Las Cazadoras de Brujas (1)

Las aventuras de dos cazadoras de brujas en el sombrío y peligroso Viejo Mundo.

LAS CAZADORAS DE BRUJAS (Capítulo I)

La mujer respiró profundamente mientras se apartaba un castaño mechón rebelde de su sudado rostro. El fuerte calor de mediodía y la pesada armadura que llevaba provocaban que se estuviera cociendo poco a poco. Como si la leyera los pensamientos, Wolfblut, el negro caballo sobre el que montaba relinchó, quejándose de las elevadas temperaturas. Si el calor proseguía, puede que acabara desfallecida antes siquiera de tener tiempo para llevar a buen término su misión. Qué ridículo sería. Derrotada por los elementos antes siquiera de confrontar a la bruja a la que debía apresar. Cómo se reirían sus compañeras de la Orden de la Espada Sagrada.

-¿Os encontráis bien, mi señora? –La preocupada voz a su izquierda la sacó de sus cavilaciones.

-Sí, mi buena Sofía. Es sólo este maldito calor.

Aurora sonrió a la rubia muchacha que cabalgaba a su lado. Llevaba poco tiempo como su escudera, tan sólo unas pocas semanas, pero no tenía dudas sobre su competencia y valor. Hacía pocos días, unos bandidos las habían asaltado y entre ambas les habían hecho poner pies en polvorosa con apenas unos diestros movimientos de espada. El Bosque de Drakwald era un lugar oscuro y peligroso, pero la habilidad marcial de ambas mujeres bastaba y sobraba para mantenerlas a salvo.

-Mi señora, con vuestro permiso… ¿Puedo preguntaros algo?

-Deja de tratarme como si fuera una marquesa o algo parecido, Sofía. Me gustaría que me llamaras Aurora. Adelante con la pregunta.

-Como gustéis, mi seño… Aurora. La bruja a la que nos enfrentamos… ¿Es muy peligrosa?

-Lo desconozco, Sofía. Los habitantes de la aldea de Achënburg han mandado un mensajero al Conde Elector pidiendo ayuda porque viven atemorizados por una maligna bruja llamada Raven. Probablemente no se trate más que de una falsa alarma provocada por los miedos supersticiosos de los aldeanos. Llevamos bastante tiempo sin señales de ataques de los Poderes Ruinosos.

-Pero pensaba que las brujas eran muy peligrosas

-Y lo son, mi querida Sofía. Bastantes veces las brujas son mujeres malvadas que utilizan sus preternaturales habilidades para la Magia para sembrar el terror y esclavizar a sus congéneres a que obedezcan el más nimio de sus oscuros deseos. Pero muchas veces son peligrosas involuntariamente.

-No lo entiendo, mi señora.

Aurora sonrió ante la imposibilidad de que la muchacha la llamase por su nombre.

-Verás, Sofía, muchas veces las brujas no son sino mujeres que cuentan con una cierta habilidad para la Magia. Pero en lugar de acudir a los grandes Colegios de la Magia de Altdorf, para controlar sus poderes y saber canalizarlos, por desconocimiento o arrogancia utilizan sus dones descuidadamente y sin protección, por lo que es fácil que entidades demoníacas utilicen a esas desprevenidas desgraciadas para poseerlas, consumir sus cuerpos y acceder a nuestro mundo y sembrar el Caos. Y ya sabes que es nuestro sagrado deber como Cazadores de Brujas evitar que los Poderes Ruinosos amenacen el Viejo Mundo.

-¿Y os habéis enfrentado a muchas brujas, mi señora?

-Muy pocas veces, a decir verdad. La mayoría de casos mi tarea ha consistido en salvar de la pira a simples viejas con grandes conocimientos de herboristería o a desequilibradas muchachas con mucha imaginación a las que los aldeanos pretendían linchar y quemar vivas.

-Esperemos que esta vez se trate de una bruja verdadera contra la que medir nuestro acero.

Aurora rió ante el brioso carácter de la muchacha.

-Modera tu ardor guerrero, mi joven escudera. Eres todavía muy joven y ya tendrás múltiples ocasiones a lo largo de tu vida para probar tu valor. Sólo Sigmar, nuestro Señor, sabe a qué nos enfrentaremos esta vez.

De pronto, Sofía señaló un punto a la espalda de la cazadora de brujas.

-¡Mirad allí, mi señora! ¡Un lago!

Antes siquiera de que Aurora hubiera podido pronunciar cualquier palabra, Sofía picó espuelas y cabalgó impetuosamente hacia el solitario paraje.

-Espera, no sabemos

Aurora bufó y, sonriendo, lo dejó correr. Llevaban varias horas literalmente cociéndose y el sudor la empapaba por debajo de la armadura. Siguió a su escudera hasta las orillas del pequeño lago. Su superficie parecía tranquila y cristalina, y las aguas eran tan limpias que podía contemplarse el azulado fondo fluvial. El frescor de la cercana fuente de agua fue revitalizante para la mujer.

Cuando Aurora bajó de su caballo, Sofía ya estaba casi desnuda, despojándose de sus grebas de cuero. La mujer cazadora no pudo evitar contemplar el imponente cuerpo de la joven. Sofía se dio la vuelta y sonrió a su señora, quien no pudo evitar apartar la mirada, azorada.

-Menos mal que hemos encontrado este lago. Creí que iba a derretirme, mi señora.

