Las cartas de Crimea (cap. 3 y último)

Ruslan y Murat consolidan su relación amorosa. Poco después, Ruslan decide leer al fin el puñado de cartas antiguas que le entregara su madre al partir de Rusia. Al hacerlo descubre un refinado estilo de amar en clave rusa que desconocía, y que le reconcilia de forma definitiva con su país de origen

Días mas tarde, una noche en que Volkan se había quedado a dormir en el apartamento de su novia, Ruslan aprovechó la coyuntura para hacer lo propio con Murat, con quien estaba empezando a vivir una historia de amor muy intensa y sincera, y, tras unos románticos prolegómenos en el salón de la casa, decorado con velas aromáticas para la ocasión, hizo el amor de forma salvaje en su dormitorio con el joven circasiano de mirada profunda y turbadora, sintiéndose completo por primera vez en su vida y agradeciendo a la vida el regalo maravilloso que le había enviado sin buscarlo de manera consciente.

Un rato después sintieron hambre y se levantaron a tomar unas raciones de "kebab", lo que aprovechó Ruslan para hacer zapping, topándose con una nueva serie nacional de carácter histórico, de alta calidad técnica, que tenía la particularidad de que su trama se desarrollaba parcialmente en la Rusia zarista, lo que llamó la atención de Ruslan hacia la olvidada caja lacada con aquellos misteriosos sobres de una época muy remota, que yacía olvidada en el trastero. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, aprovechando que tenía el día libre, bajó al sótano a por la caja y destapó por primera vez su contenido, picado por la curiosidad. Lo primero que le sorprendió fue encontrarse con una nota introductoria escrita a boli por su madre, que, usando el idioma ruso y el alfabeto cirílico de su infancia y juventud, decía lo siguiente:

"Querido hijo:

Cuando leas estas líneas te encontrarás a buen seguro en Estambul, una ciudad muy vinculada a uno de los protagonistas de la información contenida en estos sobres desgastados por el tiempo. Me gustaría que leyeras estas cartas con el respeto y la atención debidas, sin precipitarte a realizar juicios de valor que tal vez no se correspondan con la realidad descrita.

Uno de los protagonistas de estas misivas fechadas entre 1914 y 1920, durante uno de los períodos de tiempo mas turbulentos y mortíferos de la Historia de la Rusia moderna, es tu abuelo Aliosha, o el que tu creías hasta ahora que era tu abuelo. Lo cierto es que el bueno de Alexei era ya un hombre de casi 65 años cuando fue liberado por fin del campo de trabajo siberiano en el que realizaba trabajos forzados desde 1932, en una de las condenas mas largas y brutales a que fue sometido desde que fuera detenido por primera vez por los bolcheviques en 1920, ocasión en la que al menos pudo salvar su vida intercambiando a toda prisa su uniforme de oficial por el de un simple soldado raso recién caído en la última batalla importante de la guerra civil en el frente siberiano. Toda su vida de adulto fue un peregrinar de cárceles, campos de trabajo, intentos de fuga, torturas sin cuento y enfermedades producidas por la desnutrición, el frío intenso y las malas condiciones de salubridad de aquellos verdaderos campos de la muerte conocidos con el nombre genérico de "gulags".

Al salir de prisión, merced a las medidas de gracia dictadas por Nikita Kruschev en 1956, tu abuelo encaminó sus pasos a la ciudad mas próxima, que resultó ser nuestra Irkutsk, pero a su edad y en las condiciones físicas tan deplorables en las que se encontraba tan sólo pudo conseguir un mísero trabajo de conserje por turnos en la fábrica de aviones que todos los habitantes de la ciudad conocemos de siempre. Alexei vivía por entonces en una pensión en la que residía también mi madre, una joven embarazada que había sido violada por su propio padre alcohólico, y expulsada de casa por su propia madre, cómplice de tan aberrante situación, acusándola de provocar con su comportamiento indecente los ataques sexuales de su monstruoso padre. Fruto de este desgraciado cúmulo de circunstancias nací yo unos meses mas tarde, pero para entonces tu abuelo ya había desposado a la abuela Olga en un acto de compasión y generosidad sin límites, puesto que no le exigió que consumaran el matrimonio, y en cambio se ofreció de buena fe a conceder su apellido al hijo que llevaba en su seno. Como verás, la categoría moral del abuelo Aliosha, que falleció muchos años antes de que tu nacieras, era muy elevada, e influyó mucho en mi manera de contemplar el mundo y a sus atribulados habitantes.

