Las aventuras sexuales y cotidianas de messlina

Messalina es una chica promiscua, adicta al sexo desde muy joven. Trabaja para una Editorial y su cartera de cobros, llena de clientes adictos a ella, le sirve para dar rienda suelta a su pasión por estar siempre en compañía masculina y la femenina, si se tercia también. Está casada con un buen chico de corta inteligencia. Su estado social no le afecta para nada, cuida, eso sí, de que su promiscuidad pase inadvertida para su consorte. Como buena liberal no quiere atarse a nadie, ni siquiera a su jefe, de la que es amante fija desde hace más de tres años. Ahora, fuera de su domicilio, le espera otras aventuras de interés.

LAS AVENTURAS SEXUALES Y COTIDIANAS DE MESSLINA

Sexta parte y última

Messalina llegó felizmente al hotel sin problemas. Bueno, sin problemas eso nunca. Su faldita corta, como en otras muchas ocasiones, que ella quiso mantenerla entre sus muslos y no pudo ser, se escapaba traviesa de ellos subiéndose a la cintura o más arriba mientras iba por la carretera. Irremediablemente mostrando su panty de maya rojo abierto en la entrepierna y los lados, mostrando generosamente su poderío de real hembra. Los que venían de frente no se enteraba del gran espectáculo que el viento ofrecía gentilmente o con malicia. La coraza delantera, propia de estos vehículos hijos de la clásica Vespa y Lambretta italianas, lo impedía. Los que se acercaban por su lado si. Por esta vía suya hubo frenazos bruscos, algunas colisiones aisladas, sin víctimas, por supuesto, pero sonoros castañazos que dolían al cuerpo y al bolsillo, seguramente sin gran importancia para ella (nunca mira para atrás, es consciente que conduce un vehículo a motor), y claro, silbidos y más silbidos seguidos de palabras subiditas de tono acompañadas de piropos denigrantes que a Mess le sonaban a buenas intenciones y a elogios por su buen plante de chica moderna, joven y buenorra.

Cuando llegó la esperaba el mismo recepcionista, un hombre maduro, que normalmente estaba a esa hora, le indicó que don José llevaba recluido en la habitación esperándola desde esa mañana. Este hombre es amable y educado, posiblemente fiel a sus principios y a su pareja, pero la desnudaba descaradamente con la mirada y ella, muy digna, hacía que no se fijaba.

Tocó en la 214 pero no esperó a la autorización. Eso llevaba consigo un castigo. Don José apareció en medio de la pieza con los brazos en jarra, serio, contemplándola de arriba abajo. La miraba en profundidad, con reproche. Mess, conocedora de aquella mirada, hizo que no se daba cuenta mirando su reloj de pulsera. Llegaba unos cinco minutos antes de la hora fijada. Pero sería castigada. Y sonrió levemente.

-Don José, no he tardado nada, se lo juro –Comentó avanzando hacia su jefe -más bien…

No pudo terminar porque el hombre, cogiéndola de un brazo la lanzó contra la pared con violencia para abalanzarse sobre ella como un animal acorralado. La cogió por el cuello y el culo pegándola a su pecho varonil, besando su boca bruscamente, dejando sentir su mano derecha sobre las cúspides de del culo que amasó con rabia Para Mess, aquella aptitud de su jefe no era nada nuevo, estaba acostumbrada a ser tratada así porque ambos lo habían acordado poco después de hacerla su amante fija. Además, le gustaba sentirse dominada por el macho de turno.

La chica colaboró quitándose la ajustada camiseta, abriendo su boca y también las piernas para un mejor contacto. Sus brazos rodearon el cuello del hombre apretándolo con fuerza, entregándose completamente a los deseos de Su Dueño, como le gustaba ser tratado por ella cuando se reunían en el nidito de amor, tanto en la editorial como en el mismo hotel.

