Las brujas (03: Aquelarre)
Este fue el momento en que me introdujeron en su circulo vicioso...
Las brujas (parte 3: Aquelarre)
Después de recuperarnos un poco de los dos días de hotelazo, el viernes por la mañana Ónix me llamó por teléfono. --Vamos a una fiesta. --Órale, vamos. --Pasa por mí a las cinco. --¿Tan temprano? --Sí. Te espero en la recepción. --Ya vas. A las cinco en punto, no faltaba más, me detenía frente a la recepción de su hotel. Ella estaba ahí esperándome y se subió al auto. Seguía haciendo frío en la ciudad, de modo que Ónix venía vestida con ropa caliente, que no permitía apreciar las formas de su cuerpo. Nos saludamos con un gran beso, cachondo beso salivoso y luego arranqué. --¿A dónde vamos? --Al Ajusco. Enfilamos hacia el sur de la ciudad. --Oye, cariño -me dijo Ónix --prepárate porque vamos a una fiesta de colegas mías. --¿Son biólogas? --No te hagas pendejo, mi amor. Son brujas. Te estoy invitando a una reunión de brujas. --¿Un aquelarre? --Esa palabra no nos gusta... pero sí, podríamos decir que es un aquelarre. --¿Hay muchas brujas? --Cantidad... y uno que otro brujo. --Oye... y ¿a qué debo el honor de ser invitado a un aquelarre? --Tú vas a ser la cena. Casi choco de la impresión. Me detuve en seco, provocándo los bocinazos de los autos que venían detrás. --¿Qué dijiste? --Ja, ja, ja. No te asustes, tontito. Es broma. Pero, en serio, prepárate, porque mis amigas te van a dar el visto bueno. --¿El visto bueno? --Sí. Pero sólo mis amigas más íntimas... ya te las voy a presentar. Es una costumbre que tenemos... --¿Y qué significa dar el visto bueno? --¿Eres o te haces, mi vida? Hoy en la noche te vas a dar el gran gusto de tu vida. Te van a coger cuatro o cinco de mis amigas, que, por cierto, están buenísimas... --¿Estás loca? ¿Vas a dejar que me coja a tus amigas? --Ellas te van a coger a ti... y sí, como te digo, es una costumbre nuestra. Cuando alguna tiene un novio nuevo, lo probamos todas... --O sea que ¿tú has hecho lo mismo con sus novios? --¡Claro!
Ante mi cara de sorpresa y, por qué no, de enojo, Ónix cortó por lo sano: --No me digas que te vas a poner celoso, corazón -dijo, mientras empezaba a abrirme el cierre del pantalón--. Ya sabes que te amo y yo sé que me amas. Si usamos a otras personas para coger, no tiene importancia... ¿no crees? Me sacó el pene, ya medio erecto a esas alturas; se agachó sobre mí y empezó a mamármela como sólo ella sabe hacerlo. Y, para variar, todas las protestas, preguntas o dudas que se formaban en mi cerebro, desaparecieron de inmediato. Eran sus habilidades brujeriles. Así, mientras yo seguía manejando, Ónix me mamaba la verga; yo trataba de mantener el control para no causar un accidente, pero era muy difícil. Tuve que orillarme, a la altura del parque Hundido, para seguir disfrutando del trabajo bucal de mi novia. --Ónix... si nos ve una patrulla nos va a chingar. Soltó mi pene sólo para decir: "Nadie nos va a molestar". Y siguió con lo suyo. Y, en efecto, nadie nos molestó. No pasó ninguna patrulla, ningún automóvil se detuvo junto a nosotros... es más, ni siquiera había peatones en ese momento. Y quien viva en la ciudad de México sabrá que todo esto es prácticamente imposible. Se lo atribuí, una vez más, a sus poderes extraños y entonces me abandoné a la caricia bucal. Me recargué hacia atrás y empecé a sobar sus soberbias nalgas y sus delicadas tetas sobre la ropa. Ónix, aparentemente, tenía prisa, porque comenzó a acelerar la intensidad de su mamada, ayudándose con las manos... es decir, me chaqueteaba y me mamaba al mismo tiempo... y, claro, en poco tiempo ahí estaba yo, disparando lechazo tras lechazo en su deliciosa y rojísima boca. Pero Ónix no se tragó el semen. Se incorporó y me besó en la boca. Yo no me esperaba eso. Todo mi semen estaba retenido en su cavidad bucal y, al besarme, me lo pasó casi todo. Antes de que yo pudiera