Las bragas de Desi
Ummmm, no sé yo si esto es un relato erótico o no. Basado en temas eróticos seguro, no hay muchas cosas más morbosas que el regalo de unas braguitas usadas...a conciencia. Pero, ¿microrelato, otros textos, textos de risa? Mis habituales sé que lo leeran, el resto... tal vez se lleven una sorpresa.
En el mismo movimiento me bajo parcialmente las gafas y con las yemas del pulgar y el índice me aprieto los ojos hasta que comienza a doler. Llevo dos horas plantado delante del ordenador y necesito una pausa; la hora del café todavía queda lejana y el móvil, cercano y sobre el escritorio, me parece la mejor escapatoria. Antes de desbloquearlo miro a un lado y a otro, asegurándome que ningún compañero me observa, en un gesto que delata que lo que pienso hacer nada tiene que ver con motivos profesionales. Sobre el icono de la app de Twitter un siete indica las notificaciones que tengo sin leer. Entro volviendo a comprobar que nadie me mira. En realidad son seis avisos y un mensaje directo. Instintivamente abro primero el mensaje; sólo ver el nombre de la remitente me hace sonreír.
- ¿Te gustó el regalito, Manu? - leo. Mi dedo desliza sobre la pantalla buscando a qué se refiere. No hay archivos adjuntos, nada nuevo que no haya leído. Me extraña, pero me intriga aún más. No hay posibilidad que se haya equivocado, soy yo y el tono de la frase me cuadra con el intercambio que mantenemos desde hace varias semanas. Descolocado retrocedo y miro el resto de avisos que me anunciaba la aplicación: un par de “me gusta” a mis tuits, tres a las respuestas que he escrito en las últimas horas, alguien nuevo que me sigue sin saber muy bien porqué. Antes de cerrar, vuelvo al apartado de mensajes y releo: ¿te gustó el regalito, Manu? -.
Trato de volver a concentrarme, aunque la pausa, lejos de servirme para volver a retomar el trabajo con nuevos bríos me ha llevado muy lejos de la oficina. ¿A qué se referirá Desi? Puede que el archivo adjunto, el regalito, no se hubiera cargado cuando ella le dio a enviar, puede que lo envíe más tarde, aunque el tiempo verbal no cuadre, puede que… Vuelvo a agarrar el móvil. ¿Y si el regalito al que se refiere fuera un correo electrónico? Joder, tengo el puto móvil petado, no me carga nuevos correos si no libero espacio, pero ahora no puedo hacerlo, y menos en el curro. Si quiero consultarlo no me quedará más remedio que esperar a llegar a casa y conectarme desde el portátil. ¿Y si? Corren rumores en la oficina que el departamento de informática tiene instalado en toda la red un programa espía, para evitar precisamente estas tentaciones, pero… Tal vez entrando como invitado, borrando el historial nada más consultarlo, navegando de incógnito… Sopeso todas las opciones pero finalmente no me atrevo.
Ya sé - me digo-, Telegram . Vuelvo a arrastrar mi dedo por la pantalla hasta dar con la aplicación. Si está al final del todo, aislada, casi perdida, es por la misma razón por la que la instalé: para dejar ciertas conversaciones, mensajes, fotos y vídeos, al margen del WhattsApp, que tan fácil corre de mano en mano en las reuniones familiares enseñando la foto del último sobrino. Desi está en Telegram, lo sé. El corazón se me acelera, en parte por la sensación de hacer algo furtivo, en parte por las ganas que tengo de saber a qué se refiere con lo del regalito. La decepción es directamente proporcional a la ilusión con la que entré. Hace días que no tengo ningún mensaje suyo. Me estoy volviendo loco.
