Las aventuras sexuales y cotidianas de messalina

Messalina es una chica promiscua, adicta al sexo desde muy joven. Trabaja para una Editorial y su cartera de cobros, llena de clientes adictos a ella, le sirve para dar rienda suelta a su pasión por estar siempre en compañía masculina y la femenina, si se tercia también. Está casada con un buen chico de corta inteligencia. Su estado social no le afecta para nada, cuida, eso sí, de que su promiscuidad pase inadvertida para su consorte. Como buena liberal no quiere atarse a nadie, ni siquiera a su jefe, de la que es amante fija desde hace más de tres años. Ahora, fuera de su domicilio, le espera otras aventuras de interés.

LAS AVENTURAS SEXUALES Y COTIDIANAS DE MESSALINA

Segunda parte

Antes de salir a la calle para marchar en su scooter Piaggio, Messalina saca del escote de su shop blanco el dinero y lo cuenta. Queda asombrada, muy contenta. Es un gran hombre Aguado, y no le importaría que la llamara todos los días si la necesita. Recibir una propina como la que tenía entre las manos no es moco de pavo.

-Gano cinco veces más con las propinas que recibo al día que lo que gano en un mes en la Editorial. Pero ¿Qué le voy a hacer? Me gusta ese curro y lo pongo en segundo lugar de mis preferencias porque me permite tener la libertad que necesito de cara a mi Eugenio –Sigue hablando sola al Llegar a la salida del edificio. Ríe alegremente y es muy feliz trabajando de esta manera.

Mess salió del bufete después de separar y guardar en su bolso ambos conceptos: la facturación y la “gratificación en metálico” tan generosamente ganada. La sonrisa grande que reflejaba su simpático y bonito rostro lo decía todo. Metió su cartera en el baulito de la Scooter roja, se colocó el casco y, subiendo a bordo, puso a la vista de todo el ciudadano su entrepierna cubierta por el culotte rojo de encajitos y sus medias de color carne de anchos y blancos encajes. La braga le tapa bien el coño que nuevamente se encontraba humedecido por semen del letrado. Dos estudiantes adolescentes del instituto pasaban en ese momento a su altura. Uno de ellos se dio cuenta del desastre empalmándose como un burro. No pudo controlar sus instintos básicos de macho y le metió mano a la joven, apoderándose de sus gordezuelos labios verticales, apretándolos con saña, percibiendo la calidez de éstos y quedando asombrado ante la pasividad de la chica. Para la mujer, en cambio, se trató de un piropo táctil que le hizo el chico a su ego de buena hembra. Goza con sentirse deseada en todo momento.

-Guarra, necesitas otro repaso mejor del que te han dado. Estás muy caliente, tía, y mojada también –Y el chico, que se le había subido aun más el volumen de la bragueta de sus vaqueros con el sobo, le introduce, con la tela del culotte, los dedos por entre los labios mayores –Guarra, vamos al portal ese que voy a foll...

Messalina, con el motor ya en marcha, lo miró sonriéndole, guiñándole el ojo derecho. Salió  del aparcamiento todo lo rápido que pudo dejando al chico con tres palmos de narices. Éste se cabreó y la  llamó de todo lo que le vino a la boca. Dejó oír su cantarina risa cuando lanzaba su moto a toda velocidad avenida adelante. No le hubiera importado calmar las necesidades del estudiante, se lo merecía, pero no tenía tiempo. Estaba acostumbrada a los tocamientos incontrolados de los machos cuando estos tenían la oportunidad, a los chicos que solían violarla en lugares solitarios como los aparcamientos.

Entró en el aparcamiento subterráneo del edificio del señor Horacio y, de pronto, tuvo la certidumbre que le iba a ocurrir otra vez. Miró a todas partes buscando el peligro inminente y, al momento vio a dos tíos vestido en chandas azules y capuchas cubriendo sus rostros de la cámara de vigilancia. Observaban los coches que fueran accesibles de abrirlos para robar el interior. La habían visto y no pensó en salir del peligro sino de proteger su moto, meterse entre los coches y prevenirse lo antes posible con unos preservativos adecuados antes de ser y violada. Ya no tenía escapatoria porque ellos estaban cerca y, para escapar de allí tenía que pasar por delante de ellos. Para Messalina, encontrarse en situaciones tan extremas como la violación era lo habitual, le ocurría entre dos y cuatro veces al mes. Comprendía que se debía a su libertad de expresión como persona y a su tipito bonito de chica moderna, exhibicionista y provocativa. Ir por la vida desafiando a los demás que no eran como una misma tenía su precio: la resignación ante tales consecuencias.

