Las aventuras sexuales y cotidianas de messalina

Messalina es una chica promiscua, adicta al sexo desde muy joven. Trabaja para una Editorial y su cartera de cobros, llena de clientes adictos a ella, le sirve para dar rienda suelta a su pasión por estar siempre en compañía masculina y la femenina, si se tercia también. Está casada con un buen chico de corta inteligencia. Su estado social no le afecta para nada, cuida, eso sí, de que su promiscuidad pase inadvertida para su consorte. Como buena liberal no quiere atarse a nadie, ni siquiera a su jefe, de la que es amante fija desde hace más de tres años. Ahora, fuera de su domicilio, le espera otras aventuras de interés.

LAS AVENTURAS SEXUALES Y COTIDIANAS DE MESSALINA

Tercera parte

Messalina llega a la cita que tiene con la señora Maruja con casi media hora de retraso. El jodido propietario de la gasolinera la había entretenido demasiado con sus juegos de “manos” y sus pedidos sin sentido –“¡Uff!” –Se dijo para sí –“¡Qué tío para jugar con una teniendo esas manos brutas, grandes y bastas!” . Aparca la Piaggio en la puerta del ambulatorio y, con su llamativa ropa de calle totalmente “excitante”, entra contenta de sí misma hasta presentarse en el consultorio de la Enfermera de Guardia . Abre la puerta, asoma la cabecita y se sorprende de no ver a nadie. Al entrar y cerrarla tras ella, se ve sorprendida por la espalda, alguien le hace perder el equilibrio, pero no llega a caer porque es sujetada por unos brazos gruesos y fuertes de mujer. No cabe duda, es la Sra. Maruja que siempre juega a ser su Dominatriz.

-¡Hola, Mess! ¿Has tardado mucho hoy, no?

La Sra. Maruja la tiene de espalda, apoyándola contra su enorme y ancho pecho, metiéndole la mano derecha por el escote de su top y apoderándose de su seno izquierdo. Lo amasa como sólo una mujer sabe amasar la teta de otra mujer. Como le encanta sentirse acariciada por ella, que le haga las mil y una perrerías que suele hacerle cuando están juntas. La sanitaria pellizca suavemente su pezón y lo estira con exageración procurando hacerla sufrir pero sin esa contundencia propia del macho. La enfermera sabe que le encanta el dolor y tiene la suficiente habilidad para conseguir que se queje bajo su dominio.

-¡Aaaayy! ¡Mi Señora Maruja! Me hace dañoooo… ¡Aaaah! –Qué ladina es. No hace quince o veinte minutos  ha estado bajo la dominación brutal de una gran pinga pero, no puede remediar sentirse estremecida nuevamente, es muy orgásmica, diría más: ninfómana. Ahora bajo el poder de esta mujer que es una lesbiana de tomo y lomo ¿Y cuando está con otras, lo mismo? No lo sabe, por el momento la Señora Maruja es la única mujer madura con la que ha estado –Señora, es usted mala conmigo, muy mala. Sabe que soy hipersensible a sus caricias…

Lo expresa con su mohín habitual, el que gusta a sus amantes masculinos. Gira el rostro y le muestra unos morritos en pico invitando a la enfermera que se apodere de ellos. Ahora son sus dos buenas tetas jóvenes las que están desnudas, agasajadas a dos manos, estrujadas y estiradas con dureza. Placer para la lesbiana y placer para ella también.

-He traído de mi casa, sólo para ti, un cinturón con doble dildo. Estarás realmente hermosa con ellos introducidos en tus agujeritos putones, querida mía –El rostro de la mujer se ha transformado, de bondadoso a imperativo y malvado. La joven recuerda que no hace mucho leyó una historia de terror en dibujos llamada Jekill Hyde y la señora Maruja se parece al feo aquel del tebeo ese -¿Los quieres probar, asquerosa ramera motera?

-¿Tengo alguna posibilidad de negarme, mi señora Maruja? Usted sabe que no, estoy indefensa. Cuando vengo aquí se dueña completamente de mi cuerpo ¿Son, acaso, mentiras mías?

-Quiero que te desnude completamente y coloques tu cuerpo de ninfómana perra en la mesa paritorio. Cerraré la puerta con llave y, a partir de aquí, me pertenecerás por completo, maldita zorra despendolada ¡Te azotaré porque eres una puta viciosa!

-¡Hay, Domina, sea amable conmigo! –Lloriquea de mentirijilla. La Sra. Maruja practica el sado, se siente fuerte teniéndola en su poder y sus feromonas se dislocan tremendamente. A ella misma le ocurre otro tanto de lo mismo, no en vano nació puta para todos los momentos de su vida desde que se convirtió en mujer bajo el amparo de su tío Sergio y, como le decía siempre su madre cuando tuvo la primeras regla y la sorprendió desnuda, magreándose con un vecinito que sabía hacerle muchas cosas -¡Hay!  ¡Hay! ¡Hay!...