Don José, soltándola, desabrochó la faldita que cayó a sus pies, fijándose con asombro en la peculiaridad del panty, pasando su rostro por el estómago y dejando escapar besitos por aquí y por allá y terminando en los labios vulvales que abría con el auxilio de los dedos metiendo la punta de la lengua, parándose en el ombligo cubierto, ensalivarlo y mordiéndolo. Luego, sin perder la calma, era todo pausa y tranquilidad, llegando nuevamente a su pubis descubierto, limpio de vello púbico, oliendo agradablemente a los productos de colonia y sanitarios que usaba. La lengua de él no dejaba de mojarla allá por donde pasaba para meterse, a continuación, en su sexo, abriéndolos nuevamente con los dedos, buscando su clítoris, buscando también los labios menores y pararse en ellos para lengüetearlos a placer, ensalivando la entrada vaginal en la cual se tomó todo el tiempo le que le vino en ganas. Era todo  acción en la mamada que le hacía, eternamente callado como un muerto pero efectivo siempre. Tres años atrás le había costado un triunfo estar con un hombre que ni siquiera la saludaba cuando la tomaba y la follaba. En cambio, mira tú qué ironía de la vida, se había convertido en una sumisa abnegada para él, en la zorrita que se prestaba a todos sus caprichos cuales quiera que éstas fueran, en escenas que repetía como la que tuvo con don Horacio, el agente de Bolsa. Claro, también era una maestra del sexo ¡Y porque le iba el rollo, qué carajo!

***El Mudo movía su órgano bucal de forma impresionante dejando sentir sus labios gruesos en los labios verticales de ella encendiéndola, haciendo que se estremeciera de gusto al tener completamente poseído su sexo. Una de las manos de su amante no se había quitado de su culo que era agasajado con nalgadas y apretones apasionados. La otra había subido por el estómago hasta la base de sus senos, cogiéndolos de uno en uno para subirlos, magreándolos, jugando con los pezones desarrollados que estiraba hasta conseguir que la muchacha pegara un gritito que era reprimido con más palmadas fuertes en las nalgas. Mess, lo mismo ponía las manos contra la pared que las tenía sobre la cabeza de su jefe. Tenía prohibido, mientras la estuviera estimulando de aquella forma, se agachara para besarlo o acariciarlo. El Señor era muy posesivo y toda ella estaba sufriendo por no poder ser más activa.

La joven sabía, de las veces anteriores que, después de ser mamada y degustada, ofreciéndole su primer orgasmo y bebrerlo hasta la saciedad, la doblaría contra la pared o la llevaría a la cama para castigarle los glúteos con la mano desnuda, la espalda y los costados de sus mamas. No se trataba de un rito místico sino de una costumbre impuesta, no siempre lo hacía, eso es verdad, pero normalmente ocurría. La joven quería ser sancionada en la cama por ser más cómoda y, luego, la posición que le impusiera para follarla.

Mess, muy activa en el sexo, sintió que se estremecía de gusto y, cogiendo la cabeza del Amo la pegó a su coño con fuerza, echándose hacia adelante, gritando el tratamiento debido con respeto.

-¡Señor! ¡Señor! ¡Señooor! ¡¡¡Aaaaayy!!! –El orgasmo le salió con fuerza de su vagina y don José apenas tuvo tiempo de retenerlo bañándole la cara, logrando beber el resto, sorbiendo la entrada vaginal que la tenía completamente metida en su boca, abierta y avasalladora –Si ha de… si ha de casti… garme por perra… ¡Ayyy, Dios!... hágalo en la cama, por favor.

Perdió el equilibrio y sus piernas se aflojaron. Don José, que no había soltado la base las nalgas, la mantuvo recta, sin dejar de saborearla, sin dejar de meterle toda la lengua en la vulva lamiéndola hasta dejarla limpia. Los dedos que la mantenían se hundían ahora completamente en sus carnes y parecía que querían taladrar la piel. Cerró los ojos y se mordió los labios rojos.

Efectivamente, cuando don José se puso en pie, relamiéndose y limpiándose las bembas en sus tetas, la dobló y, de inmediato comenzó un rosario de nalgadas. Esta vez habló pero para aseverar.

-Cuando llegues a la habitación y toques, esperarás que de la orden de pasar ¡PLAF! ¡PLAF! Te correrás cuando lo ordene yo y no a tu libre albedrío ¡PLAF! ¡PLAF! Te quitarás la ropa cuando sea yo quien lo diga ¡PLAF! ¡PLAF! Irás o no a la cama si me sale de los cojones, perra ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF! –Y aquí calló de repente. Sólo se oyó, con una claridad meridiana, el resto de las palmadas que recibiría su culo respingón y por un total de doce ¡PLAF! ¡PLAF! ¡PLAF!...