Encontró enseguida un aparcamiento para motos, la apagó rápidamente y comprobó que aquellos dos tíos se encontraban todavía lejos pero acercándose hasta ella y procurando no ser vistos. Uno de ellos hablaba al oído del otro señalando el lugar donde se encontraba. Caminando deprisa entre los coches sacó dos paquetillos de PF (preservativo femenino). Tuvo tiempo de meterse entre dos furgones altos y allí se colocó, con una rapidez inusual, el condón en la vagina ayudándose de dos dedos, procurando no romperlo. A continuación, su ano, metiéndose el segundo canutillo en el. Con un gel espermicida antiséptico espolvoreó sus agujeros y la boca. Ya asegurada para la violación que iba a sufrir, salió corriendo poniéndose a la vista de los chicos, dirigiéndose todo lo rápido que pudo hacia la puerta de salida. No deseaba que sucediera, pero tampoco podía evitarlo.

Nada más abrir la puerta, uno de los hombres saltó encima empujándola con violencia a la antesala antes que da al pasillo de salida. Éste sacó un cuchillo largo colocándoselo en la garganta, vociferándole al oído.

-Si gritas, puta, te rajo el cuello de lao a lao –Y con la otra mano libre quiso arrancarle los tiros del top. Ella lo impidió mostrando mucho miedo. El tío bajó los tirantes dejando sus senos al aire con rapidez. En ese momento apareció el otro, corriendo, parándose en seco al verle sus lindas tetas.

-¡Hostia, tío! ¡Me cago en esta puta! ¡Qué hembra más cojonuda abemos encontrao! A esta golfa hay que reventarle sus agujeros antes de que nos púen pilla la bofia

-Yo quiero trajinarle la boca, y como haga intención de morderme, la rajo aquí mismo, tío ¡Por mi santa! –Y aquel fulano, desgreñado cuando se quitó la capucha, mostró la daga militar de hoja grande y doble filo, uno de ello estriado -¡Puta asquerosa, abre la boca de mamona que tienes!

Messalina empezó a hacer pucheros, a actuar como actriz, cuando el marrano de la navaja empezó a estrujarle los senos sin consideración. La chica, con ojos llorosos y voz trémula, pedía que no la hicieran daño, que se dejaba hacer. El individuo que se encontraba a su espalda, le atizó una colleja y comenzó a nalguearla acto seguido. Al parecer le gustaba gozar con las azotainas, hablando bajo en cada palmada, propinándole también bofetones en las mejillas continuamente para que estuviera lo más callada posible, permitiendo que ella oliera, al acercarse a su rostro, el aliento asqueroso a bebidas y vómitos.

Messalina estaba acostumbrada l castigo, su Eugenio solía practicarlo solamente los fines de semanas, como buena persona con discapacidad relativa y conduciéndose con códigos para todo, pero con mucho más estilo, y ella, disfrutando de sus palmadas, lo pedía muchas veces en la relación.

El que tenía delante, el más viejo de los dos, la obligó a arrodillarse cogiéndose entre las manos un pene ennegrecido y asqueroso que olía a meado y a suciedad de muchos días. Messalina dio gracias que quisieran violarla en la oscuridad y esos tío no se dieran cuenta que estaba protegida de sus posibles enfermedades de sexo. Comenzó a mamarla apretando el nacimiento del falo enfebrecido, queriendo mostrar la inexperiencia en el lance de la felación, dejándola esta vez sólo en el centro de la boca y sacándola para mostrar que le producía arcadas. Pero éstas eran abortadas por los continuos golpes que recibía en el rostro, la cabeza y los senos.

-¡Tía puta de mielda! ¿Vas enseñando el coño y el culo por ahí y me dices que no sabes mamasla? ¡Anda ya, marrana, hija la gran puta! –Su cara era continuamente abofeteada -¡Mama, zorra, mama, pero mámala bien, como la ramera que eres!

-¡Es que no sé hacerlo mejor, te lo juro! Soy modelo de lencería y voy a una sesión fotográfica. Aquí hay una agencia que se dedica a esto…  -Seguía llorando, apenas podía articular bien las palabras por el condón plástico proporcionado por el gel lubricante y, para evitar ser descubierta, volvió a meterse la polla en la boca, ahora moviéndola por los lados.

-¡Calla, zorra despendolá! ¿A mí qué carajo me impolta lo que hay en este cabrón edificio? ¡Dame gusto con las chupás y cállate!

El fulano que tenía detrás se había puesto en medio de sus piernas, levantándole las caderas, bajándole las bragas y dirigiendo su falo a la entrada vaginal. La ensartó de un golpe mientras comenzaba a reírse como un desquiciado. Empezó a follarla como si de un animal se tratara, respirando caliente y agitadamente sobre su espalda, exclamando palabras soeces que la hacía sonreír en la oscuridad del pequeño y estrecho recinto -¡Toma, tomaa, tomaaa… pinga, cerda podria! ¡Pija de mielda! ¡Te va a salir mi leche por las orejas…! ¡Jajaja! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah…!

