Las botas de mi primera Ama
La fiesta donde conozco a mi primera dueña y caigo enamorado de sus botas de tacón de aguja.
Las botas de mi primera Ama
Me senté a lado de una señora de unos 40 años que se veía bastante bien con sus botas de plataforma negras con tacón de aguja y punta picuda, muy estilizadas. Señora era alta, delgada, pero bien contorneada, dando una caída excelente a su vestido negro, largo hasta los pies. Las mesas estaban bastante elegantes con el mantel hasta el piso, mimo que cubría los pies y piernas de todos. Las mesas estaban distribuidas sobre el patio a lo largo de todo el pasto. Me quite el zapato izquierdo y procedí a buscar donde descansaban sobre el pasto. Sentí la humedad del pasto, misma que estaba fría. Existían algunas pequeñas piedras y ramas mismas que hice a un lado.
Mientras ella estaba muy interesada platicando con otra señora, yo comía el platillo que me habían servido. Finalmente, tope con el tacón de su bota de plataforma, el cual, con mucho cuidado comencé a acariciar con mis dedos más pequeños. De pronto, la mujer cambia un poco el peso de sus piernas y planto su tacón sobre los tres dedos de en medio de mi pie. Como sintió un poco más duro el suelo del césped y movió su tacón para centrarlo sobre parte del empeine y mis dedos de mi pie izquierdo. Casi todo el peso de sus dos piernas estaba sobre mi pie, pero cuando levantaba la punta de su bota de plataforma negra, sentía un agonizante dolor, sabiendo que me estaba clavando el tacón aun más. El dolor ere intenso, pero deliciosamente hipnotizante. Así estuvo un rato hasta que se canso su pierna y decidió cambiar de pie. Nuevamente, buscaba ya el lugar para colocar tu bota, estaba vez, girando su tacón como para moldearlo. Así transcurrió una hora, cambiando de pierna y dando a mi pie un masaje sádico.
Cuando se levanto, giro su pie, pellizcando mi piel bajo el calcetín negro, y al levantarse, dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre mi pie. Se paro, y sin mirar atrás se disculpo con su amiga y comento que iba al tocador. La verdad no sabia en ese momento si realmente sabia que mi pie estaba debajo la plataforma de su bota. Rápidamente tome mi pie y lo comencé a masajear para aligerar el profundo dolor. Mi calcetín estaba húmedo por el rocío del pasto, pero cuando toque una parte de mi empeine, note un poco de sangre. Con mucho disimulo, tome una servilleta y note que era una pequeña herida. Me puse el zapato y casi salí corriendo al baño. Entre al baño para hombres y cerré la puerta, me quite el calcetín y me di cuenta del daño que había producido el tacón de la bota de la señora, por cierto, mas alta que yo. Con cuidado coloque mi pie en el lavabo y abrí la llave fría para calmar el ardor que sentía. Un gran relajamiento corrió por todo mi cuerpo. No perdiendo mas tiempo, me puse el mismo calcetín, que estaba enrojecido por un poco de sangre, pero a la vez, sucio de la tierra que ella misma dejaba al plantar su tacón.
Salí, pensando que debería llegar antes que ella pero cual fue mi sorpresa al verla sentada. Cuando me senté, ella ya estaba cruzada de piernas. Volví a sacar mi pie, pensando que no debía hacerlo. Lentamente, estire mi pierna y coloque mi pie donde en una posición similar a la anterior. Nuevamente cuando se cruzo de piernas, su tacón se topo con mi dedo gordo y ella no procedió a cruzar la pierna. Pensé que ahora si se había dado cuenta y no quería lastimarme, sin embargo descubriría mi gran error. Se volvió a acomodar pero esta vez, movió un poco la silla. Arrastro un poco su bota derecha y cuando sintió mi pie puso tacón y suela sobre él con un pisotón. Como pude, trate de disimular el dolor, dando un pequeño murmullo.
Una vez cómoda, la señora cruzó su pierna nuevamente, descansando su peso sobre mi pobre mi ya mancillado. Un ardor fluyó por todo mi cuerpo haciéndome sudar, siendo que la noche estaba fresca. Después de unos minutos su amiga se disculpo, y sin la menor preocupación, comenzó a hacerme platica.
