Las brujas (06: La furia de ónix)
Una bruja cornuda es una bestia de venganza...
Las brujas (parte 6: La furia de Ónix)
--¿Dónde estuviste anoche? -me preguntó Ónix con cara de pocos amigos. Era la mañana siguiente a mi revolcón con Roxana y mi novia se había presentado en mi casa. --Fui a... a ver a unos amigos -mentí. Ónix se me acercó y puso las dos manos sobre mi cabeza. Yo no pude moverme, aunque quise hacerlo. Tras unos segundos de tener sus manos sobre mi cabeza y su mirada, furiosa, en la mía, me soltó y se echó hacia atrás. --¡Desgraciado! -gritó y me estampó una bofetada-- ¡Infeliz hijo de puta! Yo no podía hablar ni moverme. Me tenía dominado con sus brujerías. --¡Hijo de la chingada! -gritó, fuera de sí-- ¡Y con esa puta de Roxana, ¿verdad cabrón?! ¿Qué te dio, pendejo? No me digas que te hechizó, porque eso no lo cree ni la puta de tu abuela... Hervía de ira por lo que Ónix me decía, pero no podía hacer ni decir nada. --¿Te la pasaste bien anoche, hijo de puta? ¿Revolcándote con esa furcia? Aquí pareció serenarse, pero en realidad lo que hizo fue controlar su enojo, porque me siguió hablando pero con las mandíbulas tensas y una mirada de furia que helaba la sangre. --¿Qué te dio ella que no tuvieras conmigo? ¿Qué te hacía falta? ¿Amor? Yo te estoy dando todo mi amor. ¿Coger? Conmigo cogías como nunca en tu vida... hasta te llevé a coger con mis amigas... ¿Qué más querías, cabrón? Sólo silencio de mi parte. --¡Contéstame, hijo de puta! -gritó, a sabiendas de que yo no podía hablar-- ¡Contéstame! Se sentó en la sala mientras yo permanecía de pie junto a la puerta. --Me traicionaste, infeliz -continuó con una voz pausada y aparentemente serena--, me hiciste enojar y ahora vas a conocer toda mi ira. Yo temblaba. --No tiembles, cobarde. Vas a conocer mi ira pero no como tú te imaginas. Soy más elegante que eso. Luego, en uno de esos caprichos del carácter femenino, cambió de tono y de actitud y con una sonrisa en la boca me dijo: --Bueno, invítame a cenar, ¿no? En ese momento recuperé el movimiento y el habla, pero mi cerebro seguía dominado por esa bruja y yo también actué con toda naturalidad y muy tranquilo. --Órale... ¿quieres comida italiana? --Japonesa -dijo y salimos de mi casa. La cena transcurrió como si nada malo hubiera ocurrido. Luego, la llevé a su hotel y subimos a su habitación. Ahí, ella se desnudó y se metió a la regadera. --Ven, amor. Enjabóname la espalda. Me quité la ropa y me metí a la regadera con ella. Su cuerpo, maravilloso, bajo el agua de la regadera, me erotizó. Mi pene reaccionó de inmediato. Tomé el jabón y la esponja y le empecé a enjabonar la espalda. --Más abajo -ordenó. Sobé sus nalgas ya sin la esponja ni el jabón y mi pito se puso parado al máximo. --¿Quieres coger? -me preguntó volteándose y aferrando mi verga. --Por supuesto... --Lástima... hoy no tengo ganas -dijo y se salió de la regadera, dejándome ahí como estúpido. Cuando me repuse, salí de la regadera y me sequé, ella estaba terminando de ponerse la pijama. Yo seguía desnudo y con la verga parada... y así me quedé mientras ella se secaba el cabello y se metía a la cama. Yo también me metí a la cama y traté de abrazarla, pero ella me rechazó con fastidio. --Ya te dije que no tengo ganas -se dio la vuelta y se durmió.