Messalina cumple lo exigido por la lesbiana y, cuando está desnuda, o sea, vistiendo tan solo sus medias y zapatos de tacón, sube a la mesa colocando las piernas sobre cada una de las horquillas que hay a cada lado de la mesa de ginecología. La señora Maruja no tarda en llegar. Antes, le besa con fuerza los labios metiéndole la lengua, escupiendo dentro cuando la obliga a abrirlos.  Maltrata nuevamente sus pezones retorciéndolos esta vez, estrujándolos mientras se relame los labios. Comienza a colocar pinzas de ropa que saca del bolsillo delantero de su bata blanca trabándolas desde el nacimiento de las buenas mamas de la chica hasta el nacimiento de los pezones formando una media luna. La joven sigue gimoteando con gran alboroto a juicio de la sanitaria que ya no le hace caso a la teatralidad tan villana de la golfa. Luego, esta se coloca entre las piernas de la sumisa y queda boquiabierta, pasmada ante lo que observa. No es la primera vez que nota que su pupila tiene los agujeros del ano y la vagina bastante abiertos, pero en esta ocasión están dilatados al máximo, como recién usados, vamos.

-¿Has estado follando antes de venir aquí, cabrona de mierda? –Aparte de las aberturas de los agujeros observa también, quedando atónita, que la chica ha sido castigada a conciencia buena parte de sus nalgas -¡Eres una ninfómana sin remedio, Mess!

-¡Ay, Señora! ¿Qué quiere que haga? Algunos clientes a los que cobro, viéndome en la forma que visto abusan de mí y me hacen “cositas”. Son buenas personas al fin porque, a cambio, se disculpan dándome suculentas propinas ¿Sabe? –La chica se levanta apoyándose en los codos. La vocecilla de niña inocente que pone hace reír a la Domina. Comprende mejor lo zorrona que es Messalina –Se lo juro –Hace la señal de la cruz –Yo no les pido daños y perjuicios por follarme, por mi vida que es así. Están arrepentidos y son generosos conmigo…

-Te creo, putita, te creo. No te esfuerces más. Además de ser una gran furcia observo que estas sana y eres muy limpita. Salta a la vista –Le introduce los dos dildos, uno en la vagina y el otro en el ano. Entran con facilidad –Tienes los asquerosos agujeros muy dilatados ¿Los utilizas mucho?

-Algunas veces, Ama, algunas veces –Le faltó decir “al día y lo que se tercie” pero prefirió callar la información . Lloraba suavemente por decir la verdad a medias –Le prometo que soy una mártir, Señora.

-Seguro, y yo que me lo creo todo –Queda callada, trabajándola. De pronto pregunta -¿Te has parado a pensar que los hombres son portadores del papiloma humano? Es lo que se llama el cáncer del útero de la mujer. Ellos son unos cerdos que meten sus pollas en cualquier agujero ninfómano que se les ponga a tiro –“como los tuyos” –se dijo para sí -y transmiten la enfermedad. El papiloma es una de las enfermedades sexuales más peligrosas para la mujer.

Habla con desprecio del varón. Ella es una lesbiana a macha martillo.

-Si, Mi Señora, pero yo, mensualmente acudo a un ginecólogo y éste me hace una revisión completa con análisis y todo. Pero fíjese usted en la maldad humana ¿Se imagina lo cruel que pueden ser algunos hombres teniéndola a una delante? Éste ginecólogo, por ejemplo, no me cobra la revisión completa –Habla con falsete y se expresa abiertamente con las manos y los ojos -¡No, que va! El muy cabronazo me folla como un salvaje ¿No cree usted que es cierto cuando digo que soy una víctima de los machos?

-No, querida, no. Más bien creo que esos machos son víctimas propicias tuyas –La mira con sarcasmos –Pero se merecen todo lo que les hagan fulanas como tú.

No hace comentario porque se siente completamente ensartada con los gruesos dildos que los mete con facilidad en la vagina y el ano. Abrochado el cinturón a la ancha cintura y comienza un mete y saca acompañándolos con caricias, pasándole sus dedos por entre los labios vulvales abriéndoselos más para introducirlos en busca de los menores, dejando sentir las yemas de los dedos por el canalillo y apoderarse, como una posesa, del pequeño pene de la muchacha que está muy crecido y desarrollado. La enfermera no tiene piedad con él y los estira, lo estimula de tal forma que Messalina grita contrayéndose en la camilla presa de un tremendo orgasmo que llena parte de la mano de la Domina. Ésta los bebe deleitándose con el sabor que desprende la potranca –“La muy puta es un pozo de orgasmos por sí sola” – Vuelve a decirse

-¿Messalina es tu nombre de pila o el seudónimo de perrita? –Le pregunta cuando ésta se ha calmado.

-No, Mi Señora. A mi madre le gustó. Cuando me vio por vez primera dijo que me parecía una barbaridad a su hermana Eloísa, una puta con categoría de esa época. Parecer ser que mi tía se parece mucho a una gran ramera antigua que fue la mujer de un emperador romano tartamudo. Contaba también que esa mujer estuvo follando veinticuatro horas seguidas con muchos hombres y, cuando finalizó, seguía sin estar satisfecha y se tiró a un burro. Mi madre sabía mucho de historia porque era profesora de Sociales de la EGB. Decidió que yo llevaría con dignidad su nombre.

-”¡Joder, menudo ojo clínico el de esa madre!”