Messalina gritó cuando fue ensartada ¡Qué bien interpretaba el terror de una violación! Siempre le había dado resultado. No siguieron pegándola cosa que echó de menos, iban a lo suyo, y lo agradeció al mirar en la oscuridad el reloj luminoso de pulsera que llevaba. Ya tendría que estar en otros brazos más amables y deseados. Pero los dos fulanos se corrieron pronto, casi a la vez. Tenían prisa por no ser sorprendidos consumando semejante salvajada. Para Messalina ¡fantástico! Era un tiempo ganado que quería entregarle al señor Horacio.

Tan pronto terminaron aquellos individuos salieron corriendo hacia la otra puerta, dejándola tirada en el suelo llorando con lágrimas que le salían por arriba de los ojos, su boca escupiendo semen, su vagina cargada también por la corrida del otro tío. La joven observaba como salían a toda carrera mientras ella, que seguía llorando estrepitosamente, se quitaba los condones. El vaginal, a pesar de las pérdidas, contenía una buena porción de semen al mirarlo a través de la luz que salía de la puerta de enfrente. El bucal sólo babas de flujos expulsadas por alguien que está quemado por el excesivo vicio que lo domina. Todo había acabado bien, sin más traumas que pudieran dañarla.

No tenía más que levantarse del suelo ir al baño y adecentarse nuevamente. Miró otra vez el reloj luminoso y comprobó que sólo había perdido veinte minutos. Seguía satisfecha y, dejando de llorar, se sacudió dirigiéndose con tranquilidad al baño de la planta. Al mirarse al espejo comprobó que su rostro estaba enrojecido por las bofetadas recibidas y sus nalgas marcadas a conciencia por manos expertas que sabían pegar de verdad. No tenía otros daños físicos y eso la hizo saltar de alegría, como hace una niña pequeña con su juguete preferido.

En cuanto a las huellas de los castigos en su cuerpo, ya buscaría una explicación plausible si el Sr. Horacio pedía una explicación a la paliza.


- Lo observó aparecer por la puerta que había frente a la de entrada y se recreó en el vejete al contemplar su gran personalidad ¡Qué gran diferencia con aquellos dos asquerosos del aparcamiento! “El señor Horacio es un tío muy mayor, de acuerdo, pero dinámico para su edad. Tendrá más de sesenta, creo, pero bien llevados. Elegante y guapo el jodído… si no fuera por esas gafas de culo de botella que lo hacen un poco feo y torpe.. . Bueno, nadie es perfecto. En cambio, tiene una sonrisa amplia y agradecida, sobre todo cuando estoy desnuda delante de él, entonces, los ojos se les ponen más pequeñitos, redondos, como boliches. Pobrecito mío” - sonríe aún más la joven –“se le quedan en chiribitas al saberme en pelotas viva, jugando, martirizándolo cuando me toca o cuando me besa ¡Ummm! ¡Qué rico es…!“

-¡Desnúdate como lo haces siempre, pequeña mía! Hoy he de vender y comprar unos paquetes de acciones importantes, difíciles por su prima de riesgo. Quiero que las primas de esas cotizaciones me sean favorables a mí por tenerte muy cerca. Desde que te conozco, teniéndote a mi lado, gano mucho dinero en La Bolsa que en los demás días –El hombre intenta cogerla pero, Messalina, picarona y salvaje, corre a su alrededor, esquivándolo, burlándose de él y haciéndose la tonta al dejarse coger por las nalgas por las dos manos hermosas, nerviosas, atrayéndola ahora contra su  pecho estrecho y buscando sus labios rojos y gordezuelos donde estampa besos  y más besos con lengua incluida. –Deja que hoy ponga mi tranca entre tus tetazas para que me la pajees en medio de ellas. Permite también que te llame putita, golfa, perra y más cosas, por favor. No me entiendas mal, pequeña mía, porque no es mi intención de ofenderte, solamente para que mi lívido sea aun más activo debido a mi edad –Messalina de despoja del top y el hombre, acercándose mucho a ella comprueba, asustado, las huellas ocasionadas por la violación -¿Quién te ha pegado de esa manera, pequeña mía? Mira… -Se retira inquieto, sobresaltado - ¡No, no! ¡No quiero que nadie diga que te lo he hecho yo…! ¡Mejor te viste y te vas…! –Sacó de una mesa un fajo de dinero -Toma tu dinero…

-Tranquilo, señor Horacio, tranquilo. Es que yo, al igual que usted, tengo pareja a la que quiero mucho. Ambos somos jóvenes. Entiende usted eso ¿Verdad? Solemos jugar muchas veces por las mañanas al levantarnos, ya sabe…, yo soy muy mala, traviesa y él castiga esos defectillos míos -Ríe alegremente –Usted no tema nada de esta putita que lo quiere mucho. Señor. Mire ¡Se me ocurre una idea! Jugaremos que yo soy su hijita… no, no, su sobrina mejor, una sobrina querida que es una golfa y con la que quiere tener sexo fuerte. Acabo de llegar a su casa y ya me tiene cogida, acorralada como ahora. Nadie nos ve ni puede oírnos porque estamos muy alejados de todo y de todos, señor Horacio –Lo toma de las manos colocándolas una en su pecho izquierdo y la otra en su coño depilado al tiempo que se apoya contra la pared -Sabe que aquí soy suya, que no tengo escapatorias y quiere que me comporte como una golfa, su perra para usted. También me gusta jugar a ser su zorra, esa lagarta que abre sus tetas para que su tito amado albergar esa pollota grandota y peluda que tiene. Así, esta sobrinita putona, la dará toda la suerte del mundo cuando trabaja con esos ordenadores enormes que hay sobre la pared y la mesa ¡Llene mis peras, la boca, el rostro de su rica leche, mi querido títo! Sabe que yo también gozo cuando me baña de esta manera. Me gusta estar bajo el poder de sus manos delicadas y muy masculinas ¡Domíneme, títo Horacio... mi papito Horacio...!