protestar, Ónix hizo algo, no sé muy bien qué, en mi garganta y me obligó a tragar. No me gustó el sabor, sentí que se me irritaba la garganta y empecé a toser. Ella, como si nada, sacó un klínex de su bolso, me limpió el pene y lo acomodó de nuevo en su lugar. Se limpió la boca y luego ordenó: "Ya vámonos, tenemos que llegar antes de las seis". Yo seguía tosiendo y haciendo ascos. --Ya, ya, mi vida. No es para tanto. ¿No te gusta que yo me trague tu lefa? --Pues... sí. --Bueno... ahora ya sabes lo que sentimos las mujeres. Aunque a mí no me da asco... a mí me gusta tomar esa leche casi tanto como la otra. Para variar, mis protestas murieron en el cerebro antes de que pudiera verbalizarlas y nos volvimos a poner en marcha. --¿Por qué quieres llegar antes de las seis? --Porque esa es la auténtica hora de las brujas... Los viernes, al atardecer, es cuando se produce el verdadero sabath. No entendí nada, pero aceleré y, por algunos atajos, llegamos a nuestro destino antes de las seis. El lugar del aquelarre era una magnífica cabaña en la parte media del Ajusco. Una cabaña de estilo rústico, pero que dejaba ver el lujo en cada detalle. Un lugar maravilloso... y cálido. Lo sorprendente era el grupo de gente que allí estaba. ¿Brujas ellas? ¿Brujos ellos? Cualquiera diría que se trataba de una reunión social, fresa, de alumnos de la Ibero o de corredores de bolsa... Jóvenes en su mayoría, muy bien vestidos y vestidas (me sentí un poco mal con mi clásica mezclilla y chamarra de cuero frente a un grupo de gente vestida con trajes Armani y Versace), agradables, simpáticas y simpáticos, ciertamente. Y (clasismos aparte) se les notaba un buen nivel cultural, además del económico. Nunca me habría imaginado algo así. Cuando Ónix y yo entramos a la sala, ella me fue presentando a cada uno. Nos saludamos con amabilidad y yo no salía de mi asombro. Pero se acercaba el atardecer y, con mucha cortesía, una joven mujer, que era la anfitriona, nos pidió a mí y a otros dos jóvenes (los que no éramos brujos) que esperáramos en otro sitio. No nos dio más explicaciones y nos condujo a la biblioteca de la casa. Supuse que los brujos y brujas debían estar a solas para cumplir algún ritual privado, así que no le di importancia al asunto y me dejé llevar a la biblioteca con los otros dos invitados. Ahí charlamos de cualquier cosa y yo más bien me dediqué a revisar los volúmenes de la biblioteca. Nos habían dejado, además, buenos vinos, carnes frías, pan y unos excelentes quesos, así que no había motivo de queja. Así, entre bocados y conversaciones banales, pasamos algo así como dos horas, durante las cuales supe que los dos muchachos eran novios de otras dos brujas, y que los tres habíamos pasado más o menos por las mismas situaciones: los tres habíamos sido elegidos y seducidos por nuestras brujas, y los tres notábamos cierto grado de dominación, aunque, no sé por qué, no abundamos mucho en el tema. Al cabo de esas dos horas la dueña de la casa llegó por nosotros. --Muchachos -dijo--. Perdonen la brusquedad, pero ustedes ya saben cómo es esto, ¿no? Los tres asentimos, aunque ninguno de nosotros sabía cómo era eso. --Yo soy Amparo y les doy la bienvenida a mi casa. Vengan... pasen y disfruten la fiesta. Y nos condujo de nuevo al gran salón, donde ninguno de nosotros notó nada extraño. Todas las brujas y todos los brujos seguían ahí, conversando animadamente, algunos con copas en las manos, otros más fumando... en fin, como en cualquier reunión social. Localicé a Ónix, que me hacía señas con la mano para que me acercara. --Hola, corazón. ¿Te aburriste? --No. Para nada. --Mira, te presento a mis amigas-luego de decir eso sonrió y me guiñó un ojo, con picardía. --Son Laura... Lenina (pobrecita, ella no tiene la culpa de llamarse así)... Abigaíl... y Roxana. Yo las fui saludando de mano y de beso a cada una. Las cuatro eran hermosas.