Me tienen que venir a buscar al baño para decirme que se bajan al café. He tenido que ir a refrescarme la cara, a ver si me aclaraba las ideas. Les digo que enseguida les alcanzo. Bajo las escaleras de dos en dos, casi a la carrera después de haber vuelto a mi puesto de trabajo y haber cogido la cartera y el teléfono. El café me da igual, se me queda frío. Lo único que hago es volver a entrar en Twitter, revisar completamente la aplicación primero y luego el resto del teléfono buscando ese regalo envenenado. No soy capaz de encontrar más que esa frase que me enloquece y que leo una y otra vez buscando matices que no existen: ¿te gustó el regalito, Manu? Antes de regresar a la oficina quiero zanjar esto. Apuro el café de un trago, maldigo la sacarina que camufla los sabores, y mientras volvemos en tropel a la oficina, tecleo rápido un mensaje para Desi: ¿Qué regalo, a qué te refieres?
Podría decir que el resto de la jornada laboral transcurrió sin más sobresaltos, pero en realidad fue una sucesión de momentos en que conseguía centrarme en albaranes, facturas, correos profesionales, y otros en los que la frase y Desi se adueñaban de todo mi cerebro. Al menos me abstuve de mirar toda red social en la que ella pudiera estar entre mis amigos y yo no recordara hasta llegar a casa. Entonces sí, entonces fui directo a beber de la fuente de esta locura que tan alterado me traía. De nuevo Twitter me avisaba de distintas cosas, a mí sólo me interesaba una. Fui directo a la mensajería, incluso antes de que se iluminara el icono, intuía, sabía, que Desi estaría allí. Así era: eso es que no has mirado el correo… , me decía, y lo acompañaba con una carita lastimera que indicaba decepción. Volví a encontrarme con la negativa del celular a cargar más mails hasta que no liberara espacio. Lo maldije mientras sacaba el portátil y lo encendía.
- Venga, joder, venga - repetía para mí mismo mientras repiqueteaba con los dedos sobre la mesa. Cuando por fin el navegador se abrió, me equivoqué con la contraseña por los nervios, otra vez el chasco. Ni rastro de Desi. No me podía estar tomando el pelo. - Ostia puta - el origen me salió en forma de exabrupto. Agarré las llaves y bajé las escaleras a saltos, ya sabía a qué se refería. Hacía unos días había dejado un audio diciendo que iba a regalar sus braguitas usadas, después de ensuciarlas convenientemente, a un seguidor especial entre los varios de su red social. Nunca creí poder ser yo, pero… ¿y si lo fuera? Abrí el buzón y empujado por algo más pesado cayeron al suelo cuatro o cinco pliegos de publicidad. Entre esos papeles que volaban no estaba mi regalo, así que mi vista acudió presta a la puerta abierta del buzón; sólo quedaba un sobre. Lo cogí y lo rasgué con el ansia acumulada desde horas atrás. Ahí estaban: sus bragas para mí. Me las guardé en el bolsillo, hice un ovillo con el sobre y lo tiré junto al resto de hojas de publicidad desparramadas por el suelo en la papelera que la comunidad colocó junto a los buzones. Emprendí la subida a la carrera antes de darme cuenta, a la altura del segundo piso, que ya no estoy para estos trotes.
Resoplando saqué de mi bolsillo el contenido del sobre. Unas braguitas amarillas, no llegaba a ser un tanga pero me resultaban pequeñas, sobre todo para el culazo que gasta Desi y que tanto había visto por redes sociales. -Joder, joder, joder - repetía mientras miraba el regalo que había dejado sobre la mesa. Me excitaba haberlo recibido, me extrañaba haberlo recibido, con mi eterna mala suerte que sólo rompió una quiniela de doce que nos tocó a varios compañeros en los tiempos de la universidad; con la salvedad que aquello fue azar y esto designación, divina me atrevería a decir. Miraba la tela sobre el mueble, todavía doblada aunque un tanto arrugada del paso rápido por mis manos y el bolsillo. Las miraba y recordaba la segunda parte del juego, aquello que quien las recibiera debía hacer: olerlas, lamerlas, masturbarse, correrse en ellas y por supuesto enseñárselo. Iba a ser un placer.
