Las bodas de la intolerancia (Cap. 1)

Rubén viaja a París con la misión de entrevistarse con un oscuro personaje que dice ser su desconocido padre. El encuentro no sale según lo esperado, ni revela los grandes enigmas de su desaparición forzosa, pero a cambio el anciano le hará entrega de un dossier que le ayudará en su búsqueda.

El agudo sonido del timbre resonó en sus oídos como el eco de una campanilla fugaz. Se encontraba en el umbral de la puerta del hombre que le dio la vida, y el solo pensamiento de tener que enfrentarse a su inquietante presencia le mantenía en un estado de nervios permanente desde su llegada al aeropuerto Charles De Gaulle horas antes. El corazón le latía a cien por hora y, tal vez por haberse tomado dos cafés a lo largo de la mañana, uno en el aeropuerto, y el segundo en una terraza de los Campos Elíseos, el pulso le temblaba como si el mundo estuviera a punto de estallar en un minuto. Y, en cierto modo, así era para él. Su mundo, todo su universo personal, la interpretación de su historia personal que se había construido a lo largo de los últimos 55 años, podía venirse abajo en un segundo como un castillo de naipes. Todo dependía ahora de la buena voluntad colaboradora de Monsieur Acero, el misterioso octogenario con quien estaba citado en su elegante piso parisino a las doce en punto.

Creyó escuchar el redoble de las doce campanadas en un reloj de carillón del interior de la vivienda mientras un hombre situado en la sesentena larga, bien trajeado y de modales impecables, le recibía con una sonrisa de compromiso y estudiadas fórmulas de bienvenida, combinando su francés natal con un aceptable español de circunstancias.

  • Es un placer recibirle, señor Morales. Monsieur Acero le recibirá en breve en el salón principal. Haga el favor de acompañarme, por favor.

Rubén le siguió con el alma en vilo a través de un pasillo jalonado de antigüedades de todo tipo, y en el que se superponían tibores chinos de exquisita porcelana, espejos versallescos y cómodas rococó, que suponían tan sólo un anticipo de la lujosa decoración estilo Imperio del luminoso gabinete con vistas al Boulevard de los Italianos en donde había de desarrollarse la entrevista pactada.

El hombre de la americana cruzada y la sonrisa permanente le dejó a solas con sus miedos en el espacioso salón, en el que un perezoso ejemplar de "frenchie", negro con un parche de color blanco en el ojo le observaba con aparente indiferencia desde el amplio ventanal donde tomaba el sol despanzurrado, sin inmutarse por su presencia en lo mas mínimo. Intentó relajarse hojeando alguna de las publicaciones encajadas en un discreto revistero de latón dorado, en total dos Paris-Match, un Point de Vue y una edición internacional del Time. Sin resultado alguno. De hecho, al final se decidió a abrir una de ellas con desgana, pero fotos y texto parecían envolverse en una fantasmal neblina al tiempo que tres palabras, pronunciadas con un ligero acento francés ocupaban su mente como un letrero de neón de caracteres gigantes que repetían sin cesar: "Soy tu padre".

El ruido de unos pasos en el cuidado parquet del pasillo principal le sacaron de sus ensoñaciones. En cuestión de segundos un corpulento anciano de pelo blanco como la nieve y rasgos pétreos, vestido con un impecable traje de Armani con corbata y pañuelo a juego, le salió al paso con una vitalidad en apariencia desbordante para su edad. Rubén le estudió de un vistazo - "así que este tiarrón es mi padre" , pensó de inmediato - y enseguida se dio cuenta de que aquel extraño también procedía a estudiarle detenidamente de modo sumarial. No hubo abrazos ni besos, ni el menor asomo de emotividad al estilo de los reencuentros familiares que mostraban aquellos programas televisivos como el mítico "Quien sabe donde" de Paco Lobatón. Ambos se miraron a los ojos, pero no había allí espacio para la empatía o la emoción incontrolada, sólo para una calculada curiosidad. Había sido demasiado tiempo alejados el uno del otro, toda una vida, como para fingir ahora la existencia de un sentimiento paterno-filial inexistente en ambas direcciones.

