Las bragas de la señora Rosita.
Un chico se excita con la ropa interior de su vecina.
— Sitoooo!, baja a casa de la señora Rosita a cuidar del niño— grita mi madre desde la cocina sabiendo que me interrumpe la partida que tengo a medias.
No hay nada que me moleste más… cuando estoy finalizando el juego… lo tengo que dejar para cumplir algún encargo de mi madre. Si no lo hago se pone hecha una fiera y tiene consecuencias.
Cojo un par de libros y unos apuntes y me voy a cumplir el encargo. Cada vez que la vecina precisa salir de casa para ir a comprar nos pide que vayamos a cuidar del bebe. No lo quiere despertar ni tampoco lo quiere dejar solo por lo que entre vecinos le echamos una mano. En realidad solo se trata de estar con él vigilando por encima pues siempre se lo deja dormido.
Una vez superado el enfado inicial, voy a su casa con gusto pues quiere ser útil a los ojos de la señora Rosita. Es una mujer de unos treinta años más o menos, recién casada, con un cuerpo estupendo, radiante por el periodo de lactancia…de la cual estoy enamorado.
Envidio profundamente a su esposo, por tener a su lado una mujer tan bonita como ella, y muchas noches sueño sobre cómo debe ser estar con ella.
Solo por verla unos instantes recién arreglada justo antes de salir, por contemplar su cara de alegría al regresar y tomar al bebe en brazos, merece la pena hacer el pequeño esfuerzo de ir a su casa a cuidar del bebe.
En alguna ocasión me ha dado un beso cariñoso en la mejilla, y eso me ha colmado de satisfacción. Me trata con mucho cariño, aunque no se da cuenta que ya soy un hombrecito que se excita con solo oler su perfume o sentir sus manos sobre mi piel.
Hoy Rosita se ha puesto un bonito pantalón de color crema, muy ajustado que se pega a su trasero como una segunda piel. Las nalgas quedan perfectamente dibujadas y la tela se hunde entre los cachetes.
Mi fantasía me lleva a imaginar que debe llevar unas lindas braguitas tanga. Una blusa camisera semi trasparente completa la indumentaria rematado con unas finas sandalias que le dan un porte muy felino.
Se despide efusivamente de su bebe y a mi me dedica una amplia sonrisa antes de irse.
Quince minutos mas tarde, ha he dejado de fingir que estudio . Compruebo que el bebe sigue durmiendo y luego me dedico a deambular por la casa imaginándome a la señora Rosita en cada rincón.
Voy a la cocina, a su cuarto, al baño, abro sus armarios, miro sus vestidos, sus zapatos, y encuentro el cajón donde guarda sus prendas más íntimas. Lo cierro lamentando la profanación, me siento culpable por hacer cedido a mi insana curiosidad.
Pero me no puedo evitar volver a abrirlo para dar una miradita a sus braguitas y sus sujetadores. Me siento avergonzado pero también me siento muy excitado.
Una tras otra van pasando por mis manos. Alguna me la acerco para sentir el delicado perfume que impregna todo el cajón. Cedo a la tentación y le doy un beso allí donde imagino ella pone su conchita.
Después doy un repaso a sus sostenes, pongo la copa hacia mi e imagino que acaricio sus senos. Tengo una erección bestial y no se me ocurre otra cosa que ir a buscar en la ropa sucia otras braguitas y sujetadores que lleven impregnado el aroma de su dueña.
Justo encima del cubo encuentro unas bragas hechas un lío, que desprenden un fuerte olor a hembra, por lo que deduzco son las que ha llevado justo antes de cambiarse. Con solo el olor de su sexo y un par de pelitos negros como el carbón que he encontrado son suficientes para llevarme al borde de la locura.
Me saco la polla y me masturbo mientras huelo y chupo la braguita como si quisiera obtener toda su ensencia.
La extiendo para verla mejor y luego me froto mis genitales con ella. Envuelvo mi polla con la braguita y termino de pajearme con ella pensando en su dueña. Exploto en una corrida bestial que recojo con la misma braguita. Todavía tembloroso trato de dejar las cosas como estaban antes de que la señora Rosita regrese.
El tiempo me va justo pues a los pocos minutos la oigo llegar. Me pregunta si ha ocurrido algo pues me encuentra extraño; yo trato de disimular y me voy a casa ruborizado.
Días más tarde se repite la situación, la señora Rosita tiene que ausentarse una hora y como es habitual recurre a mi para que cuide del bebe. En esta ocasión, en cuanto se va me voy directamente hacia el cubo de la ropa sucia en busca de mi premio con la intención de pajearme esta vez con toda la tranquilidad del mundo.
Al levantar la tapa, me encuentro unas braguitas justo encima de unas toallas, dispuestas como si alguien quisiera que las encuentre y las disfrute. El corazón me da un vuelco y lo interpreto como una clara invitación.
Me masturbo de forma frenética, casi salvaje, dejando sobre la prenda todo mi semen. Luego pienso que quizás ha sido una casualidad que estuviese así y me arrepiento de lo que he hecho, aunque ya es tarde para poder corregirlo pues mi vecina ya ha regresado.
El siguiente día, cuando bajo a casa de la señora Rosita la encuentro recogiendo el baño antes de irse. Se disculpa pues tiene que salir preciadamente. En cuanto se va, voy rápidamente al baño para recoger el rastro de su perfume y me sorprende encontrar un intenso olor a coño.
Parece como si la señora Rosita se hubiese dado un gustazo esperando que yo encuentre su rastro. En un rincón veo su ropa interior dejada como por descuido pero dispuesta para llamar mi atención.
La tomo entre las manos y siento que están bien mojaditas del néctar de mi vecina. Ahora estoy seguro que ella sabe mi debilidad por ella y mis juegos con su ropa interior. Sin duda me ofrece el trofeo más maravilloso.
Aspiro con deleite su aroma y me empiezo a pajear pensando en ella. Con una mano sujeto la prenda y con la otra me la meneo haciendo incidir el capullo con la tela. Me froto toda la polla y los huevos con la tela suavemente y luego me pajeo con violencia hasta que un chorro abundante de leche sale disparado hacia la braguita.
Me limpio bien con ella y la dejo en el sitio que la encontré pero girada de manera que es claro que la he cogido. cuando ya parece que me he calmado, miro de nuevo hacia la ropa interior y vuelvo a sentir un impulso imparable para masturbarme de nuevo.
Cojo el sujetador y después de menearla como un loco durante unos instantes, me vuelvo a correr dejando en la copa la huella de mi orgasmo.
Cuando la señora Rosita vuelve me mira inquisitiva y por mi rubor y mi nerviosismo pronto comprende que he encontrado su regalito y que he disfrutado mucho con él. Un poco angustiado vuelvo a casa pensando en que quizás me he excedido y que si esto fuese fruto de la casualidad no sabría cómo explicar mi actuación antes las quejas de nuestra apreciada vecina.
Mis temores se desvanecen cuando mi madre viene a buscarme a la habitación.
— La señora Rosita está muy contenta contigo, dice que eres un chico muy responsable y que se va muy tranquila dejándote al cuidado de su bebe—
— Me siento muy orgullosa de ti. Dentro de un rato, ¿puedes bajar a cuidar del bebe otra vez? —
Deverano