Maruja que, a pesar de estar barrigona es flexible, esconde el rostro en el estómago de su sumisa para ocultar el ataque de risa que le entró. Pero el olor a orgasmos que la puta despide reprime la carcajada. Sin dilación, saca los dildos de los agujeros y se pone a chuparle los labios mayores sorbiendo la vagina derretida por la estimulación. Un buen rato después, limpiándose las comisuras de la boca, se desnuda, sube a la cama sentándose en el rostro de la pupila que no tarda en saborearle su coño peludo y maduro así como su esfínter oscuro. Las dos empiezan con un tremendo sesenta y nueve que gozan hasta  gritar cada una por su lado, corriéndose, lamiéndose, saboreándose como lo hacen cada vez que están juntas.

La sanitaria, mientras lame a la sumisa, azota con la mano abierta ambas nalgas con sonoros y fuertes palmadas sin que Mess proteste por el dolor infringido. Sabe perfectamente que la gran pécora le encanta recibir leña mientras se la tira. Las dos terminan agotadas, dolidas sus bocas de tanto chupar y, doña Maruja, con gran esfuerzos, se acuesta al lado de su chica comiéndose y saboreando los labios abierto de ésta. Messalina está completamente entregada a la pasión lésbica.

-Ahora ¿A dónde vas, puta? ¿A entregarte a otra mujer o a un tío? -Siempre que se refiere al varón, la enfermera hace un rictus de asco, observa Messalina -¿Nunca has sentido respeto por tu marido, perra?

Aquí, Messalina salta de la camilla como un resorte, sin el previo permiso debido, quitándose las trabas con tirones y limpiándose con gasas esterilizadas la entrepierna y el rostro. Omite contestar en ese momento al Ama porque cuida, primeramente, de su propio aspecto. Pero, cuando termina, le dirige una mirada fría y de pocos amigos, sin el menor deje de consideración ni el respeto a una Domina. Así de seca es su aptitud en el momento mismo responderle, mirándola abiertamente.

-Mi Señora, disculpe usted lo que digo: Yo no soy mujer de un solo hombre ¡Jamás! ni de una sola hembra ¡Tampoco jamás! Yo soy una mujer libre desde el mismo momento en que me casé. Estuve, desde los trece años bajo el yugo de dos hombres que me explotaron ¡Pero eso se acabó! ¡JAMÁS! ¿ME HA OÍDO? ¡JAMÁAAS!


Messalina salió del consultorio en un mar de silbidos admirativos y piropos soeces sin que le prestara la más mínima atención, todo lo contrario, se sentía muy hembra siendo deseada y que pocos hombres y mujeres la pudieran poseer como quisieran. No era nada difícil obtener sus favores, sólo pedir libros y suscripciones de larga duración a su Editorial, confeccionar una ficha con los datos y que ésta pasase a su cartera de cobros. Entonces, si son listos y se apuntan a aprovecharse del momento, ella será parte integrante del paquete de la cobranza por todo el tiempo que dure o, siendo aún más listos, vuelvan a realizar otro pedido de la misma periodicidad, como el caso del gasolinero ¡Tres años ya jodiéndola cuatro veces en el mes! Si el cabronazo no deja de adquirir enciclopedias mecánicas terminará tirándosela todos los días.

Río el pensamientos y le asaltó a la mente la pregunta que le hizo la Señora Maruja -¿Nunca has sentido respeto por tu marido, perra? Si, señora, le tiene mucho respeto y cariño a su Eugenio, pero ella es amoral por naturaleza y no lo puede remediar. No, no tiene remordimientos de estar a diario con otras personas porque carece de la facultad de llevar a último extremo el voto de fidelidad matrimonial. Se casó forzada con un chico joven que, en la actualidad, con treinta años recién cumplidos, tiene la mentalidad de un chaval de doce o trece años. Quiere trabajar, jugar y follar, todo a la vez. Es un puto adolescente con un coeficiente de 70 y se comporta como el chiquillo que es cuando ella, para acallarlo, le lleva juegos diversos de la Wii y de otros sistemas.

Se pirra por ellos y la olvida por completo dedicándose al juego y dándole el respiro de libertad que necesita. Jugando siempre no se acuerda tampoco de pedirle a gritos que le consiga trabajo en su propio curro ¡En la editorial nada menos! ¡Joder! ¡Ni loca! Para que se entere de todo y le de un sincope de inmediato, por muy simple que sea. Sí, se casó con un niño-hombre por mandato de su suegro, novio y amante de ella. A la larga se dio cuenta que salió ganando y con él quiere seguir siempre, hasta el final de sus días, si puede ser. Ella es actualmente la que controla la situación matrimonial y su independencia, la independencia de ser siempre ella misma. Su matrimonio lo quiere abierto, a su conveniencia, sin las ataduras que la llevaron a prostituirse cuando estaba con su tío Mario y el padre de su Eugenio, Alonso ¿De qué habla la Señora Consuelo? Que se preocupen de sus propios problemas que han de ser muchos por el odio tan grande que siente hacia los machos.

¡Fidelidad! Le aconseja la Domina ¿Y esa palabrota qué significa?