Tiempo después, una mañana de sábado en que me encontraba realizando las tareas domésticas mientras tu padre y tu jugabais al baloncesto en el polideportivo municipal, recibí una extraña llamada desde Crimea, de una señora que decía ser hija de un hombre cuya única obsesión hasta el día de su muerte había sido localizar a tu abuelo Alexei, para hacerle entrega de unas cartas que un gran amigo de juventud de tu abuelo, exiliado en Estambul desde el final de la guerra civil, le había confiado en la esperanza de que algún día pudiera hacérselas llegar; debido a las dificultades de comunicación de aquel tiempo y a la lejanía física, separados miles de kilómetros desde Crimea, en el Mar negro, a la frontera siberiana con China, donde vivíamos nosotros, a aquel buen hombre, llamado David Marzouk, le resultó imposible cumplir su promesa.

Al parecer, según me contó aquella mujer, el amigo íntimo de tu abuelo, de nombre Sergei, que llegó a ser un oficial de alto rango del Ejérccito blanco en el sur de Ucrania durante la guerra civil, le había salvado literalmente la vida a su padre, el tal David Marzouk, impidiendo en el último momento que le colgaran de un árbol, por el presunto delito de "ser judío, o, peor aún, parecerlo", en aquella época de terribles "pogroms" a las por entonces numerosas comunidades judías ucranianas, si bien este hombre pertenecía, como tal vez recuerdes, a otra comunidad no estrictamente seguidora de las leyes judías, y gracias a eso se libraron mas tarde de perecer en el Holocausto nazi, al ser catalogados oficialmente por el cuerpo expedicionario del III Reich como "no judíos". Pero me voy desviando del tema, que es tan simple como la deuda moral contraída por aquel hombre confundido con un judío y a punto de ser linchado por soldados blancos antisemitas, con el hombre que le salvó la vida y que a cambio tan sólo le pidió que entregase sus cartas, si le resultaba humanamente posible, al amigo que había dejado atrás en tierras rusas. Y tiempo después de haber fallecido este buen hombre, con la angustia interior de no haber podido cumplir con su palabra dada, su hija se pone en contacto conmigo al descubrir el apellido del abuelo en una lista de represaliados del estalinismo, en la que aparecía además donde nuestra dirección de contacto en Irkutsk como referencia.

Aquella noticia no me sorprendió, porque, poco antes de morir en 1977, mi padre me había legado un paquete con las cartas que él había escondido de joven en una casa de campo abandonada cerca de la edad cuando tuvo constancia de que la NKVD estaba tras sus pasos y pensaba detenerle de inmediato. Eran cartas de un encendido tono romántico, que él había ido recibiendo de su querido amigo Sergei a lo largo de los años, junto con un colgante de plata del que no se separaba jamás desde que regresó del gulag. Ahora que, tras el viaje a Crimea y mi reunión con aquella encantadora familia karaíta, poseía al fin la colección completa de cartas de ambos destinatarios, pude comprender por vez primera la intensidad de los nobles sentimientos que unieron en vida a estos dos seres humanos, caracterizados por su sensibilidad y su hombría de bien, y en ningún caso debemos ridiculizar sus respetables inclinaciones religiosas, ni menos aún las sexuales, como viene haciendo este Gobierno inmoral que padecemos en Rusia desde tiempo inmemorial.

Querido Ruslan, bucear en las profundidades de esta correspondencia privada entre dos hombres bendecidos con la magia redentora del amor verdadero es como encontrar un tesoro enterrado en una isla desierta , un trébol de cuatro hojas una tarde de lluvia o el llanto de un recién nacido tras un prolongado periodo de lutos.

Te dejo con la maravillosa prosa nacida en una era de señores y vasallos, nobles refinados y campesinos analfabetos y desnutridos, y amores eternos mas grandes que la propia vida de cada uno de sus integrantes.

Con todo el amor del mundo,

Tu madre que te adora,

Nadia Alexeievna Hasanova


"Foros, Crimea,

21 de Julio de 1914

Mi queridísimo Aliosha:

Desde el fulgor del breve verano ruso de Crimea te escribo estas líneas para hacerte saber que mi compromiso matrimonial con tu hermana Katia es inminente. Nada en el mundo podría evitar que esa hermosa mujer de noble cuna y yo formemos una familia cristiana, y ofrezcamos una cosecha de rubios y robustos hijos a la Madre Rusia y a nuestro bendito Padre el Zar Nicolás. Y, sin embargo, alegre como debería estar por encarrilar mi vida de acuerdo a los deseos de mi padre y a los nobles mandamientos de la Iglesia Ortodoxa, no puedo evitar sentir sin embargo una leve desazón al recordar los tiempos no tan lejanos en que tú y yo cabalgábamos juntos en la dacha situada a las afueras de Kuvshinovo, ajenos a todo lo que no fuera nuestro inmenso amor.