Laura, de unos 20 años, de estatura media y complexión delgada, tenía la piel más blanca que he visto en mi vida. Y el cabello más negro, también. Una bella combinación que la hacía parecerse un poco a Morticia Addams. De porte distinguido (bueno, todas lo eran), con las facciones muy finas, delicadas, como de muñeca de porcelana, daba la impresión de ser sumamente reservada, distante, un poco presumida y altanera... pero con un cuerpo de modelo que obligaba a desnudarla con la mirada. Piernas largas y delgadas, cadera no muy ancha, unas nalguitas respingadas, la cintura breve y un par de tetas de regular tamaño, que parecía que iban a reventar la blusa de seda que portaba. Lenina, tal vez la mayor de todas, con unos 30 años, era lo que podríamos llamar una mujer regordeta, pero nada fea. Más bien bajita, con poca cintura, pero eso sí, con unas nalgas y un busto muy abundantes. Era la más jovial de todas, siempre sonriendo y con el chiste a flor de labios (por cierto, unos labios también regordetes que hacían pensar en lo rico que debía mamar). Abigaíl, una criatura angelical, que no aparentaba más de 15 años, aunque tenía más de 20. No parecía difícil imaginársela con uniforme de colegiala y peinada con colitas, aunque en realidad vestía un overol de gamuza que seguramente costaba una fortuna y que dibujaba excelentemente sus formas... tetitas pequeñas y puntiagudas, de esas cuyos pezones siempre apuntan al cielo... vientre completamente plano, caderas anchas y unas nalgas en las que se antojaba sumergirse sin compasión. Y su cara, como la de una niña traviesa y medio perversa... una auténtica Lolita. Y por último Roxana. Ya la describí, al comenzar este relato, pero no resisto la tentación de hacerlo de nuevo: 18 deliciosos años y un metro con 55 centímetros. Busto pequeño, pero no minúsculo; cintura exageradamente estrecha, unas nalgas firmes, macizas y grandes; un rostro con los rasgos más finos y delicados que se puedan imaginar, grandes ojos negros enmarcados por larguísimas pestañas y cejas perfectas, nariz respingada, labios rojísimos y regordetes, y una melena negra ensortijada. Toda una belleza angelical (o demoniaca). Después fui presentado con el resto del grupo y la fiesta transcurrió con toda normalidad. En algún momento empezamos a bailar, algunos concurrentes se pasaron de copas, alguien por ahí sacó unas grapas de cocaína... en fin, nada del otro mundo. Incluso mucha gente se empezó a ir. Yo empecé a pensar que eso de que sus amigas me iban a "dar el visto bueno" había sido una broma de Ónix, pero como a las doce de la noche me dijo: --Vámonos, amor. --¿Ya? --Vamos a seguirla en casa de Laura. --Pues vámonos. Recogimos nuestras chamarras y salimos de la casa. Un poco antes de subirnos al auto, Roxana nos alcanzó corriendo. --Oigan... dénme un aventón, no traje carro. --Súbete-le dijo Ónix, y le abrió paso al asiento trasero. -Vamos a Bosques de las Lomas-me indicó. Claro... una chica como Laura no podía vivir en un sitio que no fuera de lujo, pensé. En el camino Roxana le preguntó a Ónix: --¿Ya sabe Carlos lo que le espera? --¡Claro! Ya se lo advertí, pero no me quiere creer. Roxana se rió de buena gana y me acarició despacito la nuca, hasta darme un pellizco en el lóbulo de la oreja. Lo hizo con tal sensualidad, que sentí una erección inmediata e irreprimible. --¡No seas avorazada, Rox!