revelando un pálido pero apetitoso cuerpo.

-Venid aquí, queridas.

A su lado, Aurora pudo ver cómo gruesas gotas de sudor perlaban el sonrosado rostro de Sofía mientras ésta cerraba los ojos y se mordía el labio, incapaz de resistirse. Una vocecilla en su cabeza le decía que debía oponer resistencia, pero sabía que era inútil. ¡No! No debía rendirse. Aún sabiendo que no era una buena idea, Aurora comenzó a desnudarse precipitadamente, ya que sus ropas la quemaban en contacto con su crepitante piel. Durante un segundo se preguntó para qué se había traído una armadura para esta misión, pues pasaba más tiempo con ella quitada que puesta. Pudo ver que Sofía ya estaba completamente desnuda, mientras con una mano se frotaba su sexo.

Raven sonrió apreciativamente mientras contemplaba sus espléndidos cuerpos.

-Sois preciosas. Va a ser un verdadero placer disponer de unas esclavas tan hermosas como vosotras. Acercaos más.

La bruja abrió sus piernas procazmente, dejando al descubierto su lujurioso sexo. A la cazadora de brujas le faltó la respiración. Sofía se arrodilló y, como en un sueño, se dirigió lentamente hacia aquel delicioso manjar. La lengua de la rubia muchacha se posó suavemente en el húmedo pubis de la mujer, lo que arrancó un sensual gemido de placer de la bruja. Aurora cerró los dientes con fuerza, mientras intentaba evitar que su mano tocase su pulsante sexo, que latía exigiendo la debida atención. Sabía que si lo rozaba para proporcionarse placer estaría perdida.

-Vamos, querida… ¿Es que no te parezco atractiva? Ven a mí, Aurora… Bésame… -La susurrante voz de la bruja era como un cálido ronroneo que llegaba directamente a su cerebro. Aurora comenzó a arrodillarse ante la triunfal sonrisa de la bruja.

Pero no podía rendirse. Era una hermana de la Sagrada Orden de la Espada, una cazadora de brujas, con el sacrosanto deber de combatir los Poderes Ruinosos. Apeló a Sigmar para que le diera fuerzas para resistirse a ese lascivo súcubo. Antes de arrodillarse del todo, Aurora gritó y logró incorporarse. Sujetando a su escudera por las caderas, de un fuerte empujón, derribó a su amiga que cayó desmadejada, apartándola de Raven.

Los ojos de la bruja se abrieron como platos mientras siseaba como un gato enfurecido.

-¡Por los pezones de Rhya, es imposible! ¡Has resistido!

-Ha sido difícil –jadeó Aurora –te lo reconozco. Eres muy atractiva, pero yo soy libre y decido con quién hago el amor y con quién no.

Por primera vez desde que las cazadoras entraran en la caverna, el miedo se dibujó en los rasgos de Raven. Aurora se incorporó cuan larga era y cerró los puños, sonriendo amenazadora. Su figura era temible.

-Está muy feo intentar controlar a la gente. Creo que te mereces una buena lección, niña mala, y será un verdadero placer dártela.

La cazadora de brujas dio un paso implacablemente hacia la desnuda bruja, que tragó saliva mientras se levantaba nerviosamente.

-No… No des un paso más o de lo contrario

-¿De lo contrario qué? Espero que tengas un truco mejor, mi pequeña brujita, porque si no, vete preparándote para luchar.

-No, querida. Estaría loca si osara enfrentarme a alguien como tú, capaz de partirme en dos con sus manos desnudas. Si he sobrevivido durante tanto tiempo es porque sé cuándo es el momento de retirarse.

La bruja gesticuló misteriosamente, mientras su cuerpo parecía fluir y oscurecerse, cambiando a algo ominoso.

-¡Ríndete, Raven! ¡No tienes a dónde huir!

-Siempre hay una vía de escape, querida. Si me quieres, primero tendrás que cogerme. –Replicó burlonamente la bruja mientras se llevaba los dedos a los labios y mandaba mordazmente un beso a Aurora, antes de correr hacia la abertura de la pared.

-¡No! –Aurora se lanzó hacia Raven, con intención de evitar que se suicidara lanzándose por el hueco, pero no fue lo suficientemente rápida. La mujer se precipitó al vacío con una mueca feroz. Pero ante la estupefacción de la cazadora, la bruja, mientras caía, se volvió más pequeña y oscura hasta transformarse en un cuervo que, con un graznido burlón, salió volando.

-¿Qué… Qué ha sucedido, mi señora? –Sofía se incorporó del suelo, mientras se masajeaba las sienes, como si despertara de un agotador sueño. Aurora se vistió rápidamente con su camisola, intentando no mirar siquiera los erectos pezones de su escudera. No había logrado resistirse a la tentación de la hechicera para ahora lanzarse sobre su bella escudera para poseerla. No podían permitirse perder ni un segundo.