Esa noche fue fatal para mí, pues apenas pude dormir y tenía un enorme dolor de huevos, por haberme quedado con las ganas de coger. Pero, ¿protesté? No. No pude hacerlo. Toda la semana se repitió la misma historia: me excitaba y luego me dejaba con la erección y con unas ganas locas de coger (aunque debo decir que ella, seguramente, también se quedaba con ganas). Así empezó su venganza. Pero su venganza tomó un cariz distinto el sábado siguiente. Ese día me hizo feliz escucharla decir, durante la comida: --Hoy sí tengo ganas de coger... Invítame a cenar a un lugar bonito en la noche, ¿no? Así lo hicimos. Nos pusimos nuestras mejores galas: yo, un traje gris que uso en ocasiones especiales (y yo pensé que ésta sería una) y ella un vestido de una sola pieza, negro, largo pero con una inmensa abertura lateral, lo que permitía en algunos momentos ver su pierna derecha, con media y liguero; el vestido no tenía espalda y por el frente apenas tapaba sus pequeños pechos. Nos fuimos a un lujoso restaurante de la calle de Tennyson, en Polanco y nos regalamos una cena espléndida, regada con excelente vino francés. A los postres, pedimos champaña y comenzamos a platicar de cualquier cosa. En la mesa de al lado, por cierto, cenaban tres hombres: a juzgar por su aspecto y sus actitudes, sus trajes caros, eran empresarios o políticos hablando de negocios o de política, y bebiendo coñac. Durante la sobremesa, noté que Ónix miraba insistentemente hacia la mesa de al lado, donde uno de estos comensales no la perdía de vista. Sentí una punzada de celos, pero seguí conversando con Ónix. Pero al poco rato, las miradas de Ónix hacia la otra mesa, y las miradas de los tres hombres hacia ella eran descaradas. Mis celos iban en aumento, pero, a pesar de que los sentía, no era capaz de organizar en mi cabeza las palabras para reclamarle a Ónix su actitud. Era una muestra más de su total control sobre mi voluntad. Miradas iban y miradas venían entre Ónix y los tres ocupantes de la mesa vecina, hasta que uno de ellos levantó su copa y brindó hacia ella con un gesto; Ónix levantó su copa, brindó hacia él y le guiñó un ojo. A esas alturas yo ya veía lo que planeaba hacer Ónix, pero no podía resistirme. Al poco rato, el mesero se acercó con una botella de champaña y nos dijo que los caballeros de la otra mesa nos la enviaban. Aunque en mi fuero interno quise rechazarla, una voluntad ajena a la mía me hizo decir:
--Dígale a los caballeros que agradecemos mucho su regalo. El mesero nos dejó la botella y les dio a los otros comensales mi mensaje. Ónix sonreía conmigo, como si ésta fuera una velada normal y agradable. Y lo peor era que me hacía sonreír a mí. Más adelante, el mesero volvió con otro mensaje: --Los señores los invitan a ustedes a su mesa... --¡Con todo gusto! -respondí, muy a mi pesar.
Ónix y yo nos levantamos de nuestra mesa y nos sentamos a la de ellos; detrás de nosotros, el mesero trajo las copas y la botella. Pero Ónix empezó a ensañarse conmigo, pues en vez de sentarse junto a mí, lo hizo enfrente de mí y entre dos de los tipos que nos habían invitado. Los tipos, cuyos nombres no recuerdo ni deseo recordar, eran, en efecto, políticos del partido que entonces gobernaba mi país: es decir, inescrupulosos, ladrones, traidores, rastreros y taimados. Andaban, los tres, en la cincuentena y hacían ostentación de su exceso de dinero. Comenzó, pues, la conversación con ellos, acerca de temas intrascendentes. En algún momento, los dos tipos que estaban a mi izquierda y a mi derecha se pusieron a hablar conmigo ininterrumpidamente, haciéndome verlos a ellos mientras gesticulaban exageradamente o chocaban sus copas con la mía... en fin, estaban distrayéndome. Aun así pude percatarme de que Ónix y el hombre restante estaban cada vez más juntos. La cara de ella se había puesto algo roja (señal de su excitación) y yo era incapaz de ver dónde tenían las manos. Pero era más que evidente que, por lo menos, se estaban sobando las piernas. La situación siguió así. Poco después me dieron unas ganas tremendas de orinar y me tuve que levantar al baño a toda prisa. Miré hacia atrás cuando me alejaba de la mesa y vi a Ónix besándose con el tipo. Oriné y me quedé en el baño, rumiando mi coraje y sin ganas de salir. Decidí quedarme ahí, pero al cabo de unos diez minutos una fuerza irresistible me obligó a regresar a la mesa. Pero, para mi sorpresa, la mesa estaba vacía. El mesero me vio y se acercó: --Su cuenta está pagada, caballero, y lo esperan afuera...