La joven, con la cabeza apoyada en la pared, iba contando en voz alta cada manotazo doloroso que recibía. Sus ojos se habían llenado de lágrimas que su jefe empezó a beber cuando, girándola, la encontró suspirando y gimiendo. Luego, en el más absoluto de los silencios, la tomó en brazos cargando con ella hasta llevarla a la cama donde la depositó boca arriba, con ternura y mucho cariño. Inmediatamente, el Mudo fue desnudándose hasta quedar en pelotas.

Mess, observándolo a hurtadillas, levantó y abrió las piernas al aire formando una V. Su jefe se metió en medio de éstas ya completamente empalmado, dirigiendo su glande a una entrada vaginal brillante y encharcada de flujos salivares y los suyos propios. La metió despacio, recreándose en cada centímetro de la penetración, dejándose caer luego sobre el pubis palpitante y el pecho grande y mullido. Cuando le vino bien comenzó un vaivén rítmico, lento al principio, acelerado por momentos y que duró más de diez minutos. Luego, estremeciéndose y trincándose, se corrió generosamente en ella. La chica cumplió bien su cometido de sumisa entregada y, durante el coito, mantuvo los brazos en los lados de la cama impávida, mirando al lado derecho, como si lo que estuviera ocurriendo no fuera con ella. Para la joven era un suplicio mantenerse serena, le encantaba gozar del macho y correrse con él, pero el Mudo, a pesar de estar bien dotado, no lo permitía y la su parquedad y machismo tampoco ofrecía muchas alternativas de placer. Se contentó con el castigo y la mamada que le había hecho momentos antes y el pensamiento permanente de los siameses Rivera.

Don José, tan pronto se corrió, se deslizó lentamente sobre ella llegando con su pinga chorreante al rostro de su amante que, abriendo la boca, lo recibió en la misma posición que se encontraba. El hombre, metió su sexo en la boca de su sumisa y comenzó a follarle literalmente la boca hasta que ésta volvió a quedar en su estado normal.

Cuando terminó, se echó al lado izquierdo de Mess tomándola por los hombros y acurrucándola  contra su pecho ancho y fuerte. Ella, extendiendo su bracito derecho, colocó el rostro sobre el pecho velludo de su Dueño quedando pegada como una lapa. Al rato, ambos dormían felices el primer polvo.

No supo el tiempo que había pasado cuando despertó sintiéndose acariciada. Calculó la hora por la luminosidad escasa del sol que entraba por la ventana. Habría pasado una hora aproximadamente. Ella quedaba doblada del lado derecho y don José estaba detrás, hurgando en su ano con la mano derecha cubierta por un guate blanco de látex y con dos de los dedos, acariciando suavemente unas nalgas enrojecidas y señaladas por sus manos. El rostro del hombre apoyado en el nacimiento de su culito, empezando a hundirse en él, besando repetidas veces su piel enrojecida y brillante, separándolas aún más, dejando pasar la punta de su lengua por el canalillo hasta llegar al agujero mismo del esfínter y quedando quieto, con los labios pegados a éste en un profundo beso negro que parecía no tenía fin, al rato, ensalivándolo y escupiendo después. La joven, tan pronto contactó con la mirada de su Dominante, pidió permiso con sus grandes ojos para cambiar de posición, se dobló boca abajo cuando su amante dijo sí con la cabeza, ofreciéndole al completo su respingón culo para que él lo trajinara mejor.

-Señor, por favor, permítame esta vez gozar con usted. No lo veré en unos días y voy a quedar solita…

Don José, sonrió ampliamente y mirándola de reojo. Tomó a la joven por las caderas, la levantó de una sola vez colocándola a cuatro patas, zurrándole en los muslos para que los abriera lo más posible. Fue lo que hizo e, inmediatamente, unos cuantos dedos demás comenzaron a profundizar en el ancho y flexible anillo, entrando lentamente, con suavidad y con maestría. El Mudo no sabía emocionarla con palabras pero sí sabía hacer que ella resoplara de gusto al sentirse sodomizada con sus dedos largos y gruesos de la mano. Sin embargo, también calló mordiéndose el labio inferior, cerrando los ojos y evitando que toda la emoción que sentía la delatara y fuera nuevamente castigada sin necesidad. Miraba al frente o bajaba la cabeza conteniéndose pero estremeciéndose toda cuando los nudillos de aquella mano se hicieron sentir en la entrada. El recuerdo de los Rivera volvió a hacerse visible en su cerebro.