Messalina observaba como el hombre queda tranquilo y el rostro queda iluminado tremendamente con la idea del juego erótico de incesto. Los ojos del agente de Bolsa están tan abiertos como los de los besugos en una pescadería, quieren salírseles. La toca con más necesidad, ahora por cualquier lado de su cuerpo. Y ella, mientras tanto, desnuda ya completamente, gira sobre sí misma, zafándose de sus manos, bailando a su alrededor y tocándolo con su cuerpo joven, hermoso y voluptuoso. Ella misma pone voz a la música, cantando a ratos cadenciosamente. Está encantada de ser imprescindible en el amor de cualquier hombre que se le ponga delante. Poco a poco ha ido tirando lejos de sí la falda y las bragas. Únicamente se queda con las medias y los zapatos de tacón alto de ocho centímetros. Observa divertida cómo el agente de Bolsa, olvidándose ya de los morados que la cubren, junta las manos con entusiasmo, palmeando como un chiquitín de meses ante el plato de papillas que le da su mamá; cayéndole la baba y que la joven y ramera sobrina, acercándose rápidamente, bebe sin asco alguno.

Poco después se acercan a la gran mesa llena de unos teléfonos raros, altavoces y muchos monitores a color mostrando programas con números y textos raros que ella no logra entender bien. Se arrodilla debajo de ésta y, con su mano derecha de uñas lacadas en rojo y estrellitas plateadas en cada una de ellas, lo invita a acercarse, cogiéndose las tetas, abriéndolas y cerrándolas, jugando con ellas al subirlas y bajarlas. Sus ojos son ensoñadores y la sonrisa no deja de florecer en su bonita boca, amplia, pícara y amorosa.

-Tito Horacio, la puta de su sobrina lo espera ansiosa para que la haga feliz con ese pollón que ha de mamar antes. Venga, tito mío, venga a por su zorrita.

Y el Agente de Bolsa Horacio corre, corre desesperado por estar junto a ella.

Le cuesta abrir la bragueta porque se le ha atrancado en un pliegue de sus calzoncillos y la chica, tranquila pero jadeante, le retira las manos con suavidad, la abre, mete las manitas y se apropia de una tranca alterada y relativamente grande que ella, siempre mimosa, la acaricia desde el nacimiento hasta la cabeza y vuelta atrás nuevamente. Nota como el hombre se estremece bajo la masturbación y, pegándose a las piernas de él, se la mete entre sus senos arropándola, empezando un masaje de rotación de sus tetas, acercando el rostro hasta alcanzar el prepucio y hacerlo desaparecer dentro de su boca. Su lengua hace el resto al pasar varias veces por el meato y. luego, el glande. Un sabor agridulce aparece y Messalina lo degusta poniendo los ojos en blanco al sacarla, poniendo los morritos en pico y pasándose la lengua por los rojos labios.

Y el tito Horacio no deja de jadear ante tan rico tratamiento a su polla. Está manipulando algo con mucho nerviosismo.

La joven, sin parar de rotar sus buenas tetas y moviéndose de delante hacia atrás continuamente, entrando y saliendo el glande de su boca y en la medida que se mueve, no deja de mirarlo pícaramente. El señor Horacio tiene que sentarse porque sus piernas no lo mantienen y la chica (su sobrina imaginaria) se acomoda a él sin dejar de parar un coito de tetas que el hombre no quiere que termine jamás. Don Horacio logra pellizcar los pezones erectos  de “su sobrina” y los estira para dejarlos libres y para volver a estirarlos una y otra vez, en un juego que lo hace reír febrilmente.

-¡Sobrina, putanga de mierda, acelera más… máaass! ¡Te dedicas a follar a otros maromos con mucho más entusiasmo que conmigo, zorra asquerosaaaa…! ¡Eres una golfa guarra… una putaaaaa…! –Y el hombre, en un éxtasis que muy bien conoce la cobradora de la editorial, deja que el semen (no mucha cantidad) pero sí el suficiente, llegue a tocar la boca de ella, el rostro y buena parte de las tetas -¡Ramera! ¡Rameraaa…! ¡Rameraaaaaaaaaaaaaa… ¡ ¡Ah, Diooooooss!

