Las Buenas Noches de Celia
Hola, Dani. Vengo a darte un besito de buenas noches-, dice Celia, entrando como una furtiva en mi habitación. Dejo el libro que estoy leyendo en la mesilla, babeando con mi tía. Celia cruza la habitación en dos pasos, deja el vaso de leche en la mesilla, junto al libro, y abre la ropa de cama.
-Hola, Dani. Vengo a darte un besito de buenas noches-, dice Celia, entrando como una furtiva en mi habitación. Dejo el libro que estoy leyendo en la mesilla, babeando con mi tía. Celia cruza la habitación en dos pasos, deja el vaso de leche en la mesilla, junto al libro, y abre la ropa de cama. Se relame al descubrir el cipote de su sobrino dispuesto a recibir sus besos. -¡Ay, que mono! ¿Me estabas esperando, cielo?-, dice, sentándose en el borde de la cama y empezando a acariciar el rabo.
-¡Claro, tía!-, respondo. Imagino que debajo del camisón rosa palo no hay nada. Celia deja de prestar atención un segundo a mi cacharro para darme un beso en los labios. Yo aprovecho para sobarle las peras por encima del camisón, erizándole los pezones.
-¡Chico malo!-, protesta ella, echando el cuerpo hacia delante para que sus tetas se aplasten contra mi mano. Se aparta de mí, volcando de nuevo toda su atención en el miembro. Me incorporo apoyándome en los codos para ver bien la mamada que me ofrece Celia.
-¡Hmmm! ¡Qué rico!-, alabo- Celia se quita un mechón de cabello que le cae constantemente sobre la cara. Ensaliva bien el cipote, lame el cuerpo y los huevos y fuerza la postura para succionar los cojones. –Sí, golfa, chúpame los huevos-, gimo, bajito para que no nos oigan. Veo que Celia sonríe, con toda la chicha que puede contener en la boca. Se la saca para masturbarme. Sus peras están fuera del alcance de mis manos, pero no mis piernas. Aprieto una de ellas buscando el chochito, y ella lo agradece acomodando su posición para que el contacto sea más intenso. Efectivamente, no lleva bragas.
Sin dejar de pajearme con una mano, con la otra se levanta el camisón. Tiene un coñito delicioso, cuidado, de tal manera que una franja ancha de vello recortado cubre su almeja. Es castaño claro, casi rubio, del color de sus cejas y de su pelo. Celia no esconde sus verdaderos colores. El chumino exuda fluidos que se empapan a lo largo de mi pierna. Celia sube más el camisón, hasta que me enseña su vientre plano y el piercing que gasta en el ombligo.
-¿Me vas a montar hoy o qué?-, pregunto, salido como lo que soy. Ella sonríe, al parecer, satisfecha rozándose con mi pierna. -¡Las tetas, Celia, quiero verlas!-, suplico. Mis manos están huérfanas de carne que tocar. Quiero prenderlas a sus fantásticos melones. Celia recoge el camisón y lo sigue alzando: una teta redonda y blanca aparece, coronada por un pequeño y erizado botoncito. Me relamo de gusto mientras mi tía sonríe ufana. Frena el ritmo, acomodándose sobre mi bajo vientre. “Me va a follar”, pienso, acercando las manos a su cintura. Planto ambas en sus nalgas, mientras veo que le hembra trajina para colocar el rabo a la puerta. Y siento el calor que sale de ella en la punta del cipote. Voy entrando, a medida que Celia contiene el aliento para dejarlo salir en un contínuo y sordo gemido de placer. Le encanta mi polla, de otro modo, nunca se hubiera atrevido a seducirme. Sé que ahora no debo moverme. Su coño es estrechito, y mi polla, bastante gorda. Debe adaptarse, así que aprovecho que ella se está empalando para acariciar sus pechos. Aprieto los pezones por encima del camisón. Palmeo sus nalgas. Ella me deja hacer casi cualquier cosa, siempre que no implique mover las caderas. Pero me muero de ganas por encajársela a traición. No lo hago porque el grito nos delataría a ambos. Y quiero seguir follando con la hermana de mi padre.
Por fin, con un voluptuoso suspiro, Celia queda sentada sobre mi vientre. Muevo el cipote dentro de su almeja, y ella me mira sonriente. Eso sí me deja hacerlo, le sirve de estímulo, aunque no necesite mucho más. Luego empieza a moverse, lentamente, mirándome con los ojos entrecerrados mientras mi cacharro resbala abrazado por sus labios. Noto su humedad en mi vientre, apelmazando el vello negro que rodea el falo, y me parece que se va a salir cuando llega a la cumbre. Pero no. Celia sostiene su peso con las piernas abiertas y las manos apoyadas en mi pecho, y se va dejando caer, descendiendo a los infiernos, como ella dice, hasta que sus ingles topan con mis caderas. Traspasada por mi polla, se dobla buscándome los labios. Yo le separo las nalgas. Ahora ya me puedo mover. Veo la cara de placer de Celia en cada una de mis embestidas, cerrados los ojos y mordidos los labios, sujetando el alarido de placer que sé que está en su garganta. Al poco, ella también se atreve. Me frena y empieza a menear las caderas, adelante y atrás, resbalando a lo largo del cipote, meneando las tetas encima de mi cara, suplicando que se las muerda. Hacemos poco ruido, el justo, el inevitable en un acto como éste, y follamos siempre así, con ella encima y yo debajo. Me muero de ganas de que llegue el día en que pueda colocarme detrás de ella y perforarla desde allí, agarrado a sus melones como si fueran lo único que importa en esta vida.
Celia se da la vuelta. Innova. Me enseña su trasero mientras que, acuclillada sobre el cipote, lo guía con mano inexperta hacia la entrada de su chocho. ¡Oh, Dios! ¡Qué vista! Casi antes de que se la meta, siento que me voy a correr. Intuyo que Celia, después de clavársela, se aprieta las tetas. Por mi parte, acaricio las posaderas de mi tía. La nueva postura me vuelve loco, es casi como joderla a cuatro patas, así que palmeo fuerte una de las nalgas hasta que veo que se pone colorada, con la forma de mi mano. A cada golpe, Celia acalla un gemido. Me mira por encima del hombro con esos ojos verde detrás de los cristales de sus gafas de pasta. Algún día soltaré mi esperma sobre esos cristales, pero hoy... ¡Oh, joder! Hoy me estoy corriendo en el ceñido chocho de la hermana de mi padre, sin avisarla ni poderlo evitar. Celia alza las cejas al sentir mi simiente golpear el interior de su vagina. Sorpresa, lo veo claro, y también algo de enfado por correrme dentro. E inmediatamente, sus párpados caen y su mirada se vela. Agacha la cabeza, meneando con saña el trasero, disfrutando de cada centímetro de polla que invade su templo. Celia se está corriendo, casi al mismo tiempo que yo, y sin querer evitarlo, murmuro todo lo alto que me atrevo su nombre, entre dientes, porque todavía estoy explotando...
Con una mano evitando que mi lefa se derrame desde su coño hasta el suelo, Celia sale de la habitación después de darme un beso en la mejilla. ¿Hay mejor manera de irse a dormir?