Se esperaba de mí que cayera rendido a los pies de Katerina nada mas conocerla, tal y como habían hecho sus anteriores pretendientes, hombres de una sola pieza que perdían la compostura ante el resplandor de su belleza renacentista, pero, en mi caso particular, sólo recuerdo que, apenas tuve ocasión de besar sus delicadas manos de porcelana me sentí absorbido de inmediato por el magnetismo de unos ojos claros, azules como el mar que rodea nuestra mansión de Foros, y una sonrisa tan blanca como las nieves eternas de la Siberia inmensa. Al mirarte por primera vez a los ojos, Alexei, comprendí de inmediato la razón por la que había nacido y llegado a este mundo: estar a tu lado y adorarte día y noche como al dios humanizado que eres. Debo admitir mi torpeza en disimular aquel día la trémula sensación de derrota, de haber sido vencido por la luz de tus ojos incluso antes de presentar batalla, y reconocer asimismo la inmerecida fortuna de que el fuego cegador de tu mirada se posara en la mía, consumiéndola al instante y marcando mi destino para siempre.

¿Seré capaz, en fin, de consumar un matrimonio sin amor, teniendo presente que la depositaria de mis afectos ha de ser, por fuerza del destino, la hermana menor del hombre al que adoro por encima de todas las cosas?. Y a mayor abundamiento, tras haber conocido el amor verdadero en tus brazos, en el silencio de la noche del pabellón de caza en Kuvshinovo, y en aquella mísera pero discreta pensión en San Petersburgo, donde dimos rienda suelta a la pasión que nos atenazaba...¿como puede alguien pedirme, exigirme incluso, que deposite mi atención y mis demandas de amor en otro ser humano, por muy cercano a tu persona que sea, y por numerosas que sean las gracias con las que la naturaleza haya dotado a dicha criatura? (y tratándose de tu hermana no podía ser de otro modo, por supuesto).

Espero noticias tuyas antes de regresar a San Petersburgo para la temporada de ópera, y para la presentación anual del Ballet Imperial en el Teatro Mariinsky. ¡Cuantos recuerdos de aquella "Bella Durmiente" del año pasado, cuando estuvimos mas pendientes el uno del otro, fisgando de palco a palco a través de los binoculares, que de nuestras acompañantes femeninas, y de la obra en sí!. ¡Y como desearía conocer París a tu lado y asistir a una representación de los célebres Ballets Rusos en el Teatro del Chatelet, sintiéndonos libres y anónimos en la ciudad de las luces y el amor loco, libres al fin de la opresión de clase a la que nos sometemos voluntariamente, como corderos prestos al sacrificio!.

Pero estoy divagando, se hace tarde y Tatiana e Irina reclaman mi atención golpeando con la punta de sus sombrillas sobre el suelo, protestando a viva voz y quejándose de que si demoramos por mas tiempo llegarnos a la playa para solazarnos con los prescriptivos baños de mar en esta espléndida mañana, luego será demasiado tarde, y los rayos de sol demasiado intensos como para poder meternos en el agua, que este año mantiene una espléndida temperatura, por cierto.

Saludos a tus padres, en especial a tu encantadora madre, a mi querida amiga Katia, con quien estoy destinado a convertirme en una sola carne si Nuestro Amado Señor Jesucristo en su inmensa sabiduría no lo impide, ¡ah! y no me olvido de la ciática de tu baboushka Ludmila, dila que se cuide que ya tiene una edad y aún tenemos que gozar de su presencia muchos años en la hermosa tierra de Tver. Y en cuanto a ti, mi adorable campesino ruso, intenta aprovechar el tiempo antes de tu regreso a la Academia Médica Militar el próximo otoño, ocupando esas fuertes manos tuyas en cosas productivas para mente y espíritu, y no sólo para aumentar tu ya notable masa muscular, como ocurre al seguir tu enfermiza afición por domar potrancos a lazo en la llanura, excavar zanjas para prevenir el deshielo o cargar sacos en la recogida de la patata, verbigracia.