-La bruja ha escapado. Si nos damos prisa podremos alcanzarla. Los conjuros de los hechiceros no suelen durar mucho tiempo.

-Pero mi señora, mi ropa

-¡No hay tiempo!

Ambas mujeres descendieron las escaleras a la carrera y se dirigieron hacia los caballos, que pastaban cerca de la cueva. Entre las copas de los árboles se distinguía una pequeña figura negra en el cielo que casi se perdía de vista. Montando de un salto, las cazadoras partieron al galope, mientras la desnuda Sofía hacía verdaderos esfuerzos para no caer de la silla del caballo, esquivando las ramas a duras penas. Aurora no pudo decir cuánto duró la persecución, ¿minutos? ¿horas?, pero sonrío triunfalmente cuando pudo ver que la distancia entre el cuervo y ellas se reducía visiblemente. Un graznido de consternación llegó hasta sus oídos. La cazadora de brujas casi pudo sentir el terror de la bruja y su impotencia mientras sus perseguidoras acortaban la distancia.

-¡Azuza tu montura, Sofía, ya casi la tenemos!

-¿A ese cuervo, mi señora?

Sofía contempló con perplejidad el pájaro sobre sus cabezas. Una segunda mirada le reveló algo sumamente extraño. La forma del cuervo comenzó a cambiar. Se agrandó paulatinamente mientras escuchaba un chillido de frustración y comenzaba a caer, como si fuera demasiado grande para mantener el vuelo. Pronto, el ave comenzó a caer al suelo mientras se transformaba en una pálida mujer, antes de golpearse en las ramas y caer aparatosamente en la tierra, al tiempo que las cazadoras de brujas desmontaban de sus caballos.

-Tu hechizo ha finalizado. Se acabó la huida, Raven.

La desnuda bruja intentó incorporarse, con los dientes rechinando de furia, pero cayó de nuevo al suelo. Debía haberse lastimado en un tobillo. A gatas intentó alejarse de las cazadoras, pero casi chocó con Sofía cuando la cortó el paso. La escudera era más fuerte que ella, por lo que no le costó ningún trabajo inmovilizarla sentándose a horcajadas y apoyando todo su peso sobre ella.

Aurora, sonriente, extrajo unas cuerdas de la bolsa en su caballo y se acercó a la bruja.

-¡Malditas seáis! ¡Soltadme!

-¿Para que vuelvas a huir? De eso nada, querida. Ya eres nuestra.

La bruja continuó gritando insultos y blasfemias mientras la cazadora de brujas la ataba firmemente de pies y manos y la dejaba amarrada como un fardo sin poder moverse. Tras comprobar las ataduras, Aurora dio dos nalgadas en las dos pálidas medias lunas del trasero de la bruja que quedaban a la vista. A continuación buscó algo en una bolsa.

-Me vengaré. Cuando huya os prometo que

-Ah, ah, ah, ni hablar, preciosa. Tengo un método para evitar que puedas escapar.

Aurora sacó un objeto de la bolsa y se lo enseñó sonriente a la bruja. El pálido rostro de ésta se tornó aún más lívido y un ahogado gemido escapó de su garganta. Frente a ella se hallaba una especie de falo de cuero de proporciones más que generosas con una enorme cabeza.

-Vamos a meterte esta preciosidad por tu bonito culo. Si pretendes volver a transformarte en cuervo o en cualquier otro bicho, me temo que quedarás empalada sin remedio.

La bruja enmudeció y palideció aún más. Y comenzó a patalear inútilmente y a maldecir cuando Sofía la dio la vuelta y la colocó boca abajo, con sus rodillas bajo sus pechos y su trasero en pompa hacia arriba.

-¡Soltadme, malditas!

Aurora, sonriendo y haciendo caso omiso, sacó un frasquito de una sustancia viscosa y untó el enorme falo con ella. Sofía la contempló con curiosidad mientras sujetaba firmemente a la bruja.

-¿Qué es eso, mi señora?

-No somos unas salvajes. Es un aceite para facilitar su entrada en su culito. Sepárale las nalgas, cariño.

-Será un verdadero placer.

Raven cerró las mandíbulas con furia cuando notó las cálidas manos de Sofía sobando y separando los cachetes de su trasero. A la vista de las dos cazadoras quedó un pequeño y arrugado agujerito. El rostro de Raven enrojeció hasta adquirir el tono de la grana.

-Malditas… No os suplicaré, zorras.

Sofía y Aurora rieron, mientras apoyaban suavemente el falo de cuero en el indefenso culo de la bruja. Con un par de suaves movimientos circulares, Aurora comenzó a introducir con lentitud el negro consolador. Raven no pudo disimular un quedo gemido ni el hecho de que sus pezones se endurecieron visiblemente mientras sus entrañas comenzaban a tragar el falo.

