Las bragas de mamá son heavy metal

En este relato cuento cómo mi madre quiso que los vecinos quitaran la estruendosa música y lo que la sucedió.

Aquella mañana de finales de primavera estaba un Juan de catorce años estudiando en su habitación cuando una potente música estridente entró por la ventana abierta y que daba a un estrecho patio.

Desconcentrado, juró en arameo esperando que acabara aquel atronador y desagradable ruido, pero, lejos de finalizar o de remitir, incluso aumentó su volumen. Debía ser heavy metal o algo parecido, pero no había dios que entendiera lo que gritaban esos chiflados.

Evidentemente no fue él el único que la oyó, aunque ningún vecino se escuchó que se quejara. Solamente Rosa, la madre de Juan, gritó por la ventana contigua a la de su habitación:

  • ¡Por favor, quiten esa música! ¡Por favor, quítenla, que molesta! ¡Aquí hay personas estudiando!

Lo repitió un par de veces más pero el volumen del ruido se mantenía, así que, abriendo la puerta de la habitación de su hijo, comentó tan alto como pudo:

  • ¡Vaya escándalo! ¡Esto es vergonzoso! ¡No tienen consideración con nadie!

Le pareció escuchar al joven y la mujer, asomándose por la ventana, volvió a gritar sin obtener ningún resultado, así que, volviéndose hacia su hijo, con el rostro rojo de ira, le dijo:

  • ¡Son los alquilados del séptimo! ¡Subo para que la quiten!

Y se marchó de la habitación, escuchando el joven a los pocos segundos cómo cerraba la puerta de la casa al salir.

Llamó Rosa a la puerta de los vecinos sin lograr respuesta. Repitió la operación una y hasta dos veces, cada vez más insistentemente, cuando escuchó ruidos que venían del otro lado de la puerta. Alguien miró por la mirilla, observándola, y luego la mujer oyó cuchicheos hasta que finalmente abrieron la puerta.

Fue un joven de unos veintipocos años, sin afeitar y con ropa bastante desgastada y sucia, el que abrió la puerta. Rosa ya se había cruzado con él y con el otro joven con el que compartía piso en una ocasión en el portal y todavía recordaba cómo la miraban fijamente y sin disimulo las tetas y el culo.

  • Hola, soy la vecina del sexto. Te agradecería que bajaras la música porque mi hijo está preparando unos exámenes y no puede concentrarse con la música tan alta.

Dijo amablemente la mujer, pensando que con amabilidad se podía conseguir de mejor forma lo que se quería.

  • ¡Ah, bien!

Respondió el joven, al que apodaban Nud, mirándola sorprendido las tetas cuyo nacimiento observaba por el generoso escote del vestido que Rosa llevaba.

Obviando la mirada del joven, continuó diciéndole con una voz suave y melosa:

  • Puedes cerrar la ventana y escucharla mejor y, si no quieres cerrarla, mejor la bajas o la quitas, porque mi hijo no puede estudiar.
  • ¡Ah, bien! Ahora lo hago.

Respondió de nuevo el joven sin dejar de mirarla las tetas, y Rosa, sonriendo amablemente, le dio jovialmente las gracias y se giró alejándose, lo que aprovechó él para mirarla ahora el erguido y macizo culo y como lo balanceaba lascivamente caminando.

Al desaparecer la mujer por el pasillo, el joven cerró la puerta.

Un colega de éste que atendía al nombre de Gret apareció y le preguntó:

  • ¿Qué pasa? ¿Quién era y qué quería?
  • La vecina buenorra del sexto. Dice que la música está muy alta y que la apaguemos.
  • ¿La tipa de las tetas y del culo gordo?
  • La misma y está todavía más buena.
  • ¿Qué quería? ¿Qué nos la folláramos?
  • Que quitemos a los divinos que molestan a su pichafloja de retoño.
  • No jodas, tío, ¿que los quitemos? ¿Qué quitemos a los divinos?

Y, acercándose a la habitación donde estaba puesta la atronadora música, la bajó hasta apagarla.

Un tercer colega de su misma edad al que llamaban Bran le miró interrogativamente y le preguntó de mala leche:

  • ¿Qué ostias haces, cacho cabrón? ¿Por qué la quitas?
  • La tetona del sexto dice que la quitemos.
  • Y ¿quién coño es para decirnos que la quitemos? Si quiere que quitemos algo, serán sus bragas, si es que las lleva, la muy puta.
  • ¡Eso, eso! ¡La arrancamos las bragas y nos la follamos!