La excitación de todo aquello era grande, casi del tamaño de la pregunta ¿por qué yo? que como un neón gigantesco parpadeaba en mi cerebro. Sí, éramos amigos en Twitter; cierto, era uno de esos generosos, educados, de los que agradecen y no piden, de los que tratan de no agobiar, pero… . La emoción ante todos los acontecimientos era tal que no fue hasta minutos después que una segunda pregunta se hizo hueco en mi cabeza: ¿cómo cojones ha conseguido mi dirección? Retrocedí en las redes sociales, tratando de buscar el momento en que ella propuso el juego. Lo escuché dos, tres, cuatro veces. Decía uno de mis seguidores, no me nombraba para nada, desde luego no recordaba haberle dado mi dirección, aunque sabía que compartíamos ciudad esta era lo suficientemente grande para estar seguro de no conocerla. Aun así, volví a reproducir el audio, aunque nada más fuera para escuchar su voz tan sensual y expresamente provocadora y para que mi polla comenzara a despertar recordando las tareas que le aguardaban: olerlas, lamerlas, masturbarse con ellas y correrse para Desi.
Aunque en ese momento mi cabeza estuviese para pocas frialdades, un recuerdo, como un destello, cruzó mi memoria reciente. El sobre. Juraría que no venía nada escrito. Mantuve la calma y esperé que llegara el ascensor para bajar sosegadamente. - Creo que he tirado algo que no debería haber tirado - le dije a la vecina del sexto cuando entró con sus perros y me encontró rebuscando en la papelera del correo. Allí estaba, rasgado por mis prisas y mis manos. Y efectivamente no tenía nada escrito, ni destinatario, ni mucho menos remitente. Lógicamente tampoco estaba franqueado. ¿Qué ostias…? - murmuré mientras regresaba al ascensor con el sobre roto entre mis manos.
En aquel momento debería estar pensando en sus bragas, en el olor que desprendían, en que me había elegido a mí entre cientos para ser el destinatario, en que había seleccionado unas braguitas de su colección, las había deliberadamente impregnado de su aroma más íntimo, las había metido en un sobre y me las había entregado para que yo completase el trabajo; debería estar planificando la continuación, preparando la cámara para dejar testimonio de lo que hacía, sintiendo el roce de la tela en mi pene, consiguiendo que la excitación de aquella historia me provocase una erección de las que se recuerdan, masturbándome sin prisas, con su ropa interior entre mi mano y el rabo, arrugándola, tratando de romper la parte calada con un gesto impetuoso de mi muñeca que hiciera emerger el glande pegado a la tela. Pero no. Sólo podía pensar quién era Desi y por qué sabía dónde vivía yo. Porque estaba claro que aquello no era una coincidencia. Primero lo había anunciado públicamente, sin decir el nombre del afortunado, nada me hacía sospechar que a aquellas alturas de la película ya lo tuviese elegido; después el mensaje en Twitter no podía estar equivocado, me llamaba por mi nombre real, el que contadas personas en las redes conocen, y después la aparición de unas bragas dentro de un sobre en mi buzón. Imposible tantas coincidencias. Desi me conocía, pero ¿y yo a ella?
Conocía su cuerpo, sus increíbles pechos, sus areolas oscuras, sus pezones anchos y romos de los que uno quiere colgarse en cuanto los ve, su sexo, con los labios replegados, el clítoris bien protegido, siempre jugoso en cada foto. Cómo no, conocía su trasero, redondo, perfecto, de los que dan ganas de azotar entre caricia y caricia. También sus labios carnosos, su lengua caliente, larga y juguetona, había intuido su cara, sus uñas y alhajas tan llamativas como delatoras. Conocía suficiente de Desi para afirmar que no la conocía, que no me había cruzado con ella en la vida, aunque compartiéramos ciudad, estaba seguro de que no nos habíamos visto jamás. Eso pensaba, pero sus bragas habían llegado a mi buzón, y no había sido un cartero quien las depositó allí. O tal vez… Quizás lo había hecho a través de una persona interpuesta, alguien que nos conocía a los dos y a quien pidió el favor. ¿Pero quién? Eso dificultaba aún más la elaboración de una teoría. Además, estas cosas excitan más cuando eres tú en persona quien sabe lo que hay en el sobre que introduces en el buzón correspondiente. Bueno, eso es lo que pensaba, porque saber lo que se siente, no lo sabía, si acaso podía sospechar que es algo parecido a cuando recoges tú las bragas de una vecina que se han caído por el patio de luces hasta llegar a tu tendedero.