-¡NOOO! –Gruñó el jefe al rato. Fue lo único que pronunció al darle unas buenas palmadas en las mismas cúspides de sus nalgas, repercutiendo en un esfínter alterado por el fisting -¡NOOO!

Estaba lista para recibirlo. El Mudo, siempre en su mundo de silencio, se colocó detrás de ella obligándola a apoyar el rostro contra la almohada y cogiendo sus manos para llevarla hacia sus nalgas e indicándole que las abriera. Él, apoyándose en los costados de su cintura, media cubierta por el panty, dirigió su polla embravecida al ano estimulado y mojado por la saliva, colocando el glande en la entrada anal, empujando suavemente hasta ver como desaparecía, poco a poco, su polla en el interior de su joven amante que respiraba con fuerza.

Mess soltó las nalgas dejando caer sus torneados brazos a lo largo de los extremos de la cama. Pronto empezó el embiste de don José que la hacía moverse constantemente en una sola dirección: adelante, atrás, agarrándole las tetas, los pezones, bajando por el estómago y dedicándose a estimular su vulva al completo. La chica mordió la almohada y la ropa de la cama y cerró los puños todo el rato que estuvo siendo sodomizada. Tenía que pensar en otra cosa, desterrar el placer que la inundaba toda por un mandato superior. Pensó en tu tío y en su suegro, los primeros amantes fijos que tuvo durante más de tres años; en como llegó a convertirse en una zorra adolescente que follaba  continuamente seis y siete días a la semana. Como ganaba una pasta gansa cada vez que se abría de piernas y sin poner precio a sus servicios sexuales. Don José, por ejemplo, la tenía como una reina, pasándole una buena cantidad al mes superior a su sueldo como empleada de su empresa. La cantidad de clientes que tenía en su cartera de cobros que se beneficiaban de ella y la agasajaban con sabrosas “propinas” que solían colocar entre sus tetas o en el pubis, como si fuera una stripper.

Paró de pensar y de respirar fuerte. La tranca de su jefe parecía muy colada en sus entrañas y le estaba produciendo daño, un dolor conocido para ella y al que no puso mucha atención pero sí que la desvió de sus pensamientos. El hombre estaba llegando al final de sus emociones sexuales por la velocidad con que le cogía el culo, jadeando, apretándole con saña las caderas, pellizcando su clítoris o metiendo los dedos enguantados en su vagina hasta hundirlos lo más posible. Y ella, entre tanto, aguantando a duras penas y dolor sus ganas de correrse como era natural. Tendría que masturbarse cuando la dejara ir al baño. No podía quedarse con el gustazo si no le permitía correrse juntos.

El Mudo, como la vez primera, se engarrotó y se corrió. Esta vez no fue mucho, ella lo comprendió, estaba en la mitad de su existencia, pero lo suficiente como para sentir la lefa caliente humedecer sus intestinos. Al rato, después de sentirlo descansar sobre su espalda, el hombre se salió abrazándola con cariño y fuerza, apoderándose de sus senos que apretaba con ganas, buscando su rostro y diciéndole al oído, en un toco tan bajo que apenas pudo oírlo:

-¡Gracias, cariño!

-A usted, Señor, a usted. Ya sabe que me quedaré muy sola.

Mientras don José se vestía no le permitió que se levantara de la cama ordenándole continuar boca abajo, mostrandole su culo destilando conatos de semen, dejando que lo siguiera con la vista allá donde iba. Cuando ya estaba vestido sacó su cartera, extrajo algo de ella enrollándolo en forma de canutillo y, acercándose, separó nuevamente sus nalgas metiendo el rollito dentro de su ano que empezaba a contraerse en la dilatación. No hubo necesidad de saber de qué se trataba, lo comprendió enseguida. Muchas veces lo hacía y no sería la última. Tampoco dijo nada, lo tenía prohibido, tan sólo dejó hacerse y, siempre en el completo mutismo, vio como su amante cogía el maletín de trabajo, la besaba rápidamente en la boca dirigiéndose a la salida de la habitación con pasos rápidos, desapareciendo inmediatamente de su campo de visión.