¿Que tal, como te llamas? Me preguntó, y sonriéndome, torció su tacón sobre mi pie. Con ojos de sumisión y abnegación, le dije mi nombre. ¿Te gusta la fiesta? Volvió a preguntar. Algo aburrida. Le comente agregando Pero con un par de tequilas no se siente tomando mi copa bebiéndome ya la tercera copa. Sabes, yo también estoy un poco aburrida, pero siento que pronto estará mejor me dijo y con una sonrisa torcida me guiño el ojo, torciendo su tacón. En ese momento, una aceleración de mi corazón me dejo sin habla. Le vi a los ojos y solo me preguntaba que estaba pensando.
Primero empezó por halagarme, hablándome de mis ojos y que para mi edad era un niño todavía. Eso me hizo sentir un poco humillado, pero viniendo de esta grandiosa dama, todo se lo permitiría. Platicamos de gustos por todo, pero cuando llegamos a la atracción de la pareja, ella comentó que le agradaban los hombres obedientes. Con cara de signo de interrogación le pregunte a que ser refería. Pues ella después de estar casada, y ahora divorciada esta muy decepcionada de los hombres y que si un día encontrara uno, seria uno que pudiera dominar. Yo le dije que eso estaba bien y que para mi lo más importante en la vida era adorar a la mujer, cualquiera que fuera, siempre y cuando esta se comportara como toda una dama. Terminando la frase, ella comenzó a girar su bota haciendo que su tacón se clavara sobre mi empeine y se fuera deslizando hacia mis dedos.
Volvió a girar su tacón, pero ahora solo el filo sobre mis dedos y me pregunto, ¿Te gusta? Mirándome a los ojos fijamente. ¿Cómo dijo? Contesté desconcertado as pensar que ella supiera que estuviera pisándome. ¿Que si disfrutas lo que hago con mi tacón? Dijo, entre cerrando sus ojos y poniendo una mirada seria. Me quede callado, hasta que expreso, Si no te gusta, mejor me voy a otra mesa a platicar con alguna amiga. NO, por favor, quédese, yo me siento solo y su compañía es muy de mi agrado. Ella solo sonrió.
¿Te gusta mi casa? Me pregunto, y para mi asombro, prensé que era de otra persona. Claro, esta súper! Exclame, (esta era una mansión con alberca y todo) ya quisiera yo tener un cuarto para mi solo, vivo con otros cuatro amigos y la verdad estamos muy amontonados. ¿Qué harías para convencerme en que te rente un cuarto que tengo desocupado? Me pregunto con una sonrisa de doble intención. Haría lo que fuera, le puedo hacer los mandados en mi tiempo libre. Por las mañanas voy a la universidad, pero ya en la tardecita, estoy desocupado. Puedo atender cualquier labor que se le ofrezca. Le respondí. ¿Cualquiera? ¿Lo que yo te pida? Me pregunto hora con una voz intoxicante y dulce, imposible de resistir. Señora, lo que usted me pida. Le dije. No me llames señora que me haces sentir vieja, solo Mónica, por el momento... y tomando aliento, suspiro. Me gustan los hombres como tu, y tu compañía me haría sentirme con vida nuevamente, después de mi fracasado divorcio. Bueno, lo único que tienes que hacer es lo siguiente... y se acerco a mi oído.
Primero, quita tu pie que esta debajo de mi tacón, por el momento me molesta. Jale mi pie, pero para mi desdicha parte del tacón se encajó en mi calcetín y al terminar de retirar mi pie, mi calcetín se quedó prensado entre su tacón y le pasto.. Ella claro que no sintió mas que el pie ya no estaba bajo su dominio. Quiero ver tu pie me dijo y con pena le conteste, es que el calcetín se quedó bajo su tacón. Pues jala el tu pie y deja el calcetín que no voy a levantar mi pie. Jale todo mi pie y mi calcetín húmedo por el roció y sangre se quedó en el mismo lugar. Le mostré mi pie y suavemente de dijo al oído, has pasado la primera prueba, ¿ves ese grupo de amigas en aquella mesa?... pues quiero que .
Continuará .
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