Los pechos de la rubicunda muchacha eran firmes y erguidos, con unos pezones que apuntaban ligeramente hacia el cielo. Su cintura y sus bronceadas caderas se veían resaltadas por el brillante sudor, y su firme estómago desembocaba en un delicioso sexo coronado de unos rubios vellos. Aurora permaneció en silencio contemplando a su joven amiga.

-Eres muy Bella, Sofía.

-Oh, vamos, mi señora, me tomáis el pelo. Vos sí que sois preciosa. –Sofía parecía levemente ruborizada por las palabras de su señora, a pesar de que no mostraba ninguna intención de cubrir su dulce desnudez. -¿No preferías desnudaros, mi señora? Vuestra armadura debe estar al rojo vivo.

"No sólo mi armadura, muchacha", pensó Aurora mientras enrojecía cuando su desnuda escudera avanzó hacia ella con la intención de desvestirla. Notó cómo su sexo pulsaba y se humedecía cuando las diestras manos de la muchacha comenzaron a desanudar los correajes de sus hombreras y peto, rozándola casualmente en su sudoroso cuello y rostro y arrancándola algún gemido de placer cuando las calurosas partes de su armadura dejaron de achicharrarla. Antes siquiera de proponérselo, sus labios ya se fundían con los de Sofía en un apasionado beso. Las relaciones con otras muchachas no eran algo desconocido para Aurora. Muchas veces había hecho el amor con otras hermanas de la Orden de la Espada.

-Sofía

-Mi señora

Pronto la coraza estuvo desprendida y la fina camisola, encharcada de sudor, dejó translucir los erectos pezones de la mujer. La mano de la muchacha los atrapó delicadamente y comenzó a frotarlos a través de la mojada tela, lo que provocó un susurro ronroneante de la cazadora. Aurora cerró los ojos de puro placer mientras se abandonaba a las habilidosas caricias de su escudera. Sofía comenzó a mordisquear el lóbulo de la oreja de Aurora, lamiéndolo con parsimonia. La mujer se retorció extasiada.

Después, la escudera retiró la empapada camisola de su señora y la besó en los hombros, desde la base del desnudo cuello hasta el extremo, besos carnosos y húmedos, degustando la transpiración de Aurora. Ésta gimió, totalmente a merced de su servidora.

Las manos de la escudera se cerraron sobre los generosos pechos de Aurora y comenzaron a masajearlos.

-Son tan perfectos, mi señora… Sois maravillosa.

Aurora no pudo sino gemir, próxima al orgasmo. Aquella chiquilla la estaba derritiendo, más todavía que el insoportable calor padecido las horas anteriores. Ninguna otra de sus hermanas de la Espada la había conseguido enardecer tanto como aquella diestra muchacha estaba haciendo. Si los sirvientes de Slaanesh, el maligno Dios de la Seducción y del Placer, tuvieran la mitad de maestría que ella, haría ya tiempo que el Imperio hubiera sucumbido al Caos.

Los susurros de Sofía penetraron los oídos de Aurora como si fueran calientes soplos de aire.

-Quiero haceros el amor, mi señora. Llevo mucho, mucho tiempo queriéndolo, desde que os vi, mi preciosa señora. Sois tan bella que es doloroso contemplaros sin besaros.

-Fóllame, Sofía.

Aurora se sintió deliciosamente sucia al pronunciar esa palabra. Ambas mujeres, desnudas y jadeando por el deseo, juntaron sus pelvis. Sus húmedos sexos se juntaron con un viscoso sonido. Las dos cazadoras de brujas se frotaron con vehemencia, con hambre en sus ojos, sujetándose por las caderas como si su mayor miedo fuera separarse.

El clímax llegó rápido para Aurora, que arqueó su espalda hasta casi romperse mientras gemía lastimeramente. Frente a ella, Sofía chilló y se sacudió espasmódicamente, hasta quedar tendida sobre la hierba.

-Deberíamos… Deberíamos proseguir nuestro… camino… -Aurora jadeaba, casi incapaz de hablar.

Por toda respuesta, Sofía se incorporó, y besó los labios de Aurora, ahogando sus palabras. Sus manos se cerraron delicadamente en torno a los pechos de la mujer y ambas mujeres se acariciaron durante largo tiempo. El tiempo parecía haberse detenido, como si nada más tuviera importancia.

Lejos de allí, a varios kilómetros, una pálida mano de largos y afilados dedos se posó sobre las aguas del caldero, que temblaron y formaron pequeñas ondas. Cuando la superficie volvió a calmarse, pudo verse con claridad los cuerpos desnudos y entrelazados de las dos cazadoras de brujas, como si sus imágenes estuvieran dentro del caldero y la superficie de agua fuera una mera ventana desde la que contemplar la escena. La mujer encapuchada contempló con avidez las dos figuras que volvían a besarse y fundirse en un apasionado abrazo antes de sumergirse en las aguas del lago y jugar ingenuamente a salpicarse. Una de sus pálidas manos se deslizó casi imperceptiblemente hasta su vagina, que comenzaba a estar verdaderamente húmeda. La mujer sabía que debía prepararse para la llegada de sus enemigas pero todavía disponía de tiempo. Dos dedos se hundieron entre los mojados labios de su sexo y comenzaron un lento pero cada vez más apremiante movimiento, mientras la bruja mordía su labio inferior para no gemir mientras el placer la inundaba como una furiosa descarga. Lentamente, la mujer extrajo los dedos de su sexo y se los llevó a los labios distraídamente mientras seguía escrutando la superficie del caldero. Esas dos ardientes mujeres pagarían caro el atrevimiento de enfrentarse a ella.

(Continuará…)