Las bailarinas del Marte Rojo

Mi amigo y yo no podíamos quitarnos de la cabeza a aquellas dos nuevas strippers del club... hasta que decidimos pasar a la acción.

Tecleé la dirección con dedos temblorosos, tuve que rectificar un par de veces antes de apretar enter. Mi amigo se acomodaba en la silla mientras yo me dedicaba a mover la ruedecilla del ratón arriba y abajo en busca del enlace deseado. Ambos estábamos ansiosos por si algún buen samaritano había vuelto a colgar otro de aquellos videos que tanto nos habían marcado en las últimas semanas.

Marcos señaló un icono en la pantalla y pinché en él con el cursor. Al tiempo que se cargaba el buffer, di gracias en silencio a los inventores de las cámaras digitales y los videos en streaming.

Amplié al modo de pantalla completa porque la imagen no se pixelaba demasiado, el video estaba subido con una buena calidad de resolución. Los ruidos cacofónicos del gentío y los flashes de luz inundaron el monitor. No había nadie en casa, así que no tenía problemas en mantener el volumen al máximo. De repente, la masa de voces se calló levemente y las luces se apagaron. Ya habíamos visto antes videos parecidos, pero ni Marcos ni yo podíamos ocultar nuestra ansia por visionar el archivo. Era muy fresco, lo habían grabado hacía apenas un par de noches.

Una música lenta cantada en francés se difuminó por los silbidos y chillidos de todos los hombres que poblaban el recinto donde se había realizado la grabación casera. El show había comenzado, pero la cámara todavía no enfocaba bien lo que sucedía en el centro del escenario. La iluminación era tenue y con destellos esporádicos, sólo se distinguía que algo se movía en medio de toda la muchedumbre.

—Ahí están, ahí están —musitó Marcos entre dientes con la mano pegada a la barbilla para que no se desencajara la mandíbula de puro paroxismo.

Desde que se inaugurara el Marte Rojo el primer día de junio, no habíamos dejado de bajarnos los videos que los clientes del local grababan alguna que otra noche. Aunque mi colega y yo ardíamos en deseos de visitar aquel antro de flexos de neón y barras americanas, nuestros 18 años nos impedían asistir en directo, así que teníamos que conformarnos con lo que nos ofrecía internet. Obviamente todos sabemos que en la red se puede encontrar de todo respecto al sexo, pero poder ver por una rendija informática algo que pasaba en mi misma calle me hacía enervar la sangre.

Marcos venía dos o tres tardes a la semana a mi casa y repasábamos los archivos subidos. Al principio nos quedábamos embobados con cualquier actuación de cualquier chica; a fin de cuentas tenemos una edad en la que los hormonas nos vuelven unos salidos (no me averguenzo de mi adolescencia, creo que es sano vivir esta devoción por el sexo antes de salir de cacería en la veintena). Como estaba diciendo, al principio nos daba igual qué ver con tal de que hubiera un par de tetas balanceándose en el escenario del Marte Rojo, pero a los pocos días encontramos a nuestras musas, y ya no tuvimos ojos para ninguna otra bailarina.

—Oh, sí, nenas, hoy estáis mejor que nunca.

Hablando de ojos, los de mi compañero de fatigas no se apartaban del reproductor. Y la verdad es que el número de Marta y Marbelys ponía burro a cualquiera. Ya habíamos visto otros cinco o seis videos de sus actuaciones y, aunque siempre innovaban e introducían cambios en la coreografía, a veces, iban a lo simple y el número funcionaba mucho mejor. Hoy, por ejemplo, lo habían hecho.

Los escuetos atuendos de top y braguitas negras no dejaban apenas lugar a la imaginación. La cámara se movía por los empujones de la jauría de hombres desbocados y la luz era intermitente, pero el espectáculo era digno de mención. Dos mujeres jóvenes de cuerpos torneados con apariencia de chicas normales que podrían ser mis vecinas se magreaban en medio del escenario. Así, sin añadidos ni edulcorantes. Lencería, una chica morena, otra rubia, y a montarse un rollito lésbico de softcore que ponía más caliente que un horno. No eran las clásicas modelos de playboy de pechos enormes y apariencia clónica, ni tampoco pasaban nunca al sexo duro, ¡si ni siquiera se desnudaban completamente!. Pero esa imagen resultaba irresistiblemente atrayente.

El video duró siete minutos, y la actuación finalizó con un fundido en negro que pronto se vio acompañado con una nueva avalancha de silbidos y jadeos de los clientes del Marte Rojo. Yo apenas podía disimular mi erección, pero poco me importaba, todavía estaba asimilando lo que acababa de presenciar. Unos sobeteos lésbicos entre dos pivones es mucho para un chaval de 18 años. En mi interior, estaba deseando que Marcos se fuera para reiniciar la grabación y hacerme una paja a la salud de esas preciosidades.