Podía ser, podía ser… Desi podía estar en el vecindario. Quizás no ella directamente, pero un familiar, una amiga. -Piensa, joder Manu, piensa - me decía mentalmente. Imposible, desde el confinamiento apenas me cruzo con nadie. Además, ¿cómo me va a reconocer si mi imagen real no la he mostrado nunca en el mundo virtual? Tiene que ser alguien que me conoce lo suficiente, alguien que con nombre, edad y ciudad es capaz de ubicarme. Alguien jodidamente inteligente, mucho más que yo, que en aquel momento era un lío con patas. Encendí el ordenador y me conecté a Facebook. Al mismo tiempo abría el móvil y comenzaba a pasar revista a todas las galerías, tratando de buscar un rastro de la misteriosa mujer. Físico, tatuajes, uñas, anillos, tenía suficientes elementos para reconocerla si en alguna foto la veía. Repasé Navidades de la última década, cenas de amigos, de trabajo, reuniones de familia, y nada. Ni rastro de Desi. ¿Un encuentro casual, del que no quedara resto en fotografía, alguien con quien te cruzas por la calle, se da media vuelta y te sigue? Joder, no, imposible, Desi estaba como una cabra, pero no era una psicópata de ese estilo.
- Me tiene que conocer, estoy seguro, sabe quién soy - me repetía una y otra vez. De repente el dedo índice de mi mano derecha comenzó a agitarse como la varita de un zahorí al encontrar un pozo de agua. Creía haber encontrado un hilo del que tirar. Volví a las redes sociales, a sumergirme entre el mar de fotos que llenaban el teléfono. El cumpleaños de Hugo, el cumpleaños de Hugo…
- Hola primooo -. La voz de Cris sonaba demasiado histriónica para mis nervios agitados.
- Hola - contesté secamente. – Quería preguntarte una cosa, es importante -. Había actuado precipitadamente, al no encontrar en las fotos la certitud. Podía ser, pero no estaba seguro y tampoco sabía cómo plantear la situación sin desvelarme demasiado. – En el cumpleaños de Hugo, el año pasado, ¿te acuerdas, que estuve yo? Había unas chicas, amigas tuyas… -.
- Sí, mis compis del curro. Super majas, ¿verdad? ¿Qué pasa?- me interrumpió Cristina.
- Había una… con curvas -comencé a explicar,- que tenía un piercing en la nariz y llevaba varios tatus, ¿cómo se llamaba? -.
- Leti, ¿por? -.
- ¿Leti o Desi? Es importante - insistí.
- No, no, Desi no, se llama Leticia. Pero ¿por qué me preguntas eso?, ¿qué pasa con Leticia? Ay ama, no me digas que te gusta Leticia… -
-No me gusta Leticia, qué me va a gustar Leticia - interrumpí yo esta vez. Y colgué. Pista falsa. Creía estar seguro, pero me volvía a encontrar con un muro en este laberinto. Pudiera ser que Desi también fuera un nombre ficticio, aunque no es su nick, aunque es el nombre que sólo nos proporciona a los elegidos. Pudiera ser, quién sabe.
Derrotado, me senté delante del ordenador otra vez y abrí Twitter. El mismo icono me volvía a avisar de nuevos mensajes, Cliqué en su nombre:
- ¿Has encontrado ya tu regalo, Manu? - y un sinfín de caritas a las que se les saltaban las lágrimas de la risa. Por mi mente cruzó un insulto y una risa que acabó en bufido.
- Me tienen loco tus bragas - tecleé rápido antes de pulsar enter. Y añadí: Y eso que todavía no he comenzado a olerlas -.