El señor Horacio quedó despatarrado en su sillón, todavía con su polla erecta en la boca de la chica que, en ese momento, comenzaba a tragar y a limpiarla como es su costumbre. Ella lo mima con sus ojos alegres y felices. Sus dedos han recogido el pequeño reguero de semen que tenía en sus mejillas, nariz, barbilla y, sobre todo, entre sus senos, llevándoselo a la boca, paladeándolo, observando, entre tanto, a “su tito” como la mira embelesado, satisfecho de tenerla a su lado. Todo el tiempo que la joven lo estuvo chupando él le acariciaba en silencio la cabeza, la frente y las mejillas. Al poco, Mess sacó la polla del hombre de su boca y, sin dejarla de masajearla por todas partes, le dijo con voz infantil

-Tito Horacio ¿Está usted contento con el trabajo que le ha hecho esta sobrina ramera y asquerosa? Dígame que sí, dígame que siii, dígame que siiiiii… tito mío –Su voz suena a la de la niña chica, mimosa, caprichosilla –Tito mío, yo lo quiero mucho ¿No me va a decir que me he portado muy bien?

-Si, pequeña, sí, te has portado muy bien. Pero yo también te quiero mucho y me haces muy feliz cada vez que vienes. Anda, termina y aséate. Conmigo no vas a sacar más si no esperas a mañana, por lo menos. No tengo tanto coraje como hace unos cuantos años atrás ¡Qué más quisiera yo! Perdóname las palabras ofensivas, Messa.

Messalina se fue levantando lentamente, mirándolo fijamente, tomándole las manos y llevándosela una al seno derecho y la otra a al sexo invitándolo a la caricia. Desea que la cate todo el rato que quiera. Con su mano derecha, la joven le tomó la cabeza empezando a enredar los dedos en  los cabellos grises. Inclinándose, besándole la frente, las mejillas y los labios.

-Señor Horacio, usted no me ofende en absoluto. Me gusta verlo activo, fiero, enfadado conmigo  y lleno de vitalidad. Estoy encantada de venir todos los meses hasta aquí y serle útil, “tito mío”

Durante un buen rato, ambos están callados, él acariciando con pasión el joven cuerpo que se le entrega al completo, ella clavando sus expresivos ojos en los del hombre que, aparte de palparla, la  besa todas por cada una de las zonas por donde ha pasado sus manos y su polla. Más tarde la deja libre y la chica, recogiendo sus pertenencias, marcha al baño donde se entretiene un buen rato. Como es su costumbre, deja la puerta abierta. Cuando sale ya vestida y preparada para marchar, masticando el eterno chicle, el agente de Bolsa le entrega dos pequeños fajos de dinero. No se dicen nada, sólo se miran largamente, agradecidos por ambas partes y, abrazándose, Mess marcha hasta la puerta.

-Señor Horacio, usted tiene mi móvil ¿Verdad? Llámeme cuando quiera, cuando lo desee. Siempre estaré a su disposición. Adiós, mi Señor tío, hasta cuando quiera…

-Hasta el mes que viene, mi pequeña putita.

Messalina le sonríe y sale de allí contenta una vez más. Antes de salir del portal, en un apartado  iluminado, hace el apartado de la cuota de la Editorial y comprueba que obtiene una buena propina por ser ella misma. No todos son iguales a pesar que se propasan  con ella y por la forma que tiene de vestir. Por ejemplo, el mismo marrano al que tiene que visitar a continuación: el gasolinero.


Éste es un hombre enorme, fuerte y bestia allá por donde se le mire. Nunca la ha respetado y, cuando la ve, la toma del brazo y la lleva a rastra a un cuchitril al que llama despacho. Y allí le haceeee…

-“¡¡Uuuf! ¡Qué tío más bestia, Dios!”

En el trayecto hasta la estación de gasolina, Messalina siempre queda sorprendida por los accidentes de tráfico que encuentran a su paso: trompazos entre coches al salir ella de un semáforo; motoristas que se estampan contra otros vehículos circulando o aparcados; contra una terraza llena gente o entrando precipitadamente por la puerta de un local comercial. Pitadas constantes muy cerca a ella con gritos malintencionado, piropos soeces. La gente está majara y va loca conduciendo, jugándose los puntos comenta alegremente para ella. Es normal que, si la siguen con la mirada mientras transitan por la calzada se den los castañazos sin necesidad alguna. Menos mal que ella tiene mucha precaución conduciendo su querido scooter rojo y con el casco siempre puesto, tranquila, sin prisa, como el que está paseando bucólicamente por el campo o recorriendo con alegría la ciudad. Además, la espera un maridito en casa, guapo, potente y muy querido.