—¿Te he contado mi plan?

Asentí sin convicción. Marcos siempre andaba con sus famosos planes y su cabeza llena de pájaros. Lo que me llevaba proponiendo los últimos días no tenía ni pies ni cabeza. Sin embargo, ya hacía un rato que había dejado de pensar ni con los pies ni con la cabeza. Tal vez ya iba siendo hora de intentar convertir en realidad nuestras fantasías youtuberas.

La entrada al Marte Rojo estaba custodiada por dos enormes porteros de discoteca que no se andaban con chiquitas a la hora de echar a cualquier menor de edad que quisiera ver chicas desnudas bailando sensualmente por mucho dinero que les ofreciesen a cambio de hacer la vista gorda.

Era tarde para ser un día de semana, rozaban las cuatro de la madrugada. Sólo los clientes más enfermizos visitaban el local a esas horas, así que la mayoría de las strippers se marchaban. Los gorilas sonrieron a dos de ellas y se quedaron mirándolas a través de sus gafas de sol, inapropiadas para la nocturnidad, pero no para la alevosía.

Dos manzanas más allá, al final de un callejón que desembocaba en un parque, Marcos y yo decidimos salir de nuestro escondite. Estábamos extremadamente exaltados, pero las hormonas pesaron más que el raciocinio en la balanza decisional y las seguimos hasta la entrada en la plaza. Las calles estaban tan en silencio que las chicas pararon de reír al poco rato y se giraron para descubrirnos. La verdad es que era mejor así, yo no aguantaba más haciéndome el detective.

Creo que nos vieron tan nerviosos que ni siquiera se asustaron al vernos. Llevaban puestas sendas gabardinas grises que les caían hasta las rodillas, que por otro lado denotaban que no tenían pantalones. De inmediato pensé que debajo de aquello seguían con el atuendo del club, y eso me enardeció aún más.

—¡Hola! —saludó Marta, la rubia. Su voz era cantarina, y nos sonreía como si fuéramos dos pánfilos, algo que seguro que aparentábamos — ¿Qué queréis, chicos?

A simple vista, Marta era una chica de lo más normal, y esa era su gran virtud. Como suelo decir yo de las mujeres, "no es lo que tienen, es cómo lo mueven". Y eso que Marta se veía guapísima con gabardina y todo, pero a la hora de subirse al escenario era un volcán, uno que sólo entraba en erupción cuando se juntaba con Marbelys, que estaba más cañón aunque no tenía el morbo de la rubia. Parecía cubana, una melena negra y lacia cayéndole por el cuello y unos labios carnosos que conducían a la locura.

—Esto… —comenzó a decir Marcos, ya que yo tenía la lengua trabada— Queríamos haceros una proposición.

"Indecente", pensé yo. Tal como lo había dicho, sonaba a risa. Las mujeres sonrieron y se echaron miradas cómplices entre ellas. Marta frunció los labios cómicamente y llevó la mano a una de sus caderas.

—Ay, corazón, si supieras la de veces que nos dicen eso. ¿Verdad, Marbelys? —La rubia guiñó un ojo a su compañera, que se solazó ligeramente. No hacía falta ser psicólogo para saber quién era la que tenía una personalidad más abierta de las dos— ¿Qué queréis, un show en directo o algo así?

Marcos y yo asentimos como dos tontos ante la pregunta, que era más retórica que otra cosa. Marta rió y apoyó la mano sobre el hombro de Marbelys para acompañarla en la juerga. La morena nos dedicó una sonrisa de condescendencia, como si nos dijera en silencio que era demasiada mujer para nosotros.

—Tenemos dinero —intentó Marcos, rebuscando en sus pantalones.

Marta pareció divertirse cuando mi colega sacó un billete de cincuenta euros del bolsillo. Para una economía de adolescente, era una pequeña fortuna. La rubia continuaba pasándoselo bomba con su amiga a nuestra costa.

—¿Cuántos de esos te han puesto hoy en las bragas? —se rió Marta, pero Marbelys parecía demasiado tímida para seguir con la broma.

—Lo siento, chicos, será mejor que os vayáis a casa.

Las palabras de la morena impactaron como un jarro de agua fría sobre nuestras cabezas sobreexcitadas. Lo habíamos intentado y habíamos fracasado. De todas formas, el plan de Marcos era tan limitado que no me sorprendí en exceso por la respuesta de las chicas.

Procedimos a dar media vuelta y marcharnos con nuestros sueños rotos. Siempre nos quedaría youtube.

—¿Por qué nosotras? —dijo Marta, de repente.