Mira su reloj de pulsera cuando se está acercando a su scooter y ve que es la hora de almorzar. Primero irá a la tasca de Mario y, luego, a la Editorial, informando de los cobros al jefe supremo y entregando la recaudación al sobón del administrador. Luego, soportar a los diez compañeros de sección –“Llegan a ser cansinos tenerlos encima todos los días pero ¡Son tan niños y tan simpáticos…!” –Comenta para sí con una amplia sonrisa en su bonita boca, arrancando con la Piaggio en dirección al local del papeo.

Mario la ve llegar y su bragueta se altera enseguida de tal forma que tiene la necesidad de arrastrarla por el borde del interior del mostrador para calmarla, pensar en otras cosas que no sea esa hembrota que está de miedo. Messalina, desde la puerta de entrada, le guiña un ojo dirigiéndose a su mesa preferida. El camarero abate el delantal varias veces para disimular su erección. Tiene que mear para que se le baje y poderla atender. Cuando lo logra llega hasta la mesa, entrega la carta de menú y le da un beso cerca de la boca.

-Niña, en el menú del día está de puta madre. Se compone, primero: crema de champiñones o una ensalada mixta aliñada con atún y berro; de segundo, cocido madrileño o ternera al curry y de postre…

-Me vale con darle una buena mamada a esa hermosa polla que tienes tan alterada debajo del mandil, cariño –Lo ataja Messalina alzando sus cejas y mostrándole una agradable sonrisa picarona –De tu casa es el postre que más me gusta, el que repito siempre y nunca me canso –Y pregunta a continuación riendo -¿Ya measte?

-¡Qué putona eres, niña! Sí, ya mee antes de venir hasta aquí. Ya sabes, con esa forma de vestir tan ramera que tienes…

-Lo pregunto porque no sería la primera vez que meas en mi boca. Me encanta ser tu retrete –Y deja escapar otra risa más alegre que la anterior. Apuntándose a ser más golfa todavía dijo, a bocajarro -¿Tu mujer está aquí hoy?

-¡Calla, guarra! ¡No mientes la cuerda en la casa del ahorcado!

Y Mario mira a su alrededor con temor, con mucho disimulo. Sabe que parte de la clientela lo envidia porque deduce que hay algo más íntimo entre ellos dos.

-Dame ese menú, cariño, de ensalada y la ternera –Mira con atrevimiento el bulto destacado que se ve debajo del delantal de Mario y no deja de burlarse de él – ¿Me llevarás al mismo sitio de otras veces para tomar el postre?...

Messalina da cuenta del almuerzo sin hacer caso a los atrevidos que se acercan despacio a ella para entablar conversación o piropearla. Los mira rápidamente sin dejar de comer. El tanto follar le da mucho apetito. Sus ojos hablan con todos pícaramente, luego, busca a Mario comunicándole con la mirada que está terminando. Algunos osados quieren llegar, con los dedos de sus manos, al sugestivo escote de su top que muestra unas hermosas tetas que brincan al menor movimiento.

-Mirad todo lo que queráis pero sin tocar, hermanos –dice Messalina a cada momento sin perder la sonrisa y con el cuchillo y el tenedor en ristre, bien cogidito.

A los pocos minutos la chica se levanta de su mesa lentamente, con coquetería ante un foro de machos que se ha formado viéndola comer. Su minúscula faldita no puede tapar los labios de un coño bien marcado por la braguita de nylon blanca. Sus senos se estremecen y la conmoción por el espectáculo es de antología.

-¡Chicos! Las tías buenas como yo también mean. Os dejo con la visión de mi culito –Messalina deja escapar una carcajada alegre que queda extendida por todo el local. Mario había desaparecido de la barra. Normal -¡Ciao! ¡Hasta mañana!

La joven, tan pronto desaparece detrás del biombo de los servicios, es sorprendida al ser cogida con fuerza por el centro mismo de sus nalgas, casi levantada al aire. Su boca es atacada por otra boca que le mete una lengua inquieta hasta la misma garganta, salvaje, babosa. Ella se agarra al cuello de Mario para no caerse, aplastando sus senos contra el torso duro del camarero y sin dejar de jugar y reír. Las manos de él están inquietas, percibe los mensajes salvajes de pasión en los bajos y sus labios abiertos. Su coño está completamente perdido y sobado dentro de la manaza grande y áspera del macho. Hace más de una hora y media que ha tenido una buena polla metida en su culo y, al poco tiempo, dos dildos gordos en sus agujeros propiedad de la Señora Maruja que aplastó, poco después, con su sexo maduro y calentorro contra el suyo en tremendos orgasmos ya por parte de las dos.

Sin embargo, Messalina vuelve a estremecerse de pies a cabeza. Toda la vida ha sido multiorgásmita y se sabe ninfómana, además. Le gusta empapar sus bragas cuando está a gusto y disfrutar del momento, sea cuando sea. La necesidad de tener sexo seguido la domina continuamente.

Mario no la lleva esta vez al baño de señoras, como en otras ocasiones, sino al cuarto de la limpieza, una pequeña estancia iluminada tan sólo por un ventanuco pequeño, dispuesto cerca del techo y de donde ellos están. Es larga, estrecha, oscura e invita a la claustrofobia. Tan sólo hay tres cubos, dos fregonas, un pequeño armario de la limpieza sin puertas y una mesita de color blanco de cocina de madera sólida donde la empuja tirándole del pelo, obligándola a echar el rostro para atrás, mordiéndole los labios que se entrega a la furia masculina. Las piernas, al quedar boca abajo y apoyado todo el estómago en el pequeño mueble, colgaban abiertas. El camarero no deja de palmearle con insistencia los duros y bien formados muslos y todo su culo. Mess conoce muy bien a Mario y comprueba, una vez más, la necesidad de castigarla y sorprendiéndose a sí misma lo cachonda que se siente.