Llega a la estación de gasolina y su rostro se ensombrece por lo que ve. Delante de ella, con los brazos en jarra, vestido siempre con su mono azul grasiento, esta aquel King Kong esperándola. Su sonrisa, de dientes amarillos por la nicotina y sucios de no lavárselos nunca, muestra dos anchas paletas de oro en la boca. Su mirada es lasciva como la de sus cuatro subordinados que pululan por allí. Cuánto lo odia, a él y a los otros salidos del surtidor. Tiene que reconocer que es un cliente estupendo, un hombre que seguramente tiene su casa abarrotada de libros y suscripciones a revistas de las que jamás podrá leer u ojear con detenimiento, pero también una polla tan inquieta que, cuando termina de follarla, ella sale tambaleándose de la estación, satisfecha y feliz, olvidándose de su asco y odio, con la misma sonrisa lujuriosa que está viendo ahora en él. Piensa que la tomará del brazo y, a nalgadas limpias, la llevará a ese cuartucho de escritorio para decirle cosas que ella mejor no quiere pensar pero, sin embargo, ha de soportar. Le hacerle cosas que ella, por mucho que se prometa rechazar cada vez que tiene que cobrar, no logra erradicarlas.

-“¡Ufff! !Vamos allá y que Dios me coja confesada! Todo por el curro. Actualmente, con esta crisis es difícil cambiar de empresa” – El personal laboral está atento a ellos dos. Hay sonrisas sospechosamente malévolas y a Messalina le da corte –“¡Buitres!” – Dice para sí y sin prestar ya más atención .

-¡Hola, guarra! Creí que hoy no ibas a venir ¿Es que también follas con los demás tíos a los que vas cobrando facturitas montada en esa mierda de motilla? – Si, para ella, ese hombre es desagradable hasta cuando se burla de su querida scooter.- Hoy tengo pensado darte unas lengüetadas en ese coño bonito y sin pendejos que tienes. Si señora, una soberana lengüetada de las que hacen época y, luego, me apetece follarme tu culito lindo y respingón. ¡Venga! Vámonos a mi despacho. Lo pasaremos de puta madre, perra.

-Conrado, deberías respetarme como mujer casada. No soy una puta profesional, aunque vista de esta manera. Me gusta y a ti no ha de importarte ¿Lo tienes claro, cabrón? Además, tus hombres se dan cuenta de lo que me haces en ese cuartucho mugriento. Por una vez, y que sirva de precedente, paga una de las cuotas y yo me voy más feliz. Además, hoy tengo prisa.

-Si, ya lo sé. Cada vez que vienes tienes mucha prisa pero no dejas de venir para “cobrar” ¿Verdad, furcia?

Le da lo mismo su personal laboral y la obliga a pasar delante de él. Esta vez no fue como espera Mess. La toma de la cintura con su brazo izquierdo llevándola como si fuera un paquete frágil, colgando de la voluminosa cintura y con la cabeza para atrás. Mientras avanza le va quitando, no sin cierta dificultad, la braga roja de nailon y dejándola por el camino. Acto seguido, comienza a nalguearla y a sobarla a placer. Ella grita y da patadas al aire, inclusive cuando llegan a la puerta de entrada del despacho. No le molesta ser nalgueada, le gusta sentir en sus carnes la pasión bruta de los hombres cuando la desean, pero este tipo es que es un burro con albarda, un cabronazo abusón. Cuando traspasan la puerta, su culo y coño están al rojo vivo entre manotazos y pellizcones. La sienta sobre la mensa de oficina del año catapún y la empuja para atrás. Queda recostada en diagonal, con la espalda y cabeza contra la pared y las piernas muy separadas.

Conrado, con una agilidad impensable para ser un hombre tan alto y doblado, la coge de los tobillos subiéndolas sobre la mesa, igual que hace su ginecólogo cuando acude a su consulta y la coloca sobre la mesa metálica de paritorio paras observarla -“ otro bestia salidoque me folla a conciencia” . Su sexo aparece desnudo ante el gigantón, completamente depilado y los labios abierto por el tremendo uso que hace de su vagina. El clítoris está muy desarrollado por las estimulaciones diarias estremeciéndose al sólo contacto de los dedos fuertes y avasalladores del hombre. Éste le mira el ano sonrosado y vivo, otro agujero que ella utiliza mucho. Desde que Cucho se lo folló esa mañana no lo ha vuelto a utilizarlo. Y se encuentra cerradito a simple vista.

El dueño de la gasolinera se pone de rodillas de inmediato metiéndole su cabezota entre sus gruesos y bien formados muslos y tocando con la lengua el sexo. Comienza a ensalivar los labios vulvales introduciéndose en medio de éstos, buscando a los menores, más finos, jugosos y estrechos. La lengua se traslada hasta la entrada vaginal metiendo la punta del órgano y haciendo fuerza para introducirla. La chica tiembla bajo su poder intentando apartarlo sin esforzarse mucho, al parecer. El gigante no para, necesita cogerle una de esas formidables tetas y, arrastrándose por el estómago de ella al tiempo que la babea con la lengua, la cubre de besos metiéndose en el canalillo, aparta el escote del top a un lado y deja libre unos pechos que van desapareciendo dentro de sus inmensas manos cada vez que los coge, apretándolos, percibiendo dureza y calidez al tiempo. La zorra se niega a los propósitos del gasolinero pero se asegura bien en la mesa y abre más los muslos. No puede más el tío y vuelve a bajar metiéndose de lleno en el coño. Con los labios aprieta fuertemente el clítoris, lo roza con los dientes de oro y la punta de su lengua. La mujer pega un bote violento y no puede reprimir un cuesco maricón que le produce la risa al hombretón. La nota violenta del pedo la enfurece por la vergüenza que siente. Él lo nota, se carcajea en su cara y aparece más cruel a los ojos de ella.