Nos quedamos quietos unos instantes, y luego nos volvimos hacia las bailarinas. Marbelys ya había empezado a irse, pero se detuvo al ver que Marta sentía curiosidad por nosotros. Esta vez decidí hablar yo, a ver si mejoraba la cosa. Procuré no tartamudear.

—Os solemos ver a través de Internet, sólo queríamos conoceros en persona.

—No os imagináis cuánto nos gustan vuestras actuaciones —añadió Marcos, tal vez pretendiendo no perder la iniciativa si se trataba de quedar bien ante ellas.

Marta mantuvo la sonrisa y abrió los ojos. Buscó a Marbelys y la volvió a coger del brazo.

—Pobrecitos, me dan lástima —susurró Marta con los labios apretados para hablar como una niña, aunque con el suficiente volumen para que la oyéramos. Acto seguido, la expresión de su cara se iluminó y se bañó de picardía—. Seríamos muy malas si los dejáramos tirados para que se dieran una ducha fría. Por lo menos no son tan desconsiderados como los neandertales que suelen venir al club, ¿no crees?

Ante nuestro desconcierto, la rubia continuó camelándose a su compañera hasta que Marbelys soltó una sonrisa y le dio la razón. Una vez convencida, Marta no perdió el tiempo y se desanudó los broches de su gabardina.

Atónitos y con cara de tonto. No hay otra descripción posible para nuestras pintas en aquel instante. Marta, en plena madrugada y a la intemperie, se quedó tan sólo con un conjunto de lencería blanca con el símbolo del Marte Rojo a los lados de las prendas. El top era ajustado y sin tirantes, y el culotte parecía hecho a medida. Mientras la contemplábamos, Marbelys imitó a su compañera y Marta recogió el abrigo. Se aproximó a nosotros con las dos prendas y nos las tendió.

—¿Qué os pasa? —indagó, graciosa, ante la parálisis muscular que nos había entrado a los dos— ¿Tan poco os hemos enseñado y ya nos os llega la sangre al cerebro?

Una calurosa noche de junio en el parque. Una morenaza de rasgos latinos con una delantera potente y un culo de auténtico escándalo con sus atributos ensalzados con un escueto conjunto blanco de top y braguita. A su lado, y contrarrestando su timidez, una pedazo de rubia un poco menos voluptuosa de curvas pulidas en el gimnasio que no tenía rival en cuanto a morbo.

No puedo parar de describirlas. Marbelys era tremendamente sensual: sus pechos, grandes como una talla 95 pero sin rastro de silicona, pugnaban por salirse de su sujeción, y las nalgas eran sencillamente perfectas. Marta, por su parte, era la "vecina-de-al-lado" más excitante que había visto en toda mi vida. Igual de alta que Marbelys, quizá 1.70, los senos se marcaban en el top y se veían ideales, gastaba como una talla menos que su compañera pero aún así se veían de un tamaño considerable y eran igual de apetitosos a los ojos de los hombres. El culito respingón llevaba la braguita ligeramente bajada, y lo mejor de todo es que la rubita sabía exhibir sus encantos con excitante pericia.

—Uff, que ya empiezan, que no es una broma

Marcos me sacó de mi abstracción. Las dos bellezas se miraban frente a frente, retándose en silencio. Dieron un paso al frente y los pechos se rozaron. Casi sin dar tiempo a que mi polla pegase el primer respingo, Marbelys cerró los ojos y Marta aproximó la boca a la de su compañera. La morena se dejó hacer y los labios se entrelazaron.

Marta mordisqueó el labio inferior de la cubana y chupó su lengua cuando la encontró. Al mismo tiempo llevaba las manos a la espalda de su compañera, y Marbelys dejaba a un lado cualquier pudor y acariciaba las nalgas por encima del culotte. Los tops se frotaban entre ellos, y los pezones no tardaron en marcarse en la tela ceñida y blanca. Las chicas sudaban debido al calor y la excitación, Marbelys tenía la piel más morena pero Marta también lucía un bonito bronceado, así que la estampa era de una belleza maravillosa por el contraste de la piel, la tela y las briznas de sudor.

Los jadeos se hicieron más intensos. Marta y Marbelys se besaban con avidez, como si cada lamida fuera la última, y los dedos se aproximaban a zonas cada vez más erógenas. Los tops estaban casi a punto de reventar por la excitación de las aureolas, pero no dejaron de sobarse ni un solo instante. Marta empezó a moverse verticalmente, y Marbelys gimió de gozo, porque ese movimiento hacía que los recios senos de su amiga rozaran aún más sus pezones. Marta fue brusca a propósito y provocó que las oscuras aureolas de la cubana se asomasen por encima del top, y volvió a apretarse contra ellas para sentirlas. Incluso la rodeó con sus brazos y jugueteó con la lengua para incrementar sus sensaciones.