Después de terminar con el nalgueo, la besa y la toca por todas partes, colocándola de lado, bajándole los tirantes del top a la altura de los codos, sacándole la teta izquierda y engullendo con desespero el pezón mediano y rosado mientras, con la otra mano, aprieta, como irritado, el otro seno. Messalina le acaricia el cabello y lo besa a su vez proporcionándole con la caricia tranquilidad, haciéndole ver que ella está junto a él. La mano del amante busca ahora su coño abriéndolo de par en par, metiendo los dedos entre los labios menores y dejándolo sentir, de arriba abajo, hasta que, de pronto, se apropia del clítoris para maltratarlo con alevosía, apretándolo, masturbándole el glande con masajes en círculos que obliga a la chica a dar un respingo violento que la electriza de lleno.

El camarero se pone de rodilla y, haciendo a un lado la delantera de la braga blanca y estrecha, deja ante sus ojos una vulva de labios carnosos y medio abiertos, limpios y sabrosos. Su boca comienza a mamarlos metiendo la lengua entre ellos, buscando los labios menores y siguiendo por el meato y la entrada vaginal que rodeó con toda la lengua aplastada en la entrada;  subiendo a continuación para jugar con el clítoris maltratado con anterioridad. La joven se estremece y, sin poderlo evitar, estruja entre sus muslos prietos la cara de su amante que no paró ni una sola vez de darle placer.

-¡Quiero que me folles, Mario, y que te corras en mi boca para beberme tu lefa! ¡Sigue! ¡Sigueee! ¡Sigueeeeeee, cabróoooonn! –Y una vez más, la chica se fue en un generoso orgasmo que invadió sorpresivamente la boca del hombre -¡Mario, amoooor! ¡Aaaayy…!

Y Mario, después de beber sin parar el flujo de ella, obediente se pone en pie, saca de la bragueta su polla embravecida y, dirigiéndose al coño de la chica, la arremete con fuerza y valentía de tal forma que Messalina se encontró ensartada de una sola vez, produciéndole un dolor que ella soportó con estoicismo. Pronto el hombre la bombeaba produciendo en la pequeña estancia los sonidos de una vagina encharcada y una polla que la llena. Los ¡PLOF, PLOF! Briosos se suceden de forma incansable y, de pronto, el camarero, a punto de correrse, la saca con dificultad dirigiéndola, casi sin darle tiempo, a la boca de la chica media abierta, llenándole la cara de su leche, obligándola a abrir los labios para terminar de correrse dentro de ellos.

Messlina tragó y tragó sin perder la sonrisa. Con su boca rebosante lo observa entre brumas debido a las gotas de leche que le han caído sobre los ojos. Pronto empieza a chupar con esmero, a limpiar la polla que un momento antes la follaba, a tomar entre sus manos los escrotos peludos y vacíos que aprieta deseando sacar más gotas de éstos, acariciándolos con efusión, disfrutando como una loca de tener semejante pinga y huevos entre sus manos. La chica, una vez se ve libre de la polla de Mario, se limpia la cara con los dedos llevándose el resto del flujo masculino al interior de su oquedad, relamiéndose cada vez que la paladea y produciendo ruidos guturales. Él le castiga los labios con su polla todavía viva y alterada y vuelve a gritándole con los dientes apretados.

-¡Traga, puta, traga porque ahora voy a mearme en ti! –Y empieza a orinar con fuerza. Pero más diligente es ella que, sin dejar de estar alegre, traga y traga sin que se salga una sola gota por sus labios. El hombre no lo puede creerlo y exclama asombrado -¡Joder, qué golfa eres, reputa!

En el momento mismo en que Messalina termina de tragar la micción dorada, una voz chillona y ordinaria de mujer rompe el momento de exaltación de la pareja reclamando la presencia del camarero:

-¡¡Mariooo!! ¡¡Mariooo!! ¿Dónde estás, hijo de puta? ¡Cabrón, sinvergüenza!

Mario, que no se espera esperaba encontrarse sorprendido en ese momento, se sale de la chica a la que tiene cogida por los pelos apretándola contra su pubis velludo y sus huevos duros como la piedra. Da un salto hacia atrás y sale a gran velocidad hacia la puerta.

-¡Joder, mi mujer!

Messalina cae para atrás en la mesa y, sin poderlo remediar, suelta una sonora y cantarina carcajada ¡Pobre Mario, lo acaban de pillar con la “polla en la masa!”. El camarero se arregla a toda velocidad como puede y, antes de salir del cuarto de limpieza, desde la misma puerta, le dice a su amante

-¡Ciérrala con el picaporte y vete a toda leche al baño de vosotras! Mi mujer te estará buscando y no quiero jaleos en el local.