-¡Bestia, bestia, me has mordido! –No es verdad, sólo aprieta su botón con los labios y, luego, lo chupa estando fuera de sí de tal manera que le da la sensación que quiere sacarlo de su sitio. Le falta la respiración con semejante lamida pero sigue protestando. Hay un fuerte tufillo característico en el aire -¡Suéltame, King Kong! ¿Quién te has creído que soy yo?

Sin embargo, a los tres minutos de seguir mamando su chocho, Messalina no aguanta y se corre dentro de la boca masculina con gran excitación, bañándole el rostro. Aquel cabrón siempre sabe sacarle los jugos.

-Bueno. Ya hemos ter… terminado… ¡Aayyyy! –Intenta salir de donde está -Tengo… tengo que marchar, Conrado. Por favor, hombre…

Pero el gasolinero apenas le hace caso. Se pone en pie y desabrocha su bragueta sacando un pene grueso, negruzco y erecto. No es muy grande, lo sabe la chica de otras veces, unos treces o catorce centímetros lo más pero colosal, caramba, y encima ancho y venoso. Observa con el ceño fruncido como lo acerca hasta su vagina introduciéndolo de golpe, produciéndole dolor a pesar de lo acostumbrada que está a la violencia sexual de otros como él. De pronto está llena, ensanchadas las paredes rugosas de su vagina que se pliegan como lapas recibiendo a la intrusa. Dentro, aquella tranca crece aún más queriendo rozar su cérvix, obligándola a abrir la boca en busca de aire. Lo dicho, nunca le ha gustado ese hombre pero reconoce que sabe fornicarla muy bien todas las veces que aparece por el negocio. Se enorgullece de que es uno de esos clientes de su empresa al que no le mama la pinga al acabar de follarla, sólo cuando la obliga empleando con ella su tremenda fuerza, entonces, ya no tiene otro remedio que hacerlo.

Pero él no ha terminado, había dicho que desea follarle el culo. De pronto, sin dejar de reír como un loco, saca su polla de la misma manera que se la metió: de un golpe, produciendo un PLOF sonoro y, sin mediar palabras, la dirige segura hasta su esfínter introduciéndola también con alevosía cuando la coge de las nalgas para dar semejante impulso. Messalina grita y sus ojos grandes se ponen en blanco. Las paredes de su intestino se recienten y el ramalazo de dolor de la penetración le llega hasta el cerebro. Abre la boca pero no puede coger aire. El conducto de su esfínter es flexible, acostumbrados a ser abierto todos los días pero, claro, no de esa forma tan inhumana. En cambio, semejante violación le produce otras sensaciones más profundas y satisfactorias que la obliga a sonreír y a mover sus nalgas en dirección al banano invasor, introduciéndose ella misma semejante pollón desnaturalizado. Los huevos del hombre rozan su perineo y acarician su coño produciéndole cosquillas agradables con los embistes rápidos, seguidos.

Él la tiene bien cogida de la cadera con una mano, con la otra se apodera de su clítoris. No se queda allí y esa mano que masturba su botón se traslada a uno de sus senos apoderándose de su pezón izquierdo, pellizcándolo, estirándolos a intervalos y obligándola a correrse ya fuera de control.

-¡¡AAAAAH, DIOOOOS!! –Alcanza a gritar la chica una vez que ha recobrado la facultad de respirar -¡POR TUS MUERTOS, CABRÓN! ¡RÓMPEME EL CULOOOOO O MÁTAME YAA! ¡AAAYY!

Poco después, Conrado se corre, estremeciéndose por entero, expulsando la lechada en sus entrañas, llenándola con la sensación y dándole la sensación de que le rompe el ano con los constantes movimientos pélvicos. Un calor profundo la inunda y queda desmadejada sobre la mesa, echa un ovillo y con los ojos extraviados. Cree que el culo se le derrite entero cuando percibe la salida del semen. Messalina se encuentra mojada, satisfecha y sucia a la vez. Pero no le importa, hay un baño, no muy limpio, para el personal laboral donde asearse. Sin embargo, aquel gorila enorme no la suelta porque continúa dentro de ella, sin parar, jadeando, maltratándole salvajemente los costados de sus caderas. El cabrón la folla a lo bestia como lo hace su marido y eso, lo quiera o no reconocer ella, enerva todos sus sentidos de mujer.