-le dijo Ónix riendo. -Espera a que lleguemos. --¿Le puedo dar un poco de mi elíxir? -preguntó Roxana. --Si quieres dáselo, pero te aseguro que no lo necesita. --Oríllate un momento -me pidió Roxana. Así lo hice y detuve el carro. Ella buscó en su bolso y sacó un frasquito de cristal, como los que se usan para envasar perfumes. Lo destapó ante mi mirada curiosa, pero en vez de dármelo a mí, fue ella la que le dio un pequeño sorbo que no se tragó. Luego, acercó su cara a la mía en una invitación clarísima. Yo dudé. Miré a Ónix y la interrogué con la mirada. --Anda... bésala -me dijo.
No me faltaban ganas de besar a esa hermosura de mujer. Me acerqué a ella y nuestras bocas se juntaron. Yo dejé entreabierta la mía y ella me pasó el sorbo de elíxir. No fue un beso, propiamente dicho, sino su forma de darme a beber ese brebaje. No obstante, la sensación de su boca con ese líquido frío y sus labios calientes bastó para que mi pito se pusiera aún más duro. El líquido tenía un sabor a alcohol, así como el de los chochos homeopáticos. Una vez que me dio ese "no beso", Roxana volvió a sentarse como si nada hubiera pasado. --¿Para qué se supone que es este elíxir? -pregunté luego de tragarlo. --Para que tu "ánimo" no decaiga -respondió Ónix al tiempo que sobaba mi paquete sobre la ropa. Finalmente llegamos a la casa de Laura: una mansión enorme, a la que se le notaba por todos lados el exceso de dinero y la falta de buen gusto. Laura era una hija de familia, pero sus padres y hermanos estaban de vacaciones, así que disponíamos de la casa para nosotros. Nos recibió la propia Laura, ya que, convenientemente, había dado la noche libre a la servidumbre. Como yo ya sabía a qué iba, no me sorprendió que la altanera Laura nos abriera la puerta vestida sólo con una pequeña tanga negra y una bata semitransparente. Era, pues, una invitación a la lujuria. Entramos a la sala y nos acomodamos. Laura, moviéndose como una tigresa, sirvió los primeros tragos de la noche mientras esperábamos la llegada de Lenina y Abigaíl. Luego se sentó en un sillón, frente a nosotros, y permitió que su bata se abriera un poco, lo que me dejó ver sus delicados pechos, cuyos pezones eran de un color café oscuro, casi negro, y cuyas areolas eran inmensas (señal de una mujer muy cachonda, según me había dicho alguna vez un amigo). No tardaron en llegar Abigaíl y Lenina. Y entonces comenzó la fiesta. Una vez que se hubieron acomodado las recién llegadas, Ónix se paró en el centro de la sala y, como si estuviera en una representación teatral, comenzó a hablar grandilocuentemente: --Queridas amigas y colegas. Permítanme presentarles a Carlos, mi amado novio, mi querido amante. El hombre que hace que mi corazón se acelere y mi vagina se humedezca. Todas rieron. Yo no. Estaba algo confundido y nervioso. --El hombre -continuó-que robó mis sentimientos y mis pensamientos y que me ha hecho gozar como loca. Nuevas risas. --El hombre -dijo por fin-que ahora someto a su consideración y juicio. Hasta ese momento todas las miradas habían estado dirigidas a Ónix, pero al acabar ella de hablar, las cinco brujas me miraron a mí. Yo no sabía qué hacer. La situación era muy incómoda y estaba empezando a pensar en mandarlas a todas al carajo cuando Ónix me sugirió: --Por qué no nos haces un strip tease, querido. Y tronó los dedos.