Por siempre tuyo,

Sergei


Kuvshinovo, Tver

9 de Agosto de 1914

Amado mío,

No sabes cuanto he añorado recibir unas letras tuyas antes de que se haga oficial tu compromiso con Katia, que, como te puedes imaginar, se encuentra emocionada con la buena nueva y deseosa de emparejarse de forma oficial con un galán de tus características físicas; pero que voy a decir yo, que conozco al dedillo cada centímetro cuadrado de tu cuerpo y no pasa un día que no rememore en mi imaginación los detalles de nuestro último encuentro secreto en la pensión Barinov.

Por aquí todo sigue igual que siempre, con la notable excepción de mi padre, que se prepara con entusiasmo para lo que considera una "guerra santa" contra el expansionismo germano y un tributo de reconocimiento hacia nuestro amado Zar, y, en fin, todas esas zarandajas propias de la vieja generación que nos ha conducido a este desastre en perspectiva. Yo sólo sé, mi querido Sergei, que he de partir al frente en el plazo de unos días, y que, pese al entusiasmo visible en esta zona y a toda la parafernalia militarista de los últimos tiempos, mi única misión a partir de ahora se centrará en curar y rescatar heridos y en salvar de las garras de la muerte a la mayor cantidad de soldados posibles. En mi aún reciente época de estudiante de medicina soñaba con el día en que pudiera llevar a cabo prácticas con enfermos de verdad, pero ahora me veo en la obligación de retractarme de esos pensamientos, al pensar en la gran cantidad de sufrimientos que conllevan las guerras y la escasa ganancia que traen a los pueblos que padecen la desgracia de sufrirlas en carne propia.

El ambiente general en la ciudad es de entusiasmo con las perspectivas bélicas y de confianza ciega en una pronta victoria para nuestras fuerzas en combate. Donde ellos ven emoción y aventura yo sólo soy capaz de ver destrucción y miseria para todos noostros, y, lo mas terrible de todo es no poder despedirme de ti como hubiera deseado; me hubiera bastado un casto abrazo de camarada de armas, nada de besos apasionados como en nuestro tour de force amoroso, rodando por el frío suelo del pabellón de caza como leones encelados, el invierno pasado. Eso sí, para llevarte conmigo en mi pensamiento a donde quiera que Dios en su infinita sabiduría tenga a bien llevarme me he colgado al cuello el medallón que compramos en Riga por mi último cumpleaños y en el que introduje un mechón de tu rebelde flequillo rubio como recuerdo para la posteridad; entonces me pareció una necedad y un juego de niños ricos y desobedientes, pero ahora que me alejo de nuestra santa tierra y de ti me doy cuenta de que fue un gesto providencial el reflejo de guardar como una reliquia sacrosanta un recuerdo del gran amor que sentimos el uno por el otro. Y no está de mas decir que en las largas y frías noches de guardia que me esperan por delante, aprovecharé el mas mínimo resquicio de libertad para abrir el camafeo de marfil que contiene tu esencia y acariciar tus dorados rizos, y cuando proceda a cerrarlo me llevaré el relicario a los labios y lo bendeciré con besos de amor desesperado. Te amo por encima de todas las cosas, Sergei Nikolaievitch Denisov.

La semana que viene me uno al Regimiento Preobrazhensky en San Petersburgo...como no podía ser de otra manera, procediendo de una de las familias mas nobles y antiguas de todas las Rusias. Espero servir con honor y valentía a la patria y al zar, y regresar condecorado por mis acciones o amortajado en un ataud cubierto por la bandera imperial, pero lo que mas deseo es ser útil a mis semejantes y poner un poco de luz entre tanta tiniebla y calamidad, aplicando los principios universales que el gran Hipócrates nos legó en un momento clave de la Historia humana. Sé que echaré de menos este campo nuestro y a la gente que lo habita, a mis padres y hermanos y mis visitas a la Catedral de Tver para orar y postrarme ante los santos iconos, pero un hombre de verdad debe cumplir su misión en la vida, sea cual sea. En tu caso te ha tocado la difícil papeleta de tener que comprometerte con la hermana del joven al que amas, en el mío salvar el máximo posible de vidas humanas en una guerra no elegida.