-“Maldita sea este cabronazo” –piensa mientras lo mira asombrada –“Una vez más ha conseguido vencerme y hacer de mí su puta, su perra particular”

Por fin se la saca, está goteando, mojando la pernera de su mono azul, riendo y enseñando sus paletas de oro como el cerdo que es. No queda vencido con semejante polvo como sus otros amantes. Se mantiene en pie, sacudiéndose la asquerosa pinga contra su coño, invitándola a que se la mame pero sin obligarla. No, no piensa mamársela, que se lo quite de la cabeza. Lo odia mucho para darle ese placer. Cuando puede se pone en pie volviéndose de espalda a él, abriendo las piernas y dejando que el resto de semen que hay dentro de su culo caiga, en gruesos goterones, al suelo –“Dios, como me duele mi agujerito del culo” –Se dice al apoyar el rostro sobre sus brazos.

Conrado sigue riendo estruendosamente. Messalina se vuelve lentamente hasta quedar enfrente. Sigue jugando con su polla castigándola sobre sus nalgas y muslos, haciéndole gestos con los ojos para que se la meta en la boca. No le hace caso y lo ignora. Busca su braguita sin encontrarla cuando se dirige al baño. Pero él se pone delante de ella cortándole el paso. Lo mira enfurruñada. No va a tener más remedio que limpiársela. No lo piensa dos veces y, arrodillándose, toma los escrotos entre sus manos, luego, el falo y, cerrando los ojos, abre su boca y la introduce de una vez. Sabe asquerosa, claro, la ha sacado de su culo, pero continúa limpiándola, degustándola ahora que está en el ajo, pasando su lengua por todo el contorno del falo y llevándosela de un lado a otro, tragando, tragando una y otra vez hasta, que por fin, ya no sabe a nada, sólo a su saliva.

-Ya está, tío. Ahora ¿Puedo asearme? –Le dice enfadada, limpiándose las comisuras de su boca y empezando a levantarse –Entre tanto prepara el dinero de  estas facturillas que me voy volando. Llego tarde al curro.

Messalina comprueba, ya en el baño, que tiene húmeda sus medias hasta los pies. Nota también huellas de sus corridas anteriores y, después de darse un baño rápido, se entretiene un poco quitando el almidón de los orgasmos. Tiene que ponerse otra braga de nylon, la primera está desaparecida, tirada por ahí. Al rato sale igual que entró: su top blanco, la falda escocesa de cuadros rojos que enseña la base de sus nalgas, las medias mojadas pero limpias y sus queridos zapatos de tacones altos de igual color. Huele a limpia, a su colonia de siempre.

Conrado la mira con embeleso de arriba abajo esperándola y con un gran fajo de dinero en las manos. Messalina no lo cuenta, siempre ha sido honrado con ella. Se despide dándole la espalda. Pero el gigante la atrapa una vez más metiéndole la mano derecha en su culo y la otra en el coño, agarrándola con fuerza, volviendo a masturbarla ¿Por qué no se sorprende? Porque la mayoría de las veces lo hace y siempre se trata de pedirle más material. La chica intenta quitárselo de encima pero no lo consigue. Resignada se deja hacer.

-Quiero que me traigas una enciclopedia de Mecánica Avanzada –Le dice agachándose y acercándose a su orejita izquierda. La muerde para chuparla –Una diferente a las que tengo, puta.

-¿Otra dices? ¡Si ya tienes tres, Conrado! –Cuando está desahogado, el gasolinero es más humano y cariñoso con su persona, no la trata mal y sí con cierto respeto. Ya no quiere que le quite las manazas de su entrepierna porque sabe hacerlas trabajar muy bien –Bueno… miraré tu ficha y… y traeré otra… ¡No, no sigas, por favor!

Esta vez logra escapar y corre hacia la salida en dirección a su scooter Piaggio y, en la huída, encuentra tirada su braguita. La recoge sin guardarla. Detrás de ella oye las risotadas de trueno de King Kong y, al girarse y fulminarlo con su mirada, observa también las otras miradas lascivas y envidiosas de los trabajadores de la gasolinera.

Ya no le importa nada, no siente vergüenza y, poniéndose delante de ellos, se coloca su culotte rojo tranquilamente, dejando ver su potorro limpio pero bien follado. Luego, por último, levanta el dedo corazón hacia arriba y se sube a su moto. Sale disparada acompañada de las risotadas de todos y piropos que, a cualquier mujer menos liberal que Messalina, la hubiera puesto las mejillas coloradas.

A dos kilómetros ya de la estación de gasolina se da cuenta que Conrado le había dado más dinero que lo marcado en la facturación. Su sorpresa fue cuando comprueba que el sobre estaba muy abultado y que, quitando el monto de factura, el resto triplicaba lo establecido. Gritó alzando los brazos con alegría, sin importarle exclamar en voz alta

-¡Qué cabronazo el tío! ¿De repente se ha vuelto generoso por echar un buen polvo?