Salí rápidamente. Afuera del restaurante estaba una camioneta esperándome con la puerta del copiloto abierta y un hombre, desconocido, haciéndome señas de que me acercara. Uno de los tipos de la mesa estaba al volante de la camioneta y me señaló al desconocido: --Dale las llaves de tu coche a mi chofer, él nos va a seguir.
Obedecí. Le entregué las llaves al chofer y le indiqué dónde estaba mi carro. Luego me subí en el asiento del copiloto y cerré la portezuela. El tipo arrancó y nos fuimos. Miré al asiento trasero y se me cortó la respiración: Los otros dos tipos se estaban fajando a Ónix. Uno la besaba en la boca y le sobaba las tetas, libres ya porque la parte superior de su vestido estaba desabrochada y bajada. El otro tenía una mano metida entre las piernas de mi novia y con la otra me tendía la tanga que le acababa de quitar. A su vez, Ónix sobaba las vergas de los dos tipos, las cuales ya había sacado de los pantalones. Recogí la tanga que me tendían y durante todo el trayecto no pude dejar de ver la escena que se desarrollaba atrás de mí. La camioneta tomó periférico hacia el norte y el recorrido fue largo, así que supongo que la casa del tipo que conducía estaba en Satélite o Tecamachalco. No me fijé bien, porque yo seguía viendo a Ónix, quien se agachó a mamarle el pito al que estaba a su derecha, mientras abría las piernas para que el otro la dedeara a placer. La mamada que Ónix le propinaba al tipo estaba siendo realizada más para que yo la viera que para su placer. Todos los juegos de lengua que Ónix sabía hacer, los hacía frente a mí, para que yo viera su lengua revolotear sobre el glande, el tronco y los huevos de ese otro. Ocasionalmente Ónix me miraba a los ojos y me hacía guiños.
Pese a la ira, a los celos y a la angustia que sentía, mi pene empezó a reaccionar por su cuenta. Se me empezó a parar. La mamada de mi novia llegó hasta el final: puñeteándolo también, hizo que el tipo eyaculara sobre su cara y sus tetas. Ella, con mirada lasciva, se embarró todo el semen por su pecho. Luego se volteó hacia el otro lado y se puso a mamarle la verga al segundo, mientras el primero se agasajaba sobándole las nalgas y la panocha a Ónix. Ónix repitió la faena con el segundo. Lo hizo venirse, esta vez sobre su cara, donde el semen quedó salpicado sin que ella intentara limpiárselo. Llegamos a nuestro destino, una casa lujosa.
Entramos a la casa y, guiados por nuestros anfitriones, nos dirigimos a la sala. Ónix, sin importarle nada, venía con las tetas al aire y abrazada de uno de sus acompañantes. Me senté en un sillón y tuve que sacarme la verga del pantalón. Estaba tan dura que me lastimaba. El dueño de la casa fue al bar a preparar unos tragos y Ónix se sentó junto con sus dos acompañantes en un sofá. Ahí siguieron besándose y acariciándose mientras se iban quitando la ropa poco a poco. Mi situación era peculiar: no me agradaba lo que estaba viendo, por los celos que sentía. No podía hacer ni decir nada, por el dominio de Ónix. Pero, además de todo, me estaba excitando... mi verga, a reventar, reclamaba alivio. Y me puse a sobarme el pito. El dueño de la casa regresó con los tragos. Ónix y sus fajadores se detuvieron para tomar sus copas y brindar, hacia mí. Yo respondí a su brindis. Entonces, el dueño de la casa se despojó de su ropa a toda velocidad y se paró frente a Ónix, quien estaba sentada en el sofá, sólo con las medias negras y el liguero, que conservó puestos toda la noche. Sin soltar su copa, Ónix cogió con la mano derecha la verga de ese tipo y se puso a sobarla, mientras lo miraba a la cara y le sonreía con una expresión de deseo incontenible. Uno de los dos hombres que la flanqueaban puso su mano en la nuca de mi