-Vaya, parece que la situación no te es del todo desagradable, ¿verdad, brujita?

Raven permaneció en silencio y hundió el rostro en el suelo, entre sus desgreñados cabellos negros, humillada por sus enemigas. La mano de Sofía se hundió en la entrepierna de la hechicera.

-Bufff… Está completamente empapada, mi señora.

Las dos cazadoras rieron mientras continuaron insertando el falso falo lentamente, permitiendo adaptar los músculos de la bruja al grueso del consolador. Pronto, el glande traspasó su ano con un sonido húmedo y viscoso, quedando encajado como un romo arpón que era imposible retirar. Raven no pudo evitar proferir un pequeño chillido, mientras su saliva caía por la comisura de sus labios. Se mordió el labio intentando que ningún sonido brotara de sus labios pero fue inútil cuando la diestra y cruel mano de Sofía continuó explorando su sexo. Los dedos de la rubia muchacha se adentraron en su esponjoso interior mientras el consolador hacía lo mismo por sus entrañas. Sin mucha dificultad localizó el abultado clítoris de la bruja y comenzó a acariciarlo y pellizcarlo dulcemente, mientras las anudadas manos de la agotada hechicera se abrían y cerraban impotentes. Sin poder resistirse, Raven aulló mientras un fuerte orgasmo la sacudía y la dejaba sin fuerzas, mientras su esfínter se cerraba y abría convulsivamente sobre el falo de cuero y una buena cantidad de flujos resbalaban por sus muslos. La bruja cayó sobre la hierba como una muñeca rota a la que han cortado las cuerdas.

Las dos cazadoras de brujas miraron a la desfallecida bruja a sus pies y se besaron apasionadamente.

-Misión cumplida, Sofía. No ha sido tan complicado, ¿verdad?

-Deberíamos volver a por nuestras ropas a la cueva. Pronto se hará de noche.

-Ya es muy tarde. Quedémonos aquí esta noche. Ya iremos mañana.

-Una idea excelente, mi señora.

Los labios de Sofía se cerraron en torno a uno de los pezones de la cazadora de brujas, lo que provocó un gemido de ésta. Ambas mujeres se recostaron en el mullido suelo y Sofía tumbó delicadamente a Aurora mientras cubría sus pechos y vientre de besos. Ambas mujeres estaban sumamente excitadas, por lo que la espera le pareció indeciblemente exasperante a Aurora, que luchó por no agarrar la preciosa cabecita de su rubia escudera y dirigirla hacia su sexo. Pero cuando su respiración se apresuró y se transformó en jadeos, el ritmo de Sofía se aceleró, sus besos se convirtieron en potentes chupetones y sus mordisquitos en enérgicas mordeduras. Sofía embadurnó bien uno de sus dedos con los abundantes flujos de su amiga y la penetró aceleradamente, obligándola a dar botes y retorcerse de placer. La mirada de Aurora se cruzó con la de Raven quien la contemplaba silenciosa y furibunda. Si las miradas matasen… La cazadora de brujas no pudo evitar sonreír al percatarse de que la bruja, atada, estaba enardecida por la espléndida visión de las dos cazadoras haciendo el amor pero, inmovilizada como estaba, sólo era capaz de frotarse torpemente un muslo contra otro para intentar darse placer.

Los labios de Sofía se juntaron con los de Aurora y sus lenguas se entrelazaron. Un segundo dedo se unió al primero. El frenético movimiento de los dedos en su interior pronto dio su fruto. El clímax inundó el cuerpo de Aurora a oleadas y sus gritos fueron absorbidos por la boca de Sofía. La mujer continuó agitándose, sin poder parar, hasta que las fuerzas abandonaron sus músculos y quedó inmóvil, con los dedos de su amiga todavía dentro de su sexo.

Sofía se tomó su tiempo observando a su exhausta señora. Sus muslos abiertos, empapados, la boca abierta en una pícara sonrisa, sus mejillas sonrosadas por el reciente orgasmo, sus deliciosos pechos, todavía brillantes de saliva

-Ahora me toca a mí, cariño

Cerca, Raven se agitaba sobre el mullido musgo sin poder remediarlo. Estaba firmemente atada y el enorme falo de cuero incrustado en sus entrañas la impedía pensar con claridad y, lo que era peor, impedía, como era el propósito de las cazadoras, que pudiera transformarse en un animal y huir de allí. Lo único que podía hacer era contemplar cómo aquellas dos cazadoras de brujas ninfómanas hacían el amor una y otra vez. Lo cierto es que eran tan atractivas… Cerró los ojos con fuerza mientras se censuraba a sí misma. Cualquiera diría que era ella la que había sido la víctima de la pócima afrodisíaca. No debía rendirse. Siempre había una vía de escape. Siempre. Debía pensar deprisa y encontrarla. Sólo disponía de unas pocas horas para hallarla.