En una de estas, Marta cambió los lenguetazos por un beso cariñoso y nos dedicó una ojeada. Hizo una mueca de complicidad a su amiga y dijo:

—Míralos, están tan embobados que no podrían sumar dos y dos. —Se separó de Marbelys y suspiró debido a la miríada de besos y caricias que se había concedido—. Desde luego, qué primarios son los hombres. Su fantasía de ver a dos chicas montándoselo juntas nos está pagando los estudios.

Juro que estuve a punto de correrme, tal era mi estado. Me daba la impresión de que mi polla necesitaba una solitaria caricia para descargar toda la excitación que el numerito lésbico me había provocado. Pero tuve que reaccionar, porque Marta se aproximó a mí en busca de las gabardinas. Marbelys también vino a por la suya mientras se recolocaba el top y recobraba la compostura.

—Doy gracias a Dios de que existan las lesbianas —soltó Marcos de pronto, como en trance. Pensé que las chicas se molestarían, pero sonrieron una vez más.

—¡Sí, eso díselo a Xavi! ¿Verdad, Martita?

—¡Anda, calla, mira quién fue a hablar!

Antes siquiera de que me lo contasen, lo comprendí todo. Y no me resquebrajó el mito, ni mucho menos. Al contrario, lo reforzó, porque eran chavalas de la calle, normales… aunque estaba bien buenas, claro.

—Hombres… Debéis creer que las chicas de los locales de ambiente hacen su trabajo por gusto, ¿no? —dijo Marta— Nos metimos en esto para pagarnos la carrera, y ahora seguimos actuando mientras no encontramos curro en lo nuestro.

—Pero… —replicó Marcos, los ojos desencajados por las imágenes que acababa de presenciar apenas un minuto atrás— Supongo que tendréis novio y todo eso, pero magrearse de ese modo con una chica y no ser lesbiana no me encaja, da igual el dinero que os den. ´

—¡Si tú eras el primero que nos ofrecía pasta! —soltó Marta, que se colocaba el pelo con el abrigo desabrochado. Miró hacia Marbelys y le guiñó un ojo— Qué quieres que te diga, cariño, yo me considero heterosexual pero cuando esta diosa latina me acaricia me pongo a cien, y eso no me plantea ningún dilema moral. ¿Es que no ves que es toda una belleza de mujer?

Marbelys se azoró ligeramente y se abrochó la gabardina. Marcos agitó la mano y me susurró casi al oído:

—Tío, cuando esto lo comentemos mañana en el instituto lo van a flipar

Marta dejó de hacerse una coleta improvisada y se quedó quieta con una fina sonrisa en el rostro. Marbelys también se mostró curiosa.

—¿"Instituto"? —repitió la rubia.

—Sí —aclaré—. Esta semana terminamos 1º de Bachiller.

Las chicas parecieron sorprenderse. Quizá nos habían echado más edad.

—Mi hermana está en su curso —dijo Marbelys, dirigiéndose a su amiga—. Marta, tienen 18 años. Son unos pimpollos.

Como si alguien hubiera contado un chiste, se miraron mutuamente y carcajearon.

—Unos yogurines es lo que son —respondió la rubia, divertida—. Somos unas corruptoras de menores, Marbelys.

Las risas continuaron, así que les pregunté por su edad.

—Las dos tenemos 25, querido —me informó la morena—. Nos quedáis un poco lejos.

—¡Oh, no digas eso! —Marta nos miró a los dos y se mordisqueó los labios mientras lo hacía— ¿No te da morbo que unos adolescentes nos hayan visto sobándonos?

Yo sería un buen psicólogo, porque desde la primera vez que la vi a través de Internet supe que Marta era el morbo hecho mujer. Marbelys la tapó con la gabardina, que Marta todavía no se había cerrado, y la instó a que se fueran.

—Son menores, cariño, debe ser delito o algo. —Marbelys nos echó una mirada traviesa que no desmerecía a las de Marta y se llevó a su compañera consigo—. Además, ¿qué pensaría Xavi si descubriera que su novia es una depravada que se quiere tirar a unos imberbes?

Las chicas se marcharon lentamente, y sus palabras se fueron diluyendo de horma paulatina en la madrugada. Marcos rezó una curiosa oración, dando gracias al cielo por haberle brindado este espectáculo. Mientras se congratulaba, yo permanecí abstraído en mis pensamientos y en mis emociones.

A lo lejos, el aire enmascarando las señales auditivas, creí escuchar la voz de una de las ninfas, la más morbosa de ellas, y esas palabras me retumbaron en la cabeza hasta que llegué a casa para descargar la suculenta paja que Marta y Marbelys me habían dejado a punto de caramelo con su show.

—Umnnn, llámame pervertida todas las veces que quieras, pero me pongo cachonda con sólo pensar en probar una buena polla de colegial.