Messalina recoge con prisa sus pertenencias y sale disparada hacia el baño de Señoras sin dejar de cerrar con cuidado la puerta del cuarto y, justo en el momento mismo en que entra el aseo femenino, aparece casi corriendo una muchacha gordita y furibunda pasillo adelante en dirección a los servicios de mujeres, entrando como una tromba.

-¡Mario, sal de ahí putón asqueroso! ¡Esto te va a costar que pierdas el restaurante y la custodia de tus hijos! ¡Marioooo, sal yaaaaa, cabrón! –Y hablando bajito amenazadoramente, le dice -¡Te estoy esperaaaando!

La puerta de una de las tres cabinas se abre y aparece Messalina con un clínex perfumado en las manos. La mira con asombro e inocencia. La otra, que la conoce de otras veces y sabe quien es, la mira con la impúdica intención de tirarse sobre ella y arrancarle los ojos. Corre hacia el lugar donde salió la mujer mirando detrás de la puerta, hace lo mismo con los otros compartimientos y comprueba que en el baño de señoras no hay presencia de hombre alguno. Mira de forma asesina a la puta y le espeta muy cerca de su rostro, con voz alterada.

-¡Algún día os descubriré! ¡Y ese día, asquerosa puta, te arranco esa cabellera leonada que tienes, por ramera y asquerosa!

Messalina, que jamás pecó de cobarde, le hizo frente a la esposa ultrajada. Está acostumbrada a las escenas violentas como la que está protagonizando. La mira con una sonrisa abierta y cínica. No dice nada pero, la esposa de Mario, retada de aquella manera, no puede evitar levantar la mano y descargarla violentamente sobre el rostro fino y blanco de la chica. Ésta cae sobre el lavamanos a pesar de que ya lo esperaba. No responde al castigo, sólo deja oír, para más berrinche de la otra, una carcajada que se oyó fuera, en el comedor lleno de clientes. Sin embargo, la bofetada le dejó el oído zumbando espantosamente.

Poco después, cuando sale en dirección a la calle, el matrimonio está enfrascado en una pelea sorda en la que las manos de la mujer golpean constantemente los brazos y espalda del marido que está manipulando en la gran cafetera eléctrica industrial. Todos saben a qué se debe aquella escena de matrimonio y envidian al cabroncete del camarero.

Messalina sale pimpante. Su faldita de cuadros escoceses al viento deja ver, aún más, su hermoso culo respingó y su sexo bien señalado bajo las braguitas de licra blanca que es todo un recreo para el personal masculino existente en el local. La despampanante hembra va a salir triunfante, alegre, moviendo exageradamente ese culo altanero. Sigue mostrando su sonrisa burletera en sus labios. Con su manita derecha levantada, saluda a la pareja. Los mira a todos y vuelve a saludar, pero verbalmente.

-¡Ciao, chicos, hasta mañanaaa!

-¡Ni se te ocurra aparecer por aquí, puta despendolada, ni se te ocurra porque te estaré esperando para rajarte de arriba abajo! ¡Penco asqueroso, ramera de mierdaaaa!

Otra carcajada más sonora se deja oír cuando la real hembra sale por la puerta mostrando, en ese momento, su dedo corazón de la mano derecha levantado hacia arriba.

-Mario, ata corto a esa fiera y ponle un bozal ¡Está que muerde!

-¡Puta! ¡Putaaa! ¡Más que putaaaaaa! –Chilla la mujer de Mario fuera de si, saltando como una tigresa por encima del alto mostrador y siendo agarrada del culo, a duras penas, por su marido que está completamente aterrorizado.


Messalina llega por fin a la Editorial. Aparca su scooter Piaggio, 50 2T en el aparcamiento de motos de la empresa y, quitándose el femenino casco rosa, deja al descubierto su cabellera larga y lisa. Apeándose de su moto, se dirige con pasos cortos y contoneantes a las oficinas. En el edificio de enfrente, también de oficinas variadas, hay muchas narices masculinas pegadas a los cristales ahumados. Antes de entrar se vuelve de frente, para que la vean al completo, hace una reverencia al estilo torero, girándose 360º, y entra. Se dirige directamente a la puerta que dice DIRECTOR y toca. No esperar contestación, pasa directamente. Delante de ella hay un señor serio y bien vestido de más de cincuenta años. La chica pasa cerrando la puerta y dirigiéndose hasta el hombre despacio, exhibiéndose.

-Buenas tarde ya, jefe, hoy ha sido un día ajetreado, de mucho cobro. Aquí tiene el informe.

El hombre le hace una señal para que pase por su lado. La joven sonríe, lo conoce muy bien y lo hace vibrar todos los días, de lunes a viernes, inclusive algún que otro sábado o domingo. En el tiempo que lleva en la empresa no ha dejado de cogerla una sola vez. Bueno, sí, cuando ha estado encamado por alguna gripe o malestar propio de los hombres. Para ambos ya es un ritual placentero que cumplen a rajatabla. Él es casado como ella, pero, desde que entró a trabajar en la Editorial, de eso ha para más de tres años, a los tres meses la hizo su amante fija como el que no quiere la cosa, sin piso por medio ni considerada una mantenida, acuerdo mutuo. Pero en un sobre especial, junto con el de fin de mes y entregado en mano personalmente, hay una sustanciosa compensación que la pone de una alegría saltarina. Desde entonces está encantada de trabajar con el jefe y de servirle con todo su ser.

