Las aventuras porno-galácticas de la Calípide 4-4
La comandante del carguero espacial Calípide IV en un planeta de hermafroditas.
La hermafroditas del planeta Delix.
Diario de a bordo del carguero inter-espacial Calípide IV, fecha estelar: 23 de octubre de 345 de la tercera época.
"La nueva misión consiste en transportar suministros técnicos y tecnológicos al planeta Delix, mundo hogar de una raza de hermafroditas. El viaje es corto y lo realizamos en poco tiempo y sin incidentes de mención. Todos estamos deseando conocer a esa raza de hermafroditas, se habla mucho de ellos por toda la galaxia, pero nadie de la tripulación los ha visto nunca "
Nos aproximamos al planeta Delix, es muy pequeño, y en seguida recibimos instrucciones de dirigirnos al puerto espacial principal del planeta. Habíamos realizado el viaje en mucho menos tiempo del previsto, y como todavía no teníamos órdenes para un nuevo transporte, decidí dar un par de días libres a la tripulación en el puerto espacial.
Los puertos espaciales son como gigantescas estaciones interestelares, para salidas y llegadas de vuelos procedentes de toda la galaxia. Los puertos espaciales de algunos planetas son conocidos en toda la galaxia, ya que cuentan con locales para la diversión de todo tipo de las tripulaciones. Son lugares de negocio para las putas y putos de todos los sistemas, así que puedes encontrar más burdeles y bares en un buen puerto espacial que en muchos planetas.
No sabía qué encontraríamos en el puerto de Delix al que nos habían asignado, pero mi tripulación se puso muy contenta de todas maneras: dos días libres en un puerto espacial es todo lo que una tripulación puede desear para gastar los créditos ahorrados.
Atracamos la nave en el hangar asignado y dejé a la tripulación descargando la mercancía, y con las órdenes de que los quería a todos de vuelta, lo más sobrios posible, al cabo de dos días. Me dirigí a la oficina central del puerto con mi albarán de entrega, escoltada por dos rubias altísimas, gemelas, y enfundadas en monos plateados impecables e inmaculados. Me fijé, y salvo algunos operarios, la mayoría de los empleados del hangar eran mujeres, y todas prácticamente iguales: altas y rubias. Era posible que fueran clones, las técnicas de clonación están muy avanzadas, y a veces es muy difícil distinguir clones de seres auténticos, además de que salen mucho más baratos como mano de obra. Pero no todas eran iguales. Si bien todas eran altísimas, por lo menos cerca de dos metros veinte de altura, no todas eran rubias, y cada una iba peinada de una forma diferente.
En la oficina central trabajaban las mismas mujeres, y al salir, con mi albarán firmado, y después de guardarlo en mi cabina, hablé con uno de los operarios que hacía reparaciones de mantenimiento en mi nave. Me enteré de que no eran clones, de que eran las famosas habitantes del planeta Delix, las famosas y misteriosas hermafroditas. Toda mi tripulación se había marchado ya al puerto espacial para gastarse sus créditos y disfrutar de dos días de sexo, alcohol, juego, comida, drogas, y quién sabe qué más. Pero yo quería algo diferente.
Me dirigí hacia una de las dos gemelas que me habían recibido al llegar, y la pregunté si sería posible visitar la ciudad más cercana. Tenía una voz melodiosa y sensual, y me era muy difícil apartar los ojos de los suyos, de un violeta tan profundo, que corría el riesgo de caer dentro y no volver a salir nunca más. Se llamaba Zaira, y me dijo que la ciudad más cercana era Deliuxa, y que estaría encantada en hacer de guía para mí y enseñármela. Esperé a que acabara su turno, y las dos nos dirigimos a un pequeño vehículo aéreo, desde el que podría enseñarme todo.
Conducía y al mismo tiempo me indicaba y señalaba todos los lugares de interés. La superficie del planeta está cubierta de vegetación, pero el clima era agradable. Diliuxa estaba a 60 farsecs de distancia, y el corto trayecto con Zaira fue una delicia: ella me explicaba cosas con su voz sensual y yo atendía y la miraba embobada. Cuando su mano se posó en mi muslo, sentí como un latigazo de electricidad, y ya no pude contenerme más y la pregunté acerca de los hermafroditas.
Me dijo que todas las habitantes nativas en Delix eran hermafroditas, es decir, cuerpos de mujer, pero con dos sexos. Por eso no había hombres en sus ciudades, no eran necesarios. Los únicos hombres que había en Delix eran operarios o técnicos, o los que se pudieran encontrar en el puerto espacial. Le dije que nunca había visto un hermafrodita, y se rió, con una risa alegre y musical. Me acarició el muslo con la mano y me dijo, sonriendo y mirándome a los ojos, que estaba segura que disfrutaría mucho si estuviera en brazos de una. La dije que estaba deseando probarlo, y dirigió el vehículo a la azotea de su vivienda.
Compartía un piso muy coqueto con una compañera que se encontraba fuera trabajando. Me enseñó el piso y nos sentamos en unos cómodos cojines con una copa de un cocktail especial típico de allí. Yo me había vestido guapa, estaba harta de llevar un mono de trabajo siempre grasiento, y había decidido ponerme una faldita muy corta, unas botas de tacón y una camiseta de tirantes; no llevaba sujetador, pero sí unas braguitas rojas de encaje, las más sexis que tenía en la nave. Zaira me dejó un momento para cambiarse, y al poco volvió llevando sólo un camisón blanco semi transparente, bajo el cual, se insinuaba su cuerpo desnudo.