En ese momento, mis preocupaciones y temores desaparecieron y me levanté, como movido por algo ajeno a mi voluntad. Nunca he sabido bailar, no me gusta. Y además mi timidez me hubiera impedido hacerle un strip tease a cinco mujeres tan imponentes. Pero alguna fuerza extraña me hizo empezar a moverme al ritmo de una música que no había empezado a sonar sino hasta ese preciso momento. Empecé a bailar, pues, con movimientos que yo no controlaba ni coordinaba, pero que eran los mismos que hace los strippers cuando bailan. Mi mente, enajenada, no controlaba ese cuerpo que ahora se contorsionaba y empezaba a desabrochar la camisa. Las cinco chicas, despatarradas en los sillones, aplaudían y reían, mientras yo me despojaba de la camiseta y me sacaba los zapatos. Las cinco brujas soltaban grititos de gusto, animándome a continuar. Y yo (o no era yo) me quité el pantalón y quedé en boxers, curiosamente frente a la altanera Laura, mientras a mis espaldas escuchaba los silbidos de las otras chicas. Súbitamente cesaron la música y mi baile y sentí que alguien me abrazaba por atrás. --Lo siento, amor. Te obligué a bailar aunque no querías. Pero créeme que te vamos a hacer sentir bien de ahora en adelante. Volví la cabeza hacia atrás y Ónix me dio uno de esos besos que hacen que cualquiera perdone lo que sea. Mientras me besaba, acariciaba mis tetillas con sus manos y restregaba su pubis contra mis nalgas. En ese momento sentí que una mano acariciaba mi verga sobre el boxer. Miré frente a mí: era Laura, que me sobaba el paquete con una mano y se acariciaba una teta con la otra. Me miró a los ojos con una enorme carga de lujuria. --¿Así que piensas que soy una presumida y altanera, no? Dime, ¿una chica altanera haría algo así? -dijo Laura, al tiempo que me bajaba el boxer y me empezaba a acariciar el pito con las dos manos. Mi verga estaba bien parada y Laura emitió una exclamación de gusto. Luego acercó su cara a mi pene y empezó a acariciarlo con sus mejillas, lo paseaba por una y por otra, sin dejar de chaquetearme con las manos. Fue una sensación increíble sentir mi pito acariciado por unos cachetes tan suaves y tibios como esos. Y mis manos, automáticamente, se fueron sobre esos pezones alucinantes, que acaricié largamente. Mientras tanto, Ónix se retiró y otra bruja me abrazó por atrás, me sobó el pecho y empezó a besarme el cuello. No vi quién de ellas era, pero juraría (por el olor que despedía y en el cual ya me había fijado) que fue Roxana. La bruja que estaba detrás de mí siguió besando mi cuello y luego bajó por mi columna vertebral, besando cada centímetro de mi piel. Laura, entre tanto, abrió la boca para meterse mi verga. No se la pudo meter completa. --Es muy grande, papacito -dijo con la voz entrecortada por el deseo--. ¿Tú crees que me quepa en otro lado? Y al decir esto, se paró frente a mí y me besó en la boca. Un rico beso, de los que me gustan, lleno de calor y de saliva, con las lenguas luchando furiosamente, de esos que quitan la respiración. --¿Todavía me crees altanera? -preguntó mientras se despojaba de la bata. --Para nada. En ese momento, la bruja que estaba a mis espaldas había llegado con sus besos hasta la raya de mis nalgas. Las suyas y otras manos me quitaron el boxer y ahí quedé, desnudo ante ellas, con la verga al máximo y besando y acariciando a Laura, que nada más llevaba puesta la tanga. Laura se paró sobre el sillón, con lo que su pubis quedó a la altura de mi cara. --¿Me