Las bragas de la señora Rosita (2)

Le doy un masaje en el pie, mientras ella se masturba

Anteriormente…

En el relato anterior titulado “Las bragas de la señora Rosita“ os explicaba cómo empezó mi relación fetiche con la señora Rosita, la vecina madura, amiga de mi madre. Como adolescente en pura efervescencia sexual, sentí una atracción muy fuerte por una mujer madura que satisfice disfrutando del contacto y el olor de su ropa interior. Empecé por la que guardaba bien limpita y perfumada en los cajones de la cómoda y terminé rebuscando en el cesto de la ropa usada, lo que me permitió disfrutar de su auténtico aroma femenino.

En este capítulo de la historia os cuento como fue mi primera experiencia sexual de manos de esta mujer que me dobla la edad, y que multiplica por mil mi  experiencia sexual.

Capítulo 2º

Días más tarde mi mama me llama a voces desde el salón:

—     Sitoooo, ven acá la señora Rosita ha venido con su bebe y necesitamos tu ayuda—

Nuestra vecina ha venido pasar la tarde con mi mamá, charlando y comentando las cosas importantes de la vida. Enseguida mi madre toma él bebe en brazos y empieza a juguetear con él, lo que la hace muy feliz al recordar épocas pasadas, quizás le recuerda cuando jugaba conmigo en sus brazos.

Dejo mis libros y apuntes en mi habitación y me acerco al salón para atender la demanda de mi mamá. Al entrar en la habitación veo que la señora Rosita ha venido con una faldita corta y unos bonitos zapatos de medio tacón.

La señora Rosita es una mujer de unos treinta años más o menos, recién casada, con un cuerpo estupendo, radiante por el periodo de lactancia…de la cual estoy enamorado. Envidio profundamente a su esposo, por tener a su lado una mujer tan bonita como ella, y muchas noches sueño sobre cómo debe ser estar a su lado.

—     Por favor, hijo…baja al supermercado y le compras un bote de cereales para el bebé… a la señora Rosita se le ha olvidado. Mejor baja tú a comprarlo en un salto…que tú eres muy joven y no te cuesta nada—

Está sentada justo enfrente, con timidez y disimulo miro hacia sus redondeada rodillas que permanecen juntas. Mientras recibo las indicaciones sobre lo que debo comprar, se me distrae la mirada y en varias ocasiones me ha pillado “in fraganti” mirando hacia sus piernas que tan generosamente enseña hoy. La señora me sonríe comprensiva pues sabe que siento algo por ella que es difícil de expresar.

De pronto veo cómo se van separando las piernas muy lentamente dejándome ver el blanco triángulo de su braguita.  Rosita me mira directamente a los ojos y en su cara siento la invitación a que mire hacia sus braguitas, me está haciendo un regalo inmenso que no puedo desaprovechar. Se me calientan las orejas y el pene se pone duro como una piedra.

El bebé sigue retozando en brazos de mi mama mientras yo espero impaciente, con una erección de campeonato a que Rosita me termine de dar todas las indicaciones necesarias para comprar el producto correcto. Lo memorizo todo y voy rápidamente al super con intención de volver lo antes posible para seguir disfrutando de la visión de su entrepierna.

Yo soy un crio inexperto, ella una mujer casada, con un bebé e imagino una vida amorosa intensa así que  debo seguir lo que ella me indique, soy su corderito y hare lo que me pida con tal de poder estar con ella, disfrutando de  la visión de sus piernas, su cara, su pecho o lo que quiera darme.

Nada más regresar hago entrega del bote de cereales a la señora Rosita, que me lo agradece con un sonoro beso en la mejilla. Después de agradecer a mi mama las atenciones recibidas, toma el bebe en brazos, decide irse para su casa. Ya de camino hacia la puerta se despide, pero antes se vuelve hacia mí y me pide que mañana baje a cuidar del bebe un rato ya que ella tiene que ausentarse para hacer unas gestiones en el otro extremo de la ciudad por lo que prefiere ir sola.

—     Por supuesto que irá… no faltaría mas — afirma mi madre sin darme opción a responder adelantándose a mi respuesta que sin duda habría sido afirmativa.