Asintió entusiasmado Gret, y Bran, incorporándose del sofá donde estaba tirado, puso de nuevo en marcha el DVD, atronando de nuevo la habitación y la casa.

  • Y si quiere que la quitemos que pase por aquí y se las quitamos.

Dijo Bran y Gret añadió:

  • Y nos las follamos.

Rosa que se marchó muy satisfecha de haber conseguido que quitaran la música, la volvió a escuchar cuando ya estaba dentro de su vivienda, entrando en la habitación de su hijo, y exclamó, entre irritada y sorprendida:

  • Pero … ¿otra vez? ¿Qué pasa? ¿No me habrá entendido?

Y salió deprisa otra vez hacia la casa de los alquilados.

Juan, su hijo, que no se había movido de su habitación, escuchó cómo quitaban la música y los lascivos comentarios que hicieron los vecinos sobre las tetas de su madre, sobre sus bragas y sobre follársela. Cuando vio que su madre entraba a su habitación, al mismo tiempo que ponían la música a todo trapo, se sobresaltó, y se temió lo peor cuando ella, enfadada, volvía sobre sus pasos. No se atrevió a decirla nada, a decirla que no fuera, pero no sabía cómo justificárselo sin decirla lo que los vecinos la habían dicho. Supuso que los alquilados de arriba no se atreverían a hacerla nada. Serían los típicos bravucones que mucho hablar pero poco o nada hacer, de los que se les va la fuerza por la boca.

Subiendo al piso de arriba, Rosa pulsó el timbre de la puerta y no lo soltó hasta que se abrió la puerta.

Era otra vez Nud el que abrió la puerta y ya antes de que se abriera del todo ya estaba la mujer quejándose:

  • Pero ¡bueno! ¿Qué pasa? ¿No te he dicho que tienes que bajar la música?

Mirándola fijamente las tetas el joven dijo como si fuera a ellas a las que se dirigiera:

  • Lo siento, pero … es que … no se hacerlo . No sé cómo quitarla.

Dijo lo primero que se le ocurrió y sonó extremadamente ridículo

  • ¿Cómo que no sabes? ¿Qué no sabes quitar la música?
  • Sí, eso.
  • ¿No la has puesto tú?
  • No … no he sido yo. Ha sido … mi amigo … pero … se ha ido.

Respondía el joven con una inocencia que hacía pensar a la mujer que era un deficiente mental y no que la estuviera tomando el pelo.

  • Tiene que haber un botón para bajar el volumen y otro para apagar el aparato.
  • Ya, pero … no lo he visto.
  • Si no te importa, déjame que pase y lo apague yo, y así aprendes a apagarlo y a bajar el volumen.
  • Sí … sí … pasa … pasa.

Entró Rosa, y, aunque era evidente que el atronador ruido venía de la habitación del fondo, justo encima de la de su hijo, preguntó:

  • Es al fondo, ¿verdad?
  • Sí, sí, claro, al fondo, al fondo.

Respondió Nud sin dejar de mirarla el macizo culo e imaginando cómo se vería sin bragas y el tacto que tendría.

Entró la mujer en la habitación dirigiéndose al lector de DVD de donde partía la atronadora música. Tan aturdida como estaba por el potente ruido que no se fijó que había otros dos jóvenes, Bran y Gret, tumbados en el sofá, al otro lado de la habitación.

Inclinándose hacia delante, observó el aparato intentando ver donde se apagaba y donde se podía bajar el volumen. Detrás de ella, tanto los dos tipos que estaban tumbados en el sofá como Nud, la observaron detenidamente bajo la minifalda de su vestido el culo prieto y respingón, así como sus pequeñas braguitas blancas que apenas lo cubrían.

Pulsando un botón del lector de DVD, apagó el lector, y, levantándose triunfante, se giró hacia donde estaba Nud, al tiempo que le decía:

  • Mira aquí está el botón de apagado del aparato.