Pero la puerta volvió a abrirse y él, sin dejar de mantenerla, se quedó parado en el marco, mirándola largamente. A continuación le dijo unas palabras que Mess no comprendió en ese momento.

-No me consideres un imbécil, cariño. Estamos juntos porque tú me gustas mucho –Y se marchó de verdad.

Mess quedó gratamente sorprendida. No entendió lo que quiso decir pero eso daba igual. Volvió para verla una vez más. Pensó en sus palabras pero no sacaba nada en conclusión y se encogió de hombros. Permaneció un rato más en la cama, sin quitarse el canutillo. Quince minutos después se levantó de ella dirigiéndose al baño. Fue allí donde se hizo con el rollito y lo desenrolló. Había metido en el culo doscientos euros. Sonrió sonoramente, con alegría y, contando con los dedos de sus manos, se dijo que el día había estado muy bien económicamente. Limpio de semen y grumos propios del intestino los billetes guardándolos en su bolso. Luego, canturreando, tomó un baño en profundidad.

Miró la hora y comprobó con satisfacción que su encuentro don El Mudo había terminado antes de lo previsto. Eran las nueve y media de la noche -¡Estupendo! – Se dijo para sí.

Antes de irse a la cama esa noche con su marido, lo invitaría antes a cenar por ahí. Sí, eso era lo que quería hacer. Decidió llamarlo para comunicárselo. Al salir del baño se había olvidado.


Una sorpresa la esperaba cuando subía a su planta. Al dejar la scooter en el aparcamiento y coger el ascensor, éste se paró dos pisos antes y, al abrirse la puerta, apareció Cucho llevando una caja de herramientas. A Mess no le hizo gracia alguna encontrarse con el portero del inmueble, pero, para él fue una gran alegría.

-¡Hola, puta! ¿De donde vienes ahora?

-¡De misa de difuntos, tío! –Dijo la joven con desagrado. No deseaba tenerlo cerca. Lo temía.

Cucho se rió a carcajadas. Pero aún la sorprendió más cuando, levantando su mini falda, vio el panty rojo de maya abierto por la entrepierna y los costados.

-¿Con esta facha de furcia, Mess? ¿Es que te tiraste al cura después de la misa o fue al muerto? –Y volvía a descojonarse de la risa.

-¡Sacrílego! ¡Eso no te importa ¡Vete a la mierda!

Cucho seguía levantándole la faldita por donde la cogiera y ella, enfadada, lo rechazaba a manotazos.

-Dime la verdad, zorra ¿Vienes o no vienes de follar con uno de tus clientes? ¿Algún amante secreto?

El portero la acosaba contra las paredes de la caja metiéndole mano sin parar. El ascensor volvió a funcionar parándose en la planta de ella sin dejar de oír la odiosa risa del guarro aquel. Salió al pasillo con pasos rápidos pero el portero la tomó de la muñeca arrastrándola sin que ella pudiera hacer nada.

-Déjame, tío. Mi marido me espera en casa. Vamos a cenar…

Él seguía riendo alegremente y, llegando a la puerta 515, la abrió lanzándola con fuerza al interior. Mess, dentro de la casi oscuridad del piso, tropezó con un mueble cayendo al suelo mientras el portero cerraba.

-¡Bestia, más que bestia! –Gritó iracunda al saberse tan mal parada –Te voy a denunciar a la Comunidad de vecinos, asqueroso violador.

-Antes de marcharme a casa, Mess, te voy a follar ese coñito de puta que tienes. No te puedes ni dar una idea el sorpresón que me he llevado cuando te vi en el ascensor. Pero ¿Dónde coño está el puto interruptor? –Cucho, desorientado y a oscuras, no daba con el conmutador.

La joven, acordándose que su culo estaba muy enrojecido por los castigos continuados de don José, además, de no tener ya escapatoria, lo pensó mejor y se alegró encima. Estaba muy caliente porque el Mudo no la dejó correrse con él. Escenificando un malestar que ya había desaparecido le dijo suplicando desde el suelo, levantando la manita hacia él.