No sé si podré esperar tanto, pues ya estoy empalmado de nuevo soñando con volver a trastear en sus cajones para imaginar cómo debe ser verla con alguna de las braguitas que tiene en los  cajones. Con un poco de fortuna encontraré alguna usada o quizás un pijama donde haya quedado impregnado su olor. Si tengo la suerte de estar con ella y verle la braguita apretada a su vulva como he visto hoy seré muy feliz.

Vuelvo a mi habitación… con mis libros y apuntes… a completar las tareas que debo presentar mañana en el instituto, y me cuesta mucho trabajo concentrarme pues en mi cabeza solo hay sitio para una cosa… mi vecina Rosita. Me paso toda la tarde fantaseando sobre las cosas que mi calenturienta mente inventa, cosas que podrían suceder y otras totalmente fantasiosas pero que me complace mucho imaginar.

A la hora de acostarme sucede algo totalmente inesperado y sorprendente… descubro bajo mi almohada las braguitas blancas de mi vecina. No cabe duda de que son las suyas, y me las ha dejado impregnadas con todo su aroma. Rosita sabe de mi debilidad por ella, ha querido premiarme con lo que mas puedo apreciar, es un regalo que a ella no le cuesta nada y a mi me hace muy feliz.

Al acercármelas a la nariz todavía se percibe su aroma de mujer… me siento enloquecer. Ufff, huelen de maravilla. No pierdo tiempo, me envuelvo la polla con la prenda y empiezo a pajearme con unas sacudidas violentas acorde a mi desesperada pasión. Cierro los ojos e imagino la rajita de mi vecina, ahí delante, jugosa, cuidada, caliente y hambrienta.

Unos meneos más y me corro como no conocía hasta ahora. En medio de fuertes sacudidas saco un buen chorro de leche que echo sobre la braga allí donde ella pone su rajita. Me la meneo hasta sacar la última gota y guardo las bragas como si fuera mi tesoro más preciado.

Al volver del instituto el día siguiente mi mama me transmite el encargo:

—     La señora Rosita necesita que estés en su casa a las cuatro y media. Tiene que salir a hacer un encargo y quiere que le cuides el bebé—

Voy a su casa con toda la ilusión del mundo esperando encontrármela tal como en soñado alguna vez.  Me decepciono mucho cuando una vez allí, apenas intercambiamos unas palabras en la entrada de su casa, me da varias indicaciones sobre lo que tengo que hacer para cuidar del bebé y sale disparada como si ya llegase tarde a su cita.

Ahora que me he quedado solo en su casa me entretengo en curiosear en los cajones en búsqueda de sus prendas íntimas. También en el cesto de la ropa sucia aunque allí no encuentro nada de ella. Creí que me habría preparado un agradable regalo y no fue así.

Una hora más tarde vuelve Rosita, entra rápidamente se dirige hacia la cuna y toma el bebé en sus brazos, enseguida da dos patadas al aire y se desprende de los zapatos como si quisiera alejarlos por lo mal que se han portado con sus delicados pies.  Tras dar unos sonoros besos al bebé y comprobar que todo está correcto, lo vuelve a dejar en la cuna, para a continuación dejarse caer sobre el sofá.

—     Estos zapatos me matan… no sé por qué siempre termino poniéndomelos — me confiesa mirándose a los pies como si los acabase de liberar de una dura tortura.

—     ¿qué miras?... ¿te gustan mis pies? — dice Rosita al tiempo que mueve los dedos de los pies para atraer mi atención.

—     Oh, si claro… claro, yo… no pretendía molestar — respondo con el tímido balbuceo de quién se siente descubierto mientras estaba haciendo algo incorrecto.

—     No seas tonto… no me molesta nada — añade al tiempo que se sienta en el sofá, apoya los pies en el suelo para sentir el frescor del suelo y me mira a los ojos antes de añadir:

—     Tu mamá me ha dicho que tienes unas manos maravillosas para dar masajes en los pies… ¿quieres probar conmigo? … me gustaría mucho…anda anímate... no seas tímido… procurare contenerme las cosquillas si me las haces — me dice con tono jocoso para tratar de convencerme.

Me hinco de rodillas delante de ella y me siento sobre mis talones. Rosita levanta un pie y lo apoya sobre mi muslo, como diciendo: “empieza por este pie”. Acerco mis manos, le cojo el pie y lo empiezo a manosear con cuidado de no hacerle cosquillas, al tiempo que le doy un buen masaje.