Mi madre te envía saludos, y de mi hermana Katerina no te digo nada porque ya te habrá escrito por su cuenta unas cuantas veces, especialmente desde que se declaró el estado de guerra el pasado día 28. Katia está algo nerviosa con la posibilidad de que te envíen al frente y se enfríe vuestra relación, pero yo sé que tu eres un caballero y cumplirás tu palabra de llevarla al altar cuando las circunstancias lo permitan. Mi abuela estaba mejorando de su último ataque de lumbago, pero ha sido recibir las últimas noticias de contenido bélico y volverle de repente todos los males del mundo; los dos sabemos, sin embargo, que goza de una salud de hierro y que vivirá hasta los cien años si se lo propone...y si no, me temo que también.

Me ilusiona saber que el tiempo es tan agradable en esa zona de Crimea, un lugar que me encantaría visitar en un futuro, tal vez cuando ya estés asentado en tu nueva vida de casado y puedas recibir visitas inoportunas de tu cuñado crápula sin levantar sospechas en el servicio. Pero de momento me temo que a estas alturas habrás sido movilizado en el Ejército Imperial como yo, y toda mi obsesión consiste en averiguar a que unidad y regimiento has sido destinado. ¿Querrá el destino que vayamos juntos al frente como nuestros gloriosos antecesores del Batallón Sagrado de Tebas, en el que luchaban juntos amado y amante como si formaran un solo ser? Si tan remoto caso se diera en nuestra Madre Rusia yo sería el primero, te lo aseguro, en ofrecer mi cuerpo como escudo para protegerte de las balas enemigas, y en mí encontrarías el primer auxilio médico en caso de, Dios no lo quiera, resultar herido en la refriega, y serías tratado como un sultán otomano por mis manos de campesino eslavo en la humilde enfermería del campamento militar.

Pero no hablemos de desgracias futuras, no sea que de tanto mentarlas las atraigamos a nuestra vida sin merecerlas. Dale recuerdos a tus preciosas hermanas, lástima que ya estén comprometidas con mejores partidos que un humilde servidor, de lo contrario ejercería gustoso el papel de perfecto esposo de cualquiera de esas dos ninfas marinas, con tal de estrechar aun mas nuestros lazos familiares y convertirnos en la primera pareja de amantes formada por dos dobles cuñados. Sería divertido, ¿verdad?. Lástima que los vientos de la Historia tiendan mas a separar nuestros destinos que a unirlos, hay que ver que injusta es la vida con los grandes amores de todas las eras y edades humanas.

Con todo el amor de mi corazón,

Alexei

Ruslan no pudo dejar de leer y releer como si le fuera la vida en ello durante el resto de la mañana aquella decena larga de cartas que compartieron aquellos dos hombres profundamente enamorados, que, debido a los tumultuosos acontecimientos bélicos y políticos experimentados en aquellos años convulsos, apenas consiguieron coincidir por espacio de escasos días u horas en un mismo lugar. La última carta salida de manos del teniente de caballería Sergei Denisov reflejaba de manera patética la humillación de una derrota anunciada y la callada resignación ante un destino implacable que le aplastaba con su peso de plomo, sin posibilidad alguna de remisión.

14 de Noviembre de 1920

Mi muy amado Aliosha,

Te escribo estas breves líneas sentado en la bocana del puerto de Sebastopol, atestado a estas horas de miles de refugiados esperando subirse a los botes que les conducirán a los tres barcos británicos encargados de evacuarnos hacia las costas turcas. El ambiente en el muelle en estos momentos es desesperado, pues los batallones de infantería del Ejército Rojo se acercan a toda velocidad desde los arrabales de la ciudad, donde se encuentran estacionadas sus posiciones, y si consiguen alcanzar el puerto antes de lo previsto, la situación actual, que podría definir como de caos mas o menos organizado podría derivar en una auténtica carnicería. Miles de soldados y civiles se afanan desesperados por alcanzar cualquiera de los tres cruceros; a mí, en razón de mi rango en las ahora definitivamente extintas Fuerzas Armadas del Sur de Rusia, se me ha asignado una plaza en el Whipple, a cargo del Vicealmirante McCully, pero no pienso embarcarme hasta haber comprobado como lo hacen todos y cada uno de los hombres a mi cargo.

Todo alrededor mío es desolación y dolor, querido Alexei, y a la pérdida de Rusia y de todos los bienes que una vez poseyó mi familia durante siglos en este atribulado país, debo sumar la tragedia personal de haber perdido en este camino de infinita destrucción a mi futura prometida, a mi adorada madre y a varios familiares mas, como tal vez conozcas ya. Pero lo que estrangula mi alma en estos momentos es la triste convicción de haber perdido todo contacto directo contigo desde hace mas de un año, producto de los avatares de esta espantosa guerra entre hermanos, realizada con la noble misión de liberar la patria rusa de las garras del monstruoso comunismo, espantosa ideología destructiva de vidas y enseres, que, auxiliada en gran manera por la que siguen de manera fanática sus primos los anarquistas, cómplices diabólicos de ese vulgar bandido llamado Makhno, nos ha empujado contra el mar frente al que ahora me encuentro, sucio y cansado, destruido en mi esencia mas íntima por tantos años de luchas y batallas sin fin.