-Messalina ¡Coño!  Sabes que me gusta que me entregues el informe en mano ¿Todos los días he de  azotar ese culito tan lindo que tienes? Tú lo haces adrede ¿Verdad?

Para don José, lo que acaba de decir es todo un discurso largo y de intenciones ¡Si lo sabrá ella!

Messalina dice que sí al cincuentón moviendo su espléndida cabellera y tendiéndose de estómago sobre sus rodillas. Las nalgas duras y amanzanadas bien levantadas para recibir el merecido castigo así como sus buenas tetas colgando al aire, más grande, más anchas, más expeditas, para el goce exclusivo del azotador. Sin más, comienza a palmearla con sonoridad y con cierta dureza en las cúspides de sus respingonas nalgas protegidas por el culotte blanco de licra y encajes estrechos. Es uno de los tantos modos de saludarla todos los días que tiene su jefe.

Después de ocho palmadas dolorosas, cuatro en cada una, los dedos masculinos se introduce en medio de éstas auscultando con intensidad el ano y la vulva. Mientras, la chica en esa posición, está quejándose teatralmente a cada golpe y recita, verbalmente, el informe. Abre más los muslos para que la mano masculina se apropie de su entrepierna dándole mejor visión del coño. Después del castigo, es tratado y estrujado con devoción y la otra mano busca la teta izquierda de la chica queriéndola abarcar de unas sola vez. No lo consigue, pero la hace sentirse mujer cuando don José la aprieta acariciándola como si fuera lo más preciado para él en ese momento.

-Hablando no se llega a ninguna parte, putita –Le dice don José colocándola de pie. La empuja dejándola de espalda a él, apoyándola contra la mesa, bajándole las bragas, besando y mordiendo cada nalga con un cariño tan entrañable que la sigue estremeciendo. Abuelo Pepe, como muchas veces le dice al oído, es muy bondadoso y considerado.

El hombre, en su mutismo permanente, saca la polla de la bragueta enfilándola a una entrada vaginal relajada que no hace veinte minutos fue follada por la tranca de Mario. Está lubricada, todavía caliente y el pene entras suavemente por ese agujero tan usado hasta pretender tocar el cuello del útero. Pronto la está embistiendo y, a los cinco minutos, esa vagina experimentada vuelve a ser inundada, ahora por el semen del dueño de la Editorial, su amante fijo.

Él ha gozado con el polvo, lo sabe Messalina al sentirlo dentro de ella alterarse como las cuerdas de una guitarra, pero no es capaz de expresar emoción como la mayoría de sus hombres, ni que ella misma comparta esa alteración sexual. La joven ya no hace comentarios, no es necesario. Cuando su jefe la saca coge unos clínex de una cajita que hay sobre la mesa, se limpia cuidadosamente dejando que la contemple con ojos brillantes y agradecidos. Acaricia suavemente el rostro del abuelo Pepe con la mano derecha y, arrodillándose a continuación, coge la polla completamente brillante y húmeda, no muy grande,  introduciéndosela en la boca para limpiarlo con esmero, mirándose todo el rato, aunque no es una costumbre muy habitual. El Jefe reprime también eso.

Don José  nunca ha sido capaz de darle placer, será su culpa porque ya viene muy caldeada de la calle, pero tampoco lo recibe cuando la llama por el móvil algún fin de semana o estando de vacaciones. La cita en un buen hotel, elegante y cómodo, la posee hasta que queda rendido sobre su cuerpo. No le importa esa apatía masculina, ya está acostumbrada, lo quiere a su manera y se encuentra a gusto así. Además, una vez que la folla la deja en paz permitiéndole que se dedique al trabajo, a su ninfomanía con los compañeros y compañeras sin pedir explicaciones alguna si la sorprende en brazos de los otros, como una vez sucedió.

Al jefe le llaman todos “El Mudo” porque habla muy poco o nada. Cuando responde lo hace con un sonido gutural “ummm” o dice sí o no tan sólo con la cabeza. Para no decir nada jamás coge el teléfono si no se ve obligado hablar con los proveedores u otras editoriales asociadas.

La chica termina relamiéndose, colocando la polla dentro del pantalón subiéndole la cremallera. A su vez, don José le coloca las bragas y la premia con los últimos sobos en todo su cuerpo. Messalina, retomando su compostura, se despide del hombre con una sonrisa, una inclinación de cabeza y un beso en los labios.

-Me voy a entregarle la facturación al contable, abuelo Pepe. Hasta luego, mi amor.

El jefe solo asiente en silencio. La ve salir de su despacho con una expresión de afecto. Ella es, a todas luces, la culpable de que su mujer le restriegue en la cara que la tiene abandonada, gritándole, siempre que tiene oportunidad, al recriminarle que tiene una amante y que ella misma lo descubrirá tarde o temprano. Es cierto, pero como no es hombre de palabras no se acusa así mismo como ocurre en otros que parlan de más que hacen, pero piensa con cierta lógica ¿Cómo puede atender a su querida Amparo, la novia de toda la vida, si todos los días se tira a una real hembra auténtica que le premia con todos sus fetiches y desvíos sexuales? Mejor que no se entere nunca ¡Dios lo coja confesado si eso ocurriera!