  • No hace falta que te levantes - le espetó con su fuerte vozarrón de barítono el anfitrión de tan inusual velada - Ni siquiera quiero que me abraces o que me des la mano, algo de lo que mas tarde te podrías arrepentir...- el anciano le hablaba en un correcto español con una cadencia rítmica de marcada influencia francesa - Sólo quiero que prestes atención a mis palabras. Lo que tengo que decirte no requiere de mucho tiempo, y luego, si así lo deseas, puedes marcharte. Para siempre tal vez…

No habría, por tanto, un enriquecedor diálogo sostenido en el tiempo ni un intenso ajuste de cuentas repleto de recriminaciones por su parte, tal y como Rubén había imaginado durante el tedioso vuelo Madrid-París. Sería la primera sorpresa de aquella mañana mágica de catarsis intergeneracional. El Sr. Acero se acomodó con pesadez en la parte central de un sofá de terciopelo rojo sin dejar de mirar a su interlocutor con una mirada extrañamente fría y penetrante, sin un atisbo de humanidad en sus pupilas. La tensión podía cortarse con un cuchillo, y fue Rubén quien se decidió a romper el hielo preguntando a bocajarro:

  • ¿Es cierto todo lo que se cuenta en mi familia sobre usted?

La impertinente pregunta no pareció hacer mella en el sosegado ánimo del anciano de cabellos níveos, que recostó la espalda en el mullido respaldo del sofá sin dejar de mirarle de modo desafiante.

  • Para responder con propiedad a tu pregunta primero debería saber que es lo que dicen de mí en tu familia, aunque puedo imaginar que nada bueno...

  • Que es usted un ladrón y un asesino...-Rubén podía sentir la sangre fluyendo a toda velocidad alrededor de sus sienes, y los latidos descontrolados de su corazón golpeando contra su pecho, pero ya no había marcha atrás: de allí no se movería sin saber toda la verdad. Llevaba medio siglo esperando este momento, y ahora se hacía realidad de un modo milagroso, casi sobrenatural. Las palabras salían de su garganta y de su boca atropellándose unas a otras y en un tono general de creciente efervescencia - Dicen también que asesinó a mi abuelo por oscuros intereses que sólo usted conoce, que utilizó de cómplice a su propio hermano y a la vez cuñado y que arruinó la vida de dos familias felices y de dos niños pequeños, mi primo Carlos y yo, que estaba aún por nacer.

  • Vaya, casi me haces llorar con la descripción de los hechos que esas brujas te han metido en la cabeza durante todos estos años, pero te aseguro que la realidad dista mucho de lo que la apariencia puede sugerir en un principio. Reconozco que entre mis muchos pecados figura el haber asesinado a un par de hombres a sangre fría, en lo que yo juzgué como un legítimo acto de defensa propia, pero en el caso de tu abuelo las cosas sucedieron de manera diferente. Digamos que mas bien me aproveché de las circunstancias mas favorables dentro de una estrategia de supervivencia diseñada mucho tiempo atrás. Sólo sobreviven los fuertes, hijo mío...por eso tu querido tío Carlos - y la voz se le quebró por un segundo al pronunciar su nombre - se quedó atrás, sin probar del todo las mieles del triunfo final. Fue un gran hombre tu tío Carlos, mucho mejor de lo que pude ser nunca yo. No hay día que no me acuerde de él...

  • ¿Me está diciendo que el tío Carlos lleva muerto muchos años?

  • Mas de medio siglo, hijo mío. Pero eso forma parte de un pasado muy amargo que deseo olvidar.

  • ¡Pero yo no! - protestó airado Rubén levantándose del asiento y haciendo aspavientos con las manos - ¡tengo a derecho a conocer la historia de mi vida! ¡tengo todo el derecho a saber por qué oscura razón mi padre despareció de mi vida antes de que yo naciera!. Eso es todo lo que le pido, una explicación coherente de los hechos que me saque de este limbo mental en el que me encuentro desde que me trajeron al mundo.

Monsieur Acero se levantó con deliberada laxitud de su asiento, apoyándose discretamente en la superficie de una mesa baja de mármol para conseguir incorporarse, y se acercó a pasos lentos hasta un reluciente mueble secretaire situado en una esquina de la habitación. Tras abrir con diligencia un cajón del escritorio extrajo de él una voluminosa carpeta negra decorada con ribetes blancos en los bordes que apretó con fuerza contra su pecho, antes de entregársela al que suponía ser su hijo con un gesto de dolor existencial en el rostro.

  • Por supuesto que tienes derecho a saber cuales son tus orígenes...por eso mismo, porque la verdad de lo que pasó es tan complicada de explicar, tan chocante en su contenido y tan difícil de creer es por lo que me he tomado la molestia de escribir estas memorias de los hechos acaecidos en mi vida, y creo que es de justicia compartirla contigo. Aquí - y señaló con el dedo índice el contenido del portafolio que llevaba en la mano - se encuentran las claves de una docena de vidas afectadas por las decisiones que tomé en unos años fundamentales de mi vida. Incluyendo la tuya, por supuesto.

A Rubén la surrealista puesta en escena le recordó el protocolo observado en las entregas de credenciales de los embajadores recién llegados a un país. Y algo de eso había, porque su padre y él eran dos extraños frente a frente, sin mas hilo en común que un derrame aleatorio de semen y unos litros de sangre heredada, pero que sin embargo habían configurado al ser humano que ahora era. El Señor Acero no le dio opción a proseguir el frustrante diálogo, porque a una señal imperceptible de su mano apareció su ayudante de campo para proceder a su desalojo inmediato.