Todo termina donde empezó, mi amor, en estas cristalinas aguas del Mar Negro de mi muy amada Crimea. No hay espacio en estas líneas para condensar el inmenso vacío que siento a mi alrededor. Le entrego esta carta a mi buen amigo karaita David, que, ayudado por su inmensa inteligencia, te la hará llegar sin duda alguna si la Providencia Divina tuvo a bien abandonarte en tierra rusa con un soplo de vida. Si lees estas líneas algún día y tienes la posibilidad de abandonar libremente el país, debes saber que te esperaré cada día de mi vida paseando melancólico por las calles de Estambul, la sultana del Bósforo, mi destino en esta hora de aciaga oscuridad.

Me pregunto cual habrá sido tu suerte; lo último que supe de ti es que luchabas codo con codo junto a la Legión Checoslovaca en tierras siberianas, pero los rumores apuntan a nuevos desastres sin cuento en ese remoto frente de guerra. Dios te proteja y auxilie en estos terribles momentos de la Historia rusa.

Ojalá el viento te acercase al menos un leve soplo de mi inmenso amor hacia tu persona.

Te amo, te he amado y te amaré por siempre. Nunca te olvidaré, ni por un sólo segundo mientras viva.

Adios, mi pequeño kulak.

P.D. Te incluyo algunas fotos de ambos juntos tomadas en Kuvshinovo en 1913, y una muy reciente que me tomaron en la casa de mi amigo David Marzouk, que ha tenido a bien acogerme en su propio hogar en estos días previos a la evacuación. Dios le bendiga a él y a todos los suyos por su generosa hospitalidad.

Ruslan sintió esa misma tarde el impulso irrefrenable de llamar a su madre y proponerle que pasaran juntos unas vacaciones el siguiente verano en territorio ruso, y mas en concreto en la soleada Crimea, recién incorporada por decreto imperial al extenso territorio de la Madre Rusia, y durante las que Ruslan sacó el valor necesario para confesar a su nada sorprendida madre su condición sexual y su feliz situación sentimental con un joven turco de origen caucásico, con quien había conectado a todos los niveles desde el primer día. También le terminó comentando a su madre el resultado de sus investigaciones de campo sobre el paradero último del gran amor de su abuelo Aliosha. Sergei Denisov vivió el resto de su vida en soledad, automarginado incluso de la numerosa colonia rusa de Estambul, dedicado en cuerpo y alma a la enseñanza del idioma francés entre los hijos de la burguesía local, y entregado en su tiempo libre a dar largos paseos melancólicos por los numerosos bulevares y paseos de su ciudad de acogida, así como a la veneración de los iconos bizantinos en las iglesias de rito ortodoxo de la urbe. Pero siempre sin perder la esperanza de poder comunicarse algún día con el que había sido el gran amor de su vida y su causa perdida por excelencia.

Una mañana, días después de regresar de Crimea, Ruslan y Murat se dirigieron al cementerio ortodoxo de Estambul, donde habían localizado los restos del teniente Denisov, fallecido a muy avanzada edad en 1985, y depositaron una corona de flores en su olvidada tumba. Acto seguido, como si de un ritual de estado se tratara, excavaron con una pequeña pala plegable un agujero lo bastante hondo como para dar cobijo eterno a la caja con incrustaciones florales que contenía toda la correspondencia mantenida con su abuelo Aliosha, así como el medallón plateado del que éste último nunca se separaba, y que Ruslan besó antes de depositar en el interior del cofre por toda la eternidad, procediendo a enterrarlo de inmediato. Murat entonó entonces una breve plegaria pidiendo a Dios por el descanso eterno del alma del hombre que yacía enterrado a sus pies, que Ruslan escuchó en respetuoso silencio, con el pensamiento puesto en su fascinante y caprichosa tierra de origen, la misma que había expulsado a ambos de su seno como una madrastra perversa, y a la que, sin embargo, no podían dejar de venerar, desde la distancia segura que proporcionaba la ciudad dividida entre dos continentes.

FIN