La ve marcharse mientras se palpa su polla dentro del pantalón.


La joven llega dos puertas más allá de la del dueño y director de la Editorial. Entra directamente sin llamar. Allí está el administrador que ha de tener unos cuarenta años bien conservados. Está manipulando en un armario archivador cuando la ve. Lo deja todo, le sonríe y, lentamente, se acerca a ella.

-¡Hola, golfa! ¿Ya te has tirado a al Mudo? Él es un vejete, yo soy más joven y brioso.

-¡Por favor, un poco de respeto! Todos los días se lo digo, don Ricardo. Yo no me chivo a él de los polvitos que me dispensa cada vez que vengo a verle, caballero. Usted no es un santo tampoco. –Al hablarle, le entrega el sobre con el dinero. Se sabe deseada y guarda la compostura -Aquí tiene lo cobrado.

-Hoy vienes brava, golfa. Pero, bueno, a lo nuestro…

Antes que la chica se apresure a coger la puerta, Ricardo la coge de la muñeca empujándola con violencia contra la pared. La arrincona magreándole, a continuación, las tetas, el estómago, apoderándose de su vulva hinchada. Messalina tiene los brazos levantados, está apoyada contra la pared, con el rostro aplastado bajo los besos de éste. El administrador sí que es un parlanchín y sabe hacerla vibrar de la misma manera como la ofende con sus obscenas palabras. Siente el pene de él endureciéndose cuando roza sus nalgas enrojecidas por la mano de don José. Los besos babosos por la mejilla izquierda buscando su boca que la encuentra cerrada y huyéndole.

-Déjate hacer como te dejas de Pepe. Yo también quiero mi parte, zorra –se encabrita por momentos perdiendo el norte. La vuelve de frente y le retuerce el pezón derecho sin consideración después de sacarle el pecho del top -¡Puta, quiero follarte este culito duro que tienes!

Messalina se deja hacer hasta encontrar su oportunidad. En un descuido de don Ricardo al retirarse con intención de bajarla las bragas y volverla de espalda, puede levantar la pierna derecha con fuerza aplastándola contra los huevos de éste. El hombre la suelta de inmediato abriendo los ojos como una lechuza. La ha follado muchas veces pero, cuando se pone perro busca siempre el mejor momento para librarse y salir corriendo del despacho. Abandona el despacho dejándolo revolcarse de dolor contra la pared donde momentos antes la había tenido segura.

-Amigo, yo puedo ser para sus ojos una golfa o una puta, no lo niego, pero usted ha de comprender que yo tengo un punto de consideración y de respeto como mujer. Si no quiero que me folle no puede obligarme porque sea uno de mis jefes. Aprenda de don José, Ricardo, aprenda. Él sí es un caballero. Ahora ¡Jódase, mamón de mierda! ¡Adiós!

Sin mirarlo tan siquiera, sale cerrando la puerta, sintiéndose feliz de darle una lección al mariconazo ese ¿Por qué no la puede follarla las veces que desee sin desquiciarla?

–“ ¡Hombres!” –Exclama para sí.


La chica entra en una enorme sala con estanterías llenas de libros, archivadores, mesas enormes para la clasificación y distribución de los pedidos; mesas de escritorios que ocupan ocho gallos y dos gallinas que trabajan permanentemente allí cacareando como cluecas. Saluda en alta voz mientras dirige sus pasos al pequeño despachito que tiene al fondo. Su llegada es coreada por silbidos y piropos de todos los colores. Ella, sin dejar de sonreír, levanta los brazos agradeciendo los elogios sin mirarlos. Las dos mujeres la observan de reojo cuando pasa a su altura, sin despreciarla. A ellas también les van la marcha cuando la trincan asolas. La desean porque ha sido varias las veces que esas dos guarrindongas la han poseído en el almacén o en el baño de señoras formando, las tres, un triángulo sexual digno de ser recogido en vídeos o fotos para revistas porno. En una ocasión fueron sorprendidas por el Abuelo Pepe que se hizo el desentendido. Al día siguiente, don José la nalgueó con ganas haciéndola llorar a mares. No protestó porque se dio cuenta que lo que él había visto le dolió en el alma. Además, era lógico, la consideraba su amante.

Messalina está absorta, muy atareada en organizar los pedidos y las facturas del día siguiente cuando la puerta de su pequeño despacho se abre y entran seis hombres a toda prisa, cierran la puerta y pasan las cortinillas de las persianas hasta hacer desaparecer de su vista el exterior. No hace falta pensar mucho lo que va a suceder. Tiene delante de ella a seis hombres tocándose sus paquetes y que, al poco, se unirán dos restantes. Cierra los ojos y sacude su cabeza en señal de resignación. La historia de su vida es esa, el acoso permanente de los hombres. Pocas veces se ha podido librar del gang bang que todos los compañeros de sección le proporcionan dos y hasta  tres veces a la semana. -¡Todos los días la misma cantinela, chicos! –se queja ella en voz baja y respirando hondo. Se levanta y apoyando las nalgas en la pequeña mesa llena de pedidos.

–Hoy toca gang bang ¿No, chicos?