Al ver a los dos jóvenes sobre el sofá, se calló sobresaltada, escuchando a Bran decirla sarcásticamente, al tiempo que se señalaba con un dedo el enorme paquete que tenía entre las piernas así como el erecto y congestionado pene que se marcaba nítidamente como si fuera un enorme plátano bajo el ajustado y roído vaquero que llevaba.

  • Aquí está mi aparato. También está encendido. ¿Por qué no me lo tocas para apagarlo?
  • El mío también está encendido.

Agregó Gret sonriendo lujurioso.

Asustada iba a salir pero Nud se interpuso en su camino, impidiéndolo.

  • Pero no te vayas. ¿No querías apagar el aparato? Pues aquí lo tienes, entre mis piernas. Ya ves lo encendido que está. ¿Por qué no me lo apagas?

Repuso Bran mirándola sonriente y Gret añadió:

  • Puedes apagarlo con tus manos, con tu boca y con tu coño.

Con el rostro colorado de miedo y de vergüenza, no sabía Rosa como salir de tan escabrosa situación, por lo que solo se atrevió a balbucear:

  • Lo … lo siento. No … no quería molestaros. So … Solo quería bajar la música.
  • Si es así no hay problema. Si quieres bajarla, te bajas las bragas. Si quieres quitarla, te quitas las bragas. La música y tus bragas van de la mano, porque … ¿llevaras bragas?, ¿no?
  • Sí, blancas. Sus bragas son blancas.

Comentó primero Bran y continuó después Gret con una risita ante la atemorizada mujer que colocó sus manos sobre la falda, en la entrepierna, como protegiendo sus bragas para que no se las quitaran.

  • Tú decides. ¿Quieres bajarte las bragas o quitártelas?
  • Te las podemos bajar o quitar nosotros.

Preguntó primero Bran y prosiguió después Gret con una nueva risita.

  • Prefiero marcharme y dejaros la música como estaba.

Contestó en voz baja la mujer e intentó salir, pero Nud nuevamente se lo impidió al colocarse delante de ella.

  • Yo creo que ya elegiste cuando quitaste la música, ¿no? Elegiste quitarla así que debes quitarte las bragas.

Sentenció Bran ante la lasciva mirada de los tres jóvenes y el terror de la mujer que se quedó paralizada al escucharlo.

  • ¿Prefieres que te las quitemos nosotros?

Preguntó Bran y Gret se puso en pie preparado para arrancarla las bragas.

Aterrada Rosa se lanzó hacia Nud con las uñas hacia sus ojos para escapar pero el joven rechazó sus manos, y la dio un fuerte bofetón en la cara, haciendo que reculara atontada.

Gret por detrás la levantó la falda para bajarla las bragas, pero antes de que lo hiciera, la mujer, forcejeando para bajarse la falda, chilló histérica:

  • ¡Me las quitó yo! ¡Me las quito yo!
  • Pues ¡venga!, ¡quítatelas!

Gritó Bran y Gret se contuvo al escucharlo, sentándose en el sofá para ver cómo la mujer se bajaba y quitaba las bragas.

  • Me las quito en el baño.

Propuso la mujer en voz baja, pero Bran respondió con voz firme.

  • No, aquí. Te las quitas aquí y ahora, delante de nosotros, o te las quitamos nosotros.

Atemorizada, se levantó Rosa la falda por los dos lados y se metió las manos debajo para bajarse las bragas.

Al verla se sentó Nud también en el sofá al lado de sus dos amigos para ver mejor cómo se las quitaba.

Viendo cómo el joven se sentaba dejando sin custodia la puerta de la habitación, optó la mujer por salir corriendo hacia ella, pero, ya estaba saliendo cuando la alcanzó Nud. La agarró por un brazo y, sujetándola por detrás por las tetas, la volvió a meter en la habitación, cerrando la puerta tras ellos y sentándose de nuevo en el sofá con sus dos amigos.

  • ¡Desnúdate!

Bramó ahora Bran y Rosa todavía más asustada, volvió subirse por los lados la falda para quitarse las bragas, cuando Bran la ordenó con voz firme y autoritaria:

  • Primero el vestido. ¡Quítate el vestido!
  • Eran solo las bragas.

Repuso en voz muy baja la mujer, mirando en todo momento al suelo, y el joven la respondió en voz alta.

  • Eso era antes de que quisieras escapar. Ahora te quitas toda la ropa. ¡Desnúdate!

