Las bragas de mi novia (III)

Mejor leerse los dos anteriores para seguir la evolución del personaje...

Volví a casa con sabor a semen en la boca. Caminaba por la calle con la sensación de que todo el mundo sabía lo que había hecho. La gente que me miraba parecía reprobarme. Yo, entonces, bajaba la cabeza. Lo hecho, hecho estaba, no obstante. ¿Acaso me estaba convirtiendo sexualmente? El morbo me había hecho masturbar a un joven y chuparle la polla a otro hombre. En ambos casos, la excitación me había dominado. Había logrado llevar mis fantasías a la realidad. Lo que me preocupaba, no obstante, era que, en ambas, yo era el sumiso, el maricón. Ninguno de los dos me había tocado; era yo quien había necesitado tocarles. Sentir la polla de uno en la mano, y la de otro en la boca. Y en las dos oportunidades me había sentido en éxtasis, casi como si todas las piezas dispersas de mi personalidad se hubieran reunido en un cuadro coherente, aunque de modo efímero. Me había sentido completo, quizás como nunca antes.

Después de correrse, Jorge me había dicho:

-Quiero más fotos de tu novia, no te olvides. Ahora lárgate. Ya te llamaré.

Todavía con una erección casi dolorosa, me había marchado. Sólo cuando llegué a casa me di cuenta de que me había dejado el pendrive. El cabrón se podría pajear a gusto con las fotos de mi novia. Volví a masturbarme. Cuando llegó Elena, casi no podía mirarla de la sensación de culpa que tenía. Eso no fue óbice para que, cuando dormía, agotada después de tantas horas de trabajo, llevara a cabo el encargo de fotografiarla.

A los tres días, recibí una llamada por la tarde:

-Hola, maricona. Soy yo –era Jorge.

-Hola…

-¿Estás solo?

-Sí, Elena está trabajando.

-Tengo ganas de que me la chupes. ¿Quieres probar mi polla de nuevo?

Vacilé.

-¿Estás ahí, puta?

-Sí.

-Mi polla echa de menos follarte la boca. ¿No quieres darle un besito? Venga, hombre, que seguro que se te ha puesto dura otra vez. ¿A que sí?

Era cierto, a mi polla había comenzado a afluir sangre.

-Ok -, dije.

-Pues ven mañana por la tarde, a las cinco. Quiero más fotos. Ah, y tráete otras bragas de tu novia. Pero puestas, ¿vale?

Uff, aquello era demasiado. Aquel tipo sabía como excitar mi lado más morboso.

-Sí, sí, lo que tú digas. Ahí estaré.

-Así me gusta, maricona –y colgó.

Al día siguiente, cerca de la hora, revolví en el cajón de las braguitas de Elena. Escogí un tanga negro, con la parte delantera con transparencias. Saber que me estaba preparando para un hombre me produjo una fuerte erección. Comencé a masturbarme con ella, pero paré porque quería reservarme para Jorge.

Podríamos decir que llegué a duras penas. A mitad de camino, retrocedí. Pero el deseo era muy fuerte. Me armé de valor y resolví seguir. Era lo que quería de verdad. Sin embargo, cuando me abrió la puerta, casi me echo a correr. Mi última oportunidad para no degradarme por completo. Sin embargo, su sonrisa me desarmó. Era una sonrisa irónica, con la que demostraba seguridad. El brillo de triunfo en sus ojos lo acompañó de una frase:

-Así que has venido. Entra.

Pasamos al salón, como la última vez. Me devolvió el pendrive del otro día.

-¿Has traído fotos nuevas, como te ordené?

-Sí… Te van a gustar.

-¿Se las hiciste desnuda? ¿O en plan sexy?

-Aproveché que dormía para hacerle unas cuantas. Y en la ducha, sin que se diera cuenta.

-Qué bien. Vamos a ver si has hecho los deberes.

Le pasé el nuevo pendrive. Lo conectó y se sentó en el sofá. Cuando iba a hacer lo mismo, me espetó:

-Pero qué haces.

-Pues sentarme, ¿no?

-¿Te he dicho que te sentaras?

-No…

-Pues te quedas de pie hasta que te mande otra cosa.

Entonces comenzaron a sucederse las imágenes de mi novia. Había aprovechado su sueño pesado para fotografiarla. Incluso me había atrevido a subirle el camisón para que se le viera en bragas. O quitarle los tiros para poderle tomar primeros planos de su pechos. Mi amigo estaba encantado. Comenzaba a calentarse, pues se sobaba el paquete.

Lo cierto es que mi Elena salía muy bien. Era guapa, incluso sexy.  Además, yo siempre había tenido buena mano para las fotos. ¿Por qué ya no me atraía como antes? ¿Por qué el morbo me incitaba a traficar con su imagen?

-Mmmm, qué buena está tu novia, cornudo. Qué ganas tengo de meterle el rabo.

-Sí, es guapa…

-Vaya hembra, coño. ¿Qué hará con una maricona como tú?

Finalmente, se sacó su polla, la agitó un poco y me dijo:

-Te toca, zorra. Ven aquí.

Me acerqué y me puse de rodillas, entre sus muslos separados. Sin mirarme, con la vista pegada en la televisión, me espetó:

-¡Chupa, puta, chupa!

Le olí el tronco y el capullo. Su nabo me embelesaba. Sin esperar más, no fuera a enfadarse, me lo metí en la boca. ¡Dios, era lo mejor del mundo! Me volvió a sujetar la cabeza como la primera vez y comenzó a follarme la boca. Su capullo golpeaba mi campanilla y las paredes interiores. Su líquido preseminal era un elixir que paladeaba con avidez y lujuria. Yo tenía la polla a tope, a punto de correrme.

Como si lo hubiera adivinado, me dijo:

-Desnúdate, zorra.

Me despegué de su polla con pesar, pero obedecí. Me quité los zapatos y la camisa. Luego, los pantalones. Aparecí ante él con el tanga, mi pene duro, saliendo por un lateral…

-Ay, si Elena te viera. Si viera lo maricón que eres. Porque eres un maricón, ¿sabes? Mi maricón. Dilo.

-Soy tu maricón.

-Y harás todo lo que yo te mande.

-Si, todo. Soy tuyo.

-Así me gusta, puto. Ven, ponte a cuatro patas, mirando la tele.

Le obedecí. Algo estuvo trajinando porque cuando se acercó, me desplazó el hilo del tanga y noté una crema o gel en mi ano.

Me iba a meter la polla. Comencé a temblar.

-No tengas miedo, puta.

Entonces lo noté. La punta de su polla, tremendamente dura, comenzó a abrirse paso por mi ano.

-Me he puesto condón, maricona. Para que tu mierda no me ensucie. Bueno, en todo caso te va a salir por la boca, ¡jajaja!

Dicho esto, la metió fuerte. Grité y me saltaron las lágrimas. Pero no le dije que se quitara. Tampoco sé si me hubiera hecho caso. Me folló: mete-saca, mete-saca, mientras notaba su aliento en mi oreja y su sudor en mi espalda… Oía el chop-chop de su polla contra mi culo. Dolía horrores, pero me sentía lleno. Un placer indescriptible de tener a un hombre, a un macho, dentro de mí.

-Así follaré a Elena, perra. Ella será mía como tú lo eres ahora. Colaborarás, ¿verdad?

-Sí, sí… ¡Elena será tuya!

Fue justo entonces cuando, tras una última penetración a fondo, se corrió con un rugido. Sin duda, ya era suyo. Era mi macho y haría lo que fuera por él.