-¡Vale, vale, tío! Pero… por favor, no enciendas la luz. Vamos a jugar a los médicos ¿No te acuerdas de ese juego, amor?

El piso no estaba completamente a oscura, por la gran ventana de cortinas sin pasar, se colaba un rayo de la luna llena que llenaba la casa y, encima, la propia luz de las farolas colgadas en el frontis de la vivienda. Cucho no tuvo problemas en saber donde se encontraba. Se le acercó y, dejando las risotadas, se tiró sobre ella abrazándola, buscando sus pechos, su vulva, su boca, que entregó al completo, en silencio, sintiendo como las piernas de ella subían y se abrían en V acogiéndolo incondicionalmente. Jugó y manoseó su cuerpo sin enterarse que estaba muy castigada por muchas partes y, cuando se colocó para penetrarla, Mess, dio riendas sueltas a todo el ardor que tenía dentro y que su amado jefe le había reprimido al follarla esa tarde.

-“Si” –Si dijo para si al sentirlo ya dentro de ella y llenándola de alegría, restregándose contra su cuerpo como solía hacerlo muchas mañanas al encontrarse a la salida de casa –“Ha sido un golpe de suerte encontrarnos. Así no tengo que pajearme antes de salir a cenar. Una buena polla vale más que mis deditos…” Y sonrió aún más en la oscuridad, con su rostro a la espalda de Cucho.

Mess enrolló sus piernas a la cintura del portero del edificio y empezó a menearse acompasando su ritmo con el ardor varonil. Sintiendo como aquella polla se ensanchaba más estando en el interior de su vagina que empezaba a derretirse por los orgasmos seguidos que le venían. Gimió y gimió de lo caliente que se encontraba y el trabajador, retirando su rostro, la miró asombrado.

-¡Qué bueno soy follando a las titis como tú, Mess! –Y aumentaba sus embistes cada vez más rápido -¡Joder! De esta te preño, guarra.

Mess, dando riendas sueltas a su fogosidad, se corrió durante el polvo y después, cuando se la mamaba para limpiársela. Su panty sufrió la gran humedad que soltó la vagina con el semen de Cucho y todos sus orgasmos. No le importó, se lo quitaría allí mismo yendo a su casa feliz, tranquila, atendiendo a su maridito que ya debería estar desesperado.

-Hoy te ha gusta o más que nunca, zorra. Has tenido una corrida de antología –Decía el hombre después de que ella acabara de chupársela –Es que soy buen follador, tía ¿No es así?

-Si, Cucho, lo que tú digas. Lo necesitaba porque el cura no me dejó muy satisfecha tirados los dos en el suelo y el cura con la sotana abierta, y claro, aturdido como estaba, no quiso volver a follarme en medio del gran pasillo de la iglesia que estaba abarrotada de feligreses –Le seguía la broma empezada por él. Ahora estaba satisfecha y se encontraba feliz.

-Tía, vete a cagar. Lávate que nos vamos. Ya llego tarde a casa y mi jaca me va a matar.


Los dos salieron del apartamento 515 dándose un piquito largo. Cucho tomó el ascensor y ella se dirigió a su casa. Iba feliz, con una excusa pensada para Eugenio. Lo llevaría a cenar y más tarde de copas a un buen pub, donde hubiera bailoteo y calentarlo como ella sabía hacerlo. Al regreso a casa, el gran polvete del sábado noche con su amado consorte.

Metió el llavín en la cerradura y abrió la puerta. Nada más entrar, Mess escucho unas voces que provenían de la sala donde solía estar su marido jugando como siempre. Pensó en Ambrosio pero no le pareció la voz de él.

-¡Hola, Mess! ¿De donde vienes tan ligerita de ropa? Tu tío y yo hemos venido a visitaros por un par de días. Queremos pasar unas cuantas horas con vosotros, bueno, contigo en particular. Verás, hay un negocio de vacunos con clientes que ya conoces de antes y eres la ideal para el buen fin del contrato. Pero, entretanto, ya sabes...

Messalina se llevó las manos al rostro tapándose la boca y la nariz. Sus grandes ojos miraban a su suegro, que lo tenía delante, y no daba crédito a lo que veía.

-¡¡¡OH, NOOOOOOOOOOOO!!!

Muchas

Gracias a todos/das por leerme