quitas la tanga? ¿Con la boca? Obediente, subí mis manos a sus pechos, que seguí masajeando con deleite, mientras con la boca y los dientes jalaba hacia abajo su tanga... primero por una orilla, luego por otra, por adelante y por detrás, para lo cual hacía girar lentamente a Laura, que me seguía dócilmente. Al mismo tiempo, eran ahora dos las bocas que besaban, lamían y chupaban mi espalda, mi cintura, mis nalgas. "Ojalá que no se les antoje mi ojete", pensé. Pero en ese momento, como si me hubieran leído el pensamiento, unas manos me abrieron las nalgas y una tercera boca me besó el ano. La sensación fue tan placentera que gemí y arqueé la espalda. Laura, con la tanga a medio bajar y desde su posición elevada, me abrazó y me besó con furia. Me tenía tan ocupado, que no podía voltear a ver quién era la que ahora trataba de meter la lengua en mi ano. Otras bocas y otras manos besaban y acariciaban ahora mis piernas y testículos. Laura, presa de un violento frenesí, parecía querer comerme la boca con sus ardientes besos y ella misma se acabó de quitar la tanga, empujándola hacia abajo con los pies. Mi verga parecía a punto de reventar.
Entonces ocurrió algo que aún no me puedo explicar, algo que yo no podría haber hecho solo y que jamás se me hubiera ocurrido. Laura, haciendo gala de una agilidad pasmosa, se separó de mí, se paró de manos sobre el sillón y abrazó mi cuello con las piernas, dejando su panocha al alcance de mi boca y, así como estaba, invertida, me empezó a mamar la verga. Quedé de pie, cargando a Laura, mientras hacíamos un 69. Yo ya alucinaba sintiendo la boca de Laura en mi miembro (aunque buena mamadora, no se podía comparar con Ónix), oliendo y lamiendo su vulva y recibiendo en mis nalgas y ano las bocas de otras tres mujeres. En cualquier otra circunstancia no hubiera podido sostener así a Laura, porque todo su peso recaía en mí. Pero tratándose de brujas, algo habrán hecho para que yo soportara esa extraña posición. El olor vaginal de Laura me llegaba hasta el centro del cerebro y su trabajo oral en mi verga aceleró un poco las cosas. No me pude contener y me vine, pero me vine en grandes cantidades... chorro tras chorro de leche llenaron la boca de Laura. Con la misma agilidad con la que se había subido a mi cuerpo de cabeza, se bajó de él. Tenía los labios apretados y los cachetes inflados, señal de que no había tragado nada de mi semen. Pensé que haría lo mismo que Ónix: hacérmelo tragar directamente de su boca. Pero no fue así. Aún reteniendo el semen, miró hacia atrás de mí, a la sala y le hizo señas a alguien para que se acercara. La que lo hizo (y, en consecuencia, la única que no me estaba besando o acariciando) fue Ónix. Se abrazaron muy estrechamente y se besaron en la boca. Para mí, ver a dos mujeres besándose en la boca, dándose las lenguas, es el espectáculo más erótico que puede haber. Y ahí estaban mi novia y una de sus amigas haciéndolo con gran placer. Laura le pasó a Ónix mi semen, e incluso algo de él se escurrió por sus barbillas. Una vez que lo hicieron, Ónix me besó a mí y me lo pasó. Ya ni siquiera dudé. Me lo tragué. Luego, Laura volvió a abrazarme y a besarme y dijo: --No creas que ya acabé contigo... apenas estoy calentando motores. A pesar de haberme venido segundos antes, mi verga estaba todavía parada, como si no hubiera tenido ya una eyaculación. Esto se debía, en parte, a los tres trabajos bucales que aún recibía en mi trasero. (CONTINUARÁ)