novia y la empujó hacia delante. Ella no opuso resistencia. La verga del tipo, ya parada, entró en la boca de mi chica como una mano en un guante. Completa, hasta el fondo. Y los labios de Ónix se cerraron sobre ese pito y sus ojos también se cerraron con deleite. Los otros dos se prendieron de sus pechos. Una boca en cada teta, mientras sus manos se afanaban sobre la vagina. Uno le metía tres dedos y el otro sobaba los labios y el clítoris. El que recibía la mamada derramó el coñac que había en su copa sobre el pecho de Ónix y los otros dos se apresuraron a chuparlo y a lamerlo con fruición, mientras la bruja gemía de placer... Cuando el tipo sintió que estaba listo, jaló hacia arriba a Ónix y ambos se fundieron en un beso apasionado, mientras sus cuerpos se restregaban uno contra el otro. Ónix se aferró a su cuello y rodeó la cintura del tipo con una pierna. Él, entonces, le metió la verga hasta el fondo, con violencia, lo que arrancó un gritito de placer a la bruja. Luego ella subió la otra pierna y quedó sostenida por el tipo que empezó a bombearla con ganas. Uno de los otros dos aprovechó que el culo de mi novia le quedó enfrente y, sin lubricarlos, le metió dos dedos en el ano... yo estaba viendo la cara de Ónix y vi cómo abrió los ojos con sorpresa y, tal vez, dolor... pero luego una sonrisa le llenó la boca y siguió cogiendo. Estuvieron así un rato hasta que el cansancio obligó al tipo que la había penetrado a dejarse caer hacia atrás, poco a poco, apoyándose en los muebles, hasta quedar acostado boca arriba en la gruesa y lujosa alfombra. Ónix quedó entonces acaballada sobre su verga, cabalgándolo con ímpetu. Otro de los hombres se hincó tras Ónix y le metió el pito por el ano. Un gran gemido y los ojos bien abiertos delataron el placer que la bruja sintió. El tercero de ellos aprovechó el único resquicio que le quedaba: se paró a un lado de Ónix y ella se tragó, golosa, todo el pedazo de carne que se le ofrecía. Y ahí estaba yo, simplemente viendo cómo tres tipos se cogían por tres agujeros a mi novia, la bruja. Al poco rato, los tres tipos empezaron a dar muestras de que iban a terminar, por lo que Ónix aceleró los movimientos de sus caderas y de su boca. Y luego, como en una de esas películas porno, Ónix se desensartó de los tres tipos y, tendida en el suelo, recibió las tres descargas de semen, al unísono, en su cara y sus pechos. Y yo, que no había parado de sobarme la verga todo el tiempo, no pude terminar. Algo muy dentro de mi cerebro me impedía venirme. Sin embargo, la noche no terminó ahí. Ónix se siguió cogiendo a los tres tipos durante varias horas, ya en una posición, ya en otra, hasta que los dejó agotados. Incluso hubo un momento en el que dos de ellos le metieron las dos vergas en la vagina, al mismo tiempo, mientras el otro le introducía por el ano un adorno metálico de la sala, que tenía una forma parecida a la de un consolador. También, como una proeza de la portuguesa, se metió en la boca, completas, las vergas de dos de ellos... Yo lo vi todo. Y no pude venirme. Cuando Ónix se sintió satisfecha, recogió su ropa, se vistió y me dijo: --Vámonos, mi amor. Estoy cansada.
Mansamente la acompañé. Salimos de esa casa, nos subimos al auto y la llevé a su hotel. Lo peor es que durante los días siguientes, cada vez que había oportunidad, Ónix me hacía exactamente lo mismo. Se ligaba a dos o tres hombres (o mujeres) en cualquier sitio y cogía con ellos frente a mí. Y a mí no me permitía cogerla ni, aunque me masturbara, venirme. El colmo fue cuando se ligó en un parque a un tipo que paseaba a su perro y se los llevó a mi propio departamento, donde hasta el can disfrutó con ella. Yo estaba próximo a la locura. (CONTINUARÁ)