Yo estaba como loca por ver su cuerpo, por ver esos dos sexos en un solo cuerpo, me arrimé a ella y la besé en la boca. Su respuesta fue inmediata, agarró mis tetas con sus manos y las apretó hasta arrancarme gemidos, sin dejar de repasar todo el interior de mi boca con su lengua. Había que reconocer que besaba de forma estupenda, y sus dedos consiguieron ponerme los pezones tan duros como rocas lunares.
Me quitó la camiseta y se inclinó para morder y chupar mis pezones. Mi coño ya se estaba humedeciendo, y la pedía más entre suspiros. Entonces se apartó, me contempló, vio lo caliente que estaba, y lentamente se abrió el camisón. Su cuerpo desnudo quedó expuesto ante mí, y pude observar el cuerpo más increíble que había visto nunca. Ante mí tenía unas tetas grandes y perfectas, con pezones rosados y redonditos, un vientre plano, unas piernas largas e infinitas, todo el cuerpo perfectamente depilado, y lo más maravilloso, tenía una polla estupenda, larga y ya medio erecta, y que prometía alcanzar un tamaño realmente considerable, y debajo de sus testículos, podía ver su coño, rosado y jugoso. Solté un gemido de placer al contemplar todo aquello pero no pude decir nada, tan maravillada estaba. Ella sonrió y cogió mis manos para llevarlas a su cuerpo y que lo acariciara, y así comprobar que todo lo que veía era suyo auténtico, y no implantes. Acaricié su polla, que se agitó a mi contacto, y empezó a endurecerse lentamente; acaricié su vagina, sus labios húmedos se abrieron para mí. Zaira apoyó su mano en mi nuca suavemente me atrajo hacia sus dos tesoros.
Empecé a chuparla la polla mientras con la mano jugueteaba en su chochito. Ella me acariciaba el pelo y la espalda, suspirando con los ojos cerrados. Su coño se mojaba más y más, mientras su polla había alcanzado su tamaño y dureza máximos. Noté que su polla sabía diferente que la de los hombres, no tenía un sabor ni un olor tan fuertes, era mucho más deliciosa, incluso parecía estar aromatizada, igual que su coño, del que me llegaban oleadas de aroma. Más tarde me contaría que los órganos sexuales de las de su raza desprenden unas hormonas aromáticas y afrodisíacas que hacen que el acto sexual sea infinitamente más placentero.
Seguí chupándosela hasta que entre gemidos se corrió en mi boca, al mismo tiempo que su coño producía jugos que empapaban mi mano y el cojín. Había hecho que se corriera simultáneamente, lo que la produjo un placer enorme. Con la boca llena de semen, la hundí en su coño para lamer sus jugos, luego me enderecé y la besé la boca, para que compartiera conmigo sus líquidos. Se tumbó acariciándose para recuperarse del doble orgasmo, y en ese momento llegó Moira, su compañera de piso, otra hembra de más de dos metros veinte, bellísima, delgada, con tetas enormes, morena y con dos trenzas que caían a los lados de su blanco cuello. Nos vio y no tardó nada en desnudarse y unirse a nosotras. Su cuerpo desnudo era tan perfecto y lujurioso como el de Zaira, y en seguida estábamos las tres acariciándonos y besándonos entre los cojines y sobre la alfombra mullida. Zaira se excitó y calentó casi en seguida, y pronto tuve a mi disposición dos pollas enormes y erectas, junto con dos coños jugosos y húmedos. Era el paraíso para cualquier mujer. O al menos lo era para mí.
Las tres nos turnábamos para lamernos, sus pollas, sus coños, el mío. Me penetraron las dos a la vez, se penetraron entre ellas. Durante horas organizamos una orgía solo para tres mujeres. Yo chupaba la polla de Moira, mientras era enculada por Zaira, luego Moira me follaba a mí, y le chupaba la polla a Zaira. Era una confusión maravillosa de pollas y coños, llegó un momento en que ya no sabía quién follaba a quién, ni de quién era cada polla o cada coño, o cada culo, o cada boca. Tuvimos mil orgasmos, tragué el semen de las dos, incluso llegaron a correrse las dos a la vez en mi boca, con lo que pude saborear juntas sus leches, la mezclé en mi boca con mi saliva, la tragué, lo repetimos, y lo compartí con ellas, las tres de rodillas besándonos, semen chorreándonos de las bocas. Mis agujeros quedaron irritados y escocidos de tantas veces como me follaron, y llenos de semen. Pero no sólo tuvieron orgasmos de semen, también se corrieron sin parar en sus coño, nos chupamos y lamimos, bebiendo nuestros fluidos como si fueran néctar. El primer día quedamos las tres completamente exhaustas, tumbadas la una en brazos de la otra, formando un caos de brazos y piernas sobre la alfombra; sudando y jadeando nos quedamos dormidas.
Tanto Zaira como Moira pidieron sendos días libres, y las tres nos quedamos en su piso encerradas, sin salir, follando todo el tiempo, sólo parando para comer o beber o para hacer nuestras necesidades, aunque esto también era lujurioso, pues la comida nos la pasábamos unas a otras de nuestros dedos directamente a nuestras bocas, o directamente de boca a boca. Nuestros cuerpos, caras y manos se llenaban de salsas y grasas que luego lamíamos con nuestras lenguas. Y cuando parábamos para hacer nuestras necesidades, disfrutábamos mirándonos, sobre todo yo, viendo cómo meaban unas veces con la polla y otras con el coño, y otras veces con los dos órganos al mismo tiempo.
Tras dos días de follar y correrme sin parar, volví a la nave, habiendo disfrutado del mejor permiso en un puerto espacial. Ahora ya podía decir que las hermafroditas del planeta Delix no eran un mito y que eran lo más excitante y lujurioso que había conocido nunca. Ya sabía dónde iba a pasar mis próximas vacaciones.