  • Te conmino a que lo leas durante las próximas horas en tu hotel, o en una cafetería céntrica, y saques tus propias conclusiones. No he sido un monstruo, como me pintan por ahí, sino una fiera herida dispuesta a todo por defender su felicidad personal.

  • ¿Aun a costa de la de las personas que le rodeaban? - argumentó Rubén de manera hábil.

  • A costa de lo que hubiera sido necesario - sentenció sin un ápice de emoción en el tono su anfitrión, alejándose en dirección a la puerta lateral que comunicaba con sus habitaciones privadas.

  • Una última pregunta, padre - y ese padre sonó con un deliberado deje de artificiosidad - ¿Amó usted a mi madre en algún momento o también la utilizó como un mero comodín para lograr sus fines, fueran cuales fuesen?

El anciano se detuvo a la entrada del pasillo y le miró con expresión ausente, como si estuviera intentando recordar a la persona de quien le hablaba y no llegase a conseguirlo.

  • Puede decirse que la amé a mi manera, como todo lo que he hecho en mi vida. Pero como podrás comprobar en mi relato de los hechos, no fue ella precisamente el gran amor de mi vida. Y, ahora, si me disculpas, tengo que retirarme a descansar. Si después de leer el contenido de esas cuartillas deseas volver a visitarme para conocerme mejor, estaré encantado de recibirte en cualquier momento del día o de la noche - y acto seguido desapareció como una exhalación en el interior del pasadizo, dejando a su supuesto hijo con un palmo de narices y la sensación de haber sido estafado en su buena voluntad.

  • Debe comprender a Monsieur, señor Morales - le susurró muy bajito el improvisado mayordomo mientras le acompañaba hacia la señorial entrada principal de la casa - Es un hombre mayor y muy cansado que sólo desea quedar en paz con su propia conciencia antes de abandonar este mundo.

Aquel comentario de su fiel esbirro supuso para Rubén la gota que colmó el vaso. La indignación contenida durante tanto tiempo salió al exterior como si de una olla a presión se tratase en forma de exabrupto.

  • Pues dígale a Monsieur Acero que por lo que a su querido hijo respecta puede abandonar este mundo tan rápido como le plazca, que desde luego yo no estaré ahí para llorarle.

La pronta respuesta de aquel hombre atildado, de ojos claros y mirada limpia, no pudo ser mas elocuente de su grado de identificación con su empleador.

  • Es una lástima, eso lo dice porque no le conoce bien. El señor Acero es un gran hombre que desea explicarle de manera detallada y precisa la razón de su ausencia en sus labores de padre. Una vez que lea eso - y señaló con la mirada a la carpeta que colgaba del brazo de Rubén - lo comprenderá todo mucho mejor y mirará a su padre de otro modo. Estoy seguro de ello. Que tenga un buen día, Monsieur Morales.

Rubén salió del edificio apretando firmemente contra su cuerpo el presunto testamento vital de su padre, con los ojos enrojecidos por el llanto reprimido, y con un sinfín de preguntas sin respuesta que habrían de esperar mejor ocasión de verse satisfechas. Mientras caminaba por las anchas aceras del boulevard no podía dejar de pensar en los grandes secretos familiares que acechaban en la sombra desde su mas tierna infancia: su vergonzante orfandad, el consabido abandono paterno por causas nada claras, el silencio cómplice de su abnegada madre y de su abuela materna, las frecuentes crisis emocionales que asaltaban a su tía Marta, la solterona del clan, a quien le unían unos lazos de amor incondicional que superaban con mucho los que pudiera compartir con su madre biológica, y la amistad a prueba de bomba de su primo Carlos, con quien compartía el mismo destino de orfandad paterna inexplicada, si bien su madre, Elena, consiguió al menos rehacer su vida años después sin atormentar de por vida a su retoño con su mal de amores.

De pronto, a la altura de la Rue de Choiseul sintió hambre, y recordó que aquella mañana, presa de los nervios y de un infrecuente malestar estomacal se había saltado el desayuno. Decidió dejar atrás la calle Helder, donde se encontraba situado su hotel, y se dirigió a grandes zancadas hacia el cercano Grand Café des Capucines, un local que conocía de anteriores estancias y del que apreciaba especialmente la amplia carta de pescados y sus espléndidos postres, entre los que destacaban unos insuperables crépes flambeados a los que se aficionó tanto en otra época de su vida.