Temerosa se soltó despacio el botón que estaba más arriba de la pechera de su vestido y, cuando iba a hacer lo mismo con el segundo, suplicó, haciendo un puchero a punto de llorar:

  • Por favor, dejadme que me vaya.
  • Por supuesto, pero primero te desnudas.

Respondió Bran y Rosa empezó a llorar.

Gruesos lagrimones corrían por su cara mientras se iba soltando uno a uno los botones de su vestido, descubriendo su pequeño sostén blanco que apenas contenía sus grandes y erguidas tetas.

Los ojos de los tres tipos no se perdían ni un detalle de tan lujurioso striptease, mientras sus vergas crecían y crecían dentro de sus ajustados pantalones.

Como no escuchaba que se detuviera ni veía ninguna señal para hacerlo, continuó desabrochándose los botones para finalmente dejar caer su vestido al suelo, mostrando no solo su sostén sino también sus pequeñas braguitas blancas a través de las cuales se transparentaba bastante la jugosa vulva.

Llevándose sus manos hacia la espalda se soltó el sostén, dejándolo caer también al suelo, al lado de sus pies.

Sus pechos lucían espléndidos, tan blancos como inmaculados de no haberse descubierto al sol y a otros ojos para ponerse morenos, tan erguidos que vencían a la gravedad, tan grandes y redondos que no parecían auténticos sino obra de algún experto cirujano.

Sin dejar en ningún momento de mirar avergonzada al suelo y con la cara encarnada de vergüenza, se metió los dedos bajo los laterales de sus bragas y se las bajó en un momento, dejándolas a sus pies y descubriendo su jugosa vulva apenas cubierta por una fina franja de vello púbico.

A punto de salirse de sus órbitas por la emoción, los ojos de los tres se la comían las tetas y el coño con los ojos.

Desnuda, se quedó quieta, mirando en todo momento al suelo, con sus dos brazos pegados a las caderas y esperando las nuevas órdenes de su amo. Ella había cumplido, se había desnudado y esperaba que ellos también cumplieran y la dejaran marchar.

  • ¡Los zapatos! ¡Quítate los zapatos!

Ordenó Bran y ella, levantando un pie y luego el otro, se descalzó, quedándose ahora sí completamente desnuda.

Estuvo así durante más de dos minutos que la pareció una eternidad mientras los seis ojos la observaban con todo detenimiento.

  • Gírate despacio para que te podamos ver bien.

Y ella, muy obediente, eso hizo, se giró lentamente, moviendo sus pies sobre la misma zona del suelo.

Cuando estaba de espaldas a ellos, Bran la ordenó que se detuviera.

  • ¡Párate!

Se detuvo consciente que ahora eran sus nalgas, sus blancas, redondeadas y erguidas nalgas, sin un ápice de celulitis, manchas o granos, el objeto de las lúbricas miradas de los tres machos.

Casi cinco minutos fueron lo que tuvo la humillada mujer que esperar con los ojos cerrados, escuchando risotadas y comentarios obscenos, antes de oir una nueva orden.

  • ¡Continúa girándote despacio!

Girándose como la habían ordenado, se detuvo cuando estaba frente a ellos y escuchó que se detuviera.

La nueva orden tardó pocos segundos en producirse.

  • ¡Ven aquí!

Acercándose despacio, se detuvo a un paso de Bran que, separando sus piernas, la dijo:

  • ¡Ponte de rodillas!

Ahora sí que empezó la mujer a quejarse en voz baja:

  • Esto no …

Pero enseguida Bran la interrumpió con su voz potente:

  • Te he dicho que te pongas de rodillas.

Temiendo que si no le obedecía podía ser mucho peor, se puso de rodillas entre las piernas del joven sin atreverse a mirarle a la cara,

  • ¡Bájame la bragueta!
  • ¡Sácame la polla!

Un orden tras otra fue recibiendo y obediente fue acatándolas sin rechistar.

  • ¡Cógela y métetela en la boca! ¡Quiero que me la comas hasta que me corra! ¿Entiendes? ¡Hasta que me corra!

Inclinándose hacia delante, hacia la enorme y congestionada verga que apuntaba erecta hacia el techo, la cogió con cuidado con su mano derecha y se la metió en la boca, empezando a acariciarla lentamente con sus aterciopelados y voluptuosos labios que la recorrían en su totalidad, desde la base hasta la punta y desde la punta hasta la base, una y otra vez.