Tiene razón, mi mamá me enseñó como hacerlo, hasta ahora ella ha sido la única a la que le he hecho el masaje de pies que debe ser agradable pues me lo pide bastante a menudo. Al principio Rosita quiere ver como lo hago, unos instantes después de apoya sobre el respaldo y se abandona a mis caricias pues sabe que así lo va a disfrutar mejor.

Rosita tiene unos pies medianos, con forma armoniosa casi perfecta, la piel suave y los deditos graciosamente móviles, con las uñitas pintadas de blanco. Me encanta tenerlo entre mis manos, lo aprieto y la acaricio haciéndole sentir la grata presión de mis dedos.

La respuesta de mi adorable vecina darse un suave masaje sobre la vulva por encima de la braga. La placentera sensación que mis manos le proporcionan al tocarle los pies, la compaña con un suave toque de su vulva a la que llega poniendo su mano bajo la braga. Se está tocando el coño mientras yo le masajeo los pies, no dejo de mirar a su entrepierna para poder verle la rajita. Si ella se está calentando mucho, yo ya estoy ardiendo, mi polla ya no cabe bajo el pantalón.

No me atrevo a dejar de acariciar sus pies para recolocármela mejor por temor a que la escena se detenga y nos quedemos a medias.

—     Estoy segura que te va a gustar mucho — añade al tiempo que pasa los dedos de abajo a arriba por encima de la tela, apretando ligeramente hasta hacer retroceder el abultamiento que produce su generosa vulva debajo de la tela.

—     Eres un buen chico…y tengo un regalo especial para ti — dice Rosita al tiempo que separa las piernas lentamente, ante mis ojos aparece la entrepierna cubierta por una bonita braguita blanca de satén con una delicada puntillita en los bordes.

Rosita pone el talón de su pie derecho sobre el borde del asiento y la otra pierna la separa para dejar a la vista toda la braga. Pasa los dedos repetidamente sobre la raja, empieza gemir y la tela empieza a humedecerse. La mancha va creciendo al mismo ritmo que sus frotamientos. De vez en cuando Rosita me lo muestra para que yo pueda ver que la delicada tela se va mojando.

—     ¿te gusta?...¿sabías que la mujeres nos mojamos cuando nos ponemos cachondas?—

La miro extasiado, me gusta ver como se toca, como la tela se mete entre sus labios, y como se va manchando. De tanto en tanto la miro a la cara para estar atento a sus expresiones, sin perder de vista su pie que sigo acariciando y amasando.

—     Uhmmm …como me gusta que me toque los pies — dice levantándolo para ponerlo frente a mi cara.

Es tan bonito que me siento atraído por él, acerco mi boca y le doy una lamida a la planta cerca de los dedos.

—     Uhmmm…uhmmm sigue…sigue…me encanta —

Vista la reacción que mis lamidas han provocado en mi vecina, me esfuerzo en lamerle la punta del pie, la zona del tobillo y termino chupándole los deditos uno tras otro. No creí que eso pudiera ser tan sexy y estimulante. Rosita ha echado la braga a un lado y se está frotando con la punta de los dedos en la parte superior de la raja.

—     Uy que bueno…. Esto es tremendo…sigue…sigue chupándome los dedos — dice al tiempo que mete sus dos dedos medios en la raja y se masturba con todas sus ganas.

—     Así, así… me viene…me viene — grita sin dejar de darse intensos meneos con los dedos dentro de su vagina.

Me he quedao paralizado mirando como se toca y cuando se le escapa un chorrito de flujo me quedo extasiado. Rosita pone la mano delante para evitar que sus flujos me lleguen a mojar, y lo que consigue es mojar por completo su entrepierna y sus bragas. Cierra las piernas y las aprieta para concentrar su orgasmo, recupera su pie y se echa de medio lado sobre el sofá para disfrutarlo.

Pasado ese dulce momento, se levanta, se quita las bragas las coge con dos dedos y las pone delante de mi.

—     Toma guapo…te las has ganado — me dice muy satisfecha del resultado de nuestra actuación conjunta.

Al ver la expresión de mi cara no tarda en añadir:

—     Bueno, bueno…no te impacientes… ahora te toca a ti —

Deverano.