Dentro del local el tiempo parecía haberse detenido, con sus butacones tapizados de terciopelo rojo con flecos colgantes y su recargada decoración art nouveau, que le otorgaba un encanto especial. A esas horas tan tempranas el local estaba aún medio vacío, pero no tardarían en llegar los primeros turistas nórdicos en busca de las renombradas delicias de su menú, por lo que Rubén consideró prudente agenciarse un buen sitio con vistas al exterior, ahora que el pertinaz invierno galo dejaba paso a un amago primaveral cargado de promesas.

Estuvo tentado de abrir el pesado portafolio allí mismo, a la vista de los camareros y los escasos clientes, y dar rienda suelta a su insaciable curiosidad, pero no le pareció lo mas adecuado - la maldita etiqueta social en la que fue aleccionado por una madre obsesionada con las buenas formas y el modo correcto de proceder en todas las ocasiones vitales - y se limitó a atisbar tímidamente en su interior para comprobar que lo que allí había era un cuadernillo mecanografiado de manera primorosa a ambas caras, probablemente con una antediluviana Underwood que habría conocido mejores épocas, y con una portada a grandes caracteres en la que destacaba el título elegido por el que decía ser su padre para presentar la historia de su vida: LAS BODAS DE LA INTOLERANCIA.

Rubén se quedó pasmado con la elección de tan inusual nombre, y no fue capaz de establecer una explicación convincente para ello. En su propia memoria histórica estaba grabada a fuego, eso sí, la intolerancia familiar con respecto al doloroso pasado vivido, pues la simple mención del nombre de su padre y de su tío Carlos estaba rigurosamente prohibida en su casa, como si nunca hubieran existido. Tampoco poseía ninguna foto de ellos, ni siquiera la de la boda de sus padres, pues según le contó su querida tía Marta mucho mas adelante, todos los álbumes de fotos familiares fueron expurgados de tan indeseables presencias. Su padre y su tío se convirtieron en dos proscritos de los que no se hablaba nunca, y nadie, ni siquiera su, en otros terrenos dialogante tía Marta, estaba dispuesto a explicar los motivos reales de su partida, tal vez porque nadie los conocía de verdad. "Tu padre era un farsante dotado de una fuerte personalidad que arrastró a tu débil tío por el camino del crimen y de la simulación para obtener sus fines" era todo lo que tía Marta le había contado de él. Y ella era la única que al menos mentaba por su nombre a su padre en la familia, porque interrogar a su madre o a su tía Elena era enfrentarse a un muro de silencio similar al levantado por los soviéticos en Berlín Oriental. Nunca demasiado habladoras, preguntarles a cualquiera de ellas por su etapa de noviazgo y primeros meses de casadas era un sinsentido absoluto condenado al fracaso desde el principio.

El camarero le sacó de sus elucubraciones y se decidió sin pensarlo por el delicioso entrante de foie patentado por la casa, pero su pensamiento voló muy lejos de inmediato, deseando llegar al hotel cuanto antes para entregarse a la lectura del manuscrito paterno. No tardó demasiado en dar buena cuenta de las viandas, y, tras dejar de recuerdo una generosa propina por el exquisito trato mostrado por los camareros, algo infrecuente en una ciudad de modales hoscos dentro del gremio hostelero como es París, se encaminó con paso firme a su recoleto hotel para proceder a tumbarse en la cama, tras lavarse los dientes con el cepillo manual de su kit de viajes habitual.

"Hotel, dulce hotel..." se oyó exclamar a sí mismo en voz baja mientras se tumbaba todo lo largo que era en la cama de su modesta habitación doble sin vistas. Con la vista fija en el voluminoso cuaderno que atesoraba en las manos, se dejó llevar por las emociones mas primarias y rompió a llorar al abrir, con el mismo asombro ante lo desconocido de un niño de seis años, el archivo de una vida ajena y, sin embargo, tan próxima, y el oráculo que para explicar con autoridad su presente debía llevarle en un viaje con billete sólo de ida a un pasado traumático que le obsesionaba desde niño, pero que no estaba seguro de desear conocer del todo.

La primera frase con la que se topó al abrir sus páginas marcaría el tono de lo que vendría a continuación. Decía simplemente: "Querido hijo desconocido, te pido un esfuerzo de apertura mental, pues soy consciente de que los arcanos que voy a mostrarte a lo largo de estas memorias no son fáciles de metabolizar. Por eso es preciso que liberes tu mente de prejuicios y de lugares comunes y prestes atención a las vivencias de este ser humano que cometió errores, sí, pero lo hizo llevado por una pasión suprema, prohibida por los poderes de este mundo, una pasión amorosa como pocas hayan germinado en el corazón de un hombre. A ella dediqué los años mas fructíferos y felices de mi existencia; nadie puede juzgarme por ello, ni siquiera tú".

(Continuará)