Mientras lo hacía sus manos no dejaban de acariciarle suavemente el escroto.

Se sacó la verga de la boca y jugueteó con su sonrosada y carnosa lengua en el glande durante varios interminables segundos, lametón a lametón, para recorrer ahora con la lengua toda la longitud del rígido miembro, no dejando ni un milímetro sin acariciar.

Volvió a meterse el cipote en la boca, acariciándolo con sus labios mientras su mano derecha ahora también se lo acariciaba, lo frotaba con una cada vez mayor energía, como si fuera una lámpara mágica de algún lejano y olvidado reino oriental de la que se esperaba brotar un lascivo genio, hasta que de pronto el erecto y congestionado miembro empezó a palpitar con un ritmo más y más desenfrenado hasta que, de pronto, estalló y una espesa cascada de lefa expulsó con un enorme potencia, empapando a Rosa desde los hombros hacia arriba, alcanzando la potente ráfaga incluso el lector de DVD y la pared que estaban a varios metros detrás de la mujer.

Gritando Bran descargó todo el esperma que llevaba en una orgía de desenfreno y placer.

Toda la mamada había sido observada también por Nud y por Gret que, sobándola las nalgas, se reían y la hacían comentarios escabrosos.

  • ¡Ven aquí!

Escuchó ahora Rosa la orden de un nuevo amo, Gret, que, cegada como estaba, solo podía verle a través de la espesa masa de esperma que la cubría los ojos.

Gateando como una obediente gatita salió de entre las piernas de un joven para meterse entre las piernas de otro, pero éste no quería una mamada sino follársela, así que se incorporó del sofá, y colocándose detrás de una Rosa que, a cuatro patas, esperaba una nueva orden, la dio primero un fuerte azote en una de las nalgas y, a continuación, la sujetó por los glúteos y poniéndose en cuclillas, dirigió su verga hacia el coño de la mujer y la fue penetrando poco a poco, antes el asombro de Rosa que, increíblemente, no se lo esperaba y no hizo ningún ademán de impedirlo temiendo ser salvajemente agredida si se negaba.

Se la metió hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con la entrada a la vagina, y, después de una breve espera, empezó a cabalgarla, echando adelante y atrás su nalgas, e imprimiendo un cada vez mayor ritmo.

Al no poder soportar con sus brazos las cada vez más violentas acometidas del joven, la mujer dobló los brazos y puso sus antebrazos sobre el suelo, colocando su cabeza entre ellos, y, cerrando los ojos, así aguantó durante todo el tiempo que tardó Gret en correrse, alternando, eso sí, fuertes y sonoros azotes en las cada vez más coloradas nalgas de ella con fieras embestidas.

Al descargar todo su esperma en el interior del coño de Rosa, el joven chilló exultante como si fuera un deportista que hubiera marcado un decisivo gol o batido una marca histórica.

Y, cuando después de casi un minuto gozando de su orgasmo, el joven la desmonto y se incorporó, otro, el tercero, Nud, la hizo levantarse del suelo y, tumbándola bocarriba sobre el sofá, con sus nalgas levantadas sobre un mullido cojín, se colocó entre sus piernas, y también él la penetró. La penetró hasta que toda su verga despareció dentro del coño de la mujer, que, acostumbrada a que la humillaran y a que se la follaran, solo emitió un ligero suspiro al sentirse nuevamente penetrada.

Con toda la polla dentro, el joven la manoseó las tetas durante varios segundos, se las manoseó a placer, hasta que comenzó a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, despacio al principio, disfrutando de cada segundo y de cada milímetro de cada una de las acometidas. Imprimiendo una mayor velocidad y fuerza a sus embestidas, dejó de sobarla las tetas para observar solo como se bamboleaban desordenadas mientras se la follaba.

No tardó mucho en correrse y, cuando lo hizo, la desmontó no sin antes darla un nuevo sobe a sus ya encarnadas tetas.

Ahora sí que escuchó nuevamente a Bran ordenarla:

  • ¡Y ahora, vete, antes de que nos lo pensemos!

Se levantó con cuidado del sofá, y, siempre con la mirada baja, observó que los tres jóvenes todavía estaban en la habitación. Se acercó a su ropa para recogerla del suelo, pero Bran la dijo:

  • ¡Te he dicho que te marches pero no que cojas tu ropa! ¡Vete así, desnuda, sucia y follada, y recuerda que la música no se quita, que va estar así todo el puto tiempo que estemos aquí! ¿Entiendes lo que te digo?

Escuchó Rosa sin decir nada y sin mirarle.

  • ¡Contesta! ¿Entiendes lo que te he dicho?
  • Sí.

Respondió en voz baja la mujer, pero al momento Bran la dijo a gritos:

  • ¡No te oigo! ¡Más fuerte!
  • ¡Sí! ¡Te entiendo! ¡Te entiendo!

Respondió la mujer chillando obediente y temiendo que, si no lo hacía, la podrían hacer algo peor.

  • Pues ¡vete! Y ¡recuerda que la música solo se quita o se baja cuando hagamos lo mismo con tus bragas!

Asustada fue a salir Rosa de la habitación entre los tres jóvenes, pero recibió unos sobes en sus tetas de las manos de Nud y un buen azote en sus nalgas de la mano de Gret. Logró salir corriendo por el pasillo camino de la puerta. Escuchando a sus espaldas las risotadas de los tres jóvenes que la llamaban culo gordo y culona, mientras se regocijaban mirando cómo balanceaba las encarnadas nalgas.

Saliendo completamente desnuda al pasillo, continuó corriendo, y se encontró de frente con dos vecinas que esperaban al ascensor y que la miraron sorprendidas. Sin decir nada, se detuvo un instante avergonzada, para a continuación bajar corriendo por las escaleras, escuchando cómo una de las vecinas la saludaba irónica en voz alta:

  • Buenos días, Rosa. Me alegro que estés tan bien.

Mientras que la otra exclamaba indignada en voz alta:

  • ¡Qué vergüenza! ¡No me lo puedo creer! ¡Es increíble! ¿Dónde vamos a parar? Parecía tan normal y mira. Ya verás cuando se lo cuente a las vecinas, a mi marido, a todos.
  • Ha salido de la casa de los nuevos inquilinos, de los que siempre van tan sucios, con esos pelos y sin afeitar. Se ve que a la Rosa la van las pollas jóvenes.
  • No sigas, por favor, no sigas. ¡Qué asco! ¡Qué vergüenza!

Abriendo con su llave la puerta de su vivienda, Rosa ya no las escuchó más, y, cerrando la puerta a sus espaldas, no vio ni escuchó a su hijo y se metió rápidamente al baño para ducharse y limpiarse a fondo.

Bajo el agua de la ducha lloró desconsolada, recordando avergonzada lo sucedido. La habían obligado a desnudarse y a hacer una mamada, la habían sobado, azotado y follado, la habían obligado a salir desnuda de la casa y se había encontrado a dos de las vecinas más cotillas de la casa. ¡Qué vergüenza! Ahora todos lo sabrían y pensarían que era una puta, una guarra, que había puesto los cuernos a su marido, … ¡Estaba agobiadísima, sin saber qué hacer!

Lo que no sabía Rosa es que su hijo Juan había escuchado todo desde la ventana de su habitación y, lejos de intervenir, se había masturbado en varias ocasiones escuchando cómo se follaban a su madre. Al principio Juan había tenido miedo, se había sentido agobiado y avergonzado, sin saber cómo actuar y a quien avisar, pero escuchando lo que la decían y luego lo que la hacían a su madre, se había excitado cada vez más de forma que se había hecho más pajas que en toda su vida en tan poco tiempo. Tenía el cipote con heridas de tanto frotárselo.

Tampoco sabía Rosa que su vecina Encarni también había escuchado todo desde la ventana de su casa y, como la tenía un odio atroz, se quedó escuchando complacida y sonriendo ferozmente cómo la humillaban y se la follaban. También ella propagaría a todo el barrio una versión todavía más sabrosa de lo sucedido donde Rosa sería la puta que provocó a los chavales para que se la tiraran, convirtiéndola en una mujer marcada para siempre.

Aquel año tuvo Juan que irse a estudiar a la biblioteca ya que en casa no era posible por ese ruido tan ensordecedor que se escuchaba aun con las ventanas cerradas y que se mantuvo hasta